Fecha
de Publicación: Viernes 08 de Agosto del 2003
A veces en la
esquina, sentando su lagrimón en la maleta, camino de la guerra, con la
sordina de la retirada. ”Amo a las sirvientas por irreales, porque se
van, porque no les gusta obedecer, porque encarnan los últimos
vestigios del trabajo libre y la contratación voluntaria y no tienen
seguro ni prestaciones ni (sic); porque como fantasmas de una raza
extinguida llegan, se meten a las casas, husmean, escarban, se asoman a
los abismos de nuestros mezquinos secretos leyendo en los restos de las
tazas de café o de las copas de vino, en las colillas, o sencillamente
introduciendo sus miradas furtivas y sus ávidas manos en los armarios,
debajo de las almohadas, o recogiendo los pedacitos de los papeles rotos
y el eco de nuestros pleitos, en tanto sacuden y barren nuestras
porfiadas miserias y las sobras de nuestros odios cuando se quedan solas
toda la mañana cantando triunfalmente; porque son recibidas como
anunciaciones en el momento en que aparecen con su caja de Nescafé o de
Kellog's llena de ropa y de peines y de mínimos espejos cubiertos todavía
con el polvo de la última irrealidad en que se movieron.
Porque entonces a
todo dicen que sí y parece que ya nunca nos faltará su mano
protectora; porque finalmente deciden marcharse como vinieron, pero con
un conocimiento más profundo de los seres humanos, de la comprensión y
la solidaridad; porque son los últimos representantes del Mal y porque
nuestras señoras no saben qué hacer sin el Mal y se aferran a él y le
ruegan que por favor no abandone esta tierra; porque son los únicos
seres que nos vengan de los agravios de estas mismas señoras yéndose
simplemente, recogiendo otra vez sus ropas de colores, sus cosas, sus
frascos de crema de tercera clase ocupados ahora con crema de primera,
ahora un poquito sucia, fruto de sus inhábiles hurtos. Me voy, les
dicen vigorosamente llenando una vez más sus cajas de cartón. Pero,
por qué. Porque sí (¡oh libertad inefable!) Y allá van, ángeles
malignos, en busca de nuevas aventuras, de una nueva casa, de un nuevo
catre, de un nuevo lavadero, de una nueva señora que no pueda vivir sin
ellas y las ame; planeando una nueva vida, negándose al agradecimiento
por lo bien que las trataron cuando se enfermaron y les dieron
amorosamente su aspirina por temor de que al otro día no pudieran lavar
los platos, que es lo que en verdad cansa, hacer la comida no cansa.
Amo verlas
llegar, llamar, sonreír, entrar, decir que sí; pero no, siempre
resistiéndose a encontrar a su Mary Poppins-Señora que les resuelva
todos los problemas, los de sus papás, los de sus hermanos menores y
mayores, entre los cuales uno las violó en su oportunidad; que por las
noches les enseñe en la cama a cantar do-re-mi, do-re-mi hasta que se
queden dormidas con el pensamiento puesto dulcemente en los platos de mañana
sumergidos en una nueva ola de espuma de detergente fab-sol-la-si, y les
acaricie con ternura el cabello y se aleje sin hacer ruido, de
puntillas, y apague la luz en el último momento antes de abandonar la
recámara de contornos vagamente irreales“. Autor: Augusto Monterroso
(1921-2003).
http://www.lanacion.com.ve