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Joaquín Albaicín
¿Quién fue Kurban Said?
El reciente lanzamiento en
castellano por Debate de una vieja novela de amor y aventuras en el Cáucaso ha
devuelto a la actualidad un olvidado enigma literario: el de la identidad de su
autor, encastillado en el pseudónimo de “Kurban Said”. Como el humo de un
cigarrillo egipcio al que hubiera que perseguir de un vagón a otro por el
Orient-Express, o en pos de cuyo aroma fuera menester abandonar el plácido sol
de un cafetín de Estambul para cruzar el océano hasta la Plaza de San Marcos
antes de, allí, sacar billete para la ciudad de intrigas que fuera el Berlín de
principios del nazismo, el rastro de Kurban Said se encuentra una y otra vez
para que, una y otra vez, el viento se lo lleve en un juego de ambigüedades
esquivas tras el que se adivina un drama de amor, persecución y amargura, quién
sabe si de no menor interés que el de ficción.
Ante todo, llama la atención
que, pese a estar la novela contada con un acento personal muy marcado y un
ritmo magistralmente sostenido, no se conozca ningún otro título a su firmante.
¿Desapareció, acaso, entre las convulsiones de la II Guerra Mundial,
truncándose así su carrera literaria?
El aspirante a resolver el acertijo
habrá, para empezar, de posicionarse en el mapa. ¿Escribió Kurban Said en los
mismos escenarios en los que transcurre su historia, o fue uno de los muchos
que cubren con imaginación y datos eruditos la distancia que les separa de sus
personajes? Y, ¿era un natural del país, o, por el contrario, un militar ruso o
un diplomático foráneo allí destacado? Aunque una lectura superficial pudiera
sugerirlo, nos parece obvio que Alí y
Nino no es una novela
“exótica”, sino el relato de un conocedor, de un testigo. Así pues, Azerbaidján
es –a nuestro juicio– la región de procedencia de Kurban Said. Y el judío, el
persa, el armenio y el turco, cuatro de los orígenes étnicos que emergen como
aceptables para sus cromosomas... Incluso, ¿por qué no?, pudo ser georgiano,
pues los georgianos –como los libaneses– no “pertenecen” a Occidente salvo por
conveniencia, en base a oscuras razones psicológicas que no son más que
exigencias del guión de la intrahistoria. Los ojos de una georgiana, tan
importantes en esta novela, no son ojos occidentales. Georgia, pues, también
nos sirve. Viene esta reflexión sobre las raíces no europeas de Kurban Said a
cuento de que Alí y Nino (el romance entre una cristiana y un musulmán
con el derrumbe de la Rusia zarista y las ambiciones turcas sobre Azerbaidján
como telón de fondo) sería la culminación perfecta de la “novela oriental” de
no ser por la contradicción intrínseca de tal denominación: la de “novela
oriental” es categoría acuñada en Occidente, y Kurban Said no es Salgari ni
Nerval. Lejos del imitador y del colorista voluntarioso, escribe y cuenta con
el latido rítmico característico de quien entronca por nacimiento con la gran
comunidad del Oriente, navegando la tradición en que se inscribe por el mismo
gran río en que nadan Rafik Schami, Isaac Bashevis Singer o el Mateo Maximoff
de Las Ursitory.
¿Una mujer? Algunos lo han
sugerido. Mas lo cierto es que el suyo se nos antoja –con su canto a la daga,
su devoción al corcel y su querencia hacia el zenana– un texto demasiado viril.
María José Obiols da fe en reciente y magnífico artículo (1) de cómo Kurban
Said figuraba –en los catálogos editoriales del Tercer Reich– como pseudónimo
de la Baronesa Elfriede Ehrenfels von Bodmershof y de que ésta se atribuyó la
autoría de la obra, publicada por primera vez en Berlín en 1937... pero
reconociendo haberse basado en las historias escuchadas de labios de su amante:
el escritor M. Essad Bey, un asiduo de los círculos de emigrados rusos en el
Berlín de entreguerras. “Essad Bey” era, en efecto, el nombre con el que firmó
su nada corta producción literaria un judío azerí converso al Islam llamado Lev
Nussimbaum. Nacido en Bakú, él y su padre abandonaron su solar natal en 1919,
es decir, más o menos cuando finaliza la historia de Alí y Nino (una novela, por lo demás, crepuscular, de mundo
caído, típica de exiliado). Ello nos invita ya a presumir al menos una
coautoría, si no una limitación del papel de la Baronesa al de pura
encubridora, dado que, como hemos dicho, el tono de Alí y Nino no es muy
germánico que digamos, y, si bien la historia de la literatura conoce casos de
escritores que lo bordaron con una única obra, tal perfil no es, ni de lejos,
el más corriente. Las páginas de Alí y
Nino tienen todo el aspecto de haber sido estampadas por la tinta de una
pluma afilada en muchas batallas, y no por la de una novel.
Está claro que el autor de Alí y Nino fue un panislamista o, mejor,
un panturquista que no disimulaba las esperanzas puestas en el Enver Pashá alzado
contra los Soviets llamando a la restauración de las glorias del Imperio Turco.
En hilo con ello, podría recordarse la existencia de un Essad Bey a cargo de
los archivos secretos del Ministerio del Interior turco, que escribió a mano en
diciembre de 1914 o enero de 1915 el borrador de dos de los principales
documentos clave en el genocidio de los armenios. También, a otro funcionario
del mismo nombre que, como Encargado de Negocios de Turquía en La Haya, firmó
en nombre del Presidente de la república turca el Convenio para la Protección
de la Propiedad Industrial de 6 de noviembre de 1925. Suponiendo que Kurban
Said fuese realmente el Lev Nussimbaum converso al Islam, nos encontramos con
dos candidatos en excelente posición, toda vez que varias de las obras de éste
firmadas como Essad Bey se inscriben en un contexto claramente dominado por la
geopolítica y el espionaje. Mas Nussimbaum nació en 1905, y a los niños no se
les nombra representantes diplomáticos ni encargados de archivos secretos.
Falla la fecha de nacimiento y, por tanto, la identificación del Essad Bey
escritor con el –o los– Essad Bey políticos.
El punto débil de la
argumentación de quienes proponen que Kurban Said no fue sino una máscara
puntual de Essad Bey es que no citan una sola de las obras de éste, de donde es
fácil deducir que no las han leído y carecen, por tanto, de punto de
comparación. Nosotros –amigos del libro polvoriento– sí lo hemos hecho, y damos
fe de que –por encima de los velos tendidos siempre sobre la personalidad de
una pluma por toda traducción– el estilo del Essad Bey novelista y biógrafo
presenta clarísimas afinidades con el de Kurban Said: no sólo Essad Bey tuvo en
el Cáucaso una de sus principales fuentes de inspiración (2), sino que fue el
prototipo de escritor florido, musical, maestro en el arte de adornar la trama
central con meandros de historias menores (por ejemplo, insertando en su
biografía de Nicolás II los rumores del monje Ilyodor, que afirmaba haber visto
en un sótano del Kremlin, bajo una campana de cristal, la cabeza del Zar
llevada a Moscú por una prostituta amancebada con un chekista del pelotón de
ejecución), características asimismo atribuibles al autor de Alí y Nino.
En su Historia de la policía secreta de
los Soviets, obra de historia conducida y marinada con recursos y efectos
de novelón de Fu Manchú, encontramos, además, un admirativo capítulo dedicado a
la figura del Enver Pashá en quien tantas esperanzas tiene depositadas el Alí
de Alí y Nino... Cuanto firmó
Essad Bey gira, en suma, en torno a determinados fetiches y posee un fuerte e
inconfundible sello personal que es sencillo reconocer en Alí y Nino. Hay, sin embargo, en esta novela algo más, como una
inyección de genio que viene a convertir los otros títulos de Essad Bey en
preciosidades menores. Y, en todo caso, pervive el enigma de por qué un autor
comercial no firma la mejor de sus obras, permitiendo quedarse con los laureles
a su amante. ¿Pago de una deuda? ¿Gesto de amor? ¿Una artimaña para poder
publicar el libro en la Alemania de la que había huido tras la victoria nazi en
las elecciones de 1933?
Cabe también que la explicación
sea otra, y es la de que Alí y Nino constituyese la recreación por
Nussimbaum de un manuscrito debido a pluma distinta de la suya. En Azerbaidján,
el hijo del escritor Yusif Vezirov Chemenzeminli, embajado azerí en Kiev en
1918 y fusilado en 1940 en un campo de concentración, afirma que la novela fue
escrita –pero nunca publicada– por su padre y plagiada por Nussimbaum. Lo
cierto es que no faltan quienes aseguran que tal o cual detalle de la misma,
errores que difícilmente habría cometido un nativo de Bakú, apuntan hacia la
verosimilitud de esa hipótesis. En cualquier caso, el misterio conviene como a
pocas obras a este relato de enorme y fragante aliento poético, inscrito por
derecho propio entre los grandes legados literarios que debemos al siglo recién
ido.
NOTAS
(1)”El misterio del autor y su novela”, en El País (Madrdi, 14-X-2000).
(2) Ahí están su biografía del georgiano Stalin o su Doce secretos del Cáucaso.
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