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SOBRE LA RACIONALIDAD
Es un lugar común, en la historia del pensamiento, ubicar el origen de la racionalidad cerca del siglo VI a.C., en las zonas de influencia griega. Muchos trabajos ilustrados se han realizado sobre este acontecimiento. Por supuesto, mi intención no es volver sobre cosas que ya han dicho otros de una manera erudita y brillante. Sin embargo, me interesa atender a algunas aristas de dicha temática que pueden arrojar luz sobre distintos debates y puntos de vista contemporáneos en teoría del conocimiento y filosofía práctica (ética y política).


Es un lugar común, en la historia del pensamiento, ubicar el origen de la racionalidad cerca del siglo VI a.C., en las zonas de influencia griega. Muchos trabajos ilustrados se han realizado sobre este acontecimiento, su relación con el pensamiento mítico, la solidaridad con la estructura institucional de la polis, sus características distintivas, etc.. Por supuesto, mi intención no es volver sobre cosas que ya han dicho otros de una manera erudita y brillante. Sin embargo, me interesa atender a algunas aristas de dicha temática que pueden arrojar luz sobre distintos debates y puntos de vista contemporáneos en teoría del conocimiento y filosofía práctica (ética y política); pues todas estas disciplinas están enredadas con cierta idea particular de racionalidad, nacida hace más de 2500 años. En este sentido, volver a La Tradición configurada por Sócrates, Platón y Aristóteles, nos puede decir mucho acerca de diferentes planteos modernos y contemporáneos; de la Ilustración a J%FCrgen Habermas, de los derechos humanos a John Rawls y Ronald Dworkin, las razones e ideales de La Tradición se vuelven a presentar, e iluminan lo que está puesto en juego.

I

Platón y Aristóteles son dos pensadores con una vigencia increíble. De hecho, muchos han sostenido que todos los trabajos posteriores que tratan acerca del pensamiento racional no son más que comentarios marginales a sus obras. ¿Por qué se arriesga una afirmación tan fuerte? Voy a intentar desarrollar una razón que, aunque está lejos de ser la única, se relaciona de manera fundamental con el tema del presente artículo. Platón y Aristóteles son los dos autores fundamentales de una tradición filosófica que afirmará (y defenderá) la posibilidad de un discurso racional, esto es, un discurso crítico y objetivo, tanto en el campo de la ciencia como en el de la ética, frente a las distintas posiciones discursivas fundamentalistas y escépticas. En efecto, esta postura, que ya es clásica en la historia del pensamiento occidental, se puede definir por oposición a esas dos tesis extremas, contrarias entre sí, que, a la vez, podemos vincular a dos estadios de la historia de la reflexión griega sobre el pensamiento y el lenguaje que son anteriores a Platón y Aristóteles, y de la que los dos grandes creadores de la filosofía fueron conscientes críticos.
1. El primer estadio en la reflexión sobre pensamiento y lenguaje está protagonizado por los primeros filósofos, físicos y eleáticos, como Heráclito y Parménides. La principal característica de este estadío es que sus protagonistas tienen una manera de ver al discurso todavía demasiado solidaria a las concepciones míticas. Para la mentalidad mítica, el discurso es, ante todo, un acto de participación donde fuerzas divinas intervienen en el hombre, al que informan acerca de lo que verdaderamente es. De manera similar a los profetas hebreos que desde el siglo XI a.C. hasta la víspera de la era cristiana se consideraron unos 'inspirados', 'videntes' y poseídos de dios(1), los sacerdotes y poetas de la Grecia arcaica se autocomprendieron como participantes de un discurso autoexistente y sobrehumano; consideraron que pronunciándolo albergaban en su propia persona el mensaje de fuerzas superiores. Con los primeros filósofos muchas cosas cambiaron. Sin embargo, el discurso continuó siendo concebido como el medio por el cual el sabio inspirado revelaba una realidad divina y autoexistente. En este sentido, para Heráclito, logos es algo que uno oye y que está dotado de expresión verbal, pero que tiene una existencia independiente de quién lo expresa o escucha; es algo que regula todos los acontecimientos, una especie de ley universal del devenir.

'Aunque este discurso existe siempre, los hombres se vuelven incapaces de comprenderlo tanto antes de oírlo como una vez que lo han oído pues aun cuando todo sucede conforme a este discurso parecen no tener experiencia de él'. (Heráclito)

En el caso de Parménides, el discurso es también un producto del encuentro con la divinidad, quién le revela al sabio el verdadero carácter de lo que es. Más allá de estos sabios inspirados que tienen contacto con el ser que es en sí, con la realidad divina y autoexistente, el resto de los mortales son incapaces de decir o entender nada.

'Los que han de hablar con comprensión es necesario que se afirmen en lo que es común a todos así como una ciudad en su ley, y mucho más firmemente aún; todas las leyes humanas, en efecto, se nutren de una sola, la divina; extiende ésta su poder tanto como quiere y es suficiente para todas y aún excede'. (Heráclito)

Para Parménides, y es el argumento central de su poema, sólo lo que es en sí puede ser aprehendido por lo que piensa y expresado en el lenguaje; mientras que lo que no-es no puede ser pensado ni dicho. Nosotros admitimos sin dificultad que podemos pensar o decir cosas que no son, que no existen. En el horizonte del pensamiento de Heráclito o Parménides esto no es posible. El pensar y el decir son forzosamente un pensar y un decir lo que es(2).
Un problema que notó Platón es que a partir de esta postura es imposible concebir que las personas pueden pensar y decir cosas diferentes. En el Sofista, Platón promoverá la posibilidad de decir otras cosas además de lo que es, estableciendo la existencia de un no-ser relativo, que se distingue del no-ser de Parménides. Al establecer este no-ser que en cierta medida es, lo que hace Platón es darle un reconocimiento expreso al papel de la diferencia, la alteridad, en el juego del discurso; esto es, asegura la posibilidad de concebir pensamientos y discursos que pueden tener sentido pero, a la vez, pueden decir cosas diferentes.
2. Con los sofistas aparece un nuevo modo de entender el discurso que se opone de forma clara a las anteriores concepciones físicas y eleáticas. Para ellos no hay una realidad autoexistente, un ser que el pensamiento se ocupe de aprender y el lenguaje, de expresar. Para Protágoras, por ejemplo, no existe una realidad en sí; todo ser es condicional y relativo a cada persona. Su sentencia más famosa dice: 'De todas las cosas el hombre es medida, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son'. La interpretación tradicional de esta frase explica que para Protágoras el hombre sólo puede pronunciarse acerca de cómo son las cosas para cada uno, renunciando a saber qué son las cosas en sí mismas. Así, Protágoras rechazaba expresamente todo conocimiento sobre la cosa independientemente de su aparecer al sujeto.
Ahora bien, Platón advirtió agudamente que una consecuencia de eliminar la instancia objetiva, independiente del sujeto, es que desaparece la posibilidad de que haya desacuerdo sobre algo y, luego, que haya algunas opiniones que son verdaderas y otras falsas acerca de algo. Como cada cosa es para cada quien, no existiendo nada en sí mismo, todas las opiniones y pareceres individuales son válidos y nunca se contradicen. Además, existe el problema de que si cualquier apreciación es relativa a quien la sostiene, si a cada paso uno tiene que relativizar cualquier afirmación (diciendo 'esto es para mi' y el otro también aclarando que lo que dice es sólo 'para él'), allí no hay diálogo posible, pues el diálogo implica que dos interlocutores debatan, disientan o coincidan, acerca de una misma cosa. Para la postura sofista, 'ni tú ni yo podemos, comparando y discutiendo nuestras experiencias, corregirlas y alcanzar el conocimiento de una realidad más esencial que otra, porque no existe semejante realidad estable para ser conocida'(3). Igualmente en moral, no es posible la apelación a ningún bien objetivo, y la única regla posible es actuar como en cada momento le parezca más conveniente a cada uno.
En suma, la posición clásica inaugurada por las enseñanzas de Sócrates y consolidada por las obras de Platón y luego de Aristóteles, argumentará contra 1. que si es obligatorio pensar y decir sólo lo que es (en sí), entonces será imposible considerar que alguien piensa o dice algo diferente. Contra 2. argumentará que si el objeto del discurso y del conocimiento es la verdad según nos aparece a cada uno, todas las opiniones y pareceres individuales serán igualmente válidos. En este sentido, lo que la tradición clásica sostiene es que se debe reconocer que no todo discurso dice lo que es, que no es cierto que se dice lo que es o no se habla, pues el discurso, además de tener sentido, puede decir cosas diferentes; luego, es necesario también reconocer que no todo discurso es igualmente válido sino que existen mejores y peores descripciones de la realidad y de lo que hay que hacer: existen discursos más verdaderos o racionales que otros.
Como bien señala Michel Foucault, la filosofía clásica contiene como característica fundamental desde su origen la pretensión de discriminar el discurso verdadero del falso. Si bien veremos que esta pretensión lleva a una manera particular de ver al lenguaje y sus potencialidades, por ahora basta adelantar que esta pretensión se relaciona directamente con el fin de proteger y promover la función crítica y evaluativa del discurso que surge de la participación en cualquier diálogo pleno que busca la mejor comprensión de cómo son las cosas.



Notas

1.En él pentateuco-deuteronomio se puede leer: 'pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo les mande' (Biblia de Jerusalén Ilustrada. Bilbao - Barcelona: Declee de Browne - Nauta, 1969, p. 197.).
2.Esto se nota mejor si consideramos que el verbo pensar (noein) tiene un sentido mucho más fuerte del que nosotros le damos cuando lo entendemos como una actividad intelectual de tipo falible. Guthrie dice al respecto: “El verbo que se traduce por pensar (noein) no podía sugerir, en su época, la idea o imagen de algo no existente, ya que connotaba, ante todo, un acto de reconocimiento inmediato. En Homero tiene un significado muy similar al de ver; en cualquier circunstancia, se relaciona directamente con el sentido de la visión (...). Para mayor precisión, se usa cuando, a través de la visión de un objeto concreto, un personaje percibe, de repente, el significado pleno de una situación. (...) En este sentido, puede significar una iluminación súbita, un ver con la mente”.. El otro elemento a tener en cuenta para iluminar el horizonte del pensamiento parmenídeo es el verbo phrádsein, que, “aunque a menudo se traduce por ‘decir’ o ‘contar’, significaba, en la lengua épica que está usando Parménides, y frecuentemente después, ‘expresar’, ‘mostrar’ o ‘indicar’ (...). Hay indicios de que esta palabra tenía también una historia (relacionada, quizá, con la identificación mágica de nombre y objeto), que le hacía difícil a un griego ver cómo se podía hablar de lo que no era”. W.K.C. Guthrie, Historia de la filosofía griega II, Editorial Gredos, Madrid, p. 32-34.
3.W.K.C. Guthrie, Historia de la filosofía griega III, Editorial Gredos, Madrid, p. 196.




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