POEMA

Ay leño, que al morirte me sonríes,
mientras que tu madera se desliza
canosa en fibra y nudos a ceniza,
con una dentadura de rubíes...

Oh rama, en tu final qué gran sonrisa.
Que abrazo de calor dulce, materno,
da el árbol troceado que en invierno
por brasas cambia pájaros y brisa.

Madera, de la savia a la pavesa,
al humo desde un lecho de raíces,
en una flor de fuego te desdices
como un labio que muere mientras besa.

A tí que me despides te sonrío
y quiero dar brasero entre mis manos,
oh cálido cadáver... Los humanos
que no saben arder mueren de frío.

Francisco Javier Hernández Baruque