Selección de 17 poemas y algunos datos del autor

Nombres:  Daniel  Adrián 

Apellido: Madeiro

E Mail: Madeiro@Hispavista.Com

Fecha de Nacimiento: 6 de junio de 1957.

Lugar de residencia: La Tierra. Más específicamente: Provincia de Bs. As. Argentina.

Título: Alquimista de palabras redactadas en el orden mágico apropiado para producir la panacea que se conoce con el nombre de  P o e s í a.


Agradecimiento

A mi DIOS (Fuerza y Escudo mo)

A mi Esposa (que me ama a mí y a mis sueños)

A mis Hijos (que festejan mis poemas)

A mis Padres (sin los cuales no estaría aquí)



C o m e n t a r i o


Son pocos los que pueden editar un libro con sus obras.

A su vez, son menos los que logran el reconocimiento esperado.

¿Qué espero yo?.

Que lo que escribo sea doblemente útil al lector: Que colme su expectativa estética y que renueve su amor por un mundo mejor, una vida mejor, un sí mismo mejor.

¿Qué reconocimiento espero?.

Uno que me acoja generosamente hoy. Porque sólo estoy vivo ahora.

Si mi obra vale algo, que reciba la justa recompensa por mi trabajo.

No hay que esperar que la gente muera para llevarle flores.

Y no es que tenga pensado morirme. Pondré todo mi esfuerzo para no hacerlo.

Pero... están tan colmadas las estanterías de muertos notables que fueron vivos irrelevantes;  hay tanto libro costoso de autor crecido en la necesidad.

No puedo ser arbitro objetivo sobre mi propio trabajo.

Pero... espero que haya justicia para todo buen autor que la merezca. Como debe haberla para cada buen obrero, buen maestro, buen hombre.

Estoy a su disposición para serles útil del modo que creo saber hacerlo mejor.

Yo les escribo a Ustedes.

Si lo desean, Ustedes pueden escribirme a mí.

Reciban mi más fuerte y cálido abrazo.



SELECCIÓN  DE  POEMAS

de  Daniel  Adrián  Madeiro

Dedicatoria: A mi DIOS, a mi Esposa, a mis Hijos, a mis Padres.

  NÓMINA   DE   POEMAS  

I. Yo, la suma.

II. Sino de nube gris.

III. El suicida dice.

IV. Hombres gestando.

V. Moisés frente a la zarza.

VI. No más de veinte líneas (acróstico).

VII. La madre dice...

VIII. La empresa.

IX. La mendiga.

X. Primer movimiento de la 5° Sinfonía de Beethoven.

XI. La sabiduría de ellas.

XII. El desocupado dice...

XIII. Un borracho.

XIV. Quizá se trate de...

XV. El sepulturero dice...

XVI. Separación.

XVII. Árbol estoy aquí...



YO, LA SUMA

Yo no visito las tumbas,

no suelo ir al cementerio.

Los que amo no están allí,

pues los que amo no han muerto.


Tampoco, imagino yo,

están con Dios en el cielo,

y aun menos en el infierno

pues si los amo, son buenos.


Están dentro de este envase

hecho de carne y de huesos,

latiendo en mi corazón,

evocando en mi cerebro,


respirando muy profundo

cada brisa de aire fresco

que penetra en mis pulmones

y baja a darles sosiego;


mirándome con cariño,

cuando en mis ojos los veo,

dispuestos a repetirme

algún cálido consejo.


Yo soy la suma de todos

los míos que me precedieron,

sé quienes fueron los últimos,

mas no olvido a los primeros;


no importa no haberlos visto,

cuando me miro los veo;

y aunque esto lo escriba yo

conmigo escriben mis muertos.


Por eso no visito tumbas,

ni suelo ir al cementerio,

los llevo siempre conmigo,

siempre vivos a mis muertos.




SINO DE NUBE GRIS

Guerreras de armadura gris,

amazonas en el viento,

leves, rápidas,

impenetrables,

sembrando desazón

entre el sol y los hombres,

descargarán sus rayos

sobre el orbe plomizo,

abrirán sus compuertas,

lanzarán sus torrentes,

y se irán desangrando

hasta quedar vacías,

sin fuerzas

y sabiendo

que esta fue una victoria

por brevísimo tiempo,

que se acabo su juego,

que cubrirá a la tierra

un cielo sosegado

y el sol, desde su reino,

repondrá los colores.




EL SUICIDA DICE.

Un estallido aturde

mi cabeza a las once

y un laberinto oscuro

crece hasta el infinito,

ante mis ojos húmedos,

marchitos, tan perdidos.


No me cura el calor

del pecho de mi madre;

la fuerza de mi padre

no puede sostenerme;

son vanas tantas cosas

y... sin embargo hay otras

que me cargan el pecho

de una inmensa sonrisa.


Queda un instante y vivo

los años de mi vida,

redescubro momentos

felices de otros tiempos.


Sobre el charco carmín

brego por levantarme.

Estallido, once y uno,

todo dice: ¡Ya es tarde!.


Desde un lugar oscuro,

aterrador, infame,

laberinto sin luz

que da a ninguna parte,

mi voz, ahogada en sangre,

pugna por ir a hablarte,

pedirte: ¡No te rindas!...

Pero son once y dos,

y ya no puedo,

es tarde.



HOMBRES GESTANDO

Montados sobre los andamios,

golpeando la piedra,

mezclando la argamasa,

fijando los ladrillos,

ensamblando las tejas,

empotrando puertas y ventanas,

revistiendo los pisos,

los humildes obreros

dan a luz un nido ajeno.



MOISÉS FRENTE A LA ZARZA

Desde niño intuí

una obligación futura,

oculta,

difusa,

de un formato ambiguo

pero firme en su afán de convocarme.

Y se sumo a mi vida

el cisma de mi alma,

la discordia entre saberme egipcio

y sentirme ajeno.

La defensa de un esclavo

se asoció a mi suerte

con la angustiosa huida

por matar al guardia.

Me dio tierra extranjera

una tienda y sustento,

y a Séfora, y un hijo,

y pastos y ganado.


Ahora, desde la zarza

"Yo Soy" me pide algo,

"Vuelve a Egipto y libera

a mi Israel esclavo".


Lo intuía y pasó,

hoy Dios me ha convocado.




NO MÁS DE VEINTE LÍNEAS (acróstico)


No dudo que veinte líneas han de ser suficientes,

obra bien quien aprende a respetar su espacio.

Mágico juego es éste de sujetarse a veinte,

abreviar el discurso sin que quede truncado;

saber desde el principio el fin que se persigue,

despejar los temores, alejar los fantasmas,

enarbolar la pluma de nuestro Word insigne,

venerar con el verso a Bill Gates desde el alma.

Entonces, veinte líneas suena a número áureo,

imposible es sentir cercado el infinito;

nace el verso y le da sentido al diccionario

tratando a la palabra como una madre al hijo.

Escribo cada verso pensando que hasta veinte

líneas puede tener el poema elegido.

Imploro inspiración y las musas al verme

navegan laboriosas cada verso que escribo.

Está cerca el final, se avista el horizonte,

anclo aquí y con mi espada he de grabar mi sello;

suman veinte los signos que conforman mi nombre,

con acento incluido: Daniel Adrián Madeiro.




LA MADRE DICE.

Como juegas pequeño

acunado en mi vientre,

como mueves tus pies,

tus manos. Me acaricias

Quizá es porque adivinas

que estoy y estaré siempre

para velar tu vida;

que aun grande, envejecido,

te sentiré aferrado como hoy

de ombligo a ombligo,

puesto que estarás siempre

muy aquí, dentro mío.


Te tejí, ya verás,

una hermosa mantilla;

te compré, ya usarás,

sábanas muy sedosas,

un oso de peluche,

cascabeles dorados,

y de haberlo podido

un cielo con mariposas

y el arco iris, la luna,

el sol para abrigarte

y un río de agua pura

donde poder bañarte.


Pronto vendrás y hay algo

que quisiera decirte:

saldrás de un mundo tibio

a otro que es cruel y frío;

pero nada te agite,

puedes estar tranquilo,

mis brazos serán muros,

dormirás protegido;

mis manos como garras,

terror de tus enemigos;

mis pechos descanso y néctar

hijo y corazón mío.


Si te hablo es porque sé

que escuchas lo que te digo,

si supieras cuanto ansiaba

que estuvieras conmigo.

Soñé mucho este momento

pues para eso he nacido.

Voy a decirte un secreto,

ven, acércame tu oído,

que tu papá no lo sepa:

vibro al son de tus latidos.



Falta poco para vernos,

retoño tierno, hijo mío.

Cada vez que vea tus ojos

se hará el dolor fugitivo,

tu cuerpo se poblará

de mis besos encendidos,

mis pechos estarán dispuestos,

no se secarán mis ríos;

a donde tus pasos vayan

tras de ti irá el corazón mío;

por ti velaré en las noches,

no tendrás noches de frío;

me dolerán tus dolores,

tu alegría me será alivio;

siempre será bendición

para mí haberte parido,

haberme sentido plena,

mujer, gracias a ti

hijo y corazón mío.



LA EMPRESA

Este lugar apesta.

Aunque un clima artificial

tape el aire nauseabundo,

este lugar apesta.


Miles de compañeros fueron

muy seriamente infectados.

Recuerdo en sus primeros días,

los días en que llegaron,

se los podía ver a todos

tan enteros y tan sanos,

de tan óptima apariencia,

que, ¿quién podía imaginar

que habrían de caer víctimas

del desgaste en esta empresa?.


Este lugar apesta.

Aunque su luz sea más sana

que la luz del sol ahí fuera.

Este lugar apesta.


Muy de a poco, como siempre,

día a día, hora tras hora,

un mal coge sus cabezas

y de a poco los devora.

Y una vez allí instalado,

la gente que uno veía,

en un principio, tan sana,

cae en el rincón más bajo

de los más bajos instintos.

Se hace su mirada altiva,

sus ojos cambian el brillo,

muchos se vuelven traidores

y entregan en sacrificio

a los dioses de la empresa

hasta a su mejor amigo.

Otros, en cambio, se tornan

como autómatas. Su ser

se desprende de lo humano,

ya no son hombre o mujer,

son máquinas que no sienten,

sentir no les queda bien,

sentir es algo mal visto,

lo bien visto es parecer

aplicado y siempre listo

para cualquier menester.


Este lugar apesta.

Aunque el piso esté alfombrado,

y aunque luzcan sus paredes

imponente empapelado.

Este lugar apesta.


Aquí aman a fríos hacedores,

a las almas vacías de ideales,

a los que aman sus trabajos,

sus oficios terrenales.

Ellos son los bien mirados.

Y escaleras y pasillos

suelen ver desesperados

corriendo a ex individuos,

excelentes empleados,

con esa ansiedad idiota

del burro ante la zanahoria

inalcanzable adelante,

dejando todo por la obra.


Pasan así miserables

sus días, meses y años,

asolados por la peste,

y no hay forma de salvarlos

cuando la peste los toma.

Da mucha pena mirarlos

simulando sus sonrisas,

como estúpidos esclavos.


Este lugar apesta.

No vale este sacrificio,

por más que haya buena paga,

que es poca cuando a las horas

sin tus hijos las comparas.

Este lugar apesta.


Y a mí que escribo estas cosas,

si llegaran a saberlo,

mi cuerpo crucificado

ante todos sería expuesto.

Pues no hacen falta en la empresa

poetas para rimar

sobre angustias y miserias,

sobre esta peste, este mal,

pues es eso subversivo

en tanto invita a pensar

que puede haber otro mundo,

un mundo que disfrutar,

un mundo donde los que amas

son la única prioridad;

que reemplaza al escritorio

por la mesa familiar;

que prefiere cobijarse

bajo manos de tibieza,

antes que vestir galones

y ser líder de la empresa;

un mundo que no se olvida

porque es muy malo olvidarse

que es bueno vivir la vida,

un "te quiero" no callarse,

pues nadie tendrá tiempo extra

cuando la muerte le llame.


Este lugar apesta.

Hay fuerte hedor a excremento.

Penetra en cada oficina

de esta mole de cemento.

Este lugar apesta.


La empresa devolverá,

luego de años de tormentos,

a los que ya no le sirvan

porque se le han puesto viejos;

descartará al que no pueda

ya archivar en un fichero,

a los huesos que sean flojos

para palas y aparejos;

los sacará de sus filas,

cercanos al cementerio,

y a algunos dará limosna

que les sirva de sustento.


Este lugar apesta.

Afuera hay sol y viento,

afuera huele muy bien,

afuera el aire es perfecto.

Afuera te espera alguien

a quien retaceas tu tiempo,

sal a la calle a buscarla,

y cuando sientas sus besos

resucitarás glorioso,

rescatarás a tu cuerpo

y a tu alma. No te rindas

que afuera el aire es más fresco.


LA MENDIGA

Esta mujer y su niño

viven vidas amputadas,

se puede ver en sus ojos

que les falta la esperanza.


Quién sabe por qué razón

es la vereda su casa;

por qué la mano extendida

le ruega a todo el que pasa:


Cómpreme, señor, le pido.

Cómpreme, que es poca plata.

Todo seguimos camino

rehuyéndole la mirada.


En sus brazos mece al niño

que sueña con un gigante;

pero se ríen las vidrieras

de que el niño tenga hambre.


La ilusión cae en el cemento

como un castillo del aire:

Se enfrían los sentimientos.

Dios huyó de Buenos Aires.



PRIMER MOVIMIENTO DE LA QUINTA SINFONÍA DE BEETHOVEN

Potente e inesperado, como un trueno en las sombras,

un dolor me galopa la sangre y me abre el pecho;

me rodea inclemente, se relame en mis sobras,

me golpea sin piedad, quiere verme deshecho.

Yo vivía tranquilo hasta hace poco tiempo

pero la adversidad vino a golpear mi puerta,

y no quiero sentir esta presión que siento,

preciso mantener mi esperanza despierta.

Mas la garra violenta del destino me asecha,

me asedia como un tigre oculto en la espesura,

un muro de pesares se levanta y me encierra,

un océano de lágrimas me hunde en la amargura.

Me tropiezo en la huida, pega mi rostro en tierra,

y veo sangrar mis manos víctimas de este embate,

mi cuerpo, ya sin fuerza, se derrumba entre piedras

y mi mente a un recuerdo de amor va a refugiarse.

Solitaria melodía va hacia mí cadenciosa

retrayéndome al tiempo aun cercano de aquella

amada que motivó sonata luminosa,

sonata de noche plácida, hecha en luna y estrellas.

Pero es corta mi dicha como ese amor pasado

y de nuevo golpea la realidad presente,

recuerda que está aquí el dolor inesperado

para herir mi pasión de una vez y para siempre.

Voy de nuevo a refugiarme en lo dulce en mi vida,

los días de juventud con los maestros primeros,

y evoco aquellos años de clásicas melodías

cuando no sabía aun darle libertad a mi vuelo.

Pero implacable, enferma de ansiedad destructora,

como un tifón, la angustia me zumba en los oídos,

se mofa de mi suerte y me la muestra próxima,

robándome la vida al robarme el sonido.

No me rindo, no puedo permitirme ese lujo;

mi genio luchará, no caeré vencido,

el valor me levanta cuando su arenga escucho:

"Las orejas de tu alma reemplazarán tu oído".

Larga es esta guerra frente a lo inevitable,

me socava la pena del sentido que pierdo,

pero enfrento al destino, sé que puedo trocarle,

puedo abrir mis ventanas, apagar este infierno.

La música no será una vieja compañera,

no habrá ausencia que logre separarme de ella;

ya se metió en mi alma y cabalga soberbia

para cambiar la historia musical de la Tierra.

De nuevo el valor con su arenga me anima:

"Las orejas de tu alma reemplazarán tu oído".

Y me muestra el futuro, el final de mi vida,

donde cantará un coro a un hombre que ha vencido.


LA SABIDURIA DE ELLAS

Ellas saben que ellos

las devoran con la mirada;

que sus faldas no las cubren

de los deseos ardientes

que despierta la ilusión

de poseer sus cuerpos;

que sus senos son más

llamativos que el oro;

que sus nalgas pueden regir

el destino de los pasos de ellos.

Ellas saben que su fragilidad seduce;

que sus cadenciosos bamboleos

establecen nuevos ritmos

en los corazones de ellos.


Pero no quieren saber que,

aunque les prometan el cielo,

las más de las veces,

serán meros objetos balsámicos,

ánforas que recibirán agua impura;

que sólo algunos pocos estarán con ellas

amándolas con ternura,

como si fuera para siempre.


Por eso ellas sufren

fugaces amores,

falaces pasiones,

duros desencantos.

porque hay algo que ellas

se niegan a saber.



EL DESOCUPADO DICE...

¿Por qué me falta el pan?,

¿Por qué mis niños visten

ropa que otro ha dejado?


Mi mujer sonreía

en un tiempo hoy lejano.

La mesa estaba llena.


La fábrica han cerrado

y me pregunto entonces

¿Cómo pudo la suerte

haberme abandonado?


Mi frente ya no tiene

el sudor del trabajo,

mis dos manos extrañan

el yugo cotidiano.


¿Por qué no hay herramientas,

mameluco, ni casco?.

No era mucho dinero,

pero el poco era algo.


¿Quién se ocupará de mí?.

Nadie me ha contestado.



UN  BORRACHO

Sentado sobre un banco de la plaza,

que hoy está triste, otoñal y fría,

con su torso desnudo y los ojos esclavos

de implacable modorra;

con las piernas fláccidas,

sin fuerzas para un paso

y sus brazos rendidos

a los lados del cuerpo;

sin testa que gobierne,

el borracho oscila.


En el suelo descansa, ya inútil,

olvidado, vacío,

el cartón abollado del vino traicionero

que con disfraz de néctar

convirtió a una persona

en despojo humillante,

que hizo de un pobre hombre

una masa inestable, porque

el borracho oscila.


El viento bambolea

las ramas de los árboles

y atropella a su paso

mustias hojas que yacen

sobre los pastos verdes.

Surcan veloces nubes

la cúpula grisácea,

con la urgencia que evoca

un imprevisto espanto.

Los pájaros urbanos se ovillan

mientras miran

a la gélida plaza sin salir de sus nidos.

El viento circunvala al cautivo del vino;

no le alcanza la fuerza

para mover al hombre,

sin embargo...

el borracho oscila.



Pudo ser este hombre,

aún joven, orondo, corpulento,

que expone su ebriedad

para horror del otoño,

las aves, los árboles

y el viento,

un ser maravilloso

aunque no fuera nunca

algo más que un buen hijo,

un buen esposo y padre.

Hubiera sido más

de haber sabido amarse.

No se vería en la plaza que

el borracho oscila.



Junto a él tambalea

el que no pudo ser

por tantos tragos;

cabecea embriagada de tristeza

la alegría perdida para siempre;

se marean sus sueños hasta precipitarse

en un mar de tragedia,

por tanto alcohol y nausea.

Mientras siga en el infierno,

se estará perdiendo una vida;

habrá un desperdicio

donde debió haber un hombre.

El borracho oscila.



QUIZA SE TRATE DE.

Podría decirse que

yo existía de alguna forma

antes de ser la persona que soy,

cuando era algo posible:

mitad habitando en mi padre,

mitad habitando en mi madre.

Hasta que un día preciso, único,

irrepetible, día uno, absoluto,

formé una unidad

con mis dos partes separadas.

No lo planifiqué,

no fue una elección mía.


Estábamos allí,

haciendo cada uno nuestras cosas,

pero nos vimos lo suficiente

para enamorarnos.

Surgió sin pensarlo.

En realidad no lo decidimos,

no fuimos nosotros los que elegimos.

El sublime instinto llamado amor

fue el que eligió en lugar nuestro.


Mañana, sorpresivamente,

aun sabiéndola tras la puerta,

lista para arrebatarme,

moriré sin remedio.

Está determinado desde

que se determinó que viva.

No podré elegir lo opuesto,

ni el día, ni la hora;

salvo que lo precipite,

lo que tampoco sería elegir

sino dejar que elija por mí

la impotencia del desconsuelo.


Quizá nunca elegimos nada.

Quizá siempre lo que acontece

elige por nosotros.


Quizá una vida feliz, sea eso:

no elegir, no desear,

no esperar, no imaginar.

Saber que lo que pasará

será, tan sólo, si nos eligen.



EL SEPULTURERO DICE...

Todo comenzó una tarde,

el sol planeaba ocultarse,

yo jugaba entre los surcos

de la huerta de mi padre.


Redondo, rojo, sangrando,

ya moribundo, un tomate,

agonizaba en el polvo,

era imposible salvarle.

Las hormigas lo rodeaban,

lo desgarraban las aves,

muy pronto se pudriría,

lo suyo era irremediable.


Y me apenó su infortunio,

no poder darle rescate,

verlo esclavo de esa suerte

negra al rojo tomate;

y alguien catalogará

mi historia de disparate;

que ante un fruto muerto esto era

cosa cercana a un dislate,

pero no sólo por esto

mi alma empezó a inquietarse,

sino porque era uno mas

de otros hechos alarmantes.


Comprendí que aparte de

la expiración del tomate,

plagada estaba la Tierra

de muerte por todas partes:

moría el gorrión, la azucena,

el árbol de cacahuate;

fenecía el valor del oro,

si perdía sus quilates;

sucumbía en la mustia rosa

su vivo rojo granate;

por igual buenos y malos

morían en el combate;

la muerte asolaba tanto

al sabio como al orate;

y hasta yo, joven mozuelo,

un día no iba a despertarme.


Se agigantó mi temor,

no era esto insignificante.

Mi mente se percató

de esta cuestión terminante:

que un mismo suceso a todas

las cosas ha de llegarle...

la muerte.


Pero algo bueno a esto malo

al final supe encontrarle;

en ello descubrí un trabajo

que jamás iba a faltarme:

Sepulturero.


En la huerta de mi padre

el sol planeaba ocultarse;

huía con rumbo oeste,

la noche venía a matarle.

Redondo, rojo, sangrando,

ya muerto, cogí al tomate,

y cavé su sepultura.

Quiera Dios que en paz descanse.


SEPARACIÓN

Recostada en su hombro izquierdo llora ella;

con su mano diestra el pelo le acaricia él;

parece que la vida dejó de serles bella

y abrazados despiden al amor que se fue.


Mañana, cuando viejos los delate el espejo,

pensando ella en su vida y en su vida pensando él,

este joven momento los unirá de nuevo

y gozarán el tierno amor que hoy se les fue.



ÁRBOL, ESTOY AQUÍ...

Árbol, estoy aquí,

me apoyo sobre tu tronco.

La sombra tuya me acoge,

tu verdor me da reposo.


Pasa el viento y huele a hierba.

Todo es paz. Estamos solos.

El cielo es celeste y puro,

el riacho fluye sonoro.


Árbol, te contaré algo

que no le he contado a otros,

solos aquí, tú y yo,

quedará esto entre nosotros:

Vendré a beberme tu sombra

cuando se cierren mis ojos.

Daniel Adrián Madeiro