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MAESTRO ECKHART (h.1260 -1327)

DE LA MUJER VIRGEN

Oeuvres de Maître Eckhart, sermons-traités (antología). Gallimard, París 1942
Traducción M. A. Aguirre

Intravit Jesus in quoddam castellum et mulier quaedam excepit illum.
(Luc. X, 38)


He dicho primero en latín una breve frase que está escrita en el Evangelio, y que se traduce así: Nuestro-Señor Jesús subió a un pequeño pueblo y fue recibido por una mujer –por una virgen que era una mujer. ¡Pues ciertamente! si examinamos más de cerca esta "recepción(NOTA) por una mujer": es necesario indiscutiblemente que haya sido una virgen por quien Jesús fue recibido. Pero por esta virginidad entendemos que se sea libre y exento de toda impresión extraña, tan libre como cuando no se existía. Naturalmente una objeción se presenta enseguida.

Un hombre que ha nacido y se ha elevado a una vida consciente, ¿cómo podría ser tan libre de toda impresión como cuando no existía? ¡Sabe sin embargo un montón de cosas: todo eso de las imágenes de cualquier cosa! ¿Cómo puede al mismo tiempo estar libre de ellas y vacío?

¡Dejadme pues mostraros el nudo de la cuestión! Así mi razón ya fuese tan amplia que todas las imágenes que el espíritu humano ha recibido alguna vez (digamos más: que las que existen en Dios mismo) estuviesen ante mi conciencia, sin que no obstante las considerase como mías – de manera que en mis hechos y gestos no me detuviese en ninguna de ellas con su antes y después, sino que ahora, en este instante presente, estuviese liberado y vacío a disposición de Dios para realizar en el acto lo que él quiere insistentemente: ¡en verdad! toda esta masa de imágenes me sería de tan poco impedimento como cuando no existía – mi alma sería "virginal". Y afirmo que esta especie de virginidad no retira de ningún modo en el hombre todas las acciones que éste tiene tras él: sino que se mantiene libre en una pureza virginal sin que le supongan ningún prejuicio – y es entonces solamente cuando realiza plenamente su yo. Lo mismo que Jesús es libre y vacío y de una pureza intacta en su interior. Y así como los maestros dicen que la igualdad sola proporciona una base sólida para la unificación, de igual modo es necesario que el alma sea de una pureza virginal si debe hacer sitio en ella a la pureza de Jesús.

¡Por lo tanto, examinad bien y contemplad con atención! Si alguien fuese siempre virgen no llevaría nunca fruto alguno, para llegar a ser fecundo hace falta necesariamente ser mujer. "Mujer" es el nombre más noble que podemos atribuir al alma, mucho más noble que el de "virgen". Que el hombre reciba a Dios en él, está bien – en esta recepción se manifiesta su virginidad. Pero que Dios llegue a ser fecundo en él es mejor. Pues llevar fruto quiere decir en realidad agradecer un don; y que el alma a cambio y en agradecimiento haga renacer a Jesús en el corazón paternal de Dios es asunto de la mujer. Muchos dones excelentes son recibidos en el seno virginal y no son sin embargo puestos de nuevo en el mundo por la fecundidad de la mujer, como verdadera acción de gracias hacia Dios. Los dones se estropean y se pierden todos, de manera que el hombre no llega a ser nunca por ellos mejor ni más santo. Ya que la virginidad es inútil para el alma si esta no es además una mujer con toda su fecundidad. Por eso es justamente que he dicho que Jesús ha sido recibido por una virgen que era una mujer.

El matrimonio de los hombres trae raramente más de un fruto al año. Pero es a otro tipo de gente casada a quien tengo presente esta vez: aquellos que se han ligado muy particularmente a la oración, al ayuno, a la vigilia y a todo tipo de ejercicios y de mortificaciones exteriores. Todo vínculo a una obra que te prive de la libertad de esperar a Dios en este instante presente y de seguirlo sólo en la luz mediante la cual quisiera indicarte lo que debes hacer y no hacer – fresco y libre en todo momento, como si nunca hubieras tenido, deseado y podido hacer otra cosa: todo vínculo y toda obra asignada de antemano que te retire esa libertad yo la llamo de momento un "año de casado". Ya que tu alma no da fruto antes de que se haya realizado la tarea por la que te apasionas tan ansiosamente: y no volverás a ponerte de nuevo en Dios ni en ti mismo, sino hasta que hayas puesto tu obra en el mundo. De otro modo no tienes paz alguna y no produces tampoco ningún fruto – en mi opinión: ¡al menos por un año! E incluso entonces ese fruto es incluso medianamente desmedrado: porque ha nacido de un alma encadenada, prisionera de su obra y no de la libertad.

Tal es – como yo la llamo – la gente "casada", aquella que está ligada por su propia arbitrariedad. En cambio "una virgen que es mujer", un alma libre que no está ligada a ningún buen placer, está tan cerca de Dios como de sí misma, lleva muchos frutos y bellos: nada menos, en efecto, que a Dios mismo. ¡Este fruto y su producción hace de la mujer virgen una madre! ¡Cien y mil veces al día, sí, sin cuento, da a luz y produce fruto a partir del más noble de todos los terrenos! Para decirlo de manera aún más precisa: del mismo terreno a partir del cual el Padre ha puesto en el mundo su Verbo eterno, el alma fecunda da a luz también con él. Ya que Jesús, luz y visibilidad del corazón paterno, – ¡y es con violencia que penetra e inunda de luz el corazón paterno! – este Jesús ha llegado a ser uno con ella, y ella con él: ¡ella irradia e ilumina con él como el puro resplandor de una luz en el corazón paterno de Dios!

Ya lo he dicho en otra parte: existe en el alma una fuerza a la que no toca ni el tiempo ni la carne; brota del espíritu y mora en el espíritu, es enteramente espiritual. En esta facultad Dios verdece y florece en todos sus extremos con toda la dicha y el afecto de los que goza en sí mismo. ¡Ahí reina una dicha soberana y una alegría tan grande que no puede ser ni concebida por pensamientos ni expresada por palabras! Ya que en esta facultad el Padre eterno engendra a su Hijo eterno sin interrupción, de manera que el alma coopera en el nacimiento del Hijo del Padre, y de sí misma en tanto que este mismo Hijo, en la potencia indivisa del Padre.

Si alguien poseyera todo un reino y todos los tesoros de la tierra y los abandonara de buena gana por el amor de Dios, y fuese uno de los hombres más pobres que hayan vivido nunca en la tierra, y Dios derramase el sufrimiento sobre él como no ha hecho nunca mas que sobre uno solo, y él soportara todo esto con paciencia hasta su muerte: y entonces Dios le permitiera un instante contemplarlo tal como se le puede encontrar en esa potencia del alma: su gozo sería tan desmesurado que todos esos sufrimientos y esas privaciones le parecerían a cambio aún demasiado pequeñas. ¡E incluso si Dios no le acordara luego la menor parcela de cielo, no estaría por ello menos colmado de dicha!

Ya que Dios habita en esa potencia como en el ahora eterno. Si el espíritu de Dios estuviera en todo momento unido a ella, el hombre no podría envejecer. Pues el ahora en el que Dios ha hecho al primer hombre, el ahora en el que el último hombre perecerá y aquel en el que hablo en este momento, son idénticos en Dios: ahí no hay sino el único ahora. ¡Mirad! Un hombre así vive con Dios en la misma luz. Por eso no conoce ni sufrimiento, ni tiempo sucesivo, sino solamente la única eternidad idéntica a sí misma. A un hombre así, en tanto que comprendido él mismo en la verdad, todo milagro le es arrebatado: ¡el ser esencial de todas las cosas está en él, ningún azar, ningún futuro pueden aportarle algo nuevo, vive en un ahora que verdece con frescor en todo momento sin interrupción! En esta potencia reside una tal soberanía divina.

Hay todavía un poder, también incorpóreo, que brota igualmente del espíritu, permaneciendo en el espíritu, y enteramente espiritual: en esa facultad Dios incuba y abrasa sin cesar con toda su plenitud, toda su dulzura, todas sus delicias, de manera que nadie puede hablar de ello según la verdad ni revelarlo enteramente. Diré únicamente esto: si fuera permitido a alguien echar solamente una mirada – de inspección verídica y razonable – sobre esas delicias, sobre ese gozo: aunque tuviese que soportar luego algún sufrimiento que Dios le exigiera, esto sería para él poca cosa, una pura nada – sí, voy aún más lejos: esto sería para él puro gozo y bendición.

Si quieres en efecto reconocer si tu sufrimiento está en ti o en Dios, puedes verlo en esto. Si sufres por amor a ti mismo, tu sufrimiento te hace siempre mal y te es pesado de llevar: pero si no sufres más que por causa de Dios y por Dios, tal sufrimiento no te hace mal y no te es tampoco pesado de llevar. Ya que es Dios quien lleva el peso. Y si sobre tal hombre cayera de golpe todo el sufrimiento que todos los hombres han sufrido alguna vez, sí, que el mundo entero lleva en común: esto no le haría mal y no le parecería pesado. Ya que Dios llevaría el peso. Si no me ponen un saco de cien quilos sobre la nuca sino que otro lo lleva sobre la suya, me cargaría cien de igual gana que uno: pues esto no sería pesado para mí y no me haría mal.

En suma: lo que el hombre sufre a causa de Dios y por Dios sólo, él se lo hace ligero y suave.

"Jesús" – es por ahí que hemos comenzado nuestro sermón – "subió a un pequeño pueblo y fue recibido por una virgen que era una mujer". Por qué ella debía justamente ser tal y cómo Jesús fue recibido, es lo que acabo de exponeros. Pero no os he dicho aún lo que se refiere a ese pequeño pueblo. Voy a hablaros de ello ahora.

He dicho en alguna parte que hay en el espíritu un poder que es el único libre; en otra parte he dicho que hay en el alma una fortaleza; y otra vez que es una luz, y aún otra vez le he llamado una pequeña chispa. Pero digo ahora: no es a decir verdad ni esto ni aquello, de todos modos es un algo que se eleva por encima de todo esto y aquello como el cielo se eleva por encima de la tierra. Por eso voy ahora a darle un nombre más distinguido que el que le ha dado nunca:

No obstante eso se ríe de la "distinción" y del "modo": ¡está bien por encima de ello! Está libre de todo nombre y desprovisto de toda forma, algo perfectamente libre y vacío – como sólo Dios está libre y vacío. Y no es absolutamente sino en sí. Está perfectamente unido y cerrado, como sólo Dios está unido y cerrado, de manera que no se puede mediante ningún tipo de determinación echar en su interior ni siquiera una mirada a escondidas.

En ese primer poder (del espíritu) del que he hablado, Dios verdece y florece en toda su divinidad, y a su vez el espíritu en Dios. En él el Padre engendra a su Hijo único a partir de sí mismo, no de otro modo que en sí mismo. Porque tiene su verdadera vida en este poder. El espíritu, de concierto con el Padre engendra ese Hijo y se engendra – él mismo en tanto que ese Hijo. Él mismo es, en la luz de este poder, el Hijo y la Verdad.

¡Si pudierais comprenderlo con mi corazón, comprenderíais bien lo que digo, ya que es verdad y es la verdad quien lo dice ella misma! Ved pues y observadlo: ese castillo del alma del que hablo ahora es tan unido y cerrado – elevándose por encima de todo lo que es concebible – que esa noble facultad de la que acabo de hablar no es digna de echar ahí ni siquiera una mirada, como tampoco el segundo poder en el cual Dios no cesa de incubar bajo la ceniza y de abrasar. Este único uno está tan elevado por encima de toda determinación, de toda facultad, que nunca una potencia del alma ni lo que quiera que sea determinado, puede echar ahí una ojeada. ¡Incluso Dios no lo puede! En verdad y tan verdadero como que Dios vive: ¡Dios mismo no echa la menor mirada dentro, no ha echado ahí nunca una sola, en la medida en la que le es inherente la determinación y el carácter propio de la Persona! Es fácil darse cuenta de esto ya que este único Uno es sin determinación ni cualidad propia. Por eso si Dios debe alguna vez mirar ahí, eso le cuesta la totalidad de sus nombres divinos y además su cualidad de ser Persona; es necesario que deje todo eso fuera. ¡Pero como es igualmente el Uno, sin ninguna determinación más precisa: no Padre, ni Hijo, ni Espíritu Santo – un algo desembarazado de todo esto y aquello – ved!, solamente así penetra en el Uno, que yo llamo un castillo fortificado en el alma. De otro modo no llega al interior de ninguna manera. Pero de ese modo entra dentro, qué digo – está ya dentro. ¡En esto el alma es semejante a Dios; y de otro modo no!

Lo que os he dicho es verdadero: os doy su verdad como testimonio y mi alma como prenda.

¡Que podamos ser esa fortaleza hacia la cual Jesús sube y es recibido y mora en nosotros eternamente, como lo he expuesto: que Dios nos ayude! ¡Amén!