ðHwww.oocities.org/es/beatriz_luna/rimbaud.htmwww.oocities.org/es/beatriz_luna/rimbaud.htm.delayedxjÕJÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÈ`©l-OKtext/html¸l-ÿÿÿÿb‰.HWed, 29 Sep 2004 04:13:07 GMTpMozilla/4.5 (compatible; HTTrack 3.0x; Windows 98)en, *jÕJl- Poesía Arthur Rimbaud

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Arthur Rimbaud
Datos Biográficos


SUEÑO PARA EL INVIERNO

Cuando llegue el invierno iremos en un pequeño vagón rosa
con almohadones azules.
Estaremos bien; un nido de locos besos nos espera
en los mullidos rincones.

Tú cerrarás los ojos para no ver, tras el cristal,
gesticular las sombras nocturnas,
esas monstruosidades hurañas, populacho
de demonios y lobos negros,

Luego sentirás la mejilla rasguñada...
un pequeño beso, como una loca araña,
correrá por tu cuello...

tú me dirás: "Busca", con la cabeza inclinada,
-Y buscaremos juntos esa bestia;
-Que viaja ligera...


EL ARMARIO

Es un gran armario tallado, de roble oscuro,
tan viejo que ha tomado el aire de la gente vieja;
al abrirse, vierte con su sombra un olor
de vinos añejos, de perfumes insinuantes;

repleto por el desorden de viejas antiguallas,
de lenceria olorosa y amarillenta, de trapos
de mujeres o de niños, de encajes marchitos,
de pañuelos de abuela con grifos pintados;

en él se encuentran medallones, mechas
de cabellos blancos o rubios, retratos, flores secas
mezcladas en perfumes de frutas.

Oh, armario de viejos tiempos, conoces muchas historias,
quisieras contarlas, cuando tus chirridos
abren lentamente tus grandes puertas negras.


EL BARCO EBRIO

Cuando descendía por ríos impasibles
dejé de sentirme guiado por los remeros:
Pieles Rojas bravos, para hacer puntería,
los clavaron en cepos de colores.

No me importaban nada todos los equipajes
llevaran trigo flamenco o algodones ingleses.
Cuando finalizó el escándalo de los remeros
los ríos me dejaron descender a gusto.

Entre los chapoteos furiosos de los mares,
yo, el otro invierno, más sordo que el cerebro de los niños,
corrí. Y las penínsulas desamarradas
no sufrieron jamás penas tan triunfantes.

La tempestad bendijo mis desvelos marinos,
más liviano que un corcho, bailé sobre las olas:
y las llamas eternas arrolladoras de víctimas.
Diez noches sin ver el ojo de los faros.

Más dulce que a los niños las manzanas maduras,
el agua penetró en mi casco de abeto,
y me lavó las manchas de vinos azules y vómitos,
dispersando el timón y el velamen.

Desde entonces, me bañé en el poema
del mar, infundido de estrellas, lactescente,
devorando los azules verdes donde a veces flota,
lívido y pensativo, un ahogado.

Algo tiñe de pronto el azul, delirios
y ritmos lentos bajo la rutilación del día,
más fuertes que el alcohol, más amplios que las liras,
fermentando las rojeces amargas del amor.

Sé de cielos que estallan en rayos, sé de trombas,
resacas y corrientes, sé de tarde,
del alba exaltada igual que un pueblo de palomas,
y he visto algunas veces lo que el hombre creyó ver.

He visto el ocaso manchado de horrores místicos,
iluminando a lo lejos, coágulos violetas,
igual que los actores de dramas muy antiguos
las olas rodando a lo lejos con temblores muaré.

Soñé la noche verde de nieves deslumbrantes,
besos subiendo a los ojos desde el mar con lentitud,
la circulación de savias inauditas,
y el despertar amarillo y azul de fósforos cantores.

Seguí durante meses enteros igual que el ganado
hstérico, a las olas que se estrellaban en los arrecifes,
sin pensar que los pies luminosos de las Marías
pudieran forzar el morro de los oceános asmáticos.

He embestido, sépanlo, increíbles floridas,
mezclas de flores, ojos de pantera y piel
de hombres. Arcos iris tendidos como bridas
sobre el horizonte marino, a glaucos rebaños.

He visto fermentar los pantanos enormes trampas
en cuyos juncos se pudre un Leviatán;
vi derrumbarse las aguas en medio de bonanzas
en lejanos abismos cayendo en cataratas.

Glaciares, soles de plata, olas nacaradas, cielos de brasas,
encalladuras odiosas al fondo de golfos oscuros,
donde serpientes gigantes devoradas por chinches
caen, desde árboles torcidos, entre negras fragancias.

Hubiese querido mostrar a los niños, en las olas
esos peces dorados, cantores.
-Las espumas floridas han mecido mis fugas,
y vientos inefables me prestaron sus alas.
A eces, cansado de polos y de meridianos,
el mar, cuyo sollozo amaina mi balanceo,
me alzó sus flores de sombras de ventosas amarillas
pero yo seguí, igual que una mujer de rodillas...

Casi una isla, sacudía de mi borda las querellas
y los excrementos de pájaros cantores de ojos rubios.
y bogaba, mientras en mi endeble cordaje
los ahogados descendíasn a dormir, reculando.

Y yo, barco perdido en la maraña de algas,
lanzado por el huracán contra el éter sin pájaros,
a quien los monitores y los veleros de Hansá
no hubiesen salvado este casco ebrio de agua

libre, humeante, montado por brumas violetas,
yo que traspasaba el cielo rojizo como un muro
que lleva confitura exquisita para buenos poetas,
líquenes del sol y mocos de azur

yo corría, manchado de lúnulas eléctricas,
tabla loca escoltada por hipocampos negros,
cuando los julios desplomaban a bastonazos
los cielos ultramarinos de ardientes tolvas;

yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
el celo de los Behemots y los Maêlstrons espesos,
hilandero eterno de inmovilidades azules,
siento nostalgia de la Europa de viejos parapetos.

¡Vi los archipiélagos siderales! Islas
donde los cielos delirantes se abren al viajero.
-¿Es en estas noches sin fondo que tú duermes y te exilas,
millón de pájaros de oro, oh futuro Vigor?

¡Pero, de verdad, lloré demasiado! las albas son tristes
toda luna es atroz y todo sol amargo:
el acre amor me ha hinchado de torpes embriagueces.
¡Oh, que mi quilla estalle! ¡Oh, que me hunda en el mar!

Si deseo un agua de Europa, es el charco
negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado,
un niño agachado, lleno de tristeza, suelta
un frágil barco, como una mariposa de mayo.

No puedo más, bañado de languideces, oh olas,
arrancar su estela a los cargueros de algodones,
ni traspasar el orgullo de las banderas flameantes,
ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones.


LA ESTRELLA BAÑÓ DE ROSA

La estrella bañó de rosa el corazón de tus orejas,
el infinito rodó blanco desde tu nuca hasta la cintura;
el mar perló de rosa tus senos bermejos
y el Hombre sangró negro entre tus piernas soberanas.


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