El Rey Mago de Todos los Días
(Por el día del Padre)


Que hombre trabajador, dijo uno,
vivió para trabajar susurró otro,
y hasta hubo alguien, que en vos baja,
murmuró despectivamente,
pobre hombre, no supo vivir,
no hizo más que laborar,
siempre haciendo horas extras,
siempre metido en la fábrica,
sin vacaciones, sin un paseo,
y el hijo del difunto que alcanzó a escuchar pensó,
y sí tienen razón, el viejo no era malo,
pero a mí, me dedicó tan poco tiempo,
casi nunca un diálogo, casi nunca un abrazo,
nunca pensaba en mí, él sólo trabajaba.
Cuando pasaron los años,
y el muchacho formó un hogar,
ahí cayo en la cuenta
que el viejo no había vivido para trabajar,
el viejo había vivido para ellos,
para la familia,
para que nunca les faltara nada,
para los libros, los cuadernos, la ropa,
para esas bolsas llenas de comida
que siempre traía la vieja del mercado,
el viejo había cambiado lo mejor de su vida
por las tantas cosas que siempre hacen falta
y cada cosa hasta la más pequeña
le había costado al viejo horas de vida
entonces el muchacho, ahora un hombre,
pudo sentir que el viejo nunca
le había olvidado, que había dejado para él
en cada ladrillo, en cada puerta,
en cada ventana de la vieja casa
un gran abrazo, un abrazo enorme,
sin saber porque se recordó niño
en una noche que quiso aguardar
a los reyes magos despierto
y se preguntó porque nunca había intentado
aguardar despierto a ese rey mago
de todas los días que había sido su padre
y con sorpresa comprendió que era ese padre
el que en realidad
habría estado esperando siempre unas palabras suyas,
Quizá todavía no fuera demasiado tarde, pensó,
y entonces levantando la frente hacia el techo
gritó: ¡Gracias papá!

                               Ramón de Almagro