EL DIA QUE EVA HIZO ABANDONO DEL PARAISO Lo que más costó fué hacerse a la idea de que el sueño por fín había acabado. Pero, una vez pasado este primer dolor ( ese abrupto despertar acariciando la ausencia en la almohada contigua) lo siguiente sería simplemente levantarse. "Que ancho es el infierno" meditó sorprendido, mientras intentaba incorporarse en la cama , explorando donde habían quedado las ojotas. Una fracción de luz iluminó un sucio reloj colgado en la pared con las agujas clavadas en las doce del mediodía y, supuso al verlo, que ya era tiempo. A tientas recorrió el cuchitril, atestado de colillas desparramadas y botellas rotas entremezcladas con medias sucias, platos sin lavar, tazas con café helado y viejas canciones de amor escritas en servilletas, todo, absolutamente todo, nadando en la atmósfera viciosa de esas cuatro paredes inpregnadas de humo rancio. Se acercó a una avejentada cómoda, donde solía guardar cosas en desuso, y tras un breve esfuerzo el primer cajón accedió. Parecía raro que las polillas no le hayan destruido aquel indecoroso saco marrón. Animado, intentó sonreir al desdoblarlo y mirarse en el espejo como le quedaba encima de la antigua hoja de parra. Pero trató de no detenerse en detalles, pesadamente se vistió, se afeitó, se hizo la cola al pelo engominado, y, sin preocuparse en desayunar siquiera un resto de manzana del día anterior, salió a la calle lo más pronto posible. Sabía que sin dinero no sería facil, sobre todo en aquel entonces que en el paraíso había cambiado la administración y hasta el pasto estaba privatizado. Se acercó a la avenida principal y comenzó a recorrerla deteniéndose en cada vidriera a ver si por casualidad alguien buscaba algún empleado resignado que no exigiera demasiado como pago a su jornal. Así el primer día sucedió sin mayores altibajos. Adán volvió a su casa y se acostó solo nuevamente. Repitió esta secuencia algunos días más, hasta que una mañana el teléfono sonó para avisarle que había conseguido trabajo como encargado de limpieza de un supermercado. Y ahí se quedó, sin protestar, esperando que a Dios se le ocurra mandar al ángel que corriera a su soledad pecaminosa del paraíso. Sin embargo, esto no ocurrió, Adán, venido a menos, simplemente se dedicó a dejar que los años transcurran trayendo como único corolario una vejez sin más anécdota que un recuerdo claro de como amaneció cada uno de los días en el paraíso, rebotándole en la mente. Repitiendose en cada ocación la vieja frase que hiló aquella primera mañana "Que ancho es el infierno" al acariciar entre melancólico e irónico el lugar de la almohada que antiguamente había ocupado la mágica cabeza de Eva.
GITO MINORE- FLORES COHIBIDAS
|