ELEGÍAS

ELEGÍA PRIMERA
Me cobijo en ávidos recuerdos
En esas nieblas secretas
Que el mundo
Va dejando en la lluvia
De lágrimas

Adivino gestos que nadie ve:
Frío en las sonrisas
Sombras en los ojos

Cuando camino el tumulto
De las sombras
Se derrumba

El tiempo gime por los vitrales
Y hace manar ríos de los ojos
Hasta quebrar ventanas

Bajo saber qué manos
El deseo tortura

Deseo de sentir no como pájaro aterido
Deseo de morder el azul hasta sangrarlo

Deseo de soñar y arder
Sin ser ajeno
A la luz de los pabilos

De tarde en tarde el viento despeina
La melena de los secretos
Los recuerdos
Los sueños
El crujido del pecho queriendo soltar sus hojas

De tarde en tarde me persiguen
Féretros de mármol
Y el eco monótono de gastadas maderas

De tarde en tarde
El tiempo
Los recuerdos
Van dejando un hueco oscuro
Que sangra como el insomnio
De desvencijadas guitarras



ELEGÍA SEGUNDA
Siempre me envuelven los recuerdos y suspiro
Calles y mundo se apartan ciegos
Nadie ve cuando pido una mirada
Nadie ve al niño limpiando un parabrisas
Ni el frío hermanado con la muerte
Nadie ve al sonámbulo depredador de las calles
Al pan con tizne atisbando la boca
Ahora las nubes se derrumban en sombras
El libro horadado se cae de las manos
Ahora la lluvia del alma rompe los cristales
Las ventanas se descuelgan de mis ojos
Y caen como el tizne de una chimenea
Quizá nunca sepas la tortura del loco desvarío
Ni el soplo de los sentidos en los desvaríos de Bach
Nunca verás los pájaros salados escapando de los ojos
Ni el pañuelo de deseos fecundado de océanos
Nada podrá desgarrar ya las venas
Si lo hizo oportunamente la zarza del abandono
Ambos morimos bajo piedras ciegas
¡Qué más da ahora que la siembra se pudra
y el parpadeo se torne en un pozo de ruinas!
¡Qué más da un lecho de féretros
Si desde siempre cargué huesos herrumbrosos!
¡Qué más da que el aire sea monótono
Y la vida un eco de cruces ciegas!
Inútil es sentirse vivo
Cuando el tiempo nos embiste con rígidas sábanas
Sólo espero que esta cadena de la noche
Haga de la tumba del pecho una gozosa obertura
Para el gris de la ternura
Al menos se convierta en un insomnio de violines
Sólo espero la ceniza del recuerdo
Para no manchar las paredes de los sueños
En desordenado graffiti
Ni abra espectros para celebrar velorios
Ahora somos seres deshaciéndonos bajo tierra:
Segamos y sangramos y nos obstinamos a los días
Solitarios centellamos en lo oscuro
Y nos salieron pústulas y nos dio gangrena
Nos despojamos de la ropa y la lluvia reptó
Hasta desteñir la piel y hacer fango en muslos y armiño
Ahora desde el fondo del traspatio
Hay un fluido inexorable de locomotoras
Que sólo el subconsciente sabe que se alejan…
Barataria, 24012004


ELEGÍA TERCERA
“Busco cosas, me acuerdo de otras, vuelvo a los poemas,
y además voy y vengo, quiero, juego, trabajo, espero,
desespero y considero”…
Julio Cortázar: Imagen de John Keats

Todo retorna a las aguas oscuras del mar:
Incluso las sombras de la luna y la tristeza
Los muros de grandes escenarios
El mundo ilusorio y la orgía que anima
Los lujos de los dioses y los hijos de los hombres
La noche grita en el barco de mi yo
La soledad del corazón pare abismos
La voluntad claudica cuando la tormenta arrecia
La estupidez brilla como el hacha del leñador
La mujer viéndome con sus ojos vacíos
Delante del espejo
Yo sumergido en un exilio cotidiano
Caminando con el rostro interior de la demencia
Al fin de cuentas los ojos guían
Esta montaña de alucinaciones
Después de todo nada queda sino niebla
La ceniza el fuego de los sueños
Las alas rotas de Khalil Gibran
Crujiendo en las ramas de su propia tempestad
Las escarchas de medianoche de Coleridge
Keats en la noche solitaria de invierno
Por todo en gotas de rocío quiero hundirme
Y mezclarme con la ceniza: lejanías
Del recuerdo de Novalis ramas esperanzas
En ropajes rotos tizne al atardecer horizonte huyendo
De pronto uno cae en la cuenta con Quevedo:
Vivir es caminar breve jornada
Y nada que siendo es poco y será nada en poco tiempo
Harto estoy de desnudarme a solas con su cuerpo
Sentir la forma del mundo y ella nos mantenga de cabeza
Algo de Góngora hay en este desierto de peregrino
Aunque para mí siguen doliendo más las partidas
La espera se torna en fiera desafiante
O en asombro de ver al propio yo
En la levedad insoportable del ser según Kundera
Alguna vez nos cubrimos sólo con el viento
Ahora sólo es el eco de aquel sonido extinguido:
Medio vivir en este mundo
Allanamos las manos de los muertos
Y ocupamos esos cuerpos rotos y oprimidos por la fatalidad
Ella cantaba boleros tal como dice Cabrera Infante
Eran surrealistas todas sus ansias y sus líneas
Pero ya no importa [el reloj se volvió páramo]
Hoy ella baja las escaleras frías de Manhattan
Yo sigo tirando mis pensamientos al aire
Y escribiendo nombres parecidos al silencio
Después de esto pienso: es triste morir
Y yacer en cada puerta abierta
Quizá el secreto esté en no sentir la vida…
Barataria, 25012004

ELEGÍA CUARTA
Aquí he visto pasar los grillos
Que el Lempa levanta en la noche
Cuántas veces pasamos este paraje con luciérnagas
Con tanques y ametralladoras y M16 y AK47
Y siempre salvamos nuestra fragilidad humana
¿Qué aprendimos de aquel tiempo que pasó encima
De nuestros cuerpos y sueños?
Aquellas batallas no sé si las ganaron o perdieron
Nosotros si perdimos el resplandor de la luz
El viento del viento en nuestras cabezas
Perdimos el arpa de los sueños
Perdimos los ojos de la luna
Perdimos el libro subterráneo de las emociones
Perdimos la gracia de reventar campánulas
Aun con el riesgo atroz de la muerte
Las esquirlas de estrellas cayendo en nuestras sienes
Pero la guerra pasó con su ardiente noche
Pero qué de nosotros que nos montamos en caballos de olvido
Qué del galopar sobre el río de los anhelos
Nada quedó porque huimos: ni los golpes de artillería
Sin embargo nos alcanzó su prostituida pólvora
Nos alcanzó su sangre diluida
Nos alcanzó su vaho de niebla espesa
Ahora las ventanas se confortan con tu ausencia
La yedra creció en la espera como una barba desordenada
Hasta formar “falsas ventanas”
“Tal vez nuestra única felicidad sea la de haber vivido”
Entre los rigores de la hojarasca
Muriendo entre gente descalza
Para sentir las baldosas de la vida
Ahora desde las latitudes de Whitman
“te veo descender con tu ropa oscura,
Empolvada, por el largo paso de la espera
Y sojuzgamiento. Vienes hacia mí,
Llamándome por mi nombre de guerrero,
Y oigo sonar las sílabas
Rotundas y embriagantes.
De retorno llegas, avientas de mi rostro
Toda la nostalgia sin sentido,
Alegre y ardiente. Me miras lenta
Debajo del sol y flotas
Quiméricamente solitaria y aturdida”.
La vida es todo esto: nos gastamos
La vida es todo lo que nos queda:
Gritos convertidos en espinas y labios extenuados
Por el dolor sordo del respiro
La vida es todo lo que nos queda:
Los párpados cerrados sobre el musgo de la almohada
La noche mordiendo mariposas mudas
Y una crayola dibujando líneas en el horizonte
Para recordar la infancia…
Barataria, 26012004.

ELEGÍA QUINTA
“Un hombre pasa con un pan al hombro.
¿Voy a escribir, después, sobre mi muerte? […]
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre.
¿Cabrá eludir jamás al Yo profundo?
Otro busca en el fango huesos, cáscaras.
¿Cómo escribir, después, del infinito?
Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza.
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?
César Vallejo

Tengo la rara sensación
De estar viviendo los sueños
Que otros ya vivieron:
La lámpara encendida tras el miedo,
El camino con viejos cuadros de ocasos,
La monotonía de los barrios,
La polilla de la paciencia entumecida,
Gastada en el madero de los sacrificios:
“señas me da mi ardor de fuego eterno”.
El alma cuelga de las enredaderas:
Sensación deshilvanando hipos,
Manos desarticuladas en el océano de los circos.
Sueños: Pesados sueños en triciclos
Debutando con calambres y rara sed de cansancio,
Cuando los genitales se llenan de tizne,
Y el whisky, sólo sirve para recordar párrafos,
De la maltrecha insolencia del tiempo.
Pero los sueños no son alegres ni cuando están en reposo,
Ni cuando la imagen cotidiana los arremolina,
Ni cuando los alfileres del aire apremian,
Ni cuando vemos el amor ansiosamente líquido.
En todo sueño es evidente un bosque de agujas;
Aunque la necesidad del mismo arrulle analgésicos,
Como pensar la geometría de Helena,
Descolgándose en pañuelos de gaviotas
También los sueños, en su cavar poseso,
De vida humana y de pálido deseo,
Nos llevan a inviernos de sombra y silencio,
Y a aljabas donde todo se hace hielo.
Alguien, sin embargo, tira flechas desde Cipango,
Para vivir, también, su propio sueño:
Navíos de Venus o de Baco,
Kamasutra náufrago de los vientos,
Y del éter ávido del horizonte:
Niño sentado agujereando las nubes,
Y el aguacero de los sueños. Sueños nada más
De abandonadas brújulas y ciegos velámenes.
“Ítaca [nos brinda] tan hermoso viaje ―dice Cavafis―.
Sin ella no [habríamos] emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que [darnos].
Aunque la [hallemos] pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así entenderás qué significan las Ítacas”.
Es decir, ese severo horizonte de los sueños,
Cuando el futuro se gasta en la suela de los zapatos
Y la realidad muerde: ojos, cabellos y rostro.
Barataria, 09022004.


ELEGÍA SEXTA
“...parece que fue ayer la vida
perplejo y aliviado por el último abismo
esperas otro lago otros rostros otros ojos
asomados al límite entre el agua y la muerte”...
Manuel Vásquez Montalbán: Ciudad.

Entre las ramas de los pensamientos,
Una sed de ceniza esparcen los árboles;
Los perros ladran donde el viento se hace sal,
Y las pupilas se mueven como hojas de otoño.

Han sido años de sacudir brida y montura...

¡Cuánto le ofrendamos a la vida,
“Cuando aún no nacía la esperanza”.

Ahora siento duro el pasar de los años.
Las mañanas con gestos efímeros,
Los abrojos oscuros de las horas:
Vagos pensamientos de las aguas idas y bebidas.
Y vos, no estás aquí, tocando el balcón de los poros
En el arroyo liviano que adelgaza la música.
No estás aquí para quitarle noches al alma,
Y apartar las piedras del atajo inminente,
Y el final ensimismado de los recuerdos.
Ahora, toca unir pálidos rompecabezas,
Y agonizar con las manos abiertas frente a los veleros;
Morder la zarza ungida de coraza,
Beber al revés el lenguaje del alma,
Contar historias al borde de la sangre coagulada,
Expulsar los ojos para ver la luz,
Caer en la levedad hueca del espantapájaros,
Ver indiferente las ratas que salen del tabanco,
Suturar las heridas que se abrieron como ráfagas.
Y vos no estás aquí con tu violín de cierzo,
Acompañando mis últimos sueños.
Por el contrario, te aferras a los trenes: Al olvido,
Y a ese afán de quebrar los vidrios del horizonte.
Sin embargo, mientras llega la sombra de la hojarasca,
Y termina esta fugacidad del ojo,
Y la sonrisa caiga sobre cirios,
Es bueno pensar en el secreto cauce del olvido.
A fin de cuentas, la tierra se encarga,
De enfriar los pensamientos y la carne.

Después, no digas nada cuando veas el mar...

Después, no pongas crisantemos ni alelíes sobre gusanos.
Después, no hables de los fríos golpes de la trementina,
Cuando copule en los pinos del eco.
Ya para entonces será inútil:
Estaré en perpetuo cautiverio hacia el cielo.
Un insomnio habrá plantado bosques;
El arpa de los grillos velará criptas,
Y un timbal de huesos colgará de los sueños...

Después, no digas nada: Para entonces:
“(habrá) muerto el amor y los días”.
Barataria, 11 de febrero de 2004.


ELEGÍA SÉPTIMA
“…lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,”…
Jorge Luis Borges

Nada me dice que todo cambia
Frente a los espejos de la cárcel
Y a los entumecidos barrotes del destino
Nada me dice el escalpelo envuelto en el otro yo
Nada la tormenta de la oscuridad de ayer
Encerrada en la jaula del tic tac
Sin embargo quiebra la garganta y se gime
Voy a dejar el reino del vacío
Para acostarme sobre la hierba
Quizá para abrir el abanico de otros espejismos
Voy a ladrarle al mar
Para beber una eternidad mojada
Y encender su hoguera de espuma
Ángeles o demonios sucumben en féretros
Pájaros emancipados
Bocas petrificadas
Y sin embargo horadadas por constelaciones rotas
Voy a partir con la torcaza de las palabras:
Sé que es un rito peligroso
Pero a fin de cuentas es saltar sobre los muros
Nadie sabrá que traspasé el enigma de la noche:
La memoria con su bandera de calendarios
La sangre que está en el vaho del relevo
Aquel retrato sepia disputado por la polilla
Aquel miedo de no saberse de este mundo
Voy a resignarme a la promesa de los aniversarios
Aunque haya dejado de celebrarlos hace mil años
De todas formas ya olvidé quien fui:
El corazón flota roído por telarañas
La soledad tiene la espesura de las lápidas
Y el largo trayecto de la piedra al balasto
Ahora vivo los fuegos augurales del náufrago
Y ese torrente de ventanas inventadas
Que dá el vértigo del abandono
Voy a partir como siempre: Sin intinerarios
Lento en andar pese a la marea alta
Pese a que me corroa el féretro del miedo
Y el relámpago seco clavado en las manos
“Así, pues, despídome de los caballos,…
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es este
el trágico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós a cuanto se adoró
en esta vida”.
Déjame debatir con mis propias sombras
Déjame decir un adiós indefinido
Deja que se muera “la danza del deseo”
Y con ella su alarma de huracanados fuegos…
Barataria, 13 de febrero de 2004.


ELEGÍA OCTAVA
“hubo dos tiempos en mi tiempo”.
José Gorostiza: Eco.

Haber vivido siempre fuera de mí mismo
Y de ti misma. Haberte ido: huir vertiginosamente.
Traspasar fronteras: Hermosillo, Ciudad Juárez.
Después la zozobra. La falsedad de la conciencia.
Los yermos del alma. Los abrojos haciendo mella.
Acompañados del ixcanal. Acompañados de la zarza.
Quitar piedras. Saltar bardas. Anhelar el pan
Bajo sombras de tempestad desértica. Rojizas
Por el calor vivido, trasnochado.
Pero vale vivir el sinfín de la monotonía,
La monotonía del agua sin calor, seca, desolada,
Para erigir estatuas grises de un lejano sueño.
Sueño mudo, perdido en las astillas del lenguaje,
Quejoso en la soledad de las dunas,
Quejoso en la memoria de la sinuosidad ardua,
Quejoso en la evocación de la compañía. Frágil de calma.
Ahora no sé qué haces de espaldas mordiendo manzanas,
Y bebiendo rachas de viento extrañamente pálidas
En hilos de nostalgia. Confusos. Sin realidad.
Aunque la realidad sea contemplar la tristeza.
Tocar la condición ósea. Arrodillarse con nitidez devota.
Pasar. Cruzar. Ocupar la totalidad de las vitrinas.
Mascullar pisando las alfombras. Alargar el esqueleto
Hacia ninguna parte. Hacia nada. Hacia nadie.
De pronto la duda sobre los acantilados de la tarde.
De pronto el miserable ajetreo como violín gastado.
De pronto una porción de nosotros ausente, muerta,
Queriendo hacer perceptible el inicio:
Recordar la risible indiferencia hacia el sexo. Hacia el otro:
Odre del regocijo. Tonel raudo.
Perito sonoro de la cuajatinta. Punto de espejos.
Ahora todo se va. Nada queda. Nada.
Pero aquello enloquecía. Huracán sin cerrojos.
Llegaba a un punto de enajenación envolvente,
Desencadenaba ríos. Invertía la transparencia
De las ventanas. Rompía el horizonte y la astucia
Del tiempo. Desmontaba potros. Maduraba madrecacaos.
Nunca hubo fronteras. Ahora las tiene la conciencia.
La cóncava matemática de las probabilidades,
El prurito de los sacramentos. El ojo de la culpa
Apropiándose del océano de la Esperanza.
Allí están ahora. Impertinentes e indiferentes,
Perdidos ambos, en países tan disímiles.
Nuestros pies arrastran lo que no es posible;
Y lo que es posible no compensa
La finalidad primera. Sólo la última:
El asa exterior que no encontramos: siempre la duda
De no darle un cheque por adelantado al desahogo,
Ni proceder al principio de la fragancia.
Lo demás es mera resistencia. El dolor que aisla.
El dolor que acaso radicaliza y descarna.
El dolor que acaso lacera como látigo
El propio dolor de la totalidad humana.
Barataria, 16 de febrero de 2004.



ELEGÍA NOVENA
“Cede ya la noche profunda”.
Un calabozo:[Fausto, Goethe]

Allí, al fondo de siete candelabros,
Iluminar el alma o los días padecidos,
Perdidos en las sombras, sin la palabra dócil
Del Espíritu, sin los siete dones: La Gracia, La Paz
Tan necesaria para levantar la sangre,
Ver el Principio y el Fin de las cosas. La cruz,
No en el hombro, sobre el pecho. Verte. Vernos.
Venir o ir en el arrebato y ya con cabellos
De lana transformados por el gemido,
Por el temor de lo que no somos dueños.
Fuimos fundidos en las aguas del fuego. Goteando ceniza.
Nunca se advirtió el miedo y sí la muerte,
Sí la Nada comiéndonos. Mutilando esfuerzos.
Sí la noche con siete estrellas huidizas
Goteando quejidos imposibles, rechinando sus vértices,
Sobre los siete ojos del lenguaje y la ignorancia.
Porque a fin de cuentas es ésta la borrasca: Insta
A no ver la claridad de medianoche,
Ni la oscuridad rotativa que la circunda.
Ante el asombro perdimos toda libertad. La brida.
Padecimos el flagelo de los cascos. Nos inmolaron
Desde el viento del horizonte hasta el ara de la tierra,
Donde la ira se disfraza en los cirios.
No sé si alguna vez fuimos justos. Sólo tú. Sólo yo.
Ambos tuvimos intérpretes diferentes.
Sentados en el solio del gozo nos volvimos irreconocibles.
Perdimos y ganamos con el disfraz de la fiesta.
Morimos. Estábamos empeñados en eso:
La deshora. La noche. El patíbulo.
Morimos, no. Murió la fe. A menudo es lo mismo
O peor. La fe plena no es lógica. Se evoca. Se invoca.
Salvo excepciones indulta cualquier zozobra,
O se convierte en llave para no abrir el abismo.
Morimos frente al escorpión de los meses. No.
Murió la razón. El sendero de la luz. La tregua.
Nada ha quedado que suavice el lenguaje:
Ni trino, ni resplandor, ni con qué arroparnos.
Sólo la oscuridad maniática. Los colmillos de la intemperie.
El trueno bestial del reproche: Diademas de sal.
Ninguno pudo beber vino. Sólo se bebió tormento
Como si se tratase de asir el cáliz de Babilonia,
O la hoz que ciega la dulzura de los ojos.
Ahora vemos descender la piedra del desasosiego,
El mar que se aleja con sus marineros a cuestas,
Y un muro levantado con tu cuerpo…
Barataria, 17 de febrero de 2004.

André Cruchaga