La otra cara del emigrante

 

Cuando yo emigré
de mi tierra sencilla
a un país de rascacielos,
pensé, Oh! Qué maravilla!

En una casa vieja
alquilamos dormitorio, comedor y cocina,
todo en una sola pieza
amoblada y todo, con una cama y una silla.

No he olvidado el baño,
uno solo para toda la mansión,
claro...con bañera...
y no le miento, con calefacción.

A lo mudo hablábamos,
haciendo señas al vendedor
nos vendían pan cuando queríamos cigarros,
y cigarros por jamón.

Y no le cuento de los bichitos
de tierno color marrón
salían sigilosos por las noches
y se comían hasta el jabón.

No hacen nada, nos dijeron,
en el día no aparecen
se reúnen por las noches
y vea usted, se comen un tarro de café.

De direcciones no me hable
lo peor era la indicación,
sepa Dios lo que decían los choferes
con tanta explicación.

Y asi fué pasando el tiempo
machacando el inglés,
sin entender ni la tele
y hasta la música era al revez.

No ví que los en árboles crecieran dólares;
a puro trabajo y puro sudor,
si levantaba una piedra había tierra
no monedas de plata, no señor!

Algún día... me decía
dejaré esta tierra blanca y fría
para buscar el sol que dejé
en la tierra lejana que era tan mía.

Y aquí sigo pues,
despues de tantos años, ¿qué me dice usted?
Yo se lo digo, el horizonte lo tiene usted,
en la mismísima tierra, que lo vió nacer.

 

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