DESPUÉS
DE CINCUENTA AÑOS
Es
el tiempo, no sé qué recuerdos, agujas ensartadas, las
miro bajo mi apagada veladora, rogando
a mi Dios al final, ya cansado. Recuerdo: el
llanto de mis niños en sus juegos, porque
su inocencia, con sus lágrimas, limpiaba
mis desvelos borrando
de un plumazo mis preocupaciones. Brillantes
anhelos, si me dieran sus estrellas, podría,
no digamos robarlas para siempre, ¡hubiera
disfrutado un poco de sus mieles!, seduciendo
mis negros cementerios; el
“te quiero”, riqueza de golpe, martillo
suave para el corazón, minutos
eternos de luz, borrando
de un plumazo mis dolores. Suaves
perfumes, si me dieran sus fragancias, Podría,
no digamos embriagarme para siempre, ¡hubiera
disfrutado un poco de su olor!, seduciendo
mis corrientes de amor. Exijo: levantar
todas mis muertes de
sueños truncados, preparar
la primavera a mi edad; sacudir
las arenas de mis bolsas olvidadas, dejar
correr la corriente de mis polvos mojados, las
dolientes tinieblas ciegas, las
enmarañadas angustias de mi corazón, los
grises pecados del hastío; arrancar
las raíces enterradas, matar
el silencio con un solo golpe, cortando
el innoble superviviente, el
dolor; caminar
en las verdes praderas, espantar
las sombras de las desdichas con alegría, podría,
no digamos ganar para siempre la gloria, ¡sólo
disfrutar por un instante su cara!, seduciendo
al ruiseñor de la felicidad. RICARDO
SERNA G.
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