LO VEGETAL
Estoy descansando en la segunda planta. Las ventanas se abren a un patio
que tiene muchos álamos blancos, altos, muy altos, delgados, de una gran
belleza. En esta época sus hojas están total e increíblemente
amarillas; algunas están cayendo en estos mismos momentos, de una forma
desmayada, ejecutando una danza suave, vaporosa, cual damas del siglo
XVIII. En el suelo forman un puzle oloroso, húmedo, que dentro de poco
será barrido por el viento cierzo.
Dentro de poco aparecerá alguna de estas hojas transmutada en un bello
encaje de blonda. Son las que vapuleadas por el viento, han perdido parte
de su materia vegetal, quedando sólo las nerviaciones formando una
delicada puntilla. Desde pequeña las guardo con flores disecadas entre
las hojas de mis libros. Atesoro pensamientos, amapolas, pétalos de
rosas, flores de nieve... éstas últimas las más preciadas y extrañas
de mi niñez.
Las Edelweiss, “flores de nieve”... nunca creía que existieran hasta
que me regalaron una grande y algodonosa, la misma forma que las estrellas
que recogía en la playa de las Almadravas de Monteleva. Y hace cinco años,
haciendo una travesía por el Alto Pirineo, de repente, en una zona de
deshielo, ¡ahí estaban! Mucho más pequeñas que aquella otra de los
Alpes, pero¡ tan reales, tan sorprendentes, tan
rodeadas de hielo y nieve!.
Las rosas del jardín de mi abuelo... los grandes campos de amapolas que
habían arruinado la cosecha de trigo... el espliego o lavanda para mi
armario...
Y los árboles, son los gigantes de mi infancia: el manzano del patio
interior de mi casa (me comía las mejores manzanas, sin dejar que
madurasen), la acacia de la puerta, en la carretera. (Debajo se sentaba mi
tía a coser, y a mí me adornaba con sus “pendientes llenos de
diminutas florecillas blancas); la cortaron cuando pensaron que molestaba
al tráfico. Los olivos... Muy pequeña quería recoger olivas. Hacía
mucho frío, pero yo no me amedrentaba, nunca me asustó ni el frío ni el
calor, - creo ya entonces gozaba con todas las temperaturas-, y recogía
las del suelo con mi abuela. Luego, mis tíos hacían una gran hoguera y
asaban unas estupendas chuletas pinchadas en unas varas muy afiladas. ¡qué
buen apetito! ¡qué rico estaba todo!. Luego me entretenía en dibujar
los retorcidos y curiosos troncos de mis olivos viejos, o en esconder
cosas en sus oquedades. Una vez me encontré unas nueces dentro de un
agujero que penetraba mucho en el gran tronco: es la “despensa” de algún
pequeño roedor, me dijeron. Yo me comí las nueces.
Estos son algunos hilos que conforman la fina urdimbre de mi existencia.
R. Blanca.
Otoño 2001
Todo me llena de belleza, de aromas, de color...
tanto que no me cabe dentro... que pugna por salir, que debe de ser
devuelto a los demás como una entrega, una ofrenda, algo que debe ser
participado, comulgado, engrandecido.
Y ahora... ahora, vuelvo a mirar los álamos.
Zaragoza, 28 de noviembre de 2001.
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