PALABRAS
DE UN HOMBRE FRIO
Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración.
Bastaría
un hecho para probarlo, en todo caso: En un campo de concentración un ex
pianista
se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.
No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré más
adelante, si hay ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.
El Túnel – Ernesto Sábato
Estoy acostumbrado a la manifiesta extrañeza de muchos de aquellos que me
escuchan hablar como hablo y actuar como actúo.
Se trata, en todo caso, de personas hipócritas, cargadas de una
sensibilidad inútil, de una hueca inclinación a los afectos
innecesarios.
Por eso, que mejor que exponerlo serenamente, cavilando cada palabra;
confiado porque alcanzaré la más sublime exposición de mis pensamientos
por intermedio del lenguaje escrito.
Además, mis palabras impresas terminarán por ser un aporte a favor de la
humanidad que interesa: la que piensa como yo aunque no se anime a
decirlo. La que sabe del estiércol que habita en las almas, de esa
miseria que anda por allí pavoneándose de su honestidad y buenas
costumbres, de sus inmundas debilidades a las que llama amor, nobles
sentimientos, moral.
El motivo de la controversia es este: Me alegra intensamente haber
logrado, gracias a mi marcado esfuerzo, no amar a nadie y conseguido así
que nadie me ame.
Pero la gente se asusta de esto y comienzan a rasgarse las vestiduras, se
bañan en cenizas y me catalogan de insensible, frío.
No saben nada y su insolente ignorancia de todo los invita a creerse
sabios.
¿Acaso desconocen que el amor es fruto de todo dolor?, ¿Que no hay error
más grave que cultivar sentimientos nobles?, ¿Que la moral es el peor de
los enemigos?.
Si, conocen perfectamente la verdad.
Pero se resisten a entender que no cambiará nada, que volverán a sufrir,
que todo es una inmensa deyección, pura falsedad, solo constantes idas y
vueltas a la desgracia de estar vivo en medio de tanta inmundicia, siendo
nosotros mismos una inmundicia también.
Y entonces ¿A qué mentir?. Si no somos buenos. Si no nos importan los
otros.
¿No ves acaso a las visitas del velorio?. Frente a los deudos del
fallecido se presentan condolidos por la funesta ausencia; luego, en la
pieza contigua, beben café mientras se cuentan chistes que festejan con
disimulo o hablan de su propia vida y sus planes con un dejo de nostalgia.
Y el muerto y los que sufren por él no son más su problema; y digo
problema porque para ellos son de algún modo una molestia, jamás
formaron parte de su dolor.
Entonces, alguien o algo te evoca las palabras del rey Salomón: “El
corazón de los sabios está en la casa del duelo, pero el corazón de los
necios está en la casa del placer”. ¡No, mentira!. El corazón de los
necios está en todas partes. No conozco uno que haya salido sabio de un
velorio. Y si lo hizo, el mundo enseguida se las arregla para persuadirlo
de la conveniencia de su anterior ignorancia.
¡Qué asco que somos!.
¿Amistad?, ¿Compañerismo?. Echa a rodar entre los trabajadores, que
hace años se conocen y comparten penurias lo siguiente: -Señores, dentro
de un mes reduciremos la dotación a la mitad. Quedarán los que
consideremos mejores. Ustedes sabrán lo que hacer-.
Y verás que si saben. Te sacarán los ojos si hace falta. Verás
arrastrarse por el piso a muchos, bajarse los pantalones a otro, dormir en
el lugar si eso sirve, y sobre todo atacarse mutuamente sin piedad, con un
odio y una perversión que siempre negaron cuando la cosas marchaban bien.
Ya lo dijo Maquiavelo, quizá el hombre más sincero que pisó este mundo
de farsantes: “...los hombres son ingratos, mudables, codiciosos, hipócritas
y cobardes; mientras se les hace el bien te ofrecen su sangre, sus bienes,
su vida, e incluso sus hijos cuando la ocasión de ponerlos a prueba queda
lejos, pero cuando llega el momento de demostrar sus promesas se rebelan
contra ti”.
Así es, todo es basura. Tú, yo, todo es basura.
“Llegué a odiar la vida... Realmente, todo es vana ilusión, ¡Es
querer atrapar el viento!”.
No te asustes por lo que digo. Sólo digo la verdad.
No hay amor. Hay instinto de supervivencia.
No amas a los otros, te amas a ti y sólo a ti.
Vives para tus hijos y les dedicas todo. Pero es el interés lo que te
mueve; no soportarías que te desprecien; hasta te da miedo que otros te
juzguen como mal padre. Es un trueque disfrazado de naturalidad.
Puro instinto de supervivencia porque en tus hijos te ves a ti, tu
prolongación; y en tus padres te ves a ti, el lugar de tu origen, los que
te dieron tu vida que tanto admiras; y en tu linda y dulce pareja te ves a
ti, pero lo adornas de amor diciendo: "Ahora, ésta es hueso de mis
huesos y carne de mi carne... Por tanto, el hombre dejará a su padre y a
su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”.
¡Cuánta hipocresía, damas y caballeros!. ¡Cuánto solapado egoísmo,
sanguinarios congéneres!.
Siempre piensas en ti; adonde mires te ves. Y donde no te ves no te
importa mirar. Sólo tú te importas, y lo que es por ti y para ti.
Somos el colmo del egocentrismo.
Y hasta te matarías en aras de eso que llamas amor por algún ser
querido; pero querido por ti, esa es tu medida, siempre. No te matarías
por amor a mí. Porque es tu egoísmo el que decide.
No nos valoras igual.
Para ti, tus “amados” -que palabra enfermiza- valen todo y yo nada.
Porque en el fondo más real de las cosas ellos eres tú y yo te soy
ajeno, soy el otro, una cosa.
Por más ilustrado y sabio que seas, es conforme tu voluntad que fijas
quien vale y quien no.
Después, claro, si yo muriera y tu te enteraras dirías: ¡Pobre
muchacho, tan joven!. Igual que cuando miras la tele y observas los cadáveres
de niños y grandes destrozados por una bomba.
¡Oh!, ¡Qué dolor agudo te invade las venas al verlos!, tanto que se
hace difícil seguir probando el bocado y bebiendo el vino... pero sigues
y dices: ¡Así es la vida!.
¡Hipócrita!. Abrazas a tu pequeño o a tu mujer para consolarte y adiós
a las víctimas hasta la próxima bomba.
Nadie ama a otros. El amor es un invento que nos permite disimular nuestra
pasión por nosotros mismos.
No hablaré de los padres, del macho en las parejas, sobre el cual la gran
mayoría de la humanidad no tiene dudas de que le interesa un bledo su
familia y que su afán más sobresaliente es ser un semental, una bestia
nacida para copular. Admitamos que lo que es dado en llamar “un mal
padre”, no sorprende a nadie.
En cambio con la mujer, con las madres, es distinto.
Sin embargo, la sublimación de la maternidad no es más que una falacia
desvergonzada.
El trabajo de las hembras consiste en conquistar al macho que consideran más
apto para lograr buenas crías. Luego copulan con él hasta quedar preñadas.
Una vez nacidas las crías, el macho pasa a un segundo plano. Se aferran a
sus hijos y estos se transforman en el centro de su mundo, su razón de
ser: que ese es el destino de toda mujer, ser madre.
Y se cree que nada hay tan elevado, tan incomparablemente santo y bello
como una madre. Se la transforma en el origen de la humanidad, se la
iguala con la fertilidad de la tierra, se la diviniza.
Se olvidan de las muchas madres que abandonan a sus hijos o que los
explotan o los desprecian o los sacrifican. ¡Son excepciones!, se apuran
en exclamar con ligereza los defensores incondicionales de la mentira.
Pues entonces, inmaduros niños que habitan cuerpo de adulto, no les quepa
la menor duda que estamos rodeado de excepciones.
“Las manos de las mujeres compasivas cocinaron a sus propios hijos.
Ellos les sirvieron de comida en medio del quebranto de la hija de mi
pueblo”.
¡Mujeres compasivas, de buen corazón!, ¡Madres!.
¿Qué dirías si mamita tiene hambre y decide cocinarte a ti?. ¿En que
altar la pondrías?.
¡Abre los ojos!. La acción más inhumana que una persona es capaz de
realizar en una situación extrema, la muestra como es en realidad, fuera
de todo discurso de humanidad.
No es extraño que el mundo esté a punto de desaparecer.
¡Estamos todos tan ocupados cada cual en su propio yo!.
¡Ven!, ¡Ven a llorar conmigo!. Ahora somos dos los abrumados por la
verdad. Ya ambos sabemos lo que somos nosotros y lo que son ellos: basura,
deshecho del peor, menos que el más inmundo de los parásitos.
Éramos maravillosos cuando no nos conocíamos, cuando mirábamos el falso
espejo con imágenes prediseñadas.
Te haré un lugar en mi rincón.
Ya habrás entendido que no lo hago por ti. Lo hago por mí.
Lo tenemos claro.
Yo nunca te amaré, tú nunca me amarás.
Será bueno que los hombres estemos solos.
Daniel Adrián Madeiro
Copyright © Daniel Adrián Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.
Madeiro@Tutopia.Com
Demos_Amor_al_Mundo@Yahoo.Com.Ar
|