EL
TABLÓN: El artículo de hoy
La
Meca
Adrián Mac Liman*
Las
negociaciones entre el presidente de la
Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud
Abbas, y la plana mayor de Hamas, celebradas la
pasada semana en La Meca bajo los auspicios de
la Casa Real saudita, finalizaron con la adopción
de un acuerdo histórico, que contempla la
creación de un Gobierno de Unidad Nacional,
condición sine qua non para acabar con la
violencia comunitaria, que se cobró la vida de
de un millar de palestinos en menos de diez
meses. Sin embargo, habrá que esperar hasta el
próximo día 21 para saber si el Cuarteto,
integrado por Estados Unidos, la UE, Rusia y las
Naciones Unidas acepta los compromisos de La
Meca y decide levantar el boicot económico
impuesto hace un año al Gobierno de Hamas. Se
trata, recordémoslo, de férreas medidas de
estrangulamiento de la economía palestina
exigidas en su momento por Israel, que contaba
con el visto bueno de su incondicional aliado:
Estados Unidos.
Pocas horas después de la publicación del
acuerdo entre Hamas y Al Fatah, los israelíes
rechazaron el trato sellado por los palestinos,
por no incluir éste las tres exigencias clave
formuladas por Tel Aviv: el reconocimiento de
facto del Estado judío por parte del movimiento
islámico, la renuncia de todas las facciones
palestinas a la llamada “violencia
terrorista” (léase, lucha armada) y la
aceptación explícita del actual jefe del
Gobierno palestino, Ismail Haniyeh, de los
acuerdos negociados en la década de los 90 por
la plana mayor de la OLP. Aunque los líderes
del movimiento islámico se vieron obligados a
reconocer la vigencia de los tratados
bilaterales, sus portavoces no dudaron en
reiterar su postura primitiva frente al Estado
judío: “Nunca reconoceremos a Israel. Para
nosotros, no existe un ente llamado Israel. No
se trata de una realidad y ni siquiera de una
ficción”, manifestaba en Gaza el portavoz de
Hamas, Nizar Rayyan, poco después del anuncio
oficial de la capital saudita.
Aun así, conviene señalar que el compromiso
entre el movimiento islámico y la plana mayor
de Al Fatah logra acercar posturas hasta ahora
irreconciliables, facilitando el entendimiento
entre los sectores laico y religioso de la
sociedad palestina. Ello podría y debería
redundar en el cese de la violencia, sentando
las bases para la cohabitación entre corrientes
antagónicas. La presencia en el nuevo Gobierno
de Unidad Nacional de personalidades
independientes, llamadas a ocupar las carteras más
codiciadas y conflictivas –Interior, Asuntos
Exteriores y Hacienda- garantiza el ya de por sí
precario equilibrio entre las dos facciones
mayoritarias.
Huelga decir que los extraños malabarismos de
La Meca obedecen, en realidad, a múltiples y
complejas razones. En efecto, en este caso
concreto, los intereses de los palestinos se
entremezclan con la obsesión de la Casa Blanca
de reconducir el acuerdo de mínimos recogido en
la (mal) llamada Hoja de Ruta, aunque también
con el deseo de la dinastía saudita de lograr
que Hamas abandone la órbita del radicalismo
chiíta, encarnado por Hezbollah y la República
Islámica de Irán.
Los saudíes, que fueron los valedores
primitivos del islamismo palestino, se
comprometieron a conceder ayudas por valor de
800 millones de dólares al nuevo Gobierno,
supeditando, eso sí, su generosidad al
mantenimiento del orden público en los
territorios administrados por la ANP. A esta
cantidad se sumarían, en un futuro no muy
lejano, otros 400 millones de euros, retenidos
por Israel en concepto de tasas e impuestos.
Gracias a esta aportación, el nuevo Gobierno
estará en condiciones de pagar los sueldos de
los funcionarios públicos y los
correspondientes atrasos, reservándose parte de
los fondos para la puesta en marcha de proyectos
socioeconómicos prioritarios.
Aunque a primera vista todo parece girar
alrededor de la credibilidad del futuro Gabinete
palestino, hay que reconocer que la mayoría de
los actores internacionales esgrime (u oculta)
argumentos de otra índole. Las potencias
europeas –Francia, Alemania y Rusia– tienen
interés en levantar las sanciones financieras,
que han afectado, ante todo, a las capas más
desfavorecidas de la población de los
territorios. Mientras las autoridades germanas
pretenden apuntarse un tanto durante la
presidencia de la UE, los rusos tratan de
aprovechar el desconcierto generalizado para
revitalizar su papel de gran potencia en la región
de Oriente Medio. A su vez, Francia intenta
lanzar una operación sonrisa hacia las
capitales árabes, valiéndose de su hasta ahora
desconocida política mediterránea. La UE,
interesada en la estabilidad de la zona, ve con
buenos ojos la tregua entre facciones rivales,
considerando que el éxito de este proceso podría
sentar las bases para el diálogo entre Ramallah
y Tel Aviv, entre las capitales de Oriente Medio
y Bruselas.
Pero todo depende, como señalábamos antes, de
la aceptación del milagro de La Meca por los
miembros del Cuarteto. Aunque también cabe la
posibilidad de echar la culpa de un posible
imaginario fracaso a los islamistas de Hamas, a
quienes se les quiere obligar a que renuncien,
sin contrapartida alguna, a gran parte de su
programa político. Casi nada…
(*) Escritor y periodista, miembro del Grupo de
Estudios Mediterráneos de la Universidad de La
Sorbona (París)
maclahor@gmail.com
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