DESATANDO SOLILOQUIOS |
POEMARIO I- Andábamos deshojando margaritas para ser trémulos caminantes sin fronteras. Desde el fondo de la historia que quiso hacerse cuerda y novedosa aprendimos que las manos sin sudores eran solo garras disfrazadas, que los ojos que miraban hacia adentro eran luces de ciega indiferencia, que los besos que suspiraban solos se quemaban en una pasión efervescente con sabor a nada o a disculpa, que las sonrisas si no eran entregadas terminaban siendo solo muecas. Y recogimos los bártulos precisos, y guardamos nuestras rabias personales, y las ansias de ser estrellas refulgentes, y los miedos, y los sillones confortables, y las luces que llamaban a destajo desde todos los rincones deseables, y marchamos a reventar ilusiones allá donde la sangre estaba fresca. No siempre fueron rosas las demandas: tuvimos que ser anarquistas y viciosos, medio frailes y mendigos, solemnes cumplidores de respuestas y preguntas, acalorados malabaristas de lisonjas y sorprendidos domadores de egoísmos. Todo por todo, porque te nacía un gusto desgarrado en el medio de tu vida que no sabías acallarlo. Andábamos deshojando margaritas sin saber que no había flores de repuesto... II- Siento que las arrugas de mis manos son retazos de pasiones encontradas en ese cuerpo a cuerpo con la vida que fue luchar por estar cuerdo; negar que mis congéneres de miedos y aventuras -y yo mismo en el galope lujurioso o bondadoso- fueron solo vientos mal paridos u olvidados de una creación que torció la primavera. Cuando entiendo los ojos del huido entre angustias, silencios y ansias cotidianas por ser más poderoso de oros y triunfos; cuando mis manos arrugadas por el tiempo rozan el revés de otras ansias ocultadas en el paso inescrutable de las horas y los días; cuando siento que me voy quedando solo defendiendo banderas que no fueron triunfadoras, deseos que no venden, sueños que derrumbaron el hondo egoísmo de las fieras ciudadanas... entonces, solo entonces y a dolores, veo como mis manos se avejentan y padecen. Tendré que parir en madrugadas anhelos que remeden las venas de la vida: necesito vuestras manos, necesito vuestras fuerzas, beber de los rescoldos de otras fuentes novedosas que no hayan gritado egoísmos permanentes ni venganzas de metales de vulgar indiferencia. Necesito sentir que no estoy solo en este desbocado caos irremediable... III- Andaremos fracasando lunas porque hemos olvidado ya los golpes que la paz somete a las palabras. Fracasando sonrisas que se tuercen entre verdades que duelen y mutilan mucho antes de ser dichas, desde el momento insospechado que el pensamiento juega con ideas que nunca serán eternas o inmutables. ¿No será posible atrapar caricias en un pequeño cubículo del aire donde queden las memorias confundidas en presentes de amores o de quejas? ¿Acaso las lápidas malditas de injurias que desvistieron la belleza serán incapaces de ventilarse ni de abrirse? Llorarán como siempre las palabras atrapadas por lunas escondidas en noches de páramos y fríos, en gestos que nunca fueron dichos en el trayecto infinito del espacio que separa el cariño de la esencia. Esas palabras que duelen y acomplejan. Esas palabras que separan y asesinan... IV- Estoy esperando el cielo para ir aprisionándome de estrellas. Azúcares y nácares me han nacido entre las manos en un contubernio silencioso de años y aventuras. Supuse que los méritos eran infinitos, que los regalos de flores y lisonjas eran pagarés sin fondos ni codicias. Arcanos de ínclitas sonrisas acunaban mis sueños vagabundos: la vida era una fiesta de ofrendas escondidas y secretas al dios de todos los futuros. Hoy me persiguen y me acosan palabras disfrazadas de preguntas, preguntas vestidas de miseria, de arrugas y de grasas, de manos encogidas ya por las fatigas de miles de años acabados, de cientos de fracasos que se encienden como faros procelosos en los días donde el viento sopla a contrapelo. Esperaré que el cielo se diluya en lluvias de luceros renovados... Ya no hay azúcares ni nácares: solo ansias y cenizas. V- Se van muriendo por las aguas de los mundos opulentos que retuercen la vista y la mirada para no ver a los cadáveres, a los cuerpos embotados, a los ojos de besugos solitarios, a las manos llenas de hambres endémicas. Se van muriendo por las playas, por los caminos y los pueblos de mi Europa satisfecha que algún día esquilmó sus casas, sus tierras y sus reservas como una raposa ladrona y ahora agita justiciera los decretos, las leyes y los principios para no sentir las náuseas, ni los miedos, ni las culpas. Hombres del Chad, del Camerún, de Sierra Leona, de Tanzania, personas aterradas y engañadas del África profunda, bereberes y rifeños del Magreb, americanos de Ecuador y de Bolivia, engañados por los próceres del puñal y la pistola, del crucifijo y la pistola, del corán, el látigo y la pistola. Se van muriendo y con su muerte el asco se me sube a la garganta mientras contemplo acomodado como sangra de dolor y de injusticias media población del planeta, mientras siguen sacando de las aguas, de los pueblos y los campos, cientos de putrefactos cadáveres entre el miedo y la esperanza. VI- Aquí están mis cicatrices, las hay de todos los calibres y colores: verdes de envidias descubiertas y de angustias acechadas, rojas de iras deslumbrantes y precisas, negras de salvajes avaricias, anchas de intensos dolores revestidas, largas de continuos amargores, profundas, profundas... Están entre mi piel y mis historias a medio camino de un viaje programado hasta los confines de la vida que sigue latiendo por mis poros con una pasión inconfundible: me recuerdan que el viaje debe ser duro y algo amargo, que no hay rosas sin dolores ni mares sin resacas ni tormentas. Aquí están mis cicatrices que son mis medallas distinguidas que recuerdan el camino vallado en mil batallas, despejado en cientos de sueños conseguidos, recorrido a tras pies de la corriente que navega impasible hacia la nada. Aquí están mis cicatrices: podéis acariciarlas sin reparo. VII- Supimos porque las flores hicieron cabriolas que la mañana no levantaría, que sería todo negra noche, que las luciérnagas solícitas también se ocultarían tras los muros. Dejaste de amar y de reír con los primeros compases de la aurora que venían repicando soledades desde el limbo de los tiempos, que habíamos conseguido vestir de nada almanaques de vidas y de horas. Te encontré sin vida y con un gesto sobrio en la mirada: tus ojos me miraban sin mirarme y me confesaban angustias permanentes; tus manos me llamaban sin llamarme y me estrechaban sus huesos descarnados; tus labios me besaban sin besarme y musitaban deseos y promesas; tu cuerpo... Tu cuerpo sigue dentro de mi cuerpo desde que los nenúfares y los lirios me entregaron tus quimeras de hacerme combatiente insatisfecho de todos los poemas que guardaste. Ahora aquí me tienes haciendo de tus ojos y tus manos, de tu cuerpo confundido entre mis carnes, de tus labios, una nueva simbiosis solidaria, aventando sueños y denuncias, persiguiendo caracolas y alboradas. Ahora, mi querida UTOPÍA cegadora, tendrás que aprender mis ambiciones y mis duros paradigmas alternantes. VIII- A duras penas vamos quemando aventuras y tristezas porque es necesaria la esperanza para hacernos partícipes del tiempo. A duras penas vamos desgranando ansias infinitas que sabemos imposibles de tanto estar en entredicho. A duras penas vamos juntando soledades y silencios, lágrimas y sonrisas, ironías, egoísmos de diversos tipos y pelajes, palabras huecas, sentimientos, soledades, soledades... Juntaremos rabias y esperanzas dando martillazos a la luna para resquebrajar los suspiros que se esconden bajo el agua. Aparcaremos poemas y denuncias en algún lugar de las estrellas soñando con mundos manifiestos de posibles rincones solidarios. A duras penas intentaré seguir creyendo en utopías... IX- Tienes las manos llenas de sangre y los ojos, esos ojos preñados de fuego y de dólares, me atraviesan como un dardo envenenado de rabia e impotencias. Tus aguijones colorados van picoteando en casi todos los estiércoles: te he visto hecho lumbre fanática entre las bombas de Oriente; te he sentido convertido en mercenario entre las víctimas de África; y babeante de sonrisas y recelos con chaqueta y corbata en los despachos donde se gestan los horrores trasparentes. Y no se te rompe el alma... El poder por encima de la vida, el dolor por debajo de la muerte. Ayer te vestiste con las ropas de presidente de un Consejo, y hoy con las de General de los ejércitos: no, no me digas que eres inocente... ¿Dónde escondes las muertes que te van acompañando? ¿Dónde los dolores y las lágrimas que vas hipotecando con tu risa? ¿Puedes dormir sin sobresaltos? ¿Dónde? X- Encontraremos los pasos olvidados haciendo hogueras de artificios entre todos los mendigos de la tierra. Aprenderemos del odio, de las espaldas que se vuelven cada día en un ejercicio de silencios, de la muerte, de la vida que nos va dejando sus promesas prendidas de íntimos misterios que tendremos que aprender a hacer veraces. Diremos: dame la luz, dame la esperanza... Y dejaremos los vómitos diarios de ser figuras tenaces de tinieblas para ponernos de perfil contra la nada que ha ido suprimiendo las sonrisas. Pediremos: déjame reconciliarme con el hombre que siempre pudo ser mi compañero... Y remedaremos las palabras y los besos con hachones encendidos dulcemente contra luces apagadas por un tiempo en que todo era cruel y perdulario. Te diré: encontrarás la luz agazapada en un escondite de monólogos... Y verás como el amor y las caricias volverán a nacerte inacabadas. LUIS E. PRIETO Octubre 2001 |