Césped
Sobre el fuego





1

Ya es otro día el rocío
Que sangra en el vientre;
La creación es una fascinación de alas
Que invento cada veinticuatro horas;
Buceo con un pedernal inagotable,
Hasta que un collar de mariposas verdes,
Se posa en los pilares de mi casa
Para animar la hermosa fantasía del alba
Que viene ardiendo en los párpados del sol.




2

El alma sangra cuando salen las palabras:
Surge un mundo solamente imaginado.
Aquí estoy en permanente fuga,
Y en fuga también las palabras.
Sabido es que el viento lame los tejados
Y se desliza como tobogán por el iris de las tejas.

3

Dejad que los muertos abran ese surco infinito
Y bajen gorjeantes a la emboscada de la tierra:
Su mirada y su risa y sus grietas;
Que los muertos vivan su muerte
Y tejan en su piel ciega, las sílabas.
Dejad que los muertos iluminen la tierra
Y erijan campanas de cenizas
Desde ese misterio de criptas y cornisas.
Dejad que sus labios de témpano
Humedezcan las raíces de la tierra.
Dejad, dejadme en este gran silencio
Haciendo de los párpados una ráfaga de espejos


4

El mar chorrea su espuma en mis sienes
Como si se tratara de beberla
A través de la memoria.
Una gaviota —tenaz e infinita—
Vuela entre campanas y palmeras.
¡Ah, esta manera impregnante y osada
de dormir en la playa inventando sirenas
para luego huir como Ulises!


5

Una música larga llega a mis oídos
Cuando subo esta empinada travesía;
Parecciera que el Universo rompió su cauce,
Y que los árboles
Afinan su clorofila en la esperanza.

¡Ah, esta vehemencia por el campo!

¡Ah, este río de sendal infinito
que llameante, tiembla,
en el espejo de mi propia infancia!


6

“Mas allá de la línea, donde avanza
la oscuridad, brilla el oculto fuego”.
La búsqueda perenne, el ansia,
La actitud del corazón
Queriendo adivinar el vuelo del pájaro.
La oscuridad baila en sus cenizas
Junto a la densa fatiga de la ceniza.

7
¿Hacia dónde van mis ojos
—que andan todo el día—
deshechos en antojos?


8

Ando descalzo
Cuando en fuego
Febril me alzo.


9

Beso tu sombra —tu remanso—
Para llenarme de espesura
Mientras amanece y despierto.


10

Pienso en el río que serpentea
Como el pájaro en pleno vuelo:
Tú eres ese río diáfano y suelto
Donde nadan mis pupilas.


11

En el estanque de la noche
La luna con su lámpara
Dispersa los latidos.

12

No he podido librarme de la tierra;
Mi cara se ruboriza y lozana
Cuando la lluvia penetra en la piel
Y emergen irisados los retoños.
El tiempo ha encendido sus linternas
Para encarnar su fragancia
De magia y silbido...

13

Voy atisbando —y entrando—
A una nueva edad:
La de mis años que que se alzan en marea,
La de mi sangre
Que recibe el halo del campo.
Mil sonidos recibo a borbollones:
La campánula que hiere mis pupilas,
El ojo de agua que burbujea entre las piedras,
La mano que através de espejos
Quiere alcanzar el horizonte.
Danzan los espectros. Danzan en la cuajatinta.
Con ellos mantengo el rito de abrir mis ojos
Para ver las almendras infinitas del verde.



14

Otra edad. Otra unidad. Otra esencia.
Otra es la semilla en los ovarios,
Otra la cifra en la esperma.
Otra la cifra —el gusano de la luz—
Otra cicatriz mañana. Quizá abierta.
Quizá cotidiana y distinta
La que, —en mi cavilación— se cierna.

¡Ah, estas sombras atisbadas y sin vencer!
—sombras que se rehacen en su vaivén.



15

El tiempo va reptando en mis poros
Hasta formar un imperio de sordas gargantas;
Y he sentido —desde mi interior—
El suplicio de la hazaña y la lucha.

¡Quizá sea el pasmo de la vida!

La noche es gutural. Y sólo tiene ese cauce
De musgo y de párpados murientes.

El campanario de la iglesia deja,
—entreviendo— caer sus párpados de congoja.



Repican en silencio los espectros
Que cruzan la noche.

El río de la noche cruza entre hondonadas.

Mi ventana es la estación
Donde veo y oigo su voz oscura;
Mi ojo, —la brasa escarlata—
Que convirte lo doliente en trino del alba.

La noche oscura y la luz ciega...

Mi obsesión llega al vértigo.

Noche adentro. Río adentro. Mar adentro.
En la luz misteriosa de las luciérnagas,
La voz —alucinada— transita en su propio fuego.






17

Hoy no es como ayer
Aunque beba el mismo moho de las horas.
En este círculo emerge un horizonte.
En cada pájaro que vuela está mi voz:
Mis manos tiemblan en el interior de las pupilas,
Mis manos sienten el anhelo
De tocar el agua a través del tarro de la sed.

En lo oscuro —mi anhelo— muerde las gotas del reloj.
En mi defunsión, la luna pierde su velo nupcial.


18
Mis hijos aletean como pájaros.
Esta casa, —nuestra casa—
Se fue haciendo nido: nido
Con el milagro de la esperanza
Para llenar la conciencia
De múltiples afluentes:
Los trinos modelados por los sueños.

19
Ellos han ido creciendo: mis hijos.
Se les ve en los ojos.
—ambos con sus mejillas de mirto—
asombrados, pasan al sonrojo.


20
Los ojos tienen un límite:
Sólo se ve lo que en el corazón arde.


21
El campo es mi otro padre.
Allí aprendí infinitas señales
El designio insondable
En lámparas vegetales.

22
Mi oficio es el afán
De ver ardiente el campo:
Conmoverme y anhelar
—bajo sombras de amate—
la dulce voz del viento
y la exhalación del caminante.

23
Visiones ¿—visiones —?
En mi lecho
Canciones eternas
Que salen del pecho.
Visiones ¿ —visiones—?
Intenso es soñar
Entre las multitudes del cielo.

24
Una poesía de fuego
Arde en mi sendero:
Los párpados —en el camino—
De hambre muerden certeros

25
En la memoria ando
El aliento de la noche.
—consume como el fuego—
las mariposas del costado.
La memoria que guarda
—en íntimos gajos—
los dardos de la vida
y los aletazos de la agonía.


26
Vivo en pleno desasosiego
—como la brisa que ebria—
se tuesta en su delirio.

27
Nuevamente el mar.
¿ —el mar: verde desnudo—?
Con su tea, desde el infinito:
—infinito íntimo, ingrávido—
aletea desnudo.

28
¿De dónde vengo alucinado por los siglos?
—de un mar que desconcierta.
Es una lluvia en la respiración la intemperie:
Diluvio agobiante que desvela,
Alelíes que me ciegan en este premonitorio ejercicio
De sentir música de la hoguera,
De juntar el misterio en las alas fluviales de los ríos.
Hay un espejo en los alientos del sueño,
Donde se refractan árboles incandescentes
Y los ríos se abren como persianas transparentes.


29
Aquí hay otra edad:
Una voz sazonada
—tras un trino blanco—
y un caliz de brasa interior.

30
La aurora llega:
Y, un tragaluz
Sórdido la ciega.
En la campana de la aurora
Mi amor madura
Con ojos de aldeana.




31
¿De dónde viene esta Trinidad
de agua, árboles y pájaros?
¿Acaso es de esa calle infinita
que se bifurca en ramales?
¡Ah, viejos espectros que chorrean
como el agua de una herida!
Herida que —alucinada y abierta—
Deshila las huellas
Trashumana del peregrinaje.

32
En mi casa,
Regados por la lluvia,
Mis libros crecen.
En ellos, mis poros
Y pupilas se humedecen.

33
Asombrarse es del orfebre
Que ante la lluvia,
Y sus pétalos diluyentes
Hace cántaros de la caligrafía.

34
Y fue la palabra. Y es ella
La que ceñida a un destino
—que no a alguna querella—
hace posible que arda la materia
y siga el misterio, mientras
el hombre, en su claustro, viva.

35
Ondea en el aire mi angustia,
Aun cuando maduran
Tallos y espigas
En la luminosa llama
De las pupilas.
¿Por qué tanta sed
se interna como espina?
¡Ay de este mar
que convierte en amaranto
el sueño de lo efímero!

36
Corro entre hondas entrañas de sombras.
Mientras un gajo de campánulas
—como una aurora lila—
torna lo dolido y austero,
en un sosegado trance ingrávido.
Pero corro, también —como campesino—
Sobre el pecho fértil y ardido
De los sembradíos que hace la esperanza.


37
Vivo el sueño de hoy
Entre viandas de ceniza.
Lo vivo, pensando,
Que la niebla tiene su enigma,
Que mis ojos en su ámbito,
Urgen del pájaro,
Y mis labios, de la miel inmutable
Para llegar a la otra orilla
En un ardiente coloquio.

38
De repente en la vida,
Algo se vuelve inconfesable:
El misterio habla
Con incansable persistencia.
El fuego abunda en diminutas partículas
Como las hormigas en su purísimo barro.
De repente, —mar y fuego— me parecen
Un solo Don desafiante
En la sal del clamor de cada día.
En mi diario cansancio —porque lo hay—
Veo, sin embargo, cestas que arden de luz
Y que columpian el infinito.

Esto me enternece y trasciende...

39
Camino desnudo. Sin poses.
Pero con la sangre
—adentro— de mi madre,
como la bendición que me preserva.

40
Camino, ahora, en la espesura de otras manos.
En la espiral del monte que amanece. Soy guerrero
En la sábana que cubre los cuerpos del deseo.
A veces soy pájaro y viento. Ondeo en tu cuerpo
Y trepo como insecto. Las pupilas de los poros
Son vastas. Hay un sol entre tus piernas donde
La lluvia se expande y las arboledas crecen
Hasta cubrir la totalidad de mis ojos


41
Entre mi esposa y mi madre
Hay una acequia unitiva:
La sangre que se rehace
—visible y palpable—
en el río de los hijos...

42
El silencio se hace a veces con el día
Y viene con la noche. Desde niño aprendí
A deletrear la caligrafía, en medio de un risco
De hojarascas. Y así he seguido —ya de adulto—
Con ese afán de quitarle al viento las palabras
Y trepar al eclipse total
Donde ya nada se aligera...

André Cruchaga