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JOSÉ ÁNGEL BUESA
SU OBRA 3
SEMBRAR
Alza la mano y siembra, con un gesto
impaciente,
en el surco, en el viento, en la arena,
en el mar...
Sembrar, sembrar, sembrar, infatigablemente:
En mujer, surco o sueño, sembrar,
sembrar, sembrar...
Yérguete ante la vida con la fe
de tu siembra;
siembra el amor y el odio, y sonríe
al pasar...
La arena del desierto y el vientre de
la hembra
bajo tu gesto próvido quieren
fructificar...
Desdichados de aquellos que la vida maldijo,
que no soñaron nunca ni supieron
amar...
Hay que sembrar un árbol, un ansia,
un sueño, un hijo.
Porque la vida es eso: Sembrar, sembrar,
sembrar!
Puedo tocar tu mano sin que tiemble la
mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día
y otro día...
y no puedo olvidar.
Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente...
y no puedo olvidar.
Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, así
como al azar...
puedo verte con otro, sin suspirar siquiera,
y no puedo olvidar.
Ya ves: tú no sospechas este secreto
amargo,
más amargo y profundo que el secreto
del mar...
porque puedo dejarte de amar, y sin embargo...
¡No te puedo olvidar!
CARTA
SIN FECHA
Amigo: sé que existes, pero ignoro
tu nombre.
No lo he sabido nunca ni lo quiero saber.
Pero te llamo amigo para hablar de hombre
a hombre,
que es el único modo de hablar
de una mujer.
Esa mujer es tuya, pero también
es mía.
Si es más mía que tuya,
lo saben ella y Dios.
Sólo sé que hoy me quiere
como ayer te quería,
aunque quizá mañana nos
olvide a los dos.
Ya ves: ahora es de noche. Yo te llamo
mi amigo;
yo, que aprendí a estar solo para
quererla más;
y ella, en tu propia almohada, tal vez
sueña conmigo,
y tú, que no lo sabes, no la despertarás.
¡Qué importa lo que sueña!
Déjala así, dormida.
Yo seré como un sueño sin
mañana ni ayer.
Y ella irá de tu brazo para toda
la vida,
y abrirá las ventanas en el atardecer.
Quédate tú con ella. Yo
seguiré el camino.
Ya es tarde, tengo prisa, y aún
hay mucho que andar,
y nunca rompo el vaso donde bebí
un buen vino,
ni siembro nada, nunca, cuando voy hacia
el mar.
Y pasarán los años favorables
o adversos,
y nacerán las rosas que nacen
porque sí;
y acaso tú, algún día,
leerás estos versos,
sin saber que los hice por ella y para
ti...
POEMA
PARA EL CREPÚSCULO
Hora de soledad y de melancolía,
en que casi es de noche y casi no es
de día.
Hora para que vuelva todo lo que se fue
hora para estar triste, sin preguntar
por qué.
Todo empieza a morir cuando nace el olvido.
Y es tan dulce buscar lo que no se ha
perdido...
¡Y es tan agria esta angustia terriblemente
cierta
de un gran amor dormido que de pronto
despierta!
Viendo pasar las nubes se comprende mejor
que así como ellas cambian, va
cambiando el amor,
y aunque decimos: ¡Todo se olvida,
todo pasa...!
en las cenizas, a veces nos sorprende
una brasa.
Porque es triste creer que se secó
una fuente,
y que otro beba el agua que brota nuevamente:
o una estrella apagada que vuelve a ser
estrella,
y ver que hay otros ojos que están
fijos en ella.
Decimos: ¡Todo pasa, porque todo
se olvida...!
y el recuerdo entristece lo mejor de
la vida.
Apenas ha durado para amarte y perderte
este amor que debía durar hasta
la muerte.
Fugaz como el contorno de una nube remota,
tu amor nace en la espiga muriendo en
la gaviota.
Tu amor, cuando era mío, no me
pertenecía.
Hoy, aunque vas con otro, quizás
eres más mía.
Tu amor es como el viento que cruza de
repente:
Ni se ve, ni se toca, pero existe y se
siente.
Tu amor es como un árbol que renunció
a su altura,
pero cuyas raíces abarcan la llanura.
Tu amor me negó siempre lo poco
que pedí,
y hoy me da esta alegría de estar
triste por ti.
Y, aunque creí olvidarte, pienso
en ti todavía,
cuando, aun sin ser de noche, dejó
de ser de día.
Quizás estando sola, de noche,
en tu aposento
oirás que alguien te llama sin
que tú sepas quién
y aprenderás entonces que hay
cosas como el viento
que existen ciertamente, pero que no
se ven...
Y también es posible que una tarde
de hastío
como florece un surco, te renazca un
afán
y aprenderás entonces que hay
cosas como el río
que se están yendo siempre, pero
que no se van...
O al cruzar una calle, tu corazón
risueño
recordará una pena que no tuviste
ayer,
y aprenderás entonces que hay
cosas como el sueño,
cosas que nunca han sido, pero que pueden
ser...
Por más que tú prefieras
ignorar estas cosas
sabrás por qué suspiras
oyendo una canción
y aprenderás entonces que hay
cosas como rosas,
cosas que son hermosas, sin saber que
lo son...
Y una tarde cualquiera, sentirás
que te has ido
y un soplo de ceniza regará tu
jardín,
y aprenderás entonces que el tiempo
y el olvido
son las únicas cosas que nunca
tienen fin.
CANCIÓN
DEL VIAJE
Recuerdo un pueblo triste y una noche
de frío
y las iluminadas ventanillas de un tren.
Y aquel tren que partía se llevaba
algo mío,
ya no recuerdo cuándo, ya no recuerdo
quién.
Pero sí que fue un viaje para
toda la vida,
y que el último gesto fue un gesto
de desdén,
porque dejó olvidado su amor sin
despedida
igual que una maleta tirada en el andén.
Y así, mi amor inútil,
con su inútil reproche,
se acurrucó en su olvido, que
fue inútil también.
Como esos pueblos tristes, donde llueve
de noche,
como esos pueblos tristes, donde no para
el tren.
Te contaré la historia del bergantín
sombrío
que echó un día las anclas
en la quietud de un puerto,
para ser en la turbia resaca del hastío,
el ataúd flotante de su pasado
muerto.
Allí evocaba el luto de la insignia
pirata
y las tripulaciones con su bárbaro
coro,
en las fosforescencias de las noches
de plata
y en el deslumbramiento de las tardes
de oro.
Allí, en largos letargos bajo
las nubes lentas,
entre un enloquecido revuelo de gaviotas,
adoraban el soplo brutal de las tormentas,
en sus podridos pliegues, las pobres
velas rotas.
Abajo, en la sentina, mortecinos fanales,
moscas y telarañas y barriles
flotando,
arriba en la cubierta, náufragos
espectrales
agitando los puños hacia el puente
de mando.
Ah, las islas del trópico, los
dulces archipiélagos
para siempre en los mapas de la mala
fortuna,
y un buque torvamente rondando los murciélagos
mientras las mariposas vuelan hacia la
luna.
Viejo barco que supo que el confín
no es redondo
en las noches siniestras y en las albas
felices,
con las anclas hundidas más y
más en el fondo
como si de las anclas le nacieran raíces.
Mástiles carcomidos donde las
golondrinas
reposan el otoño, como un último
ultraje;
timón con verdes costras de lepras
submarinas
y brújula sin norte para morir
un viaje.
Vientos del sur, o lluvias o locas primaveras,
que poco importa todo para los barcos
viejos;
pero un escalofrío crujía
en sus maderas
al zarpar otras naves y al perderse a
lo lejos.
Allí, escuchando el himno de las
resacas gordas,
vaivén de espumas negras que nunca
finaliza,
se hubiera dicho un barco cargado hasta
las bordas
con un gran contrabando funeral de ceniza.
Y allí estaba, en el puerto, con
su largo letargo,
de proa hacia el olvido, muriendo hacia
el poniente.
Y, sin embargo un día... Ah, un
día, sin embargo,
sopló un viento de rosas, maravillosamente.
Era el sagrado soplo de amor que transfigura
los seres y las cosas en el tiempo sin
fin
y le dio un casco nuevo con nueva arboladura
y nueve velas blancas al viejo bergantín.
Y así fue que en la gloria de
una alegre mañana,
con la proa hacia el sueño y el
timón al azar,
esta vez bajo el mando de gentil capitana,
el bergantín sombrío se
echó de nuevo al mar.
Y así acaba este cuento que es
más tuyo que mío,
tú, que escuchas mi cuento convertido
en canción;
tú, gentil capitana del bergantín
sombrío,
del bergantín sombrío que
era mi corazón.
LA
SED INSACIABLE
Decir adiós... La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo...
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.
Amar y amar toda la vida,
y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama...
Y no saber por qué se olvida...
Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte alguna.
Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.
Porque en sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.
Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa.
LA
DAMA DE LAS PERLAS
Yo he visto perlas claras de inimitable
encanto,
de esas que no se tocan por temor a romperlas.
Pero sólo en tu cuello pudieron
valer tanto
las burbujas de nieve de tu collar de
perlas.
Y más, aquella noche del amor
satisfecho,
del amor que eterniza lo fugaz de las
cosas,
cuando fuiste un camino que comenzó
en mi lecho
y el rubor te cubría como un manto
de rosas.
Yo acaricié tus perlas, sin desprender
su broche,
y las vi, como nunca nadie más
podrá verlas,
pues te tuve en mis brazos, al fin, aquella
noche
vestida solamente ¡con tu collar
de perlas!
AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001
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