ASIGNATURA: SEMINARIO AVANZADO
DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
UNIVERSIDAD
YACAMBU
DOCTORADO
EN GERENCIA
FORO:
¿PARA QUE SIRVE
Por: Pedro Bonillo
INTRODUCCIÓN
En octubre de 1987 dos científicos ingleses
publicaron en la revista Nature un artículo titulado, "En dónde se ha
equivocado la ciencia", que contiene una indignada protesta en contra de
los filósofos y científicos que durante siglos han estado propagando ideas como
la incapacidad de la inducción para generar conocimiento, la impotencia de las
observaciones para verificar o reforzar hipótesis, las virtudes de la
falseabilidad, el relativismo de la verdad científica, el anarquismo en la metodología
de la ciencia, etc. Después de quejarse de que pocas universidades incluyen
cursos obligatorios de metodología de la ciencia entre los créditos que deben
cumplir los estudiantes de carreras científicas, y que en aquellas pocas que lo
hacen, muchos profesores están tratando de sabotear el método, los autores
describen el resultado como sigue:
“El infeliz estudiante se ve inevitablemente forzado
a echar mano de sus propios recursos para recoger al azar y por casualidad, de
aquí o de allá, fragmentos desorganizados del método científico, así como
fragmentos de métodos no científicos. Y cuando el estudiante se convierta en un
investigador profesional, como no posee la educación y la instrucción
necesarias, caminará torpemente en la oscuridad, siguiendo caminos costosos y
cerrados y echando mano de cosas tan desconfiables como adivinanzas al azar, conjeturas
arbitrarias, corazonadas subjetivas, intuición accidental, suerte pura,
accidentes afortunados, pruebas no planeadas e invariablemente erróneas. ¿Puede
ser ésta una metodología adecuada para hacer nuevos descubrimientos y lograr
aplicaciones benéficas? Desde luego que no, pero ésta es toda la metodología
que los exponentes de las antítesis recomiendan a los investigadores
profesionales”. (Theocharis, 1987)
La opinión de estos autores es que el conocimiento de
la filosofía de la ciencia, y en especial del método científico, resulta
benéfico para los investigadores, en vista de que se encuentran más capacitados
para hacer "nuevos descubrimientos y lograr aplicaciones benéficas".
En cambio, Rosenblueth reconoce que: “Aunque parezca paradójico, la mayoría de
las personas que se dedican a la investigación científica y que contribuyen al
desarrollo y progreso de la disciplina que cultivan, no podrían formular con
precisión su concepto de lo que es la ciencia, ni fijar los propósitos que
persiguen, ni detallar los métodos que emplean en sus estudios, ni justificar
estos métodos”. (Rosenblueth, 1970)
En principio, parecería que estas dos posiciones, la
representada por los científicos ingleses y la mencionada por Rosenblueth, son
radicalmente opuestas. Pero la verdad es que mientras los ingleses postulan que
si los científicos conocieran la filosofía de su ocupación profesional serían
mejores investigadores, Rosenblueth señala el hecho histórico de que muchos
hombres de ciencia que ignoran esa filosofía han contribuido "al
desarrollo y progreso de la disciplina que cultivan"; en otras palabras,
mientras los ingleses hacen una hipótesis, Rosenblueth señala un hecho real.
Podría demostrarse que las dos opiniones son correctas si se encontrara que los
buenos investigadores que ignoran la filosofía de la ciencia se hacen todavía
mejores cuando la conocen. El experimento no es fácil de hacer, pero su
planteamiento permite subrayar la diferencia entre la proposición de los
ingleses y la aseveración de Rosenblueth.
A través de este ensayo se muestra la opinión personal
con respecto a este tema, el mismo esta estructurado con una introducción, un
cuerpo en el que se discute el planteamiento del foro tomando en consideración
los diferentes enfoques que se han venido estudiando durante el desarrollo del
Seminario, finalmente se presentan unas conclusiones generales y la
bibliografía.
CONTENIDO
A través de este seminario se ha venido señalando que
desde un punto de vista histórico la "filosofía natural" empezó a
disociarse en ciencia y filosofía durante la revolución científica del siglo XVI,
y que ademas la separación fue cada vez más profunda en los cuatro siglos
siguientes, al grado que en la actualidad se trata de dos disciplinas tan
alejadas que no sólo hablan idiomas diferentes sino que en ambos círculos se
consideran mutuamente excluyentes. Por lo menos entre los científicos, el estudio
serio de la filosofía de la ciencia se ve como una extravagancia diletantista,
cuando no como una simple pérdida de tiempo y esfuerzo; entre los filósofos
existe una opinión semejante pero inversa. Parte de la explicación es que las
dos ramas del que hacer y del pensamiento han crecido y se han desarrollado de
tal manera que ya desde hace tiempo resulta imposible cultivarlas ambas con
igual profundidad profesional. Pero otra parte de la explicación es que la
filosofía de la ciencia no ha sabido distinguir entre dos posibles estructuras:
la descriptiva y la prescriptiva. Muchos filósofos han intentado (y siguen
intentando) describir la estructura de la ciencia y de los métodos que siguen
los científicos para trabajar en ella, con mayor o menor felicidad en sus
resultados. Pero otros filósofos han erigido estructuras que pretenden
prescribir la naturaleza que debería tener la ciencia y la forma como deberían
pensar y actuar los científicos para que sus esfuerzos tuvieran validez.
Además, no es raro que, con el paso del tiempo, algunos de los filósofos del
primer grupo se transformen en ejemplares del segundo grupo. La reacción de los
científicos ante tal postura ha sido expresada por Rosenblueth como sigue:
“Hay otra serie de asertos acerca de lo que es la
ciencia, que conviene subrayar y criticar. Son los que han hecho algunos
filósofos. En este caso, tales personas conocen generalmente los principios de
la crítica de los conceptos, sus aseveraciones son lógicas y, a menudo, hasta
retóricas. El filósofo, sin embargo, frecuentemente no conoce la ciencia,
porque nunca ha sido hombre de ciencia, ni ha pasado por el largo aprendizaje
indispensable para la formación del hombre de ciencia. Sus juicios son, a
menudo, falsos e incompletos”. (Rosenblueth,
1970)
Por ejemplo, de los filósofos de la ciencia de este siglo,
Kuhn y Lakatos son fundamentalmente descriptivos, el primero de los mecanismos
de las revoluciones científicas y el segundo de la estructura de los programas
de investigación. En cambio, Popper y Feyerabend empiezan tratando de describir
a la ciencia y terminan diciéndonos cómo debemos trabajar para hacer buena
ciencia, el primero recomendando el método hipotético-deductivo y el
segundo el anarquismo metodológico. De estos cuatro filósofos, sólo Kuhn inició
su carrera como físico, pero al poco tiempo la cambió por la de historiador de
la ciencia y posteriormente se convirtió a la filosofía, aunque sin dejar de
seguir teniendo su interés principal en la historia; los otros tres siempre han
sido sólo filósofos. Kuhn ha documentado de manera adecuada algunos episodios
en la física y en la astronomía de los siglos XVI y XVII que corresponden a su
descripción de revolución científica, y esto ha sido extendido por otros
historiadores como Cohen a otras disciplinas y a otras épocas, aunque para las
ciencias biológicas los datos no son tan claros o de plano no concuerdan con su
esquema; sin embargo, la contribución más importante de Kuhn es su demostración
de que para hacer filosofía de la ciencia, la historia debe usarse como algo
más que una fuente de ejemplos. La compleja arquitectura de los programas de
investigación de Lakatos probablemente corresponde a algunos episodios de la
física, pero en realidad es muy difícil acomodar en la mencionada estructura a
las investigaciones que se llevan a cabo en otras ciencias, especialmente las de
crecimiento más reciente. En el caso del método hipotético-deductivo de
Popper, realmente ningún investigador que diseña sus experimentos para intentar
demostrar que sus hipótesis son falsas, sino todo lo contrario; además, en el
campo de la ciencia se utiliza de forma generalizada el pensamiento inductivo,
o sea que no se generaliza a partir de instancias individuales. Popper ha dicho
que su filosofía señala no cómo se hace la ciencia sino cómo debería hacerse.
Finalmente, el anarquismo de Feyerabend tiene dos aspectos: uno, caracterizado
por sus opiniones más extremas, como cuando declara que la "ciencia es un
cuento de hadas" y que se le debería conceder la misma atención a otras
formas de conocimiento como "la astrología, la acupuntura y la hechicería",
o cuando pone a la ciencia a la par con "la religión, la prostitución y
otras cosas"; este aspecto, como el mismo Feyerabend señala, no debe
tomarse en serio. El otro aspecto es el que proclama que la única regla de
metodología científica que no interfiere con el libre desarrollo de la
investigación es "todo se vale" y con ciertas restricciones, tal
libertad de acción está mucho más cerca de la realidad en la ciencia de
nuestros días que la adherencia a un solo método rígido e inflexible.
Los científicos de hoy hemos empezado a darnos cuenta
de que los esquemas propuestos por muchos filósofos de la ciencia
contemporáneos son realmente camisas de fuerza conceptuales heredadas del siglo
XIX, y que es necesaria una reconstrucción de la filosofía de nuestras
actividades profesionales que considere no sólo la historia sino toda la
inmensa extensión y complejidad de las ciencias modernas, también conviene que
nos demos cuenta del surgimiento de una nueva forma de estudiar y de caracterizar
a la ciencia, que es a través de la sociología del conocimiento. Aunque con
antecesores tan importantes como Marx, Nietzsche, Scheler y Freud,
probablemente fue Karl Mannheim (1893-1947) la figura inicial en el movimiento
desarrollado alrededor de la idea de que el conocimiento surge en situaciones
históricas y sociales concretas, a las que necesariamente refleja. Para
Mannheim la epistemología está determinada socialmente, por lo que en
sociedades distintas el conocimiento será diferente, no nada más en la forma en
que se expresa sino en su contenido mismo. Este relativismo que se plantea a
través de
Naturalmente, este relativismo epistemológico extremo
puede aplicarse a la misma tesis de la sociología del conocimiento (o sea, que
la postura que caracteriza el conocimiento científico como "nada más"
una construcción social es propia de nuestro tiempo y de la sociedad
capitalista del hemisferio norte, pero que en otros tiempos y en otros sitios
ha habido, hay y seguramente habrá, otras posturas igualmente válidas), con lo
que dejaríamos de tomarla muy en serio. Pero no cabe duda que lo que cuenta
como conocimiento científico es lo que ha alcanzado consenso en la comunidad de
la ciencia, mientras más amplio mejor, después de que ha sido comentado en
pasillos y comedores, presentado en seminarios y congresos, y publicado en
revistas y libros; en otras palabras, no hay duda que el conocimiento
científico posee un componente social, puesto que surge en, y depende de, la
sociedad. Pero entre esto y que el contenido de la ciencia sea "nada
más" una construcción social, hay gran distancia. Sin embargo, algunos
sociólogos de la ciencia no la perciben y en sus estudios insisten en manejar
el producto de la investigación científica como un "hecho social". Un
ejemplo casi paradigmático de esta tendencia es el libro de Latour y Woolgar
titulado. La vida en el laboratorio: la construcción social de los hechos
científicos, que apareció en 1979. Este volumen no es el producto de la
secreción cerebral de filósofos encerrados en sus bibliotecas, sino el
resultado de una investigación realizada por un sociólogo (Woolgar) y un
filósofo (Latour) durante año y medio en un laboratorio de investigación
científica del más alto nivel (el Instituto Salk para Estudios Biológicos, en
California), mientras se trabajaba en un proyecto cuyos resultados finalmente
culminaron en un premio Nobel. Para establecer la relación más íntima y completa
entre los autores del libro y los investigadores que estaban siendo estudiados,
uno de los autores (Latour) trabajó como técnico de laboratorio mientras
realizaba sus estudios sociológicos. Cuando finalmente apareció, el libro
escrito por Latour y Woolgar se transformó casi instantáneamente en un clásico
de la literatura sociológica. Latour y Woolgar postulan que los productos
tangibles de un laboratorio de investigación son sus artículos científicos,
repositorios de una serie de hechos descubiertos y caracterizados por
los investigadores. A continuación, Latour y Woolgar se preguntan de qué manera
se generan los hechos descritos en las publicaciones mencionadas. Y es a
partir de este paso que sus postulados y conclusiones se apartan de lo que los
hombres de ciencia estaríamos dispuestos a aceptar como verdadero. Latour y
Woolgar construyen una "jerarquía del conocimiento" de cinco niveles,
caracterizados de menos a más como sigue:
1) Conjeturas y especulaciones más o menos libres, expresadas en privado
y ocasionalmente mencionadas al final de algún artículo.
2) Sugestiones teóricas, de naturaleza exploratoria, no apoyadas en
hechos sino más bien en ideas interesantes para nuevos experimentos.
3) Proposiciones basadas en proposiciones acerca de otras proposiciones
(por ejemplo, "se supone que las proteinasas de
4) Hechos incontrovertibles, que todo el mundo acepta, como los que
aparecen en los libros de texto.
5) Hechos tan conocidos que ya han rebasado el nivel de la conciencia y
por lo tanto casi nunca se mencionan o discuten en el laboratorio.
En su estudio, Latour y Woolgar concluyen que la
investigación científica podría caracterizarse como la progresión de las ideas
a lo largo de tal "jerarquía del conocimiento". Naturalmente, en esta
progresión influirían muchos otros factores, como por ejemplo las difíciles
negociaciones acerca del status social, la autoridad y el poder relativo
de cada uno de los individuos implicados en el proceso, y otras más; en última
instancia (nos dicen Latour y Woolgar) la actividad científica no tiene nada
que ver con la naturaleza; más bien es una fiera que pelea para construir
"la realidad". Como quiera que se vea, ésta es una conclusión
extraordinaria, pero también no deja de tener un elemento de realidad. Desde
hace mucho tiempo se ha discutido si lo que realmente hacemos los científicos
es descubrir o inventar a la naturaleza. Nuestros trabajos científicos, tanto
teóricos como prácticos, finalmente funcionan eficientemente en la
naturaleza. Eso es todo lo que la ciencia, a través de toda la historia, ha
pretendido ser: una actividad humana dedicada a identificar, definir y resolver
problemas de la realidad, problemas de la naturaleza. Como se trata de una
actividad del hombre, la ciencia se da exclusivamente dentro del marco que
incluye las cosas humanas, con todas sus excelencias y también con todas sus
limitaciones. (Tamayo, 1990)
CONCLUSIONES
GENERALES
El componente social del conocimiento científico sólo
representa una parte de su configuración completa, la otra parte está formada
por su capacidad predictiva y por su concordancia con la realidad, o sea por la
manera como funciona en diferentes situaciones objetivas.
En contraste con la filosofía, la literatura, la
danza, la poesía, la pintura, la música y tantas otras manifestaciones elevadas
del espíritu humano, la ciencia comparte con la política, la industria, la
ingeniería, una obligación fundamental: la de producir resultados concretos y
objetivos, la de funcionar. En otras palabras, el conocimiento que surge
de la ciencia no está determinado, como postulan Latour y Woolgar, nada más
socialmente; su contenido no depende en exclusiva de la estructura y el estilo
de la sociedad en la que se desarrolla. Desde tiempo inmemorial, la ciencia
también ha dependido, no sólo para definir sus áreas de trabajo sino para
enjuiciar sus resultados, de su contacto con la realidad. Ésta ha sido su
fuerza, lo que explica su enorme influencia como factor transformador de la
sociedad en los últimos cuatro siglos, pero también ha sido su tragedia, porque
progresivamente ha ido dejando fuera muchos de los aspectos que más nos
inquietan y nos interesan a los seres humanos.
Con toda la importancia que indudablemente tiene el
componente social del conocimiento científico, al final de cuentas este
conocimiento también debe servir para hacer predicciones verificables en la
realidad; es importante que se alcance el máximo consenso entre los expertos,
pero es todavía más importante que exista correspondencia entre los postulados
científicos y el mundo real.
BIBLIOGRAFIA
Rosenblueth, A. “Mente y
cerebro”. Una filosofía de la ciencia. México, Siglo XXI Editores, 1970.
Tamayo, R. “¿EXISTE EL MÉTODO CIENTÍFICO?
Historia y realidad”. Obras de Ciencia y Tecnología, 1990
Theocharis,
T y Psimopolous, M. "Where
Science has Gone Wrong", en Nature 329: 595-598,
1987.
Última Actualización: 18 JUNIO
2005