ENCUENTRO

Pronto vamos a ver a Sumitra. Salimos del hotel y el choque es brutal; de repente el calor asfixiante, las mezclas de olores de la India, sus colores, los enjambres de ruidos del tráfico, la masa humana.  Aquí está.

La mañana ya ha comenzado hace rato. Calcutta, densa, se encierra en una neblina gris que no deja ver el sol, pero que te ahoga.  

En esa boca de riego, varios hombres realizan su aseo diario sin dejar ni un milímetro de su cuerpo sin frotar. Justo al lado, entre fogones y ropas viejas, madres con niños en brazos y otros que apenas caminan, se apresuran y acompasan su andar al nuestro, alargando la mano con una sonrisa y un rosario de palabras. Nos tocan, nos aprietan... sus ojos... sus dientes... su pelo... su proximidad ... es envolvente.

Más adelante, en un parque polvoriento y gris,  bandadas de cuervos negros no cesan de graznar. Son los “limpiadores” de Calcutta, quizá lo que más me impresiona de esta gran urbe. Te miran de forma irreverente, te retan con su lenguaje, seguros de conocer todos los secretos de la vida y de la muerte.

Llegamos a la puerta del orfanato. Puerta grande... dispensario... patio central... estancias laterales. Subimos por unas escaleras estrechas, encaladas... mi ropa ya está mojada... el calor... el calor. O se acepta,  permitiendo que cada poro del cuerpo cumpla su misión... o no vayas a Calcutta.

Se aprende a economizar los movimientos, soltar el stress, cambiar “el chip”, hacerte uno y desaparecer...

Una gran sala, precedida de otra muy pequeña donde nos descalzamos y dejamos los zapatos. A partir de aquí ya el olor a desinfectante, papillas... pis... mocos... será nuestro compañero. Montones de cunitas-parque perfectamente alineadas; dentro de cada una dos, tres, cuatro niños. Música occidental infantil en el  ambiente...manos tendidas que te invitan a la caricia y al abrazo.

Me he despistado. La cuidadora nos muestra a Sumitra: seria, altiva, nada que expresar. Es tan irreal todo ahora. Colocan en su pelo negrísimo, corto, ensortijado dos diminutas mariposas móviles; en sus muñequitas pulseras multicolores y en su cuerpo un vestido tradicional indio, con espejitos y abalorios.

No quiere venir, pero no llora, cambia de brazos y continúa sin importarle el mundo. La miramos, casi no nos atrevemos a tocarla; ¡es tan pequeña y tan hermosa¡. Nuestro corazón se abre, se enternece como nunca.

Tres días estuvo sin esbozar ni un gesto, ni una sonrisa, sólo miraba sus zapatos y agitaba sus pulseras;  pero de repente un día, el tercero, sus ojos se abrieron y sus labios, delicadamente perfilados, produjeron un balbuceo. Y ya no paró de reír, corretear, subir, bajar...

Sumitra, nada más nacer, fue entregada al orfanato para ser adoptada. Todos los que la conocemos la adoramos. Ahora tiene un hogar feliz, va a la guardería, aprende a hablar y jugar;  nos hace felices. Pero lo más importante es que creemos, sabemos que es feliz.

                                                                                                                                  AGRA