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EL
DESAFIO DE LA COMPLEJIDAD
Sin
indicación de autor
"Todo está en todo y
recíprocamente" dice con un dejo humorístico Edgar Morin (1) para no dejar dudas
acerca de la condición sistémica del universo y todo lo que lo compone. Esta
afirmación enfrenta a esa especie de lógica del desguace que primó durante
siglos y que instituye las operaciones de división, separación y simplificación
como método de conocimiento. Esta lógica disyuntiva y reductora que es la que
todavía impregna toda nuestra educación, establece que, para conocer, es preciso
separar al objeto de su entorno, aislarlo en condiciones especiales y buscar la
explicación del todo a través de sus partes. "En la escuela hemos aprendido a
pensar separando" dice Morin: Geografía por un lado, Historia por otro, Química,
Física, Arte, costumbres; y podríamos agregar nosotros: en ningún lugar se
vuelve a juntar eso que se ha separado tan cuidadosamente. La conclusión es un
pensamiento con grandes dificultades para abordar sistemas, para considerar
holísticamente las situaciones, para respetar la complejidad.
La ciencia de la modernidad se
fundó y desarrolló a partir de estos paradigmas, y avanzó espectacularmente
desintegrando el universo, buscando moléculas, genes, conductas, pero alejándose
cada vez más de la comprensión integral de una complejidad que, reducida a sus
mínimas expresiones, ya no ofrece más que la aridez de lo que ha sido llamado,
en contraposición con la Antigüedad, un mundo desencantado. Los crecientes
problemas acerca de la ética de algunas operaciones científicas (las armas
nucleares, la clonación o la manipulación genética) nacen a partir de estas
operaciones de simplificación. Un físico o un químico no tienen posibilidades,
por su formación, de ocuparse de la vasta complejidad de los problemas éticos.
La ciencia es precisa y exacta, aunque para eso deba aceptar que también es
ciega.
Sin embargo, en este orgulloso
edificio de las ciencias construido en la modernidad, surgieron hace algunos
años grietas y goteras que encendieron luces de alarma y que, desde entonces, no
cesan de presentar contradicciones y paradojas que cuestionan la validez de los
principios acuñados durante siglos. Desde el interior de las llamadas "ciencias
duras" y desde otras disciplinas surgen evidencias de que se ha llegado a un
límite en el imperio de estos paradigmas. Hagamos un breve recorrido por estas
cuestiones.
Una historia
diferente
Hace casi cuarenta años que se
publicó el libro de Thomas Kuhn "La
estructura de las revoluciones científicas" y su efecto sobre historiadores y
epistemólogos es en la actualidad nítidamente reconocible en algunos de sus
aportes centrales. La misma noción de paradigma, hoy ampliamente utilizada
para definir los conceptos centrales de las disciplinas científicas, recibe en
este libro de Kuhn su más precisa formulación (2).
¿Cuál fue el problema que Kuhn
debió enfrentar al querer estudiar la historia de la ciencia? Desde su origen de
físico profesional contaba con las herramientas proporcionadas por la filosofía
positivista y su método histórico lineal, abstracto y logicista. Y encontró un
escollo en su camino cuando, a partir de estos principios, tuvo que considerar
una paradoja notable relacionada con Aristóteles. Resulta que este pensador,
filósofo de tan vasta influencia en la cultura occidental, capaz de sorprender
por la agudeza de sus observaciones y la profundidad de sus conceptos, era poco
menos que un ignorante en lo que respecta a la física.
"Aristóteles me parecía no sólo un
ignorante en mecánica, sino además un físico terriblemente malo. En particular
sus escritos sobre el movimiento me parecían llenos de errores garrafales, tanto
en lo que se refiere a la lógica como a la observación"
(3)
¿Cómo conciliar ambas imágenes, el
sabio y el ignorante, el pensador formidable y el torpe balbuceador de errores?
Este es el hilo que le permitirá a Kuhn escapar al condicionamiento de su época
y de los paradigmas con los cuales, sin saberlo, estaba descalificando al
Aristóteles físico. A partir de aquí podrá comenzar a ver a Atristóteles no en
relación con la física newtoniana, sino en el contexto de su época, empapándose
del espíritu de esa época.
"Kuhn osó interrogar a fondo la
historia de la ciencia para tratar de comprenderla. Se embebió en el espíritu de
los autores que estudiaba, permitió que la belleza de sus teorías lo cautivara,
intentó restituirles la coherencia que la historiografía positivista les había
negado. Así, desarrolló un modelo de historia viva y latente, plena de sentido,
totalmente diversa de la versión anacrónica tradicional que consiste en medir
los acontecimientos del pasado con la vara de los del presente, despedazando
para ello los universos de sentido que les daban coherencia y significado a los
sucesos y a las teorías".(4)
De este modo, no sólo recuperó la
grandeza de Aristóteles sino que construyó un método histórico que le permitió
reformular la historia de las ciencias y elaborar algunos conceptos de gran
importancia. Por ejemplo que, en realidad, ciencia en el verdadero sentido del
término, que es de cambio, novedad, creación, descubrimiento, sólo hay de tanto
en tanto en la historia. En esos momentos especiales, cuando nuevos paradigmas
irrumpen y desplazan a otros antiguos, es cuando se producen las llamadas
revoluciones científicas. Esos nuevos paradigmas permiten, de repente, que los
científicos vean el mundo de investigación que les es propio de manera
diferente, como si fuera con otros ojos y establecen las condiciones para que
exista verdaderamente ciencia. Luego, durante largos períodos entre revolución y
revolución la tarea de los científicos, investigadores, profesores, es la de
emprolijar los resultados del cataclismo, ordenar, explicar, difundir, enseñar.
Entre sismo y sismo median largos periodos de ordenamiento y, consecuentemente,
no de "verdadera" ciencia.
Es preciso reiterar que, muchas
veces, los cambios de paradigma se expresan traumáticamente, que las épocas
suelen presentar violenta, y a veces sangrientamente, la lucha por el predominio
de determinados paradigmas, como veremos enseguida en el ejemplo de Galileo o en
el trágico fin de otro científico de la época, Giordano Bruno, quemado vivo por
el Santo Oficio por sus ideas renovadoras. Todo esto resulta tan verdadero como
alejado de las bucólicas imágenes que presentan a los científicos como
desinteresados seres humanos sólo movidos por su amor a la verdad y al avance de
la humanidad.
En fin, Kuhn debió enfrentar, para
poder producir sus aportes a la historia de la ciencia, lo que Castoriadis
denominó "la paradoja de la historia": el historiador es él mismo un ser
histórico y, como tal debe dar cuenta de su cosmovisión, de los marcos
conceptuales que le proporcionan su época y el estado de avance de su
disciplina. Sólo así podrá escapar a la linealidad de una historia acumulativa y
estará en condiciones de acercarse a la época o la figura que estudie
considerando su contexto, con una mirada respetuosa y, por lo tanto, capaz de
rescatar la complejidad de un momento y su irreductibilidad a las
simplificaciones que pueden establecer las miradas
posteriores.
Tres aportes
fundamentales
La edad Moderna, con sus
desarrollos científicos y tecnológicos, desplazó a los paradigmas que habían
reinado en la antigüedad, acabando con aquella imagen de mundo encantado, un mundo dotado de una
unidad proveniente de la común pertenencia de todo a la Creación, en el que se
concebía la interdependencia de los fenómenos materiales y espirituales, un
mundo en el que había lugar tanto para el desarrollo conceptual como para el
mito y la leyenda. La convicción de una Tierra centro del universo, de mares
poblados de monstruos y sirenas, de bosques encantados, de duendes y magos, de
historias fantásticas, de héroes y dioses, pero también de desarrollos
filosóficos, de artesanías de gran complejidad, de máquinas de guerra y de
vastos imperios, formaban parte del mundo antiguo y lo convertían en un fresco
colorido y diverso.
Hasta que este mundo comienza a oír
voces que cuestionan sus creencias y proponen cambios profundos en las certezas
que, hasta entonces, le habían permitido avanzar y desarrollarse con su compleja
configuración.
Una de estas voces es la de Galileo Galilei (1564-1624) quien
probará la amarga experiencia de desafiar los conceptos establecidos, al
enfrentarse a una acusación de herejía por difundir las ideas copernicanas
acerca de que el sol permanece inmóvil y es el centro del universo, y no la
Tierra como había establecido Ptolomeo y aceptaba la Iglesia como verdad
indiscutible (la Tierra, centro de la Creación, no podía ser otra cosa que el
centro del universo). Colocado ante la alternativa de ser ejecutado o desmentir
públicamente su teoría, Galileo se decide por lo segundo, difundiendo un texto
que le fuera dictado por sus inquisidores:
"Yo, Galileo Galilei, hijo del
difunto Vicente Galilei, natural de Florencia, de setenta años, luego de ser
sometido a juicio... abandono la falsa teoría de que el sol permanece inmóvil y
es el centro del universo, y no sostendré, defenderé ni enseñaré dicha falsa
doctrina de manera alguna".
"¡Eppure si muove!" parece que dijo
por lo bajo Galileo, luego de admitir lo que le obligaron decir ("¡Y sin embargo
se mueve!") refiriéndose a la traslación y rotación de la Tierra. Su caso y el
de otros pasaron a la historia como ilustración de la violencia y la
intolerancia que suelen acosar a quienes se atreven a desafiar las ideas
establecidas, o los paradigmas, diría Kuhn.
Pero Galileo no sólo fue el
refutador de la teoría geocéntrica, sino que incorpora una noción que habrá de
ser clave para el desarrollo de la ciencia de la modernidad. Es posible, dice,
comprender el libro de la Naturaleza a condición de que se utilice el idioma en
el que está escrito, y ese idioma es el de las matemáticas. Incorpora así la
idea de la herramienta matemática, una construcción de la razón humana, para el
estudio de cualquier fenómeno, pero además ya prefigura una polaridad que habrá
de adquirir estatuto pleno con la filosofía de Descartes: el mundo natural y un
observador calificado.
René Descartes (1596-1650) será,
precisamente, otro de los pilares que fundamentan los paradigmas de la ciencia
moderna.
Preocupado por encontrar una verdad
indudable y partiendo de la falibilidad de las apreciaciones humanas, utiliza el
recurso de la duda metódica para desechar cualquier conocimiento que pueda
ponerse en duda, en todo o en parte. Así, desestima la información proporcionada
por los sentidos, puesto que está claro que estos son fuente de error y engaño.
La vista, el oído, el gusto, el tacto o el olfato suelen inducirnos a
equivocaciones, por lo que las informaciones que brindan poseen un evidente
carácter dudoso. Continuando en esta dirección, llega a plantearse que en ese
mismo instante en que está meditando, no tiene la seguridad plena de no estar
dormido y ser, en definitiva, todas sus elucubraciones parte de un sueño y no
una realidad. Debe, entonces, poner en duda también esa escena y continuar
buscando algo que le resulte indudable.
Por último, luego de haber pasado
revista rigurosamente a todas y cada una de las situaciones que, pretendiendo
ser fuente de conocimiento no poseen ese carácter de indudable, culmina sus
reflexiones admitiendo que, dormido o despierto, hay algo de lo que ya no puede
dudar: está dudando. Esta actividad se le presenta como la clave a partir de la
cual afirmar un saber indudable. Y la actividad de la duda, como función de su
pensamiento, le permite formular la frase que pasó a la historia: pienso, luego existo. Es decir, la
prueba indudable de mí existir es que dudo, puedo pensar, con el acto de mi
pensamiento establezco mi existencia de manera indudable. Esto, que es llamado
la constitución autónoma del sujeto, significa un paso en la afirmación de este
término, sujeto, sin necesidad de
recurrir a la acción divina. El sujeto es capaz de constituirse autónomamente. Y
en este mismo acto, con el establecimiento del sujeto, queda, a su vez,
escindido el mundo ya que todo lo demás pasa al orden objetivo. Sujeto y objeto,
con el hiato que se abre entre ambos términos, van a constituirse en la
operación que permitirá fundar la ciencia moderna: un mundo objetivo factible de
ser conocido y un sujeto capaz de conocerlo por medio de su actividad racional.
Como dice Raúl Cerdeiras acerca de la labor de Descartes:
"Él construye, abre un espacio de
comprensión del Renacimiento florentino, de los viajes de Colón, de Copérnico,
de la revolución científica, es decir, del nacimiento de la ciencia moderna y su
proyecto gigantesco de matematizar el conocimiento por medio del esfuerzo de
Galileo, de Kepler, contemporáneos todos de Renato Descartes."
(5)
El tercer aporte decisivo para el
establecimiento de los paradigmas centrales de la ciencia de la modernidad es el
de Isaac Newton (1642-1727), el
constructor de la Física, el que formuló la ley de gravitación universal, el
creador del Cálculo Diferencial. Sus ideas, que contribuyeron a forjar la
ciencia de Occidente, pueden ser sintetizadas en un mensaje de simple
enunciación: el Universo es ordenado y
está sujeto a leyes, las que se expresan en lenguaje matemático. El hombre, a
través de la ciencia, puede descubrir esas leyes y, en consecuencia, operar
sobre el Universo.
Y será desde esta formulación que
se abrirá el impresionantes capítulo de la ciencia moderna, la que entregará
portentosos descubrimientos, invenciones extraordinarias y avances tecnológicos
jamás soñados. Y la que fijará, a su vez, los límites de ese conocimiento ya que
si se afirma que "el Universo es ordenado y está sujeto a leyes", quedará fuera
de interés todo lo que no responda a este enunciado, lo contradiga o lo
relativice. El desorden, el caos, la impredecibilidad serán fuentes de error que
el científico deberá evitar a toda costa, construyendo para eso precisos
mecanismos y diseñando depurados métodos de investigación y
operación.
El edificio de la ciencia
moderna
Pasemos revista a algunos de los
pilares del conocimiento moderno desplegado en Occidente, para poder analizar
después las paradojas y contradicciones que más adelante van a hacer tambalear a
estos paradigmas.
Un valor fundamental es, como se ha
dicho, la existencia de leyes de la naturaleza, es decir, que el mundo natural
puede ser descripto según leyes físicas simples, las que se comportan con
regularidad y exactitud. Una de esas leyes establece que el tiempo, al igual que
el espacio, son absolutos y están presentes antes de la aparición de los
objetos, los que luego se situarán en ellos. Tal como Newton lo describe, "el
tiempo absoluto, verdadero y matemático, que fluye por su propia naturaleza, de
forma uniforme, sin verse afectado por nada externo" (6) es incognoscible desde
la perspectiva humana. Más adelante Einstein dirá que el tiempo es una ilusión.
El hombre sólo podrá establecer convenciones que le permitan trabajar con
tiempos y espacios relativos. Esto da nacimiento a los sistemas de medidas y a
los acuerdos sobre los patrones a utilizar.
Este tiempo y espacio absolutos
permiten la expresión de otra de las leyes, la reversibilidad, que plantea que
las ecuaciones pueden ser matemáticamente equivalentes cambiando los signos de
sus componentes (v equivale a –v, así como t equivale a –t ó 2 a –2). Es decir, establecida una
posición cualquiera en el tiempo, es posible establecer su opuesto como cambio
de sentido. Un péndulo perfecto, moviéndose en el vacío sería el ejemplo más
claro. "Esto es la forma matemática de expresar que si a partir de un cierto
instante hay un cambio en el sistema dinámico, otro cambio, definido mediante la
inversión de las velocidades de los componentes, puede restaurar las condiciones
originales." (7) En definitiva, esta noción implica la imposibilidad de definir
una diferencia intrínseca entre el antes y el después, es solidaria con la idea
de un tiempo como absoluto, sin principio ni fin y permitirá que un continuador
de la obra de Newton, Pierre Laplace (1749-1827) afirme que si se pudiera contar
con la capacidad de cálculo suficiente, sería posible conocerlo todo, predecir
el futuro o retrodecir el pasado. Esta posición ha sido considerada como el más
claro exponente de la omnipotencia que dominó a los hombres de ciencia, a partir
de la matematización del conocimiento, de la utilización del cálculo y del
perfeccionamiento del método experimental.
El determinismo, por su parte,
constituirá otro pilar de esta ciencia de la modernidad occidental. La relación
causa-efecto presidirá la comprensión de todos los fenómenos y guiará la
búsqueda de explicaciones: por la existencia de las leyes generales del
universo, todo está determinado y obedece a causas que es posible hallar
mediante precisas operaciones científicas. El azar, el caos, las paradojas
quedan fuera del espacio de esta ciencia que reinó durante siglos y se
constituyó en modelo al que deberían ajustarse todos los intentos humanos por
conocer y comprender. La física, con su doble capacidad para formular hipótesis
y verificarlas experimentalmente, pasó a posibilitar el acceso a las verdades
irrefutables convirtiéndose en el modelo de ciencia por excelencia.
Pero tal vez el elemento principal
sobre el que se asentará la ciencia moderna sea el que define la relación entre
el sujeto y el objeto, a partir de la distinción establecida por René Descartes.
Pareciera que este filósofo, luego de arribar a la constitución autónoma del
sujeto, cuando demuestra la capacidad humana para conocer, inaugura también la
más formidable impugnación de las facultades de ese sujeto, al que se le imputan
desde allí todas las distorsiones imaginables en sus intentos por conocer el
mundo. La ciencia, entonces, para ser verdadera ciencia, deberá cuidar que no
interfiera la condición subjetiva en sus observaciones, investigaciones y
operaciones. El método de laboratorio, con sus depurados procedimientos para
evitar la incidencia del observador, se constituirá en "el" método. Según Fox
Keller "... en el siglo XIX el término ‘objetivo’ adquirió su sentido actual,
como de algo ajeno a toda perspectiva, ‘una visión desde ninguna parte’, un
conocimiento sin un sujeto cognoscente" (8) Como plantea esta misma autora, un
antecedente temprano de esta noción de visión externa surge con la perspectiva
en la pintura de Filippo Brunelleschi, en el siglo XV, quien inaugura el método
que, ubicando el punto de visión fuera del cuadro, crea la sensación de
realidad, como una primitiva metáfora de lo que, dos siglos después, le sería
requerido al observador para conferir exactitud a las operaciones científicas.
Serán las disciplinas sociales o
humanísticas, como hemos dicho, las que sentirán profundamente el imperio de
estos paradigmas, ya que, a partir de aquí, o se adaptan a los requerimientos
del método científico o quedan reducidas a meras especulaciones no confiables.
Ser "objetivo", proceder con objetividad, fueron requerimientos insoslayables
para poder acceder al estatuto de ciencia. Obviamente, desde esta perspectiva,
no había lugar para las ciencias sociales o humanísticas. Demasiada imprecisión,
demasiado ruido, demasiados errores en disciplinas que no alcanzaban a cumplir
decentemente con las mínimas condiciones establecidas por la hegemonía de las
llamadas ciencias duras.
Hubo, a partir del imperio de estos
paradigmas, quienes buscaron replicar en las disciplinas humanísticas los
requerimientos de objetividad que se imponían y construyeron métodos de
laboratorio y definiciones físicas para fenómenos del campo subjetivo. Tales
intentos, al establecer situaciones artificiales, distorsionar los "objetos" de
estudio e importar métodos y conceptos desde el territorio de las ciencias
duras, fueron conduciendo a estas disciplinas a callejones sin salida, a
verdaderos desvíos de los que costó luego volver. Tal vez el ejemplo más claro
sea el de Kurt Lewin, marchando desde las experiencias de laboratorio en
investigaciones psicológicas hasta formular la necesidad de investigar en el
campo social real, advirtiendo el error de asimilar las ciencias humanas al
imperio de la física y planteándose profundamente la importancia de dar cuenta
de los fenómenos psicosociales respetando sus propias
características.
El fin de las
certidumbres
Esta frase, que es a la vez el
título de un libro del premio Nobel en Química Ilya Prigogine, nos sitúa frente
al vasto movimiento que, desde hace algunas décadas, viene mostrando el
agotamiento de los paradigmas construidos en la edad moderna y proponiendo
enfoques alternativos. Justamente es este ruso educado en Bélgica quien se
constituirá en uno de los referentes del debate acerca de los llamados nuevos
paradigmas.
Uno de los testimonios que
Prigogine ofrece del cambio de paradigmas a que asistimos, es la declaración
efectuada en 1986 por Sir James Lighthill, presidente entonces de la Unión
Internacional de Mecánica Teórica y Aplicada, quien, en una inusual muestra de
sinceridad y responsabilidad científica, dijo:
"Aquí debo formular una
proposición, hablando nuevamente en nombre de la gran fraternidad mundial de
quienes se dedican a la mecánica. Hoy tenemos plena conciencia de que el
entusiasmo de nuestros antecesores por los maravillosos logros de la mecánica
newtoniana los llevó a hacer ciertas generalizaciones en esta área de
predictibilidad, en las que en general tendíamos a creer antes de 1960, pero que
ahora reconocemos como falsas. Deseamos pedir disculpas colectivas por no haber
encaminado en la dirección adecuada al público culto en general, difundiendo
ideas sobre el determinismo de los sistemas que se atienen a las leyes del
movimiento de Newton, ideas que después de 1960 demostraron ser incorrectas"
(9)
¿Qué había ocurrido para que se
produzca tamaña autocrítica, tan poco frecuente en el presuntuoso mundo de la
ciencia? Desde dentro y desde fuera de las ciencias duras habían surgido primero
paradojas, luego dudas serias y por último evidencias de error en lo que,
durante décadas, fueran las columnas en las que se apoyó el edificio de esas
ciencias.
Una de las primeras manifestaciones
de incomodidad, la tuvieron los defensores de la noción de reversibilidad del
tiempo al enfrentarse con dos fuertes evidencias
contradictorias:
Una de ellas es la proveniente de
la Biología y, más precisamente, de los estudios que le permitieron a Charles
Darwin escribir en 1859 su conocida obra El origen de las especies. Allí se
demuestra que en la Biología y en la evolución no hay reversibilidad alguna, que
en realidad esta evolución va desde los elementos más simples hasta los más
complejos en una cadena siempre en desarrollo progresivo, que no hay posibilidad
de vuelta atrás, que este movimiento, antes que reversibilidad, muestra lo que
se denomina una flecha del tiempo, es
decir, una dirección, un recorrido irreversible.
La otra surge del corazón mismo de
la física, la termodinámica. Allí, pocos años después de la publicación del
libro de Darwin, Rudolf Clausius enuncia en 1865 el Segundo Principio de la
Termodinámica. ¿Qué decía este principio? Que en cualquier sistema aislado la
entropía tiende a aumentar constantemente hasta un punto de equilibrio. Es
decir, la entropía, palabra que en
griego significa evolución, marca el proceso mediante el cual un sistema –un
motor, el cuerpo humano, el sistema solar- agota la energía que consume de
manera irreversible.
En ambos casos tambalea la noción
de reversibilidad y surge una flecha del
tiempo. Es posible, entonces, considerar la historia de los procesos, una
noción que la física clásica había rechazado terminantemente. Se comienza a
desplegar a partir de estas formulaciones un amplio movimiento que es descripto
por Prigogine de la siguiente manera:
"Sorprende, en efecto, constatar
que en la época en que la física, gracias al segundo principio de la
termodinámica, anuncia la evolución irreversible allí donde parecía reinar la
eternidad, las ciencias y la cultura descubren por todas partes el poder creador
del tiempo. Es la época en la que todos los rasgos de la cultura humana, las
lenguas, las religiones, las técnicas, las instituciones políticas, los juicios
éticos y estéticos, se perciben como productos de la historia..."
(10)
Pero habría más. Einstein abolirá
los conceptos de espacio y tiempo absolutos, introduciendo la noción de
relatividad respecto del observador que describe los fenómenos (ya no hay lugar
para un "observador desde ninguna parte", con lo que la objetividad queda
severamente cuestionada). Y en la mecánica cuántica se accede a la comprensión
de la inevitable perturbación que introduce en un sistema quien efectúa las
observaciones, al advertir que, en ciertos procesos, la introducción de la luz,
imprescindible para ver, produce modificaciones y distorsiones. Entonces, para
estudiar en esas condiciones se deberá aceptar y considerar al sujeto observador
de un modo que no aceptaba la exigencia de objetividad de la ciencia
positivista.
Ya poco quedaba en pie de las
ciencias de la modernidad, las que, no obstante estos necesarios
cuestionamientos, fueron capaces de dar al mundo desarrollos de enorme
significación. Pero el agotamiento se torna evidente y es preciso desplegar en
toda su amplitud los paradigmas de la complejidad.
Pensar de
nuevo
Con la introducción de la historia,
la presencia inevitable del sujeto, la relatividad de tiempo y espacio, toda la
estructura hecha de objetividad, reversibilidad, eternidad, se resiente y
comienza a dar lugar a enfoques basados en la complejidad y en la admisión de la
existencia del azar junto a la necesidad, presente en numerosos fenómenos. Los
procesos con alta sensibilidad a las condiciones iniciales y de finales abiertos
presentes en la meteorología, por ejemplo, brindan una nueva posibilidad de
comprender sistemas inestables e impredecibles. Esto es lo que se expresa en la
frase popular que afirma que "el aleteo de una mariposa en Buenos Aires, puede
producir un tornado en Arizona".
La ciencia, de este modo, pierde la
pretensión de universalidad que la caracterizó desde su origen moderno, pero
adquiere a cambio la capacidad de considerar las
especificidades.
"Las teorías... se alejan de las
abstracciones absolutas del espacio y el tiempo y reconocen la pertinencia de pensar en distintos escenarios o
contextos y que en cada uno de ellos se van construyendo distintas historias,
que los resultados obtenidos dependen de las perspectivas y que éstas son
variables." (11)
Las investigaciones de Prigogine
que lo llevaron a formular su Termodinámica No Lineal de Procesos Irreversibles
(TNLPI) constituyeron un gran paso adelante. Prigogine no se detiene ante el
desorden que se encuentra en los estados lejos del equilibrio, como aconseja la
física newtoniana, sino que lejos del equilibrio encuentra nuevos movimientos
moleculares organizados, estructuras que denomina disipativas y que muestran al caos como
una combinación de azar y necesidad, con soluciones múltiples y aleatorias de
gran sensibilidad a las pequeñas perturbaciones. Se establecen estos fenómenos
con el paso del tiempo, lo que incluye la historia molecular como un componente
del sistema.
"Los procesos caóticos tienen
enorme importancia, como lo demuestra la fisiología neural. Curiosamente, allí
el caos parece ser la condición previa de la actividad cerebral normal. En caso
de enfermedad, las señales eléctricas del cerebro se vuelven ‘demasiado’
regulares" (12)
Estas estructuras disipativas
permiten considerar los fenómenos que ocurren fuera del equilibrio como nuevas
alternativas al conocimiento, encontrando que, lejos del desdén que la
irreversibilidad causaba a los científicos modernos, ésta cumple un papel
constructivo en la naturaleza, mostrando nuevas posibilidades de organización.
La "objetividad", otro concepto
clave construido en la edad moderna, como vimos, y que exigía la toma de
distancia hasta la desaparición del sujeto en el acto del conocimiento
científico, puede ser reemplazado por la "objetivación", un proceso que supera
la idea de un reflejo o una representación pasiva del objeto en la conciencia,
por un procedimiento activo de apropiación del objeto por parte del sujeto, en
una secuencia que pone en juego la capacidad de cada sujeto de organizar y
significar el mundo, y que incluye su accionar, sus deseos, sus esquemas de
acción. Es antes una construcción que un descubrimiento.
Claro que pensar la complejidad no
resulta sencillo a partir de la existencia de trabas representadas, como plantea
Morin, por la educación recibida y por la existencia de los obstáculos
epistemológicos que describiera Gaston Bachelard.
¿Cuáles son esos obstáculos? Dice
Bachelard en su libro La formación del
espíritu científico: "Se es muy apegado a lo que se ha conquistado
penosamente". Y, en este sentido, el conocimiento es la principal traba para el
conocimiento. Cuando hemos llegado a alcanzar determinado saber, hay una fuerza
presente que se alza contra toda posibilidad de reconsiderar, replantear,
repensar. Es lo que trasmite el brujo de Las enseñanzas de Don Juan cuando, al
describir el camino hacia la sabiduría, advierte: "Una vez que el hombre venció
al miedo, queda libre de él para el resto de su vida, porque, en lugar del
miedo, adquirió la claridad... una claridad de espíritu que apaga el miedo.
(...) Y así él encuentra su segundo enemigo: ¡la Claridad! Esa claridad de
espíritu, que es tan difícil de obtener, elimina el miedo, pero también ciega"
(13) Ciego como deslumbrado por la claridad alcanzada, esa es la imagen del
punto de llegada, del conocimiento acabado, de la totalidad, un punto que
congela y detiene, que rigidiza, que se alza como un freno a ulteriores
desarrollos. Al respecto dice Lapassade aplicando el concepto sartreano de
inacabamiento:
"La dialéctica de los grupos, las
organizaciones y las instituciones nos enseña a evitar el uso de los conceptos
de acabamiento y madurez en el análisis de los procesos y
de las organizaciones sociales. Mejor dicho, se podría decir que la idea de acabamiento no aparece en la historia
como no vaya ligada a la dominación: una clase que llega al poder proclama la
madurez de la historia, su propia madurez; es, por ejemplo, la filosofía de las
Luces, en el siglo XVIII." (14)
Es también, en la actualidad de la
globalización, la pretensión de Francis Fukuyama al proclamar el fin de la historia, quien ha
afirmado, tras la caída del socialismo real y la mundialización de la economía
capitalista:
"Quizás estemos siendo testigos no
sólo del fin de la Guerra Fría, o del pasaje de un periodo particular de la
historia de posguerra, sino del fin de la historia como tal: esto es, el punto
final de la historia ideológica de la humanidad y de la universalización de la
democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano"
(15)
De algún modo, las dificultades
para ejercer un pensamiento complejo y aceptar los desafíos se constituyen en
los obstáculos a vencer para atravesar este tiempo de disputas de paradigmas. La
siguiente anécdota ilustra esas dificultades: Un hombre buscaba algo en una
callejuela oscura, bajo la luz de un farol. Se le acerca otra persona y le
pregunta qué hace, a lo que el primer hombre responde que busca sus llaves.
"¿Las ha perdido aquí, bajo el farol?", pregunta el otro. "No, las perdí allá",
dice, señalando la zona oscura. "¿Y por qué las busca aquí?" inquiere, perplejo,
el segundo. "¡Ah, porque aquí hay luz!", contesta el primer
hombre.
Buscar en la oscuridad implica
perder las seguridades, los límites, los senderos conocidos, dejar la zona de
luz, de lo instituido, para entrar en los territorios inexplorados que, así como
producen innumerables dificultades, son también fuente de novedad, de creación,
de hallazgos de lo impensado.
(1) MORIN, Edgar: "Epistemología de
la complejidad", en: Nuevos Paradigmas, cultura y subjetividad, Paidós,
Bs. As. p. 421
(2) KUHN, Thomas: La estructura
de las revoluciones científicas, Fondo de cultura económica, México, 1980,
pp. 33 a 37
(3) KUHN, Thomas: ¿Qué son las
revoluciones científicas?, Paidós, Barcelona, 1989, p.
62
(4) NAJMANOVICH, Denise:
Epistemología. Una mirada post-positivista, Seminario por Internet,
Psiconet, 1999, clase 6.
(5) CERDEIRAS, Raúl: "La subversión
de nuestro siglo", revista Milenio, N° 2, Bs. As. 1994, pp. 4 y
5.
(6) Esta noción es la que se
encuentra como base de las novelas de ciencia ficción que tratan de los viajes
por el tiempo. Si el tiempo es un absoluto, presente, pasado y futuro coexisten
en un fluir constante y es posible moverse por ellos teniendo los medios
adecuados. También la reversibilidad contribuirá a estos
argumentos.
(7) SAMETBAND, Moises José:
Entre el orden y el caos: La complejidad, F.C.E. Bs. As, 1994, p.
23.
(8) FOX KELLER, Evelyn: "La
paradoja de la subjetividad científica", en Nuevos paradigmas, cultura y
subjetividad, Paidós, Bs. As. 1994, p. 151.
(9) Citado por PRIGOGINE, Ilya, en
su artículo "¿El fin de la ciencia?", que forma parte de Nuevos paradigmas,
cultura y subjetividad, Paidós, Bs. As. 1994, p. 40.
(10) PRIGOGINE, Ilya: Entre el
tiempo y la eternidad, Alianza Universidad, Bs. As. 1992, p.
25.
(11) NAJMANOVICH, Denise: "De 'el
tiempo´a las temporalidades", en Temporalidad, determinacion, azar. Lo
reversible y lo irreversible, Paidós, Bs. As. 1994 p.
203.
(12) Citado por PRIGOGINE, Ilya, en
su artículo "¿El fin de la ciencia?", que forma parte de Nuevos paradigmas,
cultura y subjetividad, Paidós, Bs. As. 1994, p. 54.
(13) CASTANEDA, Carlos: A erva
do diabo, Record, Río de Janeiro, pp. 83 y 84
(14) LAPASSADE, Georges:
Grupos, organizaciones e instituciones, Gedisa, 1985, p.
281.
(15) FUKUYAMA, Francis: "El fin de
la historia", artículo publicado en la revista The National Interest,
N° 16, 1989.