El
Pavoso Bush
Rosa Miriam Elizalde
MAR DEL PLATA.— Lo solemne es picúo
para el cubano y pavoso para el venezolano. En todo el cono sur tener pava
significa seguro contagio de mala suerte, como diría Gabriel García Márquez,
supersticioso de campeonato que huye de ella con razones no siempre explicables.
Por ejemplo, el Nobel colombiano no usa frac negro ni chaqueta a cuadros, ni se
deja acompañar por otras rosas que no sean amarillas; huye de los seres sombríos
y desprecia el oro porque está seguro de que es “el cagajón del Diablo”.
En
el formidable acto del viernes en Mar del Plata, ante más de 40 000 personas,
Hugo Chávez dijo que prefería no encontrarse con el Presidente norteamericano
en la Cumbre de las Américas, porque “Bush es pavoso”. Tiene tan mala
sombra que quien está a su lado siempre es sospechoso de criminal, cuando no de
imbécil. Y a nadie —salvo en casos de aberración y cipayismo a ultranza—
se le ocurre hacerle hoy cumplidos a alguien que, se sabe, está condenado al
fracaso con su fanatismo antiterrorista, sus bombardeos quirúrgicos y la
puerilidad de sus grandes mentiras.
Por
pura casualidad, el diario argentino Página 12 publicaba el anuncio de un
tabloide gratuito que regalarán este domingo, con frases de Bush. Reproducían
dos o tres, a modo de carnada para los lectores, y entre ellas la que salió de
la boca de W., el estadista, cuando un reportero quiso saber qué se había
discutido en una reunión parecida a la de Mar del Plata: “la pregunta
realmente importante es ¿a cuántos he dado la mano?”
Con
buena suerte, esta vez no será la de Chávez, ni la de la gente que no pudo
pasar las vallas que enjaulaban la Cumbre de las Américas, pero que se lanzó
al otro lado de la calle o llegó acá desde los lugares más extraños para
protestar por la presencia del emperador. Y para espantar esa mala suerte que
acompaña todas sus decisiones y su visión de la América Latina como patio
trasero, con ríos interminables de riquezas que se pueden explotar hasta el
hartazgo. Visión equivocada que ignora que bajo la superficie de ese afluente
hubo y hay otra vida, subterránea, densa, acumulativa, que puja por irrumpir
contra las maldiciones que vienen del Norte y que casi nos han convencido de que
en nuestro continente se canta mejor el tango, la quebrada y el lamento que la
esperanza.
En
cierto modo, es verdad que hay más posibilidades de encontrar sirenas en el
Amazonas que gente ilusionada por las calles de nuestro mundo. Sin embargo, en
este acto de Mar del Plata vi dentro de un estadio, resistiendo la lluvia, el
viento y un frío de perros, a mucha de esa gente, deslumbrada por las palabras
de Chávez, presintiendo que aquello, más que como fecha histórica, quedaría
como un definitivo referente del camino revolucionario.
El
líder venezolano sabe muy bien que por estas latitudes las ilusiones se manejan
con suma cautela y una considerable dosis de pudor. Un buen deseo sin hechos que
lo sostenga es también medio pavoso, y como nadie quiere pasar por tal, si es
portador de alguna clase de ilusión la comunica más con la mirada que con
palabras. Así que, cuando el Presidente bolivariano habló del ALBA y del ALCHA
(la Alternativa contra el hambre), y de Telesur, de Petrosur y hasta de una
posible Organización del Atlántico Sur frente a la OTAN, juro que vi la
esperanza instalada, incómoda, ocupando buena parte del brillo en muchos ojos,
retenida todavía por la sana conciencia de la realidad. La vi, a esa ilusión,
peleándose furiosamente con el cinismo al que se suelen adherir esos políticos
amigos de Bush que se dan automáticamente por estafados, por engañados, por
traicionados, por vencidos.
Porque
después de todo, ¿en qué estaba pensando toda aquella gente allí reunida? ¿Qué
hay detrás de esta ilusión? Seguramente un lento y sostenido movimiento hacia
la equidad. Políticos menos crueles, menos sádicos, menos psicópatas. Países
habitados por personas reconciliadas con su historia personal, con su identidad,
con su cultura. Gobiernos que verdaderamente respondan a sus ciudadanos y no al
FMI, al Banco Mundial y a tantas instituciones depredadoras. Cumbres de
presidentes que no comiencen con el discurso de un banquero, ni transcurran
sitiadas y fuertemente custodiadas por temor a los pueblos que dicen
representar. Y una palabra de recóndita raíz latinoamericana —pavoso— con
la que se le dice al mandamás del imperio que aquí se le desprecia tanto como
no se le teme.
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