LA OBRA DE LA SEMANA

MI AMIGUITA RUBIA

En el pueblo vivía una niña rubia y tostada por el sol. En su boca tenia sangre y brillo de luna y sus ojos eran muy chiquitos con puntitos de oro y verdor. Dos largas trenzas que le llegaban a los pies, un vestido con motas blancas y una flor en el pelo y las manos cortada de lavar ropas de sus hermanos en las acequias de la vega….. Su padre era un pobre jornalero que estaba reumático por el trabajo y la humedad y la madre que tenia treinta años, representaba cincuenta a causa de las penas y de la fecundidad de sus entrañas. La pobre niña era la que tenía que hacer de madre con los chicos porque la suya no podía ocuparse de tantas cosas. ¡Había que verla sentada en su sillita al lado del fuego con un pequeñín en mantillas! “rico, rico mío –de decía- no llores que ya vendrá mama para darte de mamar”. El nene con la boquita abierta, le mordía el pecho ansioso de leche y ellas, riendo apasionadamente exclamaba “Pero so glotón” ¿No ves que yo no tengo teta? ¿No ves que yo soy muy chiquita?” El pequeño chillaba estrepitosamente y ella, aturdida y angustiada, metía su dedo índice en la boca del llorón, que callaba un rato para chupar inútilmente y después continuar con su llantina… Venia la madre y tomando en brazos al nene delgaducho y amarillento, sacan sus senos escuálidos y arrugados y ponía al niño para que mamara… Pero el niño lloraba mas porque no encontraba el dulce jugo de la vida…. Y entonces iba la nena a mi casa a suplicar que , por amor de Dios, que el ama que estaba criando a mi hermano fuera a su casa para que el niño mamara un rato, porque sino, iba a morirse de hambre. Mi madre ordenaba que fuera inmediatamente y cuando el ama llegaba y se ponía al niño sobre sus rodillas, mientras sacaba sus grandes tetas blancas con venas azules, el rorró suspiraba anhelante, riendo y llorando. Como esto pasaba con mucha frecuencia, yo hice gran amistad con la niña y por las tardes iba a su casa para llevarle las limosnas de mi madre y para ver el manantial que tenia en el corral y recoger chinas blancas que habia en el fondo de cristal…. ¡Me daba mas compasión ver aquella casa toda llena de negruras y suciedad… El suelo era de tierra y el techo de cañas! Los únicos muebles con poseían era una mesa con alas, unas cuantas sillas desvencijadas, un velón oxidado y un cuadro muy grande de la Virgen que estaba entre nubes de plomo y que la humedad y el polvo la habían convertido en monstruoso borrón. Cuando llegaba a aquel antro de miseria y honradez la madre con los pelos tiesos y desgreñados se levantaba como un espectro, y limpiándose la boca me besaba con un temor…aquella mártir de la vida y del trabajo tenia una suavidad en la voz y un mirar tan dulce que era menester ser como los perros rabiosos para no compadecer y llorar su calvario… Aquella mujer cuyo vientre había guardado tantas vidas para luego verlas morir de hambre y de miseria, aquella santa destrozada por un hombre y sacrificada por sus hijos, era tan grande, tan augusta y resignada que yo tenia delante de ella temor su figura y amor por su vida de dolores… Muchas veces me decía “Niño, mañana no vengas porque nos lavaremos la ropa” y yo no iba. ¡Que tragedias tan hondas y calladas! No podía ir porque estaban desnudas y ateridas de frío, lavándose sus harapos, los únicos que tenían….. Por eso cuando volvía a mi casa y miraba el ropero cargado de ropas limpias y fragantes sentía gran inquietud y un peso frío en el corazón…. De todas las frutas y golosinas que traía a casa le daba yo a mi amiguita rubia, pero estaba tan cortada de vergüenza siempre que no las tomaba hasta que su madre lo mandase… Uno de sus hermanos agarraba con sus manos a los sapos, a las ranas y a las lagartijas que emborrachaba dándoles tabaco para luego cortarles la cola y que andarán solos, cosa que a mi me producía pavor….. Siempre quería ir a su casa para hablar con ella y que me contara cosas del infierno, porque, como iba mucho a por casa del cura, veía estampas con los condenados y las llamas...Pero su madre me daba mucho miedo y tanta tristeza que solo iba cuando les llevaba comida o cuando me llevaba el ama de mi hermano. Por mucho tiempo que pase, por muchas cosas que pasen por mi alma, nunca se borra de mi corazón la figura de la madre aquella. Los huesos rompiéndole las ropas y su mirar de más allá, sobre todo su mirar, serán en mí recuerdo eterno, por ser la primera impresión trágica que tuve de la miseria…. En Andalucía, en sus pueblos cargados de olor y sonidos, todas las mujeres pobres mueren de lo mismo: de dar vidas y más vidas. Los hogares pobres de los pueblos son nidales de sufrimiento y vergüenzas. Nadie se atreve a pedir lo que necesita. Nadie osa rogar el pan, por dignidad o cortedad de espíritu. Yo lo digo, me he criado entre esas vidas de dolor. Yo protesto contra ese abandono del obrero del campo. Yo lo siento y mi alma se llena de amarguras… Cuantas veces, cuántas veces he visto yo el entierro de una madre con su hijo entre las piernas, muertos ambos de miseria y de falta de asistencia… Cuantos niños se mueren de suciedad y de abandono… Los entierros que de pequeño me entusiasmaban por sus cajas blancas y sus gasas y flores hoy les veo pasar y cierro los ojos espantado , porque dentro de aquel cuerpo frío ¿Quién sabe que corazón había? Los niños de los pueblos se mueren mucho, unos por falta de alimento y otros por exceso de trabajo… Todos esos recuerdos tristes viene a mí al pensar en la casa de mi amiguita rubia, que todos los años nacía uno y se moría otro.….. [……] Mi amiguita rubia no ha mucho que la vi… y casi rompía llorar, porque en sus ojos hay ya expresión de su madre y caminaba con dos niños, uno mamando y otro descalzo cogido de su mano. ¡Ay, mi amiguita rubia!. Tú serás como tu madre. Tus hijas serán como tú. Y cuando pienso esto, caigo en un caos espiritual

Federico
1 de Abril