
Hola T., ¿qué tal estás? Yo, ya ves, sigo con mis cosas... como siempre.
Ahora mismo son las 4.45 de la tarde, y como te puedes imaginar estoy sóla. Ya sabes que prefiero escribir en silencio y por eso los únicos ratos libres para escribir cartas o en mi diario, son la hora de la siesta o por la noche, cuando todos duermen porque ya los conoces... entre la televisión y los “gritos” de mamá no hay quien se concentre. Además no me gusta que me empiecen a preguntar qué hago, ni a quién escribo, ni qué es lo que pongo.
Llevo toda la mañana pensando en las cosas que te tengo que decir, o mejor dicho, cómo te las voy a decir, porque la mayoría de ellas son sentimientos, y eso es algo difícil de expresar en una carta, y más aún, cuando ni yo misma los entiendo, así que empezaré con la historia y dejaré los sentimientos para el final.
Estas dos últimas semanas antes de venir a la playa han sido las mejores que he tenido, supongo que sabrás la razón: A.
¿Te acuerdas cuando le dije que no quería volver a quedar con él porque tenía miedo de enamorarme otra vez? Yo fui sincera, porque en realidad esa era la razón, lo que pasa, que sin querer –o queriendo un poco- ya era tarde, estaba enamorada otra vez. El me dijo que lo entendía y me dio las gracias por habérselo dicho, así que yo pensé que todo había acabado e incluso que ya no seríamos tan amigos, y me dio miedo, miedo de dejar todo atrás, no se por qué, ya que en el fondo, las cosas no habían ido muy bien.
Por suerte o por desgracia, me equivoqué. Esa misma semana se compró el coche y ya te lo puedes imaginar, empezamos a quedar para dar una vuelta por aquí, otra por allí... lo típico: el primer día con la excusa de probar el coche,
Y los demás días, con cualquier otra excusa. Así que un día tras otro, durante esas dos semanas, fuimos quedando, la mayor parte de los días solos. Íbamos a merendar, de compras, a jugar al tenis, a comprar el regalo de cumpleaños para mamá, a la piscina... siempre juntos. Y por las noches, siempre me traía un poco antes a casa y nos estábamos por ahí; incluso un día vino a casa y escribió en mi diario. Los primeros días, por la noche estábamos sentados por la plaza de al lado y los últimos días nos quedábamos en su coche, viendo la luna, o nos colocábamos los dos en el asiento trasero, muy cerca el uno del otro, sudando por el calor que hacía, aunque eso me daba igual. Cada día dábamos un paso más hasta que por fin, el último día antes de ir yo a la playa, nos dimos “el beso de despedida”.
Después de esto, ninguno de los dos nos atrevimos a llamarnos por teléfono, no se por qué, supongo que debió de ser por el miedo a la reacción de la otra persona. Por fin, le hice una llamada perdida, pero no sirvió de nada, (Ahora tengo el móvil apagado, no me gusta esperar todo el día a un aparato, ni que mi estado de ánimo dependa de él, supongo que me entiendes, ¿no?).
Hasta aquí te he contado la parte “fácil” de la historia, la parte de los hechos, después de leer esto, ya se lo que estarás pensando y lo que me dirías si estuvieras aquí, pero por un momento, ponte en mi lugar, es difícil, porque ni yo misma encuentro una explicación de mis sentimientos.
Ahora estoy confusa y tengo ganas de llegar a Zaragoza, para saber el final, pero hace dos semanas no estaba así. No sé cómo decirlo, pero hubo momentos en los que me sentí feliz; cuando él llamaba al portal para que bajase, y luego yo abría la puerta del coche y nos veíamos, notaba mariposas en el estómago, y luego cuando estábamos solos en el coche, agarrados sudando, podía sentir hasta la electricidad del ambiente, y todo eso, aún ahora, no lo cambiaría.
Te puedo decir con toda tranquilidad que no me arrepiento de nada, porque creo que he sido y soy totalmente sincera y en todo momento he sabido que esto no iba a acabar bien, si es que ya ha acabado... yo lo sabía pero si la razón te dice una cosa y el corazón otra, ¿a quién se debe hacer caso? Hasta ahora siempre le había dado prioridad a la cabeza: en el colegio, en el conservatorio, con los amigos; y para una vez que he podido usar el corazón, pues no lo he pensado dos veces.
El otro día leí “Te di la vida entera” de Zoe Valdés –no tengo otra cosa que hacer- y había una poesía que me pareció adecuada para explicar los motivos que me llevaron a hacer lo del último día:
“Perdóname conciencia,
razón sé que tenías,
pero en aquel momento
todo era sentimiento,
la razón no valía.”
Yo le hice caso al corazón y durante varios momentos fui feliz, o al menos, eso creo. Siempre he pensado que el amor es algo bonito y que no se puede vivir ni ser feliz sin él, pero ahora me doy cuenta de que también es la única cosa que hace cortos los momentos felices y largos los tristes.
Ahora que vuelvo a leer esto último me hace gracia porque estoy hablando de amor y ni siquiera se si lo quiero... pero ¿cómo se puede saber eso? Te diré un truco, para saberlo, cierra los ojos y piensa en esa persona y en los buenos recuerdos que tienes de ella, y luego imagina tu vida sin esos momentos y tu futuro sin esa persona, como si no la fueras a volver a ver nunca... y según lo que sientas, la quieres o no. Es fácil. Lo que se siente, supongo que dependerá de cada persona, pero lo que siento yo al pensar en él, es sobre todo vacío y miedo, así que es de imaginar que algo le quiero.
A lo mejor se te hace extraño que tenga miedo de no volverlo a ver, pero es lo que siento y lo que he sentido cada vez que he intentado alejarme de él. Es irónico, ¿verdad? Antes tenía miedo de dormir sóla y ahora que ya no lo tengo, tengo miedo de mí misma, o mejor dicho de mis sentimientos, supongo que de todo lo que no puedo controlar.
A veces, me gustaría saber que es lo que piensa él de esto; me gustaría poder decirle todo, pero se que nunca podré, no por falta de momentos, sino porque no me atrevo. Le diría lo mucho que pienso en él y que me acuerdo de todas las canciones que oíamos, de todos los momentos en que estábamos juntos, incluso de la ropa que llevaba en cada ocasión.
Estos días los paso pensando en todo esto, oyendo la radio, intentando evitar escuchar las canciones que oía con él, y a la vez, pidiendo para que pongan una de esas; y mirando la luna, mientras pienso que es la misma que veía con él en Zaragoza, y me imagino que en ese momento puede que él también esté viendo la misma luna que yo...
Esta mañana, cuando estaba pensando qué te pondría en la carta, me he acordado de nuestro lema: libres, autónomas e independientes. Es una utopía, ¿lo sabes, no? La libertad no existe, ninguna persona es libre de sí misma, siempre estamos condicionados por algo, y no refiero a la libertad de hacer lo que quieras, me refiero a la libertad de la persona en sí. ¿Sabes qué es realmente la libertad? Yo no lo sé, pero ninguno somos libres hasta que nos morimos y todas nuestras limitaciones desaparecen: el cuerpo, los deseos e incluso los sentimientos.
Y en cuanto a lo de ser independientes, tampoco creo que sea posible, ya que siempre dependemos de cosas o personas. Pero no creas que es malo, pues la vida se basa en eso. Todos necesitamos siempre a alguien. Una vez me dijiste que la verdadera felicidad es descubrir el amor, ¿pero de qué sirve cuando no lo puedes dar ni recibir...?
Una vez le pregunté a A, qué quería ser de mayor, y me contestó que quería ser feliz. Me hizo gracia, porque es lo mismo que te he dicho yo a ti siempre. Quizá no seamos tan distintos en el fondo, aunque si te digo la verdad, no lo conozco, no te puedo decir cómo es realmente, sino cómo creo que es. A lo mejor el problema está en que espero demasiado de él.
Bueno, creo que mas o menos, te he podido contar todo de manera clara, aunque conociéndome y sabiendo lo sensible que soy, y lo mucho que me afecta todo, para poder entenderme bien, debes exagerar las cosas al doble. Lo bueno de las personas como yo, es que vivimos las alegrías con más fuerza, y lo malo, es que vivimos los momentos tristes de igual forma. Supongo que una cosa compensa a la otra.
Cuando llegue, ya quedaremos para ir a cenar y hablar tranquilamente de esto;
Por ahora, mira la luna, como siempre hacemos y piensa que probablemente yo también la esté viendo desde aquí.
Muchos besos,