Ahora bien,
según la matemática de la optimización, el comportamiento maximizador
de un agente se
sigue de ciertos supuestos acerca de los procesos psicológicos de la
elección. Por
ejemplo, del supuesto de que la elección óptima está basada
en
comparaciones
binarias. Esto significa que cada opción -de un conjunto probable-
es
comparada en una
serie de comparaciones binarias de preferencia. La mejor opción
es identificada
y elegida de este modo.
Sin embargo, las
elecciones óptimas no estarían basadas en comparaciones
binarias, según
los datos psicológicos obtenidos experimentalmente. Éstas evidencias
han estimulado a
algunos economistas a explorar hipótesis psicológicas (1).
2. La concepción
standard de la racionalidad presenta un
problema epistémico
Von Neumann y
Morgenstern ponen de manifiesto que en la teoría de la elección
racional los
deseos y las creencias de los agentes económicos se conectan
estrechamente.
Esto implicaría que no se puedan determinar esos estados
psicológicos
independientemente de dicha teoría.
En efecto, ellos
exhiben que la descripción de las preferencias (deseos) mediante
una noción
amplia de utilidad depende de las expectativas (creencias relativas
a
alternativas
futuras con probabilidades declaradas) y de las elecciones de los
individuos en
relación a las alternativas en cuestión. Y, también, muestran que la
fijación de las
creencias depende de las elecciones y de las preferencias. De
acuerdo
a la teoría de la utilidad esperada, la conducta del agente,
e.d., su elección y, en
segundo término,
su expectativa o certeza relativa a la probabilidad -entendida como
frecuencia en el
largo plazo- de la ocurrencia de dos eventos cualesquiera sirven de
base para
construir una estimación numérica individual de la utilidad. Además,
de
acuerdo a esa
misma teoría, es posible abordar la información
imperfecta. Pues, si se
conoce el peso
de la preferencia de un agente entre resultados alternativos, y se
le
ofrece que elija
entre las alternativas, es posible determinar las probabilidades que
él
le fija a tales
alternativas.
En cualquiera de
los dos usos de la teoría de la elección
racional, podemos fijar
alguno de los
estados psicológicos del agente, sólo si ya conocemos los otros estados
psicológicos. Lo
que hace posible que a partir de la observación de una conducta y de
la determinación
de una clase de estados psicológicos puedan derivarse los estados
psicológicos de
la otra clase es la hipótesis de que los agentes son maximizadores
de
utilidades y
están constreñidos por sus expectativas (2).
Se ha sugerido
que el recurso a las Ciencias Evolucionarias, especialmente la
Psicología
Evolucionaria podría ayudar a resolver el problema cognoscitivo recién
descripto y que
ha sido denominado el "problema del triángulo hermenéutico" (siendo
el triángulo la
figura que representa, en cada uno de sus vértices- los componentes
del
razonamiento
práctico: deseos, creencias y elección o acción).
Así, A. Doménech
defiende que podrían describirse creencias y deseos de los
hombres como
consecuencias de presiones ecológicas. Un marco conceptual en el
que puede
inscribirse esta propuesta es el ofrecido por Ruth Millikan (3). Ella
sostiene
que el sistema
nervioso humano ha cumplido funciones que lo han conducido a su
proliferación.
Considera plausible que, para llevarlas a cabo, dicho sistema tuviera que
producir
dispositivos dentro y fuera del cerebro que estuvieran adaptados a
las
circunstancias
especiales del sistema nervioso individual, incluyendo su cuerpo
especial y su
situación social. Especula que algunos de esos dispositivos son las
habilidades,
conocimientos proposicionales, intenciones y fines que
históricamente
estuvieron
relacionados entre sí y con el medio de maneras especificables. En
especial,
postula que
las creencias
corresponden a dispositivos fisiológicos -
estructuras
neurales, estructuras de transferencia de energía, o lo que sea-
que