El Rey Mago de Todos los Días (Por el día del Padre) Que hombre trabajador, dijo uno, vivió para trabajar susurró otro, y hasta hubo alguien, que en vos baja, murmuró despectivamente, pobre hombre, no supo vivir, no hizo más que laborar, siempre haciendo horas extras, siempre metido en la fábrica, sin vacaciones, sin un paseo, y el hijo del difunto que alcanzó a escuchar pensó, y sí tienen razón, el viejo no era malo, pero a mí, me dedicó tan poco tiempo, casi nunca un diálogo, casi nunca un abrazo, nunca pensaba en mí, él sólo trabajaba. Cuando pasaron los años, y el muchacho formó un hogar, ahí cayo en la cuenta que el viejo no había vivido para trabajar, el viejo había vivido para ellos, para la familia, para que nunca les faltara nada, para los libros, los cuadernos, la ropa, para esas bolsas llenas de comida que siempre traía la vieja del mercado, el viejo había cambiado lo mejor de su vida por las tantas cosas que siempre hacen falta y cada cosa hasta la más pequeña le había costado al viejo horas de vida entonces el muchacho, ahora un hombre, pudo sentir que el viejo nunca le había olvidado, que había dejado para él en cada ladrillo, en cada puerta, en cada ventana de la vieja casa un gran abrazo, un abrazo enorme, sin saber porque se recordó niño en una noche que quiso aguardar a los reyes magos despierto y se preguntó porque nunca había intentado aguardar despierto a ese rey mago de todas los días que había sido su padre y con sorpresa comprendió que era ese padre el que en realidad habría estado esperando siempre unas palabras suyas, Quizá todavía no fuera demasiado tarde, pensó, y entonces levantando la frente hacia el techo gritó: ¡Gracias papá! Ramón de Almagro |