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Pensamiento Complejo
[ Centro de Documentación | Modernidad y Postmodernidad ] [ Unimag | Antropología ]
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Introducción
Legítimamente,
le pedimos al pensamiento que disipe las brumas y las oscuridades, que
ponga orden y claridad en lo real, que revele las leyes que lo gobiernan.
El término complejidad no puede más que expresar nuestra turbación,
nuestra confusión, nuestra incapacidad para definir de manera simple, para
nombrar de manera clara, para poner orden en nuestras ideas.
Al
mismo tiempo, el conocimiento científico fue concebido durante mucho
tiempo, y aún lo es a menudo, como teniendo por misión la de disipar la
aparente complejidad de los fenómenos, a fin de revelar el orden simple al
que obedecen. Pero
si los modos simplificadores del conocimiento mutilan, más de lo que
expresan, aquellas realidades o fenómenos de lo que intentan dar cuenta,
si se hace evidente que producen más ceguera que elucidación, surge
entonces un problema: ¿cómo encarar a la complejidad de un modo
no-simplificador? De todos modos este problema no puede imponerse de
inmediato. Debe probar su legitimidad, porque la palabra complejidad no
tiene tras de sí una herencia noble, ya sea filosófica, científica, o
epistemológica. Por
el contrario, sufre una pesada tara semántica, porque lleva en su seno
confusión, incertidumbre, desorden. Su definición primera no puede aportar
ninguna claridad: es complejo aquello que no puede resumirse en una
palabra maestra, aquello que no puede retrotraerse a una ley, aquello que
no puede reducirse a una idea simple. Dicho de otro modo, lo complejo no
puede resumirse en el término complejidad, retrotraerse a una ley de
complejidad, reducirse a la idea de complejidad. La complejidad no sería
algo definible de manera simple para tomar el lugar de la simplicidad. La
complejidad es una palabra problema y no una palabra solución.
La
necesidad del pensamiento complejo no sabrá ser justificada en un prólogo.
Tal necesidad no puede más que imponerse progresivamente a lo largo de un
camino en el cual aparecerán, ante todo, los límites, las insuficiencias y
las carencias del pensamiento simplificante, es decir, las condiciones en
las cuales no podemos eludir el desafío de lo complejo. Será necesario,
entonces, preguntarse si hay complejidades diferentes y si se puede ligar
a esas complejidades en un complejo de complejidades. Será necesario,
finalmente, ver si hay un modo de pensar, o un método, capaz de estar a la
altura del desafío de la complejidad. No se trata de retomar la ambición
del pensamiento simple de controlar y dominar lo real. Se trata de
ejercitarse en un pensamiento capaz de tratar, de dialogar, de negociar,
con lo real.
Habrá
que disipar dos ilusiones que alejan a los espíritus del problema del
pensamiento complejo.
La
primera es crear que la complejidad conduce a la eliminación de la
simplicidad. Por cierto que la complejidad aparece allí donde el
pensamiento simplificador falla, pero integra en sí misma todo aquello que
pone orden, claridad, distinción, precisión en el conocimiento. Mientras
que el pensamiento simplificador desintregra la complejidad de lo real, el
pensamiento complejo integra lo más posible los modos simplificadores de
pensar, pero rechaza las consecuencias mutilantes, reduccionistas,
unidimensionales y finalmente cegadoras de una simplificación que se toma
por reflejo de aquello que hubiere de real en la realidad.
La
segunda ilusión es la de confundir complejidad con completud. Ciertamente,
la ambición del pensamiento complejo es rendir cuenta de las
articulaciones entre dominios disciplinarios quebrados por el pensamiento
disgregador (uno de los principales aspectos del pensamiento
simplificador); éste aísla lo que separa, y oculta todo lo que religa,
interactúa interfiere. En este sentido el pensamiento complejo aspira al
conocimiento multidimensional. Pero sabe, desde el comienzo, que el
conocimiento complejo es imposible: uno de los axiomas de la complejidad
es la imposibilidad, incluso teórica, de una omniciencia. Hace suya la
frase de Adorno «la totalidad es la no-verdad». Implica el reconocimiento
de un principio de incompletud y de incertidumbre. Pero implica también,
por principio, el reconocimiento de los lazos entre las entidades que
nuestro pensamiento debe necesariamente distinguir, pero no aislar, entre
sí. Pascal había planteado, correctamente, que todas las cosas son
«causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y que
todas (subsisten) por un lazo natural a insensible que liga a las más
alejadas y a las más diferentes». Así es que el pensamiento complejo está
animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no
parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo
inacabado e incompleto de todo conocimiento. Esa
tensión ha animado toda mi vida. Nunca
pude, a lo largo de toda mi vida, resignarme al saber parcelarizado, nunca
pude aislar un objeto del estudio de su contexto, de sus antecedentes, de
su devenir. He aspirado siempre a un pensamiento multidimensional. Nunca
he podido eliminar la contradicción interior. Siempre he sentido que las
verdades profundas, antagonistas las unas de las otras, eran para mí
complementarias, sin dejar de ser antagonistas. Nunca he querido reducir a
la fuerza la incertidumbre y la ambigüedad. Desde
mis primeros libros he afrontado a la complejidad, que se transformó en el
denominador común de tantos trabajos diversos que a muchos le parecieron
dispersos. Pero la palabra complejidad no venía a mi mente, hizo falta que
lo hiciera, a fines de los años 1960, vehiculizada por la Teoría de la
Información, la Cibernética, la Teoría de Sistemas, el concepto de
auto-organización, para que emergiera bajo mi pluma o, mejor dicho, en mi
máquina de escribir. Se liberó entonces de su sentido banal (complicación,
confusión), para reunir en sí orden, desorden y organización y, en el seno
de la organización, lo uno y lo diverso; esas nociones han trabajado las
unas con las otras, de manera a la vez complementaria y antagonista; se
han puesto en interacción y en constelación. El concepto de complejidad se
ha formado, agrandado, extendido sus ramificaciones, pasado de la
periferia al centro de mi meta, devino un macro-concepto, lugar crucial de
interrogantes, ligado en sí mismo, de allí en más, al nudo gordiano del
problema de las relaciones entre lo empírico, lo lógico, y lo racional.
Ese proceso coincide con la gestación de El Método, que comienza en 1970;
la organización compleja, y hasta hiper-compleja, está claramente en el
corazón organizador de mi libro El Paradigma Perdido (1973). El problema
lógico de la complejidad es objeto de un artículo publicado en 1974 (Más
alla de la complicación, la complejidad, incluido en la primera edición de
Ciencia con Conciencia). El Método es y será, de hecho, el método de la
complejidad. Este
libro, constituido por una colección de textos diversos, es una
introducción a la problemática de la complejidad. Si la complejidad no es
la clave del mundo, sino un desafío a afrontar, el pensamiento complejo no
es aquél que evita o suprime el desafío, sino aquél que ayuda a revelarlo
e incluso, tal vez, a superarlo. La complejidad
La
idea de complejidad estaba mucho más diseminada en el vocabulario común
que en el científico. Llevaba siempre una connotación de advertencia al
entendimiento, una puesta en guardia contra la clarificación, la
simplificación, la reducción demasiado rápida. De hecho, la complejidad
tenía también delimitado su terreno, pero sin la palabra misma, en la
Filosofía: en un sentido, la dialéctica, y en el terreno lógico, la
dialéctica hegeliana, eran su dominio, porque esa dialéctica introducía la
contradicción y la transformación en el corazón de la identidad.
En
ciencia, sin embargo, la complejidad había surgido sin decir aún su
nombre, en el siglo XX, en la micro-física y en la macro-física. La
microfísica abría una relación compleja entre el observador y lo
observado, pero también una noción más que compleja, sorprendente, de la
partícula elemental que se presenta al observador ya sea como onda, ya
como corpúsculo. Pero la microfísica era considerada como caso límite,
como frontera... y se olvidaba que esa frontera conceptual concernía de
hecho a todos los fenómenos materiales, incluidos los de nuestro propio
cuerpo y los de nuestro propio cerebro. La macro-física, a su vez, hacía
depender a la observación del lugar del observador y complejizaba las
relaciones entre tiempo y espacio soncebidas, hasta entonces, como
esencias transcendentes e independientes. Pero
esas dos complejidades micro y macrofísicas eran rechazadas a la periferia
de nuestro universo, si bien se ocupaban de fundamentos de nuestra physis
y de caracteres intrínsecos de nuestro cosmos. Entre ambos, en el dominio
físico, biológico, humano, la ciencia reducía la complejidad fenoménica a
un orden simple y a unidades elementales. Esa simplificación, repitámoslo,
habia nutrido al impulso de la ciencia occidental desde el siglo XVII
hasta finales del siglo XIX. En el siglo XIX y a comienzos del XX, la
estadística permitió tratar la interacción, la interferencia[1]. Se trató de refinar, de trabajar
variancia y covariancia, pero siempre de un modo insuficiente, y siempre
dentro de la misma óptica reduccionista que ignora la realidad del sistema
abstrato de donde surgen los elementos a considerar.
Es
con Wiener y Ashby, los fundadores de la Cibernética, que la complejidad
entra verdaderamente en escena en la ciencia. Es como Neumann que, por
primera vez, el carácter fundamental del concepto de complejidad aparece
enlazado con los fenómenos de auto-organización. ¿Qué
es la complejidad? A primera vista, es un fenómeno cuantitativo, una
cantidad extrema de interacciones e interferencias entre un número muy
grande de unidades. De hecho, todo sistema auto-organizador (viviente),
hasta el más simple, combina un número muy grande de unidades, del orden
del billón, ya sean moléculas en una célula, células en un organismo (más
de diez billones de células en el cerebro humano, más de treinta billones
en el organismo). Pero
la complejidad no comprende solamente cantidades de unidades e
interacciones que desafían nuestras posibilidades de cálculo; comprende
también incertidumbres, indeterminaciones, fenómenos aleatorios. En un
sentido, la complejidad siempre está relacionada con el azar.
De
este modo, la complejidad coincide con un aspecto de incertidumbre, ya sea
en los límites de nuestro entendimiento, ya sea inscrita en los fenómenos.
Pero la complejidad no se reduce a la incertidumbre, es la incertidumbre
en el seno de los sistemas ricamente organizados. Tiene que ver con los
sistemas semi-aleatorios cuyo orden es inseparable de los azares que lo
incluyen. La complejidad está así ligada a una cierta mezcla de orden y de
desorden, mezcla íntima, a diferencia del orden/desorden estadístico,
donde el orden (pobre y estático) reina a nivel de las grandes
poblaciones, y el desorden (pobre, por pura indeterminación) reina a nivel
de las unidades elementales. Cuando
la Cibernética reconoció la complejidad fue para rodearla, para ponerla
entre paréntesis, pero sin negarla: era el principio de la caja negra
(brack-box); se consideraban las entradas en el sistema (inputs) y las
salidas (outputs), lo que permitía estudiar los resultados del
funcionamiento de un sistema, la alimentación que necesita, relacionar
inputs y outputs, sin entrar, sin embargo, en el misterio de la caja
negra. Pero
el problema teórico de la complejidad es el de la posibilidad de entrar en
las cajas negras. Es el de considerar la complejidad organizacional y la
complejidad lógica. En este caso, la dificultad no está solamente en la
renovación de la concepción del objeto, sino que está en revertir las
perspectivas epistemológicas del sujeto, es decir, el observador
científico; lo propiamente científico era, hasta el presente, eliminar la
imprecisión, la ambigüedad, la contradicción. Pero hace falta aceptar una
cierta imprecisión y una imprecisión cierta, no solamente en los
fenómenos, sino también en los conceptos, y uno de los grandes progresos
de las matemáticas de hoy es el de considerar los fuzzy sets, los
conjuntos imprecisos (cf. Abraham Moles, Les sciencies de l'imprecis, Du
Seuil, 1990). Una
de las conquistas preliminares en el estudio del cerebro humano es la de
comprender que una de sus superioridades sobre la computadora es la de
poder trabajar con lo insuficiente y lo impreciso; hace falta, de ahora en
más, aceptar una cierta ambigúedad y una ambigüedad cierta (en la relación
sujeto/objeto, orden/desorden, auto/hetero-organización). Hay que
reconocer fenómenos inexplicables, como la libertad o la creatividad,
iniexplicables fuera del campo complejo que permite su aparición.
Von
Neumann ha mostrado el acceso lógico a la complejidad. Trataremos de
recorrerlo, pero no somos los dueños de las llaves del reino, y es allí
donde nuestro viaje permanecerá inacabado. Vamos a entrever esa lógica, a
partir de ciertas características exteriores, vamos a definir algunos de
sus rasgos ignorados, pero no llegaremos a la elaboración de una nueva
lógica, sin saber si ésta está fuera de nuestro alcance provisoriamente, o
para siempre. Pero de lo que sí estamos persuadidos es de que si bien
aparato lógico-matemático actual se «adapta» a ciertos aspectos
verdaderamente complejos. Esto significa que debe desarrollarse y
superarse en dirección a la complejidad. Es allí donde, a pesar de su
sentido profundo de la lógica de la organización biológica, Piaget se
detiene a orillas del Rubicón, y no busca más que acomodar la organización
viviente (reducida esencialmente a la regulación), a la formalización
lógico.matemática ya constituida. Nuestra única ambición será la de pasar
el Rubicón y aventurarnos en las nuevas tierras de la complejidad.
Trataremos
de ir, no de lo simple a lo complejo, sino de la complejidad hacia aún más
complejidad. Lo simple, repitámoslo, no es más que un momento, un aspecto
entre muchas complejidades (microfísica, biológica, psíquica, social).
Trataremos de considerar las líneas, las tendencias de la complejización
creciente, lo que nos permitirá, muy groseramente, determinar los modelos
de baja complejidad, mediana complejidad, alta complejidad, en función de
desarrollos de la auto-organización (autonomía, individualidad, riquezas
de relación con el ambiente, aptitudes para el aprendizaje, inventiva,
creatividad, etc.). Pero, finalmente, llegaremos a considerar, a partir
del cerebro humano, los fenómenos verdaderamente sorprendentes de muy alta
complejidad, y a proponer como noción nueva y capital para considerar el
capital para considerar el problema humano, a la hipercomplejidad.
La necesidad del pensamiento
complejo
¿Qué
es la complejidad? A primera vista la complejidad es un tejido (complexus:
lo que está tejido en conjunto) de constituyentes heterogéneos
inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo uno y lo múltiple.
Al mirar con más atención, la complejidad es, efectivamente, el tejido de
eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares,
que constituyen nuestro mundo fenoménico. Así es que la complejidad se
presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado, de lo inextrincable,
del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre... De allí la necesidad,
para el conocimiento, de poner orden en los fenómenos rechazando el
desorden, de descartar lo incierto, es decir, de seleccionar los elementos
de orden y de certidumbre, de quitar ambigüedad, clarificar, distinguir,
jerarquizar... Pero tales operaciones, necesarias para la inteligibilidad,
corren el riesgo de producir ceguera si eliminan los otros caracteres de
lo complejo; y, efectivamente, como ya lo he indicado, nos han vuelto
ciegos. Pero
la complejidad ha vuelto a las ciencias por la misma vía por la que se
había ido. El desarrollo mismo de la ciencia física, que se ocupaba de
revelar el Orden impecable del mundo, su determinismo absoluto y perfecto,
su obediencia a una Ley única y su constitución de una materia simple
primigenia (el átomo), se ha abierto finalmente a la complejidad de lo
real. Se ha descubierto en el universo físico un principio hemorrágico de
degradación y de desorden (segundo principio de la Termodinámica); luego,
en el supuesto lugar de la simplicidad física y lógica, se ha descubierto
la extrema complejidad microfísica; la partícula no es un ladrillo
primario, sino una frontera sobre la complejidad tal vez inconcebible; el
cosmos no es una máquina perfecta, sino un proceso en vías de
desintegración y, al mismo tiempo, de organización. Finalmente,
se hizo evidente que la vida no es una sustancia, sino un fenómeno de
auto-eco-organización extraordinariamente complejo que produce la
autonomía. Desde entonces es evidente que los fenómenos antropo-sociales
no podrían obedecer a principios de inteligibilidad menos complejos que
aquellos requeridos para los fenómenos naturales. Nos hizo falta afrontar
la complejidad antropo-social en vez de dislverla u ocultarla.
La
dificultad del pensamiento complejo es que debe afrontar lo entramado (el
juego infinito de inter-retroacciones), la solidaridad de los fenómenos
entre sí, la bruma, la incertidumbre, la contradicción. Pero nosotros
podemos elaborar algunos de los utiles conceptuales, algunos de los
principios, para esa aventura, y podemos entrever el aspecto del nuevo
paradigma de complejidad que debiera emerger. Ya
he señalado, en tres volúmenes de El Metodo, algunos de los útiles
conceptuales que podemos utilizar. Así es que, habría que sustituir al
paradigma de disyunción/reducciön/unidimensionalización por un paradigma
de distinción/conjunción que permita distinguir sin desarticular, asociar
sin identificar o reducir. Ese paradigma comportaría un principio
dialógico y tanslógico, que integraría la lógica clásica teniendo en
cuenta sus límites de facto (problemas de contradicciones) y de jure
(límites del formalismo). Llevaría en sí el principio de la Unitas
multiplex, que escapa a la unidad abstracta por lo alto (holismo) y por lo
bajo (reduccionismo). Mi
propósito aquí no es el de enumerar los «mandamientos» del pensamiento
complejo que he tratado de desentrañar, sino el de sensibilizarse a las
enormes carencias de nuestro pensamiento, y el de comprender que un
pensamiento mutilante conduce, necesariamente, a acciones mutilantes. Mi
propósito es tomar conciencia de la patología contemporanea del
pensamiento. La
antigua patología del pensamiento daba una vida independiente a los mitos
y a los dioses que creaba. La patología moderna del espíritu está en la
hiper-simplificación que ciega a la complejidad de lo real. La patología
de la idea está en el idealismo, en donde la idea oculta a la realidad que
tiene por misión traducir, y se toma como única realidad. La enfermedad de
la teoría está en el doctrinarismo y en el dogmatismo, que cierran a la
teoría sobre ella misma y la petrifican. La patología de la razón es la
racionalización, que encierra a lo real en un sistema de ideas coherente,
pero parcial y unilateral, y que no sabe que una parte de lo real es
irracionalizable, ni que la racionalidad tiene por misión dialogar con lo
irracionalizable. Aún
somos ciegos al problema de la complejidad. Las disputas epistemológicas
entre Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend, etc., lo pasan por alto[2]. Pero esa
ceguera es parte de nuestra barbarie. Tenemos que comprender que estamos
siempre en la era bárbara de las ideas. Estamos siempre en la prehistoria
del espíritu humano. Sólo el pensamiento complejo nos permitiría civilizar
nuestro conocimiento.
El paradigma de complejidad
No
hace falta creer que la cuestión de la complejidad se plantea solamente
hoy en día, a partir de nuevos desarrollos científicos. Hace falta ver la
complejidad allí donde ella parece estar, por lo general, ausente, como,
por ejemplo, en la vida cotidiana. La
complejidad en ese dominio ha sido percibida y descrita por la novela del
siglo XIX y comienzos del XX. Mientras que en esa misma época, la ciencia
trataba de eliminar todo lo que fuera individual y singular, para retener
nada más que las leyes generales y las identidades simples y cerradas,
mientras expulsaba incluso al tiempo de su visión del mundo, la novela,
por el contrario (Balzac en Francia, Dickens en Inglaterra) nos mostraba
seres singulares en sus contextos y en su tiempo. Mostraba que la vida
cotidiana es, de hecho, una vida en la que cada uno juega varios roles
sociales, de acuerdo a quien sea en soledad, en su trabajo, con amigos o
con desconocidos. Vemos así que cada ser tiene una multiplicidad de
identidades, una multiplicidad de personalidades en sí mismo, un mundo de
fantasmas y de sueños que acompañan su vida. Por ejemplo, el tema del
monólogo interior, tan importante en la obra de Faulkner, era parte de esa
complejidad. Ese inner.speech, esa palabra permanente es revelada por la
literatura y por la novela, del mismo modo que ésta nos reveló también que
cada uno se conoce muy poco a sí mismo: en inglés, se llama a eso
self-deception, el engaño de sí mismo. Sólo conocemos una apariencia del
sí mismo; uno se engaña acerca de sí mismo. Incluso los escritores más
sinceros, como Jean-Jacques Rousseau, Chateaubriand, olvidan siempre, en
su esfuerzo por ser sinceros, algo importante acerca de sí mismos.
La
relación ambivalente con los otros, las verdaderas mutaciones de
personalidad como la ocurrida en Dostoievski, el hecho de que somos
llevados por la historia sin saber mucho cómo sucede, del mismo modo que
Fabrice del Longo o el príncipe Andrés, el hecho de que el mismo ser se
transforma a lo largo del tiempo como lo muestran admirablemente A la
recherche du temps perdu y, sobre todo, el final de Temps retrouvé de
Proust, todo ello indica que no es solamente la sociedad la que es
compleja, sino también cada átomo del mundo humano. Al
mismo tiempo, en el siglo XIX, la ciencia tiene un ideal exactamente
opuesto. Ese ideal se afirma en la visión del mundo de Laplace, a
comienzos del siglo XIX. Los científicos, de Descartes a Newton, tratan de
concebir un universo que sea una máquina determinista perfecta. Pero
Newton, como Descartes, tenia necesidad de Dios para explicar cómo ese
mundo perfecto había sido producido. Laplace elimina a Dios. Cuando
Napoleón le pregunta: «¿Pero señor Laplace, qué hace usted con Dios en su
sistema?», Laplace responde: «Señor, yo no necesito esa hipótesis.» Para
Laplace, el mundo es una máquina determinista verdaderamente perfecta, que
se basta a sí misma. El supone que un demonio que poseyera una
inteligencia y unos sentidos casi infinitos podría conocer todo
acontecimiento del pasado y todo acontecimiento del futuro. De hecho, esa
concepción, que creía poder arreglárselas sin Dios, había introducido en
su munto los atributos de la divinidad: la perfección, el orden absoluto,
la inmortalidad y la eternidad. Es ese mundo el que va a desordenarse y
luego desintegrarse.
El
paradigma de simplicidad
Para
comprender el problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada,
que hay un paradigma de simplicidad. La palabra paradigma es empleada a
menudo. En nuestra concepción, un paradigma está constituido por un cierto
tipo de relación lógica extremadamente fuerte entre nociones maestras,
nociones clave, principios clave. Esa relación y esos principios van a
gobernar todos los discursos que obedecen, inconscientemente, a su
gobierno. Así
es que el paradigma de simplicidad es un paradigma que pone orden en el
universo, y persigue al desorden. El orden se reduce a una ley, a un
principio. La simplicidad ve a lo uno y ve a lo múltiple, pero no puede
ver que lo Uno puede, al mismo tiempo, ser Múltiple. El principio de
simplcidad o bien separa lo que está ligado (disyunción), o bien unifica
lo que es diverso (reducción). Tomemos
como ejemplo al hombre. El hombre es un ser evidentemente biológico. Es,
al mismo tiempo, un ser evidentemente cultural, meta-biológico y que vive
en universo de lenguaje, de ideas y de conciencia. Pero, a esas dos
realidades, la realidad biológica y la realidad cultural, el paradigma de
simplificación nos obliga ya sea a desunirlas, ya sea a reducir la más
compleja a la menos compleja. Vamos entonces a estudiar al hombre
biológico en el departamento de Biología, como un ser anatómico,
fisiológico, etc., y vamos a estudiar al hombre cultural en los
departamentos de ciencias humanas y sociales. Vamos a estudiar al cerebro
como órgano biológico y vamos a estudiar al espíritu, the mind, como
función o realidad psicológica. Olvidamos que uno no existe sin el otro;
más aún, que uno es, al mismo tiempo, el otro, si bien son tratados con
términos y conceptos diferentes. Con
esa voluntad de simplificación, el conocimiento cientifíco se daba por
misión la de desvelar la simplicidad escondida detrás de la aparente
multiplicidad y el aparente desorden de los fenómenos. Tal vez sea que,
privados de un Dios en que no podían creer más, los cientificos tenían una
necesidad, inconscientemente, de verse reasegurados. Sabiéndose vivos en
un universo materialista, mortal, sin salvación, tenían necesidad de saber
que había algo perfecto y eterno: el universo mismo. Esa mitología
extremadamente poderosa, obsesiva aunque oculta, ha animado al movimiento
de la Física. Hay que reconocer que esa mitología ha sido fecunda porque
la búsqueda de la gran ley del universo ha conducido a descubrimientos de
leyes mayores tales como las de la gravitación, el electromagnetismo, las
interacciones nucleares fuertes y luego, débiles. Hoy,
todavía, los científicos y los físicos tratan de encontrar la conexión
entre esas diferentes leyes, que representaría una verdadera ley única.
La
misma obsesión ha conducido a la búsqueda del ladrillo elemental con el
cual estaba construido el universo. Hemos, ante todo, creído encontrar la
unidad de base en la molécula. El desarrollo de instrumentos de
observación ha revelado que la molécula misma estaba compuesta de átomos.
Luego nos hemos dado cuenta que el átomo era, en sí mismo, un sistema muy
complejo, compuesto de un núcleo y de electrones. Entonces, la partícula
devino la unidad primaria. Luego nos hemos dado cuenta que las partículas
eran, en sí mismas, fenómenos que podían ser divididos teóricamente en
quarks. Y, en el moento en que creíamos haber alcanzado el ladrillo
elemental con el cual nuestro universo estaba construido, ese ladrillo ha
desaparecido en tanto ladrillo. Es una entidad difusa, compleja, que no
llegamos a aislar. La obsesión de la complejidad condujo a la aventura
científica a descubrimientos imposibles de concebir en términos de
simplicidad. Lo
que es más, en el siglo XX tuvo lugar este acontecimiento mayor: la
irrupción del desorden en el universo físico. En efecto, el segundo
principio de la Termodinamica, formulado por Carnot y por Clausius, es,
primeramente, un principio de degradación de energía. El primer principio,
que es el principio de la conservacaión de la energía, se acompaña de un
principio que dice que la energía se degrada bajo la forma de calor. Toda
actividad, todo trabajo, produce calor; dicho de otro modo, toda
utilización de la energía tiende a degradar dicha energía.
Luego
nos hemos dado cuenta, con Boltzman, que eso que llamamos calor, es en
realidad, la agitación en desorden de moléculas y de átomos. Cualquiera
puede verificar, al comenzar a calentar un recipiente con agua, que
aparecen vibraciones y que se produce un arremolinacmiento de moléculas.
Algunas vuelan hacia la atmósfera hasta que todas se dispersan.
Efectivamente, llegamos al desorden total. El desorden está, entonces, en
el universo físico, ligado a todo trabajo, a toda
transformación.
La
complejidad y la acción
La
acción es también una apuesta
Tenemos
a veces la impresión de que la acción simplifica porque, ante una
alternativa, decidimos, optamos. El ejemplo de acción que simplifica todo
lo aporta la espada de Alejandro que corta el nudo gordiano que nadie
había sabido desatar con sus manos. Ciertamente, la acción es una
decisión, una elección, per es también una apuesta. Pero
en la noción de apuesta está la conciencia del riesgo y de la
incertidumbre. Toda estrategia, en cualquier dominio que sea, tiene
conciencia de la apuesta, y el pensamiento moderno ha comprendido que
nuestras creencias más fundamentales con objeto de una apuesta. Eso es lo
que nos habia dicho, en el siglo XVII, Blaise Pascal acerca de la fe
religiosa. Nosotros también debemos ser conscientes de nuestras apuestas
filosóficas o políticas. La
acción es estrategia. La palabra estrategia no designa a un programa
predeterminado que baste para aplicar ne variatur en el tiempo. La
estrategia permite, a partir de una decisión inicial, imaginar un cierto
número de escenarios para la acción, escenacios que podrán ser modificados
según las informaciones que nos llegen en el curso de la acción y según
los elementos aleatorios que sobrevendrán y perturbarán la acción.
La
estrategia lucha contra el azar y busca a la información. Un ejército
envía exploradores, espías, para infornarse, es decir, para eliminar la
incertidumbre al máximo, Más aún, la estrategia no se limita a luchar
contra el azar, trata también de utilizarlo. Así fue que el genio de
Napoleón en Austerlitz fue el de utilizar el azar metereológico, que ubicó
una capa de brumas sobre los pantanos, considerados imposibles para el
avance de los soldados. Él construyó su estrategia en función de esa bruma
y tomar por sorpresa, por su flanco más desguarnecido, al ejército de los
imperios. La
estrategia saca ventaja del azar y, cuando se trata de estrategia con
respecto a otro jugador, la buena estrategia utiliza los errores del
adversario. En el fútbol, la estrategia consiste en utilizar las pelotas
que el equipo adversario entrega involuntariamente. La construcción del
juego se hace mediante la deconstrucción del juego del adversario y,
finalmente, la mejor estrategia -si se beneficia con alguna suerte- gana.
El azar no es solamente el factor negativo a reducir en el dominio de la
estrategia. Es también la suerte a ser aprovechada. El
problema de la acción debe también hacernos conscientes de las derivas y
las bifurcaciones: situaciones iniciales muy vecinas pueden conducir a
desvíos irremediables. Así fue que, cuando Martín Lutero inició su
movimiento, pensaba estar de acuerdo con la Iglesia, y que quería
simplemente reformar los abusos cometidos por el papado en Alemania.
Luego, a partir del momento en que debe ya sea renunciar, ya sea
continuar, franquea un umbral y, de reformador, se vuelve contestatario.
Una deriva implacable lo lleva -eso es lo que pasa en todo desvío- y lleva
a la declaración de guerra, a las tesis de Wittemberg (1517).
El
dominio de la acción es muy aleatorio, muy incierto. Nos impone una
conciencia muy aguda de los elementos aleatorios, las derivas, las
bifurcaciones, y nos impone la reflexión sobre la complejidad misma.
La
acción escapa a nuestras intenciones
Aquí
interviene la noción de ecología de la acción. En el momento en que un
individuo emprende una acción, cualesquiera que fuere, ésta comienza a
escapar a sus intenciones. Esa acción entra en un universo de
interacciones y es finalmente el ambiente el que toma posesión, en un
sentido que puede volverse contrario a la intención inicial. A menudo, la
acción se volverá como un boomerang sobre nuestras cabezas. Esto nos
obliga a seguir la acción, a tratar de corregirla -si todavía hay tiempo-
y tal vez a torpedearla, como hacen los responsables de la NASA que, si un
misil se desvía de su trayectoria, le envían otro misil para hacerlo
explotar. La
acción supone complejidad, es decir, elementos aleatorios, azar,
iniciativa, decisión, conciencia de las derivas y de las transformaciones.
La palabra estrategia se opone a la palabra programa. Para las secuencias
que se sitúan en un ambiente estable, conviene utilizar programas. El
programa no obliga a estar vigilante. No obliga a innovar. Así es que
cuando nosotros nos sentamos al volante de nuestro coche, una parte de
nuestra conducta está programada. Si surge un embotellamiento inesperado,
hace falta decidir si hay que cambiar el itinerario o no, si hay que
violar el código: hace falta hacer uso de estrategias.
Es
por eso que tenemos que utilizar múltiples fragmentos de acción programada
para poder concentrarnos sobre lo que es importante, la estrategia con los
elementos aleatorios. No
hay un dominio de la complejidad que incluya el pensamiento, la reflexión,
por una parte, y el dominio de las cosas simples que incluiría la acción,
por la otra. La acción es el reino de lo concreto y, tal vez, parcial de
la complejidad. La
acción puede, ciertamente, bastarse con la estrategia inmediata que
depende de las intuiciones, de las dotes personales del estratega. Le
sería también útil beneficiarse de un pensamiento de la complejidad. Pero
el pensamiento de la complejidad es, desde el comienzo, un desafío.
Una
visión simplificada lineal resulta fácilmente mutilante. Por ejemplo, la
poítica del petróleo crudo tenía en cuenta únicamente al factor precio sin
considerar el agotamiento de los recursos, la tendencia a la independencia
de los países poseedores de esos recursos, los inconvenientes políticos.
Los políticos habían descartado a la Historia, la Geografía, la
Sociología, la política, la religión, la mitología, de sus análisis. Esas
disciplinas se tomaron venganza. La
máquina no trivial Los
seres humanos, la sociedad, la empresa, son máquinas no triviales: es
trivial una máquina de la que, cuando conocemos todos sus inputs,
conocemos todos sus outputs; podemos predecir su comportamiento desde el
momento que sabemos todo lo que entra en la máquina. De cierto modo,
nosotros somos también máquinas triviales, de las cuales se puede, con
amplitud, predecir los comportamientos. En
efecto, la vida social exige que nos comportemos como máquinas triviales.
Es cierto que nosotros no actuamos como puros autómatas, buscamos medios
no triviales desde el momento que constatamos que no podemos llegar a
nuestras metas. Lo importante, es lo que sucede en momentos de crisis, en
momentos de decisión, en los que la máquina se vuelve no trivial: actua de
una manera que no podemos predecir. Todo lo que concierne al surgimiento
de lo nuevo es no trivial y no puede ser predicho por anticipado. Así es
que, cuando los estudiantes chinos están en la calle por millares, la
China se vuelve una máquina no trivial... ¡En 1987-89, en la Unión
Sovietica, Gorbachov se condujo como una máquina no trivial! Todo lo que
sucedió en la historia, en especial en situaciones de crisis, son
acontecimientos no triviales que no pueden ser predichos por anticipado.
Juana de Arco, que oye voces y decide ir buscar al rey de Francia, tiene
un comportamiento no trivial. Todo lo que va a suceder de importante en la
política francesa o mundial surgirá de lo inesperado.
Nuestras
sociedades son máquinas no triviales en el sentido, también, de que
conocen, sin cesar, crisis políticas, económicas y sociales. Toda crisis
es un incremento de las incertidumbres. La predictibilidad disminuye. Los
desórdenes se vuelven amenazadores. Los antagonismos inhiben a las
complementariedades, los conflictos virtuales se actualizan. Las
regulaciones fallan o se desarticulan. Es necesario abandonar los
programas, hay que inventar estrategias para salir de la crisis. Es
necesario, a menudo, abandonar las soluciones que solucionaban las viejas
crisis y elaborar soluciones novedosas.
Prepararse
para lo inesperado La
complejidad no es una receta para conocer lo inesperado. Pero nos vuelve
prudentes, atentos, no nos deja dormirnos en la mecánica aparente y la
trivialidad aparente de los determinismos. Ella nos muestra que no debemos
encerrarnos en el contemporaneísmo, es decir, en la creencia de que lo que
sucede ahora va a continuar indefinidamente. Debemos saber que todo lo
importante que sucede en la historia mundial o en nuestra vida es
totalmente inesperado, porque continuamos actuando como si nada inesperado
debiera suceder nunca. Sacudir esa pereza del espíritu es una lección que
nos da el pensamiento complejo. El
pensamiento complejo no rechaza, de ninguna manera, a la claridad, el
orden, el determinismo. Pero los sabe insuficientes, sabe que no podemos
programar el descubrimiento, el conocimiento, ni la acción.
La
complejidad necesita una estrategia. Es cierto que, los segmentos
programados en secuencias en las que no interviene lo aleatorio, son
útiles o necesarios. En situaciones normales, la conducción automática es
posible, pero la estrategia se impone siempre que sobreviene lo inesperado
o lo incierto, es decir, desde que aparece un problema importante.
El
pensamiento simple resuelve los problemas simples sin problemas de
pensamiento. El pensamiento complejo no resuelve, en sí mismo, los
problemas, pero consituye una ayuda para la estrategia que puede
resolverlos. Él nos dice: «Ayúdate, el pensamiento complejo te ayudará.»
Lo
que el pensamiento complejo puede hacer, es darle a cada uno una señal,
una ayuda memoria, que le recuerde: «No olvides que la realidad es
cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a
surgir.» La
complejidad se sitúa en un punto de partida para una acción más rica,
menos mutilante. Yo creo profundamente que cuanto menos mutilante sea un
pensamiento, menos mutilará a los humanos. Hay que recordar las ruinas que
las visiones simplificantes han producido, no solamente en el mundo
intelectual, sino también en la vida. Suficientes sufrimientos aquejaron a
millones de seres como resultado de los efectos del pensamiento parcial y
unidimensional. [1] El
único ideal era el de aislar las variables en juego en la interacciones
permanentes en un sistema, pero nunca el de considerar con precisión las
interacciones permanentes del sistema. Así, paradojicamente, los estudios
ingenuos, en la superfície de los fenómenos, eran mucho más complejos, es
decir, en última instancia, «cientificos», que los pretenciosos estudios
cuantitativos sobre estadísticas inmensas, guiadas por pilotos de poco
cerebro. Así lo eran, digo con falta de modestia, mis estudios fenoménicos
que intentaban aprehender la complejidad de una transformación social
multidimensional en una comunidad de Bretaña o, los estudios en vivo del
florecimiento de los acontecimientos de Mayo del 68. Yo no tenía por
método nada más que tratar de aclarar los múltiples aspectos de los
fenómenos, e intentar aprehender las relaciones cambiantes. Relacionar,
relacionar siempre, era un método más rico, incluso a nivel teórico, que
las teorias blindadas, guarnecidas epistemológica y lógicamente,
metodológicamente aptas para afrontar lo que fuere salvo, evidentemente,
la complejidad de lo real. [2] Sin embargo,
Bachelard, el filósofo de las ciencias, había descubierto que lo simple no
existe: sólo existe lo simplificado. La ciencia construye su objeto
extrayendolo de su ambiente complejo para ponerlo en situaciones
experimentales no complejas. La ciencia no es el estudio del universo
simple, es una simplificación heurística necesaria para extraer ciertas
propiedades, ver ciertas leyes. George Lukacs, el filósofo marxista, decía en su vejez, criticando su propia visión dogmática: «Lo complejo debe ser concebido como elemento primario existente. De donde resulta que hace falta examinar lo complejo de entrada en tanto complejo y pasar luego de lo complejo a sus elementos y procesos elementales.» |