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NICOLAS DE CUSA (1401 - 1464),
Cardenal titular de San Pedro Ad vincula
DE LA DOCTA IGNORANCIA
(Libro Primero, VII a XII y XXIV a XXVI)
Ediciones Orbis, S.A. Distribución Hyspamérica Ediciones Argentina S.A., Buenos Aires 1984.
Traducción del latín, prólogo y notas Manuel Fuentes Benot. pp. 35-47.

 

LIBRO PRIMERO


CAPÍTULO VII

DE LA ETERNIDAD TRINA Y UNA

       Nunca hubo ninguna nación que no rindiera culto a Dios y que no creyera en Él como máximo absoluto. Hallamos que Minar anotó en los libros de las antigüedades que los sisenios adoraban máximamente a la unidad. Y Pitágoras, clarísimo varón de autoridad irrefragable en su tiempo, suponía trina aquella unidad. Investigando la verdad de esto, y elevando más el ingenio, digamos conforme a lo anterior: lo que precede a toda alteridad no duda nadie que es eterno, pues alteridad es lo mismo que mutabilidad; pero todo lo que naturalmente precede a la mutabilidad es inmutable, y por lo tanto es eterno. La alteridad está formada por varias cosas, por la cual la alteridad, como número, es posterior a la unidad. Por consiguiente, la unidad, por naturaleza, es anterior a la alteridad, y. puesto que la precede naturalmente, la unidad es eterna. En general, toda desigualdad está formada por lo igual y lo que excede. Por tanto, la desigualdad es posterior por naturaleza a la igualdad, lo cual puede probarse indiscutiblemente mediante deducción. Pues toda desigualdad se resuelve en una igualdad: lo igual se halla entre lo mayor y lo menor. Por consiguiente, si se substrae lo que es mayor, será igual, y si fuera menor quítese de la diferencia lo que es mayor y se hará igual. Y esto también puede hacerse hasta que, restando, se llegara a los simples. Así, pues, es evidente que toda desigualdad, mediante 1a substracción, se convierte en igualdad. Por consiguiente, la igualdad precede naturalmente a la desigualdad; pero la desigualdad y la alteridad se dan simultáneamente por naturaleza. Por tanto, donde hay desigualdad hay también de modo necesario alteridad y viceversa. Así, pues, entre dos cosas, cuando menos, habrá alteridad. Estas cosas formarán duplicidad en relación a una de ellas, por lo cual habrá desigualdad. La alteridad por tanto, y la desigualdad por naturaleza se darán a la vez, siendo principalmente el número binario la primera alteridad y la primera desigualdad; pero se ha probado que la igualdad precede por naturaleza a la desigualdad, y por tanto también a la alteridad; por consiguiente, la igualdad es eterna. Pero puesto que la unidad es eterna, la igualdad también es eterna y del mismo modo lo es la conexión; de ahí que la unidad, la igualdad y la conexión sean una sola cosa Y ésta es aquella trina unidad que Pitágoras, el primero de todos los filósofos, honor de Grecia y de Italia, enseñó que se había de adorar. Pero todavía habremos de añadir algunas cosas con mayor claridad acerca de la generación de la igualdad desde la unidad.

 

CAPÍTULO VIII

DE LA GENERACIÓN ETERNA

       Mostremos ahora muy brevemente cómo la igualdad de la unidad procede de la unidad, y la conexión procede de la unidad y de la igualdad de la unidad. La unidad es llamada así, casi ontidad por el vocablo griego óv, que en latín se dice ens, y es la entidad unidad. Dios es la misma entidad de las cosas, pues es la forma de ser porque es entidad. Pero la igualdad de la entidad, es casi igualdad de entidad, esto es, igualdad de ser o existir. Ahora bien, hay igualdad de ser porque en la cosa no hay ni más ni menos, ni nada superior ni inferior. Si en la cosa hay de más es monstruosa, si hay de menos, no hay generación de igualdad desde la unidad, lo que se ve claramente cuando consideramos qué es la generación, pues generación es repetición de la unidad: esto es, multiplicación de la misma naturaleza que procede del padre al hijo. Y en verdad esta generación se encuentra sólo en las cosas perecederas, pero la generación de la unidad desde la unidad es una repetición de la unidad, esto es, la unidad multiplicada solamente una vez, porque si se multiplicara la unidad dos o tres veces o indefinidamente entonces la unidad, por sí, procrearía otra cosa, tal como el número binario, el terciario, u otro número; pero la unidad repetida una sola vez, engendra la igualdad de la unidad, pues no puede comprenderse otra cosa, sino que el que la unidad engendre unidad; y esta generación, ciertamente, es eterna.

 

CAPITULO IX

DE LA ETERNA PROCESION DE LA CONEXIÓN

       Lo mismo que la generación de la unidad desde la unidad es una repetición de la unidad, es propia de la repetición de aquella unidad la procesión entre ambas, o si se prefiere decir de otro modo, la unión de la unidad y de la igualdad de la misma unidad. Y se llama procesión a una extensión de uno hacia otro: lo mismo que cuando dos cosas son iguales casi se extiende de la una hacia la otra una cierta igualdad, la cual, en cierto modo, las une y conecta. Se dice, por tanto, con razón, que la conexión procede de la unidad y de la igualdad de la unidad, pues la conexión no puede ser sólo de uno, sino que la unidad procede desde la unidad a la unión. Con razón, pues, se dice que procede de ambas, porque casi se extiende de una a otra Pero ni por la unidad ni por la igualdad de la unidad decimos que es engendrada la conexión, puesto que ni es engendrada por la unidad por repetición o multiplicación, ni aunque la igualdad de la unidad sea engendrada por la unidad, y la conexión procede de ambas, dejan de ser, sin embargo, una misma cosa tanto las unidades como la igualdad de la unidad y la conexión que procede de una y otra. Es, en un ejemplo, como si se designara la misma cosa con los pronombres hoc, id idem. El llamado id se refiere al primero, y el llamado idem se conecta y une relativamente también al primero. Así, pues, si de este pronombre id se formara la palabra ididad para que de este modo pudiéramos decir unidad, ididad e identidad, de tal forma que la ididad constituyera la relación con la unidad, y la identidad designara la conexión de la ididad y la unidad, todas estas cosas convendrían con mucha aproximación a la Trinidad. Por el cual nuestros santísimos doctores llamaron a la unidad, Padre; a la igualdad, Hijo; y a la conexión, Espíritu Santo. Y esto se debió a que hallaron ciertas semejanzas con las cosas perecederas. En el padre y en el hijo existe, en efecto, cierta comunidad de naturaleza, que es una; de tal manera que, por la misma naturaleza, el hijo es igual al padre. Pues no hay mayor o menor humanidad en el hijo que en el padre, y entre ellos existe cierta conexión. En efecto, el amor natural une al uno con el otro, y esto es debido a la semejanza de la naturaleza que hay en ellos, la cual desciende desde el padre hacia el hijo; amando el padre a este hijo suyo más que a cualquier otro hombre que sólo coincida en la naturaleza con él. Por esto, aunque la semejanza sea muy lejana, el padre es llamado unidad; el hijo, igualdad, y amor o Espíritu Santo a la Conexión, pero sólo en relación a las criaturas, como mostraremos más claramente en su lugar.

       Y ésta es, a mi juicio, al lado de la investigación pitagórica, una muy evidente investigación de la trinidad en la unidad y de la unidad en la trinidad, que siempre sea adorada.

 

CAPÍTULO X

CÓMO LA COMPRENSIÓN DE LA TRINIDAD EN LA UNIDAD ESTA POR ENCIMA DE TODAS LAS COSAS

       Ahora inquiramos qué quiere dar a entender Marciano, cuando dice que la filosofía, si quiere ascender al conocimiento de la divinidad ha de desembarazarse de círculos y esferas. En lo anterior se ha mostrado que hay un único y simplicísimo máximo, y que éste no es ni una figura corporal perfectísima, como la esfera; ni superficial, como es el círculo; ni rectilínea, como es el triángulo; ni consistente en la simple rectitud, como la línea; sino que él mismo está por encima de todas estas cosas, de tal manera que aquellas que, bien por el sentido, o por imaginación, o por la razón, tienen contacto con los aditamentos naturales, hay que removerlas necesariamente para que alcancemos la simplicísima y abstractísima inteligencia en donde todas las cosas son una única: donde la línea es triángulo, donde el círculo es esfera, donde la unidad es trinidad, y viceversa, donde el accidente es substancia, donde el cuerpo es espíritu, el movimiento es quietud, y otras cosas semejantes. Y entonces se entiende, cuando cualquier cosa, una en sí misma, se entiende como una, que también el mismo uno es todas las cosas, y, por consiguiente, que cualquier cosa es en sí misma todas las cosas. Y no se removió bien la esfera y el círculo y otras cosas semejantes, si no se entiende que la misma unidad máxima es necesariamente trina; la unidad máxima, pues, no puede de ninguna manera entenderse rectamente si no se entiende como trina. Para ello usemos de ejemplos adecuados. Vemos que la unidad del entendimiento no es otra cosa que lo inteligente, lo inteligible y el entender. Así, pues, si partiendo de lo inteligente se quiere uno elevar al máximo y decir que el máximo es máximamente inteligente, y no se añade que es también máximamente inteligible y máximo entender, no se concibe rectamente .la unidad máxima y perfectísima.

       Si, en efecto, la unidad es máxima y perfectísima intelección, la cual sin estas tres correlaciones no podría ser ni intelección ni perfectísima intelección, no concibe rectamente la unidad aquel a quien no se le alcance la trinidad de la propia unidad.

       La unidad, pues, no es sino la trinidad, puesto que expresa indivisión, discreción y conexión. La indivisión proviene ciertamente de la unidad, y de modo semejante la discreción, y también la conexión. La máxima unidad, pues, no es sino indivisión, discreción y conexión. Y puesto que es indivisión es, entonces, eternidad o algo sin principio, pues lo eterno no está dividido de nada. Y puesto que es discreción, procede de una inmutable eternidad. Y puesto que es conexión o unión, procede de ambas. Y en todo momento, cuando digo que la unidad es máxima, hablo de la trinidad: En efecto, cuando digo unidad digo principio sin principio, y cuando máxima, principio de principio. Cuando por medio del verbo ser la copulo y uno, digo procesión de ambas. Si, por tanto, se ha probado evidentísimamente en lo anterior que lo uno es máximo, porque el mínimo, el máximo y la conexión son uno, de tal manera que la misma unidad es también mínima, máxima y unión; de ahí se ve cómo es necesario que todas las cosas imaginables y razonables hayan de ser rechazadas por la filosofía que quiera comprender con intelección simplicísima que la unidad máxima no es sino trina.

       Y es de admirar cómo por las cosas que hemos dicho, el que quiera comprender el máximo con una intelección simple tiene necesariamente que trascender las diferencias y diversidades de las cosas y todas las figuras matemáticas, puesto que dijimos que en el máximo se encontraba la línea, así como la superficie, el círculo y la esfera

       Por lo cual intentaré, para agudizar el entendimiento, que lleguemos con facilidad a ver aquellas cosas necesarias y muy verdaderas, que nos traerán una admirable suavidad sin torpeza alguna, si nos elevamos del signo a la verdad, y entendemos las palabras trascendentemente, porque en la docta ignorancia llegaremos, siguiendo este camino, a poder ver; en cuanto. esto es posible al estudioso, elevado según las fuerzas del humano ingenio,. al propio uno, sumamente máximo, incomprensible, uno y trino Dios siempre bendito.

 

CAPITULO XI

QUE LA MATEMÁTICA NOS AYUDA MUCHO EN LA APREHENSION DE LAS DISTINTAS COSAS DIVINAS

       Todos nuestros más sabios, más divinos y más santos doctores están de acuerdo en que realmente las cosas visibles son imágenes de las invisibles, y que nuestro creador puede verse de modo cognoscible a través de las criaturas, casi como en un espejo o en un enigma. Y el que las cosas espirituales, que para nosotros son por sí mismas intangibles, puedan ser investigadas simbólicamente, tiene su raíz en las cosas que antes se han dicho.

       Puesto que todas las cosas guardan entre sí cierta proporción (que para nosotros, sin embargo, es oculta e incomprensible), de tal manera que el universo surge uno de todas las cosas y todas las cosas en el máximo uno son el mismo uno. Y aunque toda la imagen parezca acercarse a la semejanza del ejemplar, sin embargo, excepto la imagen máxima, que es lo mismo que el ejemplar en la unidad de la naturaleza, no hay una imagen de tal modo similar, o igual, al ejemplar que no pueda hacerse más semejante y más igual infinitamente, como ya hemos visto antes que es evidente.

       Cuando se haga una investigación a partir de una imagen, es necesario que no haya nada dudoso sobre la imagen en cuya trascendente proporción se investiga lo desconocido, no pudiendo dirigirse el camino hacia lo incierto, sino a través de lo presupuesto y cierto.

       Todas las cosas sensibles están en cierta continua inestabilidad a causa de su potencialidad material, abundante en ellas. Lo que es más abstracto que esto, cuando se reflexiona sobre las cosas (no en cuanto que carecen de raíz de elementos naturales, sin los cuales no pueden ser imaginadas, ni en cuanto yacen bajo la fluctuante potencialidad) vemos que es muy firme y muy cierto para nosotros, como ocurre con los objetos matemáticos; por lo cual los sabios buscaron hábilmente en ellos, por medio del entendimiento, ejemplos para la indagación de las cosas. Y ninguno de los antiguos, a quien se considere importante, buscó otra semejanza que la matemática para las cosas difíciles. De tal modo Boecio, el más ilustre de los romanos, sostenía que nadie que no se ejercitara profundamente en las matemáticas podría alcanzar la ciencia de las cosas divinas. ¿Acaso Pitágoras, el primer filósofo, tanto por el nombre como por los hechos, no puso en los números toda la investigación de la verdad? En tanto que siguieron a éste los platónicos y nuestros filósofos más importantes como Agustín y el propio Boecio afirmaron indudablemente que el número había sido en el ánimo del creador el primer ejemplar de las cosas que habían de crearse. ¿De qué modo Aristóteles (que quiso considerar lo singular, refutando a los anteriores) pudo darnos la diferencia de las especies en las matemáticas, sino porque las comparaba con los números? Y él mismo cuando quería establecer la ciencia sobre las formas naturales, de qué modo una está en la otra, necesariamente recurría a las formas matemáticas, diciendo: así como el trígono está en el tetrágono, así el inferior está en el superior. Y me callo innumerables ejemplos semejantes a éste.

       Y también el platónico Aurelio Agustín, cuando investigó acerca de la cuantidad del alma y de la inmortalidad de la misma y de otras elevadísimas cosas, recurrió en busca de ayuda .a la matemática. Este procedimiento pareció agradar tanto a nuestro Boecio, que constantemente intentaba llevar toda la doctrina sobre la verdad a la multitud y magnitud.. .

       Y si se quiere que lo diga más compendiosamente: ¿acaso la doctrina de los epicúreos sobre los átomos y el vacío, la cual también niega a Dios y deshace toda la verdad, no pereció sólo con la demostración de los pitagóricos y peripatéticos? Es decir, que no se podía llegar a átomos indivisibles y simples, lo cual Epicuro supuso como principio. Siguiendo este camino de los antiguos y coincidiendo con ellos decimos: que como la vía de acceso a las‑ cosas divinas no se nos manifiesta sino por medio de símbolos podríamos usar con ventaja de los signos matemáticos a causa de su incorruptible certeza.

 

CAPÍTULO XII

DE QUÉ MODO HAY QUE USAR LOS SIGNOS MATEMÁTICOS A ESTE PROPÓSITO

       Puesto que por lo anteriormente dicho consta que el máximo absoluto no puede ser ninguna de aquellas cosas, que son sabidas o concebidas por nosotros; de ahí que como nos proponemos investigarlo simbólicamente es necesario trascender la simple similitud. Pues como todas las cosas matemáticas son finitas y no pueden imaginarse de otro modo, si queremos usar cosas finitas como ejemplo, para ascender al máximo absoluto, en primer lugar es necesario considerar las figuras matemáticas finitas, con sus propiedades y razones. En segundo lugar, trasladar adecuadamente estas figuras a tales infinitas figuras. Después de estas dos cosas, en tercer lugar, llevar aún más alto las razones mismas de las figuras infinitas hacia el simple infinito absolutísimo desde cualquier figura. Y entonces nuestra ignorancia, incomprensiblemente, nos enseñará cómo se entiende más recta y verdaderamente lo más elevado, trabajando en el enigma

       Así, pues, actuando y empezando bajo la dirección de la máxima verdad decimos que los santos varones y los más elevados ingenios que se apoyaron en las figuras hablaron de modo vario. El devotísimo Anselmo(l) comparaba la máxima verdad a la rectitud infinita; y siguiéndole nosotros recurrimos a la figura de la rectitud, que imagino es la línea recta. Otros muy sabios compararon el triángulo de tres ángulos iguales y rectos con la Trinidad superbendita. Y puesto que tal triángulo necesariamente tiene los lados infinitos (como es evidente) puede llamarse triángulo infinito, y a ellos nos adherimos también. Otros, que intentaron dar figura a la unidad infinita, dijeron que Dios era un círculo infinito. Aquellos que consideraron la actualísima existencia de Dios afirmaron que Dios era casi una esfera infinita.

       Nosotros mostraremos que todos a la vez concibieron rectamente el máximo, y que es la misma opinión de todos ellos.

       (1). San Anselmo. Filósofo medieval. Nació en Aosta en 1033, murió en 1111. Su obra más famosa es el Proslogion, en donde se expone su famoso argumento ontológico sobre la existencia de Dios.

 

CAPÍTULO XXIV

SOBRE EL NOMBRE DE DIOS Y LA TEOLOGIA AFIRMATIVA

       Ahora, después que (con la ayuda de Dios) por el ejemplo matemático nos afanamos en hacernos más conocedores del Primer Máximo, investigaremos, para llegar a una doctrina más completa, el nombre de Dios. Y esta investigación (si tenemos un concepto claro de las cosas ya dichas) será de fácil hallazgo. Es, pues, manifiesto, siendo el máximo el propio máximo absoluto, al cual nada se opone, que ningún nombre puede convenirle propiamente, pues todos los nombres se imponen por alguna singularidad de la razón, mediante la cual se diferencia una cosa de otra; pero allí donde todas las cosas son uno, no puede haber ningún nombre apropiado.

       Por ello dice rectamente Hermes Trismegisto que, puesto que Dios es la universalidad de las cosas, no hay ningún nombre que sea apropiado para él, ya que seria necesario o que Dios fuera designado con todos los nombres, o que todas las cosas se designaran con su nombre, por complicar él mismo en su simplicidad la universalidad de todas ellas. Por esto, según su mismo nombre propio (que es inefable para nosotros y tetragrammaton o de cuatro letras, y propio porque no le conviene a Dios por algún respecto a las criaturas, sino según su propia esencia) debe interpretarse como uno y todas las cosas o, mejor, como todas de modo uno. Y así encontramos más adecuado el nombre de unidad máxima, que es lo mismo que todas las cosas unidamente. Aún más, parece que el nombre de unidad está más cercano y es más conveniente que el de todas las cosas unidamente, y por eso dice el Profeta cómo «aquel día será Dios y su nombre será uno». Y en otra parte: .Escucha, Israel (es decir, el que ve a Dios intelectualmente), que tu Dios es uno». Pero no es la unidad del nombre de Dios en el sentido en que nosotros denominamos o entendemos la unidad, puesto que como Dios supera todo entendimiento, también a fortiori, supera todo nombre. Los nombres, ciertamente, se imponen para diferenciar las cosas mediante un movimiento de la razón, que es muy inferior al entendimiento; pero como la razón no puede trascender las cosas contradictorias, de ahí que el nombre al cual no se pueda oponer otro no nace del movimiento de la razón. Por ello, la pluralidad o la multitud se oponen a la unidad, según el movimiento de la razón.

       Esta unidad no conviene a Dios, sino la unidad a la que no se opone ni la alternidad, ni la pluralidad, ni la multitud. Éste es el nombre máximo, que complica a todas las cosas en su simplicidad de unidad. Es un nombre inefable y por encima de todo entendimiento. Pues ¿quién podría entender la unidad infinita infinitamente antecedente a toda oposición, donde todas las cosas sin composición están complicadas en la simplicidad de la unidad, donde no existe lo otro o lo diverso, donde el hombre no se diferencia del león, ni el cielo de la tierra, y, sin embargo, allí son verdaderísimamente, la propia unidad máxima, no según su finitud sino complicadamente? Por lo cual, si alguien pudiera atender o nombrar tal unidad, que siendo unidad es todas las cosas, y siendo mínimo es máximo, alcanzaría el nombre de Dios. Pero como el nombre de Dios es Dios, entonces el nombre de Éste no es conocido más que por el entendimiento, que es el mismo máximo y el nombre máximo. Estamos por ello en la docta ignorancia, pues aunque la unidad parezca el nombre más adecuado del máximo, sin embargo, dista infinitamente del verdadero nombre del máximo, que es el propio máximo.

       Es evidente por esto que los nombres afirmativos que atribuimos a Dios le convienen de modo infinitamente pequeño, pues le son atribuidos según algo que se halla en las criaturas. Pues a Dios ninguna cosa particular y discreta, y dotada de un opuesto, puede convenirle sino muy lejanamente; de ahí que todas las afirmaciones, sean convencionales, como dice Dionisio. Pues si se dice que Él es la verdad, surge la falsedad. Si se dice que es la virtud, surge el vicio. Si se dice que es la sustancia, surge el accidente; y así en lo demás. Y como Él no es la sustancia que no es todas las cosas y a la que se opone algo, ni la verdad que no es todas las cosas sin oposición, éstos nombres particulares no le convienen sino de modo infinitamente pequeño. Pues todas las afirmaciones, como ponen en Él algo de su significación, no pueden convenirle a quien no es tanto algo como todas las cosas.

       Por esto los nombres afirmativos, si le convienen, no le convienen sino en relación con las criaturas: no porque las criaturas sean causa, en cuanto que le convienen, puesto que el máximo no puede tener nada de las criaturas, sino que le convienen por su infinita potencia hacia las criaturas, pues, desde la eternidad, Dios puede crear, que si no pudiera no sería suma potencia.

       Así, pues, este nombre (creador), aunque le convenga a Él con relación a las criaturas, le conviene, sin embargo, antes de que existiera ninguna criatura, puesto que pudo crear desde la eternidad.

       Lo mismo puede decirse de la justicia y de todos los demás nombres que traslativamente atribuimos a Dios por las criaturas, a causa de alguna perfección expresada por los mismos nombres. Aunque todos estos nombres estuvieran verdaderamente en su suma perfección y complicados en su nombre infinitamente antes que se los atribuyéramos a Él, así como también todas las cosas que por estos mismos nombres sé expresan, y desde las cuales son transferidos a Dios por nosotros.

       Y es tan verdad esto acerca de todos los atributos afirmativos, que también el nombre de la Trinidad y de las personas, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo le son impuestos en relación a las criaturas. Pues como por ser Dios unidad es genitor y Padre, por ser igualdad de unidad es engendrado o Hijo, y por ser conexión de uno y otro es Espíritu Santo; entonces es claro que el Hijo se llama Hijo porque es igualdad de ser o de entidad, o unidad. Por lo cual se manifiesta que Dios desde la eternidad pudo crean cosas, aun cuando no las creara; con relación a las mismas cosas se dice Hijo, y es Hijo porque es la igualdad de ser de las cosas, por encima o por debajo de la cual las cosas no podrían ser, y así evidentemente es Hijo porque es la igualdad de la entidad de las cosas que Dios podría hacer, aun cuando no hubiera de hacerlas, porque si no pudiera hacerlas no sería ni Dios Padre o Hijo o Espíritu Santo, ni siquiera Dios.

       Por tanto, si se considera esto más sutilmente, el engendrar el Padre al Hijo fue crear todas las cosas en el Verbo, y por eso Agustín afirma que el Verbo es arte o idea con relación a las criaturas. De ahí que Dios sea Padre, porque engendró la igualdad de la unidad, y también Espíritu Santo, porque es el amor de uno y otro, y todas estas cosas con relación a las criaturas. Pues la criatura toma el ser porque Dios es Padre, se perfecciona porque es Hijo, y concuerda con el orden universal de las cosas porque es Espíritu Santo. Y éstas son las huellas que hay en cualquier cosa de la Trinidad. Y ésta es la sentencia de Aurelio Agustín, exponiendo este pasaje del Génesis: «En un principio Dios creó el cielo y la tierra», diciendo que Dios, porque es Padre, había creado los principios de las cosas.

       Por todo ello, cuanto se dice acerca de Dios mediante la teología de la afirmación se funda en una relación con las criaturas, y también en cuanto a aquellos santísimos nombres que se encuentran entre los hebreos y caldeos, en los cuales están latentes los máximos misterios del conocimiento divino, ninguno de los cuales expresa a Dios sino según alguna propiedad particular, excepto el nombre de cuatro letras, que son x v h v el cual es propio e inefable, interpretado elevadamente, acerca de los cuales Jerónimo y el rabí Salomón tratan extensamente en el libro Ducis neutrorum, como puede verse.

 

CAPITULO XXV

LOS GENTILES LLAMABAN A DIOS DE DISTINTAS MANERAS CON RELACIÓN A LAS CRIATURAS

       De igual manera los paganos llamaban a Dios con varios nombres relacionados con las criaturas. Júpiter, en razón de su admirable piedad. Pues dice Julio Fírmico que Júpiter es una estrella hasta tal punto favorable que si sólo él reinase en el cielo, los hombres serían inmortales, También Saturno, por la profundidad de sus pensamientos e inventos en las cosas necesarias para la vida. Marte, por las victorias bélicas. Mercurio, por la prudencia en los consejos. Venus, por el amor conservador hacia la naturaleza. Sol, por el vigor de los movimientos naturales. Luna, por la conservación de los humores que producen la vida. Cupido, por la unidad del doble sexo, por lo cual también le llamaron Naturaleza, puesto que por el doble sexo se conservan las especies de las cosas. Hermes atribuye doble sexo a todas las cosas, tanto a los animales como no animales, por lo cual la causa de todo, es decir, Dios, reúne en sí el sexo masculino y el femenino, explicación de lo cual creía él que eran Cupido y Venus.

       También Valerlo Romano, afirmando lo mismo, cantaba a Júpiter omnipotente, Dios genitor y genitora. Por lo que llamaba a Cupido, en cuanto una cosa desea la otra, hijo de Venus, o sea de la misma belleza natural. Y a Venus la llamaban hija del omnipotente Zeus. Por lo cual la naturaleza y todos los templos relativos a ella, así como los de la paz, la eternidad y la concordia, p¦nqeon, en el que estaba el altar del Término infinito, que carece de término, en el medio, al aire libre, y otras cosas semejantes nos instruyen de que los paganos nombraban a .Dios de muchas maneras respecto de las criaturas. Todos estos nombres son explicaciones de la complicación de un solo nombre inefable. Y en cuanto que el nombre propio es infinito contiene .estos infinitos nombres de perfecciones particulares. Por lo cual las explicaciones pueden ser muchas, pero nunca tantas que no puedan ser más, cualquiera de las cuales se relaciona con el nombre propio e inefable, como lo finito o lo infinito.

       Los antiguos paganos se burlaban de los judíos porque adoraban a un Dios infinito que ignoraban, al cual ellos mismos, sin embargo, habían venerado en sus explicaciones, el mismo que ellos veneraban naturalmente allí donde habían observado sus obras. Y ésta fue entonces la diferencia entre todos los hombres, que todos creyeron en un Dios máximo, mayor que el cual nada había, al cual unos, como los judíos y sisenios, rendían culto en su simplicísima unidad, en cuanto que es complicación de todas las cosas. Pero otros le rendían el culto en aquellas cosas en que encontraban la explicación de su divinidad, aceptando lo conocido sensiblemente, como vía hacia la causa y el principio: y por esta última vía fueron arrastradas las gentes del pueblo, que no utilizan la explicación como imagen, sino como verdad, cosa por la cual la idolatría fue introducida en el vulgo por sabios que creían efectivamente en la unidad divina.

       Todo esto puede ser evidente para quien haya leído con diligencia a Tulio en La naturaleza de los dioses, y a los filósofos antiguos. Sin embargo, no negamos que algunos de los paganos hayan entendido a Dios, pues como entidad de las cosas existe fuera de las cosas de otro modo que por abstracción; de modo distinto a la materia prima que no existe fuera de las cosas más que por abstracción. Y éstos, que fundamentaban la idolatría con razones, habían adorado a Dios en las criaturas. Algunos pensaban que le podían llamar y algunos de ellos le invocaban por medio de los ángeles, como los sisenios. Pero los gentiles le invocaban en los árboles, como leemos acerca del árbol del Sol y de la Luna. Algunos le amaban en el aire, el agua, o en los templos con ciertos cantos. De qué modo todos ellos se apartaron de la verdad queda manifiesto por lo dicho anteriormente.

 

CAPITULO XXVI

SOBRE LA TEOLOGÍA NEGATIVA

       Puesto que el culto de Dios, que debe ser adorado en espíritu y verdad, se funda por necesidad en las cosas positivas que afirman a Dios, de ahí que toda religión asciende en su culto mediante la teología afirmativa, adorando a Dios como uno y trino; como sapientísimo, piadosísimo, luz inaccesible, vida, verdad y otras cosas más, y siempre le alcanza dirigiendo el culto por la fe, el cual es alcanzado con más verdad por la docta ignorancia; es decir, creyendo que. éste, a quien adoran como uno, es todas las cosas juntamente; y al que rinde culto como luz inaccesible, no es ciertamente una luz, en cuanto cosa corporal, a la que se oponen las tinieblas, sino la más simple e infinita, en la cual las tinieblas son luz infinita, y que esta luz infinita luce siempre en las tinieblas de nuestra ignorancia, pero las tinieblas nunca podrán abarcarle.

       Y así la teología de la negación es tan necesaria a la de la afirmación que sin ella no se le rendiría culto a Dios en cuanto Dios infinito, sino antes en cuanto criatura, y tal culto es idolatría, pues tributa a la imagen aquello que sólo conviene a la verdad. De ahí la utilidad que tendrá tratar un poco acerca de la teología negativa.

       La sagrada ignorancia nos enseña que Dios es inefable, porque es infinitamente mayor que todas las cosas que pueden ser nombradas, y esto porque sobre lo más verdadero hablamos con más verdad por medio de la remoción y de la negación, como hizo el gran Dionisio, el cual no pensó que Él fuera ni verdad, ni entendimiento, ni luz, ni cualquier otra cosa de las que pueden ser dichas, y al cual le siguió el rabí Salomón y todos los sabios. Por lo cual, según esta teología negativa, no es Padre, ni Hijo, ni Espíritu Santo, en cuanto que es sólo infinito. Y la infinidad no es, en cuanto infinidad, ni generante, ni engendrada, ni naciente. Por lo cual, Hilario Perictavensis dijo, sutilísimamente, mientras distinguía las personas: «In aeterno infinitas species in imagine, usus in numere» queriendo decir que aunque en la eternidad no podemos ver sino la infinidad, sin embargo, la infinidad, que es la misma eternidad, siendo negativa, no puede entenderse como generadora, sino como eternidad, y que la eternidad es afirmativa de la unidad o presencia máxima, por lo que es principio sin principio. Species in imagine significa principio por un principio. Usus in numere significa procesión de uno a otro.

       Todo ello es muy evidente según las cosas dichas anteriormente, pues aunque la eternidad sea infinita; de tal modo que la eternidad no sea más causa del Padre que lo sea la infinidad, sin embargo, según el modo de la consideración la eternidad se atribuye al Padre y no al Hijo o al Espíritu Santo. La infinidad, sin embargo, se atribuye tanto a una persona como a las otras, puesto que la propia infinidad, según la consideración de la unidad pertenece al Padre; y según la consideración de la igualdad de la unidad, al Hijo; y según la consideración de la conexión, al Espíritu Santo. Según la simple consideración de la infinidad ni al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo. Y aunque la propia infinidad y eternidad sea cualquiera de las tres personas y, viceversa, cualquier persona sea la infinidad y la eternidad, no es, sin embargo, según la consideración anterior. Puesto que, según la consideración de la infinidad, Dios no es ni uno ni varios, y no se halla en Dios, según la teología de la negación, otra cosa que infinidad. Y no es según ella cognoscible en este siglo, ni en el futuro, ya que toda criatura, en cuanto que no puede comprender la luz infinita, está en las tinieblas con respecto a ella, la cual sólo es conocida por sí misma.

       Por esto se manifiesta cómo las negaciones son verdaderas y las afirmaciones insuficientes en las cuestiones teológicas, y por lo mismo las negaciones que remueven las cosas más imperfectas de lo que es perfectísimo son más verdaderas que las otras. Y porque es más verdadero que Dios no es piedra, que no es vida o inteligencia y que no es ebriedad más que no es virtud, pues es más verdadera la afirmación que dice que Dios es inteligencia y vida que tierra, piedra o cuerpo. Todas estas cosas resultan clarísimamente de todo lo expuesto antes. De todo ello concluimos que la exactitud de la verdad luce incomprensiblemente en las tinieblas de nuestra ignorancia. Y ésta es la docta ignorancia que investigamos, sólo mediante la cual, según explicamos, podemos alcanzar el máximo Dios unitrino, de infinita bondad, según los grados de la propia doctrina de la ignorancia, para que con todas nuestras fuerzas podamos alabar siempre al que siempre se nos muestra como incomprensible y que sea bendecido sobre todas las cosas en los siglos. Amén.

Fin del libro primero de La docta ignorancia.