¿Quién se atreve a gritarle a la sirena que
duerme?
Bajo la espuma los peces navegan entre naufragios,
y los espectros tristes de los marineros
degüellan los corales.

Han florecido los vidrios en el jardín de Caos,
y el jardinero impostor decora sus mamperlanes.

Nadie asume que ha cegado una vida por salvarse,
obsesion cecuciente del hombre que ve dilatarse
su sombra
en la sirena que duerme;
la nómina incompleta de las estrellas o los
diamantes,
furias recurrentes de hierros al rojo,
fuga de las dimensiones.

En lo más hondo del sentir los ojos ven el mundo
y el mundo los maltrata.
Recurrir a la luz por contemplar el ámbito
desalojado del espejo,
soledad me adivina, o la descubro
bajo el insomnio latente de mis alucinaciones;
otro rincón que escapa a la memoria
del viento inútil que acaricia los costados
de la inútil sabiduría.

Diminuta es la atmósfera para el espejo que no
existe,
por que Dios es un ser demasiado viejo para dar
respuestas.





Como en una transición del polvo a la ceniza
ofrece el vivo fuego ocasión para el sintiente;
como pasa un suspiro, un amor, y de repente
una suave humedad por tu cuerpo se desliza.

Como vence al sueño la materia y la plomiza
sombra del dolor se te apodera; como siente
el alma sus heridas, el fuego o el relente,
como la sensación de la muerte o fronteriza.

Con entonación de blues o rémoras de duda,
con su incierta anatomía, avanza, se desnuda,
llega la tristeza hasta mi antro maldecido.

Y sobre una delgada retórica de versos,
nocturna claridad o quizá ritmos perversos,
tristeza que halló hospitalidad donde halló nido.






Desnudos tú y yo sobre la tierra,
como el icono de los dioses en el arte,
como el sabor de una herida en la memoria,
como vástagos de un amor deshabitado.

Trémulos cirios que se agotan y resisten,
Incandescente Pan, ecos de siringa,
etérea voz y soledad de espuma.

Lluvia que ha de caer sobre la nieve,
fisurados acantos, cariátide voraz de los anhelos,
pálido fulgor de instantes ciertamente.

Voluntad insomne de alcanzar las horas
con el ala que mi pecho atraviesa
iluminando la desolación de la inerte latitud
donde se tienden los silencios en los días
de tristeza;
desnudos tú y yo sobre la tierra,
soberbia voluntad... en torno el frío.





Alas de ámbar frágiles como el silencio,
como el vago fulgor de la nerviosa tormenta,
como el lienzo que espía sumergido en un vientre,
como el etéreo sueño de un amor clandestino.

Celosías solares de aballadas siluetas
donde el orbe penetra con su filo de alfanje,
con su árbol herido por un rayo dorado
donde busca el invierno su infame memoria.

El frío tal cual la obstinación de la ceniza
o el eje inflexible de la rueda abismal.





No te prometo el mar, pero la lluvia
volverá ciertamente y con adornos
a seducir tu cuerpo, sus contornos,
la arena ardiente en la región de Nubia.

Ilustraré tu tacto con mi gubia,
tan sólo serán sombra los retornos,
espejeará tu piel frente a los hornos,
espuma de agua y sal la arena rubia.

Ama mi cuerpo y toda su torpeza,
el instinto vital que nos conmueve
y nos une y separa y nos designa.

Y acecha al lecho el, con su consigna,
peligro como el sol para la nieve;
mi amor todo cargado de tristeza.




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