El camino de las viñas Sólo en Mendoza se pueden visitar más de 80 bodegas, y algunas ya ofrecen la posibilidad de hospedarse en la mis- ma finca. Una ruta al pie de la Cordillera Algunas lo dicen, muchas todavía no se animan, pero lo proyectan. Lo cierto es que la mayoría de las bodegas mendocinas tiene un ojo puesto en el vino y el otro en el turismo. Visitas guiadas, almuerzos, degustaciones, cursos, charlas, y ahora también hospedaje dentro de las fincas. En los últimos años, casi desde que los argentinos descubrimos el placer de degustar un vino fino, las opciones se diversificaron y la ruta del vino es uno de los productos turísticos más vendidos de la provincia. "A diferencia de la nieve, que se disfruta en invierno, y de la aventura, que tiene su mejor época en verano, las bodegas se pueden recorrer y conocer todo el año, y prácticamente ya no hay turista que no las visite", destaca Mariana Juri, subsecretaria de Turismo de Mendoza. |
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Los caminos del vino son generosos, como el suelo y el clima de esta tierra, que da viñedos sanos y cargados de racimos madurados por el sol. Sólo en esta provincia se cuentan 1500 bodegas, de las cuales se visitan alrededor de 80. Algunas son centenarias, otras acaban de cumplir su primer año, unas reciben hace años, otras apenas abrieron sus puertas hace meses. Son muchas y no es cuestión de pasarse el día de bodega en bodega porque resultaría hasta aburrido ver tantos tanques de acero, salas de barricas y toneles de roble francés o americano, viejos o nuevos. Es importante planificar la ruta y aderezarla con un toque de arte, otro de naturaleza y una buena parada gastronómica. Poder respirar el ambiente fresco y húmedo de una cava, sentir en el alma la sólida presencia de la Cordillera que está a un paso y, sobretodo, tomar el circuito con calma, poco a poco, como un buen vino. En las bodegas hay guías que cuentan cómo se hace el vino, las tendencias en la elaboración y los productos del establecimiento, luego un técnico suele hacer una degustación y en general se termina en una boutique. Los viajeros que recorran la ruta del vino por su cuenta deben considerar que la siesta mendocina es sagrada, así que en lugar de pautar una visita para las 2 de la tarde, mejor contagiarse y separar el día en dos mitades definidas con un lindo recreo en el medio. Los misioneros jesuitas fueron los primeros en elaborar vino en la Argentina, en el siglo XVI. Sin embargo, la producción vitivinícola adquirió importancia con la llegada de los inmigrantes españoles, italianos, franceses y alemanes. La Rural, la bodega fundada por Felipe Rutini en 1890, está entre las clásicas y, como tal, es un buen comienzo. Alberga, entre antiguos toneles de roble y techos de caña y barro, el Museo San Felipe –en honor a la marca más tradicional de la bodega–, con una importante colección que traza un recorrido por la historia de la cultura vitivinícola en el país. En un espacio largo y angosto se acomodan cerca de cinco mil piezas originales, muchas utilizadas en el viejo Vierreinato del Río de la Plata. Como un lagar de cuero de buey, las tinajas para la fermentación y guarda, las moledoras, prensas, utensilios de filtrado, vetustas botellas y hasta carruajes. En la antigua casa patronal, que se parece a una estación de tren inglesa, es posible ver de una buena vez el resultado del trabajo de aquellas mujeres que en lugar de casarse se quedaban a vestir santos. En un cuarto pequeño se exponen 700 imágenes de la zona de Cuyo, talladas en madera, vestidas y pintadas. Se destaca, también, en Finca La Anita la colección de santos cuyanos, tallados en madera, originales del siglo XIX, que pertenecieron a una tía de los hermanos Mas, renombrada coleccionista mendocina. Antonio y Manuel Mas inauguraron la Finca en 1990 en una vieja construcción, al estilo de las bodegas pequeñas de Europa –no les gusta llamarla boutique, que es simplemente un lugar de venta–, en las que el cuidado de las uvas propias y el seguimiento personalizado de la producción garantizan vinos con personalidad y en partidas reducidas. Son 70 hectáreas en la zona más alta de Agrelo, casi al borde del desierto que separa Luján de Cuyo y Tupungato, frente a los picos más altos de los Andes. Con cita previa y según el humor del enólogo se puede dar un paseo por los viñedos, echar una mirada a los relucientes tanques de acero y espiar la de barricas de roble francés, tal vez probar alguna novedad. | |||||||||||||
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Se
podría decir que Dolium es puro contraste con La Rural. De afuera parece un
búnker o una casa moderna perdida en alguna ruta de Estados Unidos, y la bodega
es invisible. Así como para mejorar los vinos los antiguos romanos lo almacenaban
bajo tierra, en frescas y oscuras galerías con las clásicas ánforas –dolium,
en latín–, ésta es una bodega subterránea, la primera en la Argentina,
explica Mario Giadorou, que incursionó en este mundo del vino después de jubilarse
y está más que entusiasmado con su bodega boutique. La bodega entera está bajo
tierra, "de esta forma, la temperatura fresca y constante, a 15º C, está naturalmente
controlada sin refrigeración artificial". La construcción de cemento, acero
y vidrio tiene el sello de estos tiempos. "Yo quise que se leyera en la estructura
que es de 2000", aclara Giadorou.
El
plato fuerte de la ruta del vino son, obviamente, las bodegas. Pero también
el camino con el horizonte tallado de cumbres nevadas o doradas a la caída del
sol, y las largas extensiones de prolijos viñedos, que según el momento del
año lucen esquemáticos, plenos de verdor, o cargados de uvas.
Una
posta, un lugar acogedor para pasar la noche no muy lejos de Mendoza y en el
corazón de la ruta del vino es la Casona Baquero. Construido a fines del siglo
XIX, el edificio fue declarado Patrimonio Histórico de Maipú. Rodeada de palmeras
y casuarinas, fue reciclada por las hermanas Grisi y Marcela Baquero.
"Baquero
es una de las pocas bodegas que sigue en manos de la familia original, con todo
lo que eso significa y cuesta", dicen. Por la noche y a la mañana se puede salir
a caminar por la finca, bajo los olivos centenarios, entre plantaciones de ajos
y, claro está, por los viñedos, con un rosal en cada esquina.
Antes
de abandonar la casona, mucho mejor al atardecer o ya de noche, asómese a la
cava húmeda y diminuta debajo de la casa mayor, y a tomarse un vino bajo la
mirada atenta y algo mexicana de la Virgen del Vino, pintada por Roggerone.
Dulces sueños y cuidado con la cabeza, el techo está muy bajo.
Además
de una visita a la bodega, apta para todos los turistas, Nieto Senetiner baraja
una propuesta más ambiciosa: cursos para enófilos de tres días y dos noches,
durmiendo en la misma finca de Vistalba, que según cuentan debe su nombre a
las increíbles vistas de la Cordillera al alba. Un lujo. A metros de los viñedos
y de las antiguas piletas de fermentación y barricas de roble francés, es imposible
no aprender aunque sea por ósmosis.
Con
el orgullo y la responsabilidad de formar un muy buen equipo, el enólogo Roberto
González y el ingeniero agrónomo Tommy Hughes se encargan de que los participantes
abandonen las instalaciones embebidos literalmente de saber. Este año se incursionó
con éxito en la experiencia de la poda. Con tijeras y guantes, y bajo el ala
directora de Hughes, los alumnos se capacitaron para podar la vid y entender
cómo y por qué.
Más
alejada del circuito tradicional, pero casi pegada a la Cordillera, la Posada
Salentein riega el Alto Valle de Uco con una concepción VIP del turismo. Sólo
un puñado de habitaciones contribuyen a una atención cinco estrellas, preferida
por los extranjeros.
La
posada está dentro de los viñedos de bodegas Salentein, a 100 kilómetros de
Mendoza y 1.200 metros sobre el nivel del mar. Siempre hace unos grados menos
que en la ciudad y siempre es buen momento para salir a caminar y perderse entre
las delicadas flores rosadas de los duraznos y jugar a la escondida entre los
surcos de cepas merlot y pinot noir. Pero sobre todo, para marearse entre las
tres mil barricas de roble, en la majestuosa cava de la bodega, según los amigos
de la casa, una catedral del vino.
Por
Carolina Reymúndez, Producción: Baby Padilla, La Nacion, 27 de octubre de 2002 |
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Circuito
La
manera ideal para recorrer la ruta del vino es en auto y por cuenta propia para
elegir qué bodegas visitar. En este caso conviene acercarse a la Subsecretaría
de Turismo, San Martín 1143; (0261)4202357/2458, para obtener información y
mapas, porque la señalización es todavía muy precaria. Los que no manejen esa
posibilidad pueden recurrir a las agencias de viaje locales que organizan visitas
a las bodegas. Un programa de medio día cuesta alrededor de $ 15.
Otros
destinos
La Rural. Montecaseros 2625, Maipú; (0261) 4972013 Dolium. Ruta provincial 15-km 30, Agrelo; (0261) 4900200 Finca La Anita. Alto Agrelo, Luján de Cuyo. En Buenos Aires, 4325-4498 Nieto Senetiner. Vistalba; (0261)4980315; amantesdelvino@nietosenetiner.com.ar Salentein. Ruta 89 esq. Elias Videla, (0261) 4238529 Norton. Ruta 15, km 23,5, Perdriel. Luján de Cuyo; (0261) 4880480 Navarro Correas. Calle Aráoz, Ruta 60; km 1, Luján. (0261) 4960957 Terrazas. Thames y Cochabamba, Perdriel, Luján de Cuyo; (0261) 4880058 La Agrícola. Ruta provincial 33, km 7,5; Maipú (0261) 4272027 Catena Zapata. Cobos, Agrelo, Luján de Cuyo (0261) 4900214 Chandon. Ruta 40, km 29. Agrelo; (0261) 4909966 Luigi Bosca. San Martín 2044, Luján (0261) 4981974 López. Ozamis 375. Maipú; (0261) 4972406 Trapiche. Nueva Mayorga s/n, Maipú (0261) 4972388 Lagarde. San Martín 1745, Luján; (0261) 4972388 Bianchi. Ruta 143 y calle El Salto, San Rafael (02627) 43535 |
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