TORRE DE BABEL Y TORRE DE PAPEL
“Vengan,
vamos a construir una ciudad
y una torre que llegue hasta el cielo.
De ese modo nos haremos famosos
y no tendremos que dispersarnos
por toda la tierra”.
Génesis.
Cap.11, Vers. 4
El
mito de la torre de Babel es muy conocido. Nos dice la Biblia que los
descendientes de Noé movidos por alcanzar notoriedad, pensaron en
construir una torre que “llegara hasta el cielo”.
Esas intenciones no recibieron la aprobación divina. Y visto que todos
los hombres hablaban una misma lengua, entonces, para impedir su concreción
Yahvé hizo que cada uno hablara un lenguaje diferente.
Isaac Asimov nos cuenta que “los autores del Génesis derivaron Babel
de la palabra hebrea balal, que significa mezclado, confuso o
confundido. Sin embargo, tal derivación es falsa porque en lengua babilónica
el nombre de la ciudad es Bab-ilu que significa Puerta de Dios”.
(Guía de la Biblia-Antiguo Testamento, Ed. Plaza Janes, Pág. 50).
Es evidente que la explicación de Asimov no llegó a tiempo para impedir
que, desde la redacción hebrea del mito hasta hoy, Babel sea sinónimo de
desorden y confusión. Igual, es bueno conocerla.
Dejemos de lado ahora todo eso para concentrarnos en lo que nos describe
el texto bíblico y cómo lo asociamos a nuestra función de escritores.
“Vamos
a construir... una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos
haremos famosos”.
La pretensión de querer
“llegar hasta el cielo” está reflejando una excitación ajena
a la razón, desmesurada. Quien así piensa no está con los pies en la
tierra.
Me pregunto: ¿Por qué esta inclinación a estar por encima de?, ¿Tendrá
que ver con la idea de ubicar a DIOS arriba e imaginar que quien anda por
la zona se le asemeja?, ¿Ocultará el deseo de obligar al observador a
levantar la cabeza frente a nosotros para hacerle presente que está por
debajo nuestro?.
El relato nos muestra una motivación que justifica el proyecto: “nos
haremos famosos”.
La obtención de fama, renombre, popularidad, es el motor de muchas
acciones.
Es fundamental para las personas disfrutar de, al menos, pequeños
momentos de gloria. Lo vemos, por ejemplo, entre los empleados de oficina
cuando unos y otros procuran captar la atención del resto por un
chascarrillo o por un comentario sobre la actualidad.
Se hace patente en los niños exigiéndonos atención a sus pedidos y
halago a sus primeros logros. Si ellos tuvieran una torre desde la cual
mostrarse a los adultos, la usarían incesantemente.
Las personas que gustamos de escribir para otros, también podemos sufrir
la inclinación a construir torres de babel o mejor “torres de papel”.
Los escritores somos emisores en busca de un receptor. Como una especie de
náufrago, lanzamos nuestra botella a un mar de lectores, confiados en que
alguien la recogerá. Exponemos nuestro mensaje ante ellos. Es como si
estuviéramos sobre una tarima entonando un poema o un relato, y el público,
allí delante, para aplaudir o reprobar.
Habitualmente, aquellos que reprueban o no sienten atracción por nuestros
trabajos, no nos leen más.
Pero los que gustan de nuestra obra se siente motivados a manifestar su cálido
reconocimiento.
Ante esto último, quien no se ciñe a la precaución y la humildad se
siente encaramado sobre una torre que no existe. Aquel que se maravilla
ante su propia voz o los comentarios galantes de terceros, corre el serio
riesgo de creerse por encima de muchos. Aun peor, puede verse inclinado a
escribir para satisfacer su ego alejándose de sus propias ideas,
acomodando su mensaje para obtener la alabanza buscada.
Esto es un “querer llegar hasta el cielo y hacerse famoso”.
También puede darse el caso de escribir y no lograr llegar a los otros.
Así algunos se ven impelidos a producir numerosos mensajes (poemas,
cuentos, ensayos, etc.) desoyendo la advertencia sobre que: Se puede
hablar mucho sin decir nada.
Es entonces cuando lo que debiera ser el arte de la escritura, se
transforma en el sacrificio de la calidad en aras de la cantidad.
Esto también es una torre de babel, que genera una inútil “torre de
papel”, hija de una conducta egocéntrica orientada al solo fin de
sentirnos superiores.
El mal sería menor si este tipo de actitud no afectara más que a su
practicante. Pero no es así. Los destinatarios, los lectores, terminan
por recibir un material inspirado en el deseo de éxito, fama, notoriedad;
una obra desprovista de las ideas y la esencia de nuestro verdadero ser y
su propósito.
Será prudente aceptar que la originalidad y el talento no son moneda
corriente. Tampoco la conjunción de genialidad y profusa producción.
Nadie puede erigirse sobre “torres de papel”.
No sólo escritores, cada mujer y cada hombre están expuestos a la
tentación de edificar su propia torre para sí. También a la catástrofe
que esto representa.
Ante la arrogancia de los hombres el mito bíblico nos cuenta la decisión
divina:
“Es mejor que bajemos a confundir su idioma
para que no se entiendan entre ellos... Por eso la ciudad se llamó
Babel” (Génesis 11:7,9)
Respetando la personal asociación que hace el relato bíblico
sobre la palabra Babel, decimos que la torre se llamó: “Confusión”.
Confusión es el fruto de todo proyecto no evaluado detenidamente; confusión
es emitir mensajes que no se entienden; confusión es la madre de miles y
miles de “torres de papel”.
Daniel
Adrián Madeiro
Demos
Amor al Mundo
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