Encuentro

Un tornado, una incógnita,
que se retuerce, se enrojece,
se ralentiza, se agrieta, se rompe,
y apareces hallada, vestida de niebla.
Tú, que tu boca dió un piano dulce
a mis oidos castigados por tu ausencia.
Acaricio tu piel como hoja en lago.
Donde paran mis deseos de tus besos,
donde el sol nunca se pone,
donde mi soledad se marchita,
donde el susto que lo posee
lo apagas con los ojos de tus noches,
siendo princesa tallada en un ópalo
verdeazulado ó bien, estrellado.
Y mientras amamanto un brazo mío
a tu cuerpo, el otro te lo surca
descifrando el esperado te quiero.
Porque eres de piel creciente de noche,
confín de plata, vertiente de luna llena,
fulgor que cede el respiro de tu cuerpo,
arcángel a mis venas.
A la luna diré que te hallé tirada
en el mar sobre la arena
como ramo de lagas llorosas
sin que un viento de otoño
las encuentre buenas.
No hay principio, no hay final.
Antes lloraré tu norte que comenzar a besarte.
Salvaré tu cuerpo, mi esperanza no abandona
su cumbre, nada más comienzo a mimarte.
Te creí, palpé la ausencia de tu vida,
no fué así, mis lagrimas ardientes
al ver como yacías, se las llevaba el viento
para que las curase el poniente.
Ese consumado, confuso día,
no dí placer a la muerte.
Mujer, tú y yo sostenemos
el péndulo en el que nos conversamos.
No hay sombra, no agonizas
sobre la pared firme de mi corazón,
duro pero arrugado,
arrugado, pero vivo de emoción.
Donde nuestros cuerpos se declaran
como dos luciérnagas fecundadas.
Sostenemos esa balanza donde bastamente
ahora nos amamos.

Felix