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La vida en una colonia popular



Las colonias populares de la ciudad de México tienen un encanto especial. La vida estalla en cualquier momento y rincón de esos pequeños micro mundos. Guillermo Sheridan nos invita a que conozcamos a sus peculiares vecinos de la colonia Espartaco en la delegación Coyoacán. Lo hace con una ironía y un sentido del humor envidiables.


Los peores vecinos son un gran campanario, un gran río y un gran señor.
(Chateaubriand, Vie de Rancé)


    "El epígrafe de estas líneas deja en claro, primero, que Chateaubriand nunca vivió en la colonia Espartaco del Distrito Federal; segundo: que no conoció a los Valdós, a Erick el del Volkswagen anaranjado, al dueño y cliente de la discotheque (sic) El Reve, a los perros ni al gallo.
    Yo los conozco bien. Los Valdós son dueños de dos negocios caseros: renta de sillas, mantelería y carpas impermeables para festejos y un salón de belleza. Según mis cálculos, la familia Valdós está compuesta por, aproximadamente, 104 miembros. En la medida en que crece la familia, los Valdós le agregan pisos a su casa: un bodoque de cinco pisos estilo heterodoxo con ventanas doradas en cuya planta baja funciona la estética unisex Érikha Mónikha. Cuando no atienden sus negocios, se dedican a reproducirse y a agregar un nuevo piso a su edificio (en ese orden). El último piso está hecho con el material que desecha el negocio: las paredes de mesas viejas y los techos de carpas parchadas. En lugar de varillas, emplean tenedores oxidados; en lugar de cemento volovones viejos.
    Los Valdós distribuyen su espacio vital de la siguiente manera: los hombres en edad de reproducirse se sientan sin camisa en la calle a hacer concursos de quién se acaba primero su Tecate y luego ver quién es capaz de sostener el bote vacío más tiempo, estando de pie, con el ombligo. Las mujeres se dedican a facer folganza con macho placentero y a peinar gratis a sus hijas en el salón de belleza. Los niños y niñas que brotan de esto se dedican a poner clavos bajo las llantas de los vecinos y a escribir en las paredes con spray negro letreros que dicen NINYAS ACECINOS. Los patriarcas los observan, enternecidos.
    Los Valdós tienen dos discos: Pollito con papas, con Los Bukis y Las mañanitas, con el nunca suficientemente ponderado El Charro Avitia. El cálculo de que son 104 se debe precisamente a que dos veces a la semana hacen participar al vecindario de la alegría que les causa el cumpleaños de algún caballero, niño o dama de la familia. Aunque el wataje de su aparato es enorme, es inferior a su entusiasmo. Las mañanitas, como su nombre lo indica, suelen atronar el espacio a las cinco de la mañana y como todos los Valdós nacen en domingo la experiencia es asaz tonificante. Pollito con papas, en cambio, comienza a las dos de la tarde y termina entre las cinco y las seis. Es una balada interesante, a ritmo de salsa, cuya letra dice: "¡¡Pollito con papas!!
¡¡pollito con papas!!"
(da capo, 250 veces).
    Sobre Erick el del Volkswagen anaranjado lo único que se sabe es que una vez a la semana llega a buscar a Edgar, otro vecino, a las tres de la mañana. Erick ha arreglado su bólido para que ruja valerosamente. Cuando Erick hace acto de presencia, es su deseo que Edgar le responda con rapidez. Su sistema para llamar a Edgar es el siguiente: tres rugidos petardeantes del Volkswagen y un grito: "¡Edgaaaaaar!" Otros tres rugidos y el grito: "¡Soy Eriiiiiick!" Esto dura hasta las cuatro de la mañana, cuando por fin Erick, decepcionado y quizás herido hasta lo más hondo, se retira rugiendo.
    La discotheque El Reve originalmente era un cuarto de servicio que queda justo debajo de mi ventana. Su administrador y único cliente es un joven de 18 años al que apodan "el Eskín", porque se rapa las salpicaderas, como se llama a la zona del cráneo que está detrás de las orejas. En la puerta de la disco puso un letrero que dice WELCÓM. Seguramente entusiasmado por tan grata bienvenida, se mete a bailar consigo mismo la música de su disco, que se llama Yo! bump it up! y que, como su nombre lo indica, evoca los ritmos de la misteriosa África, pasados por mil dólares de altavoces taiwaneses.
    Otra clase de vecinos son los perros. Mis vecinos perros ladraban y aullaban un promedio de tres horas seguidas cada noche hasta que los arreglé con bombas valium. La bomba valium es mi modesta aportación al arte de la guerra. Se toma una rebanada fresca de pan Bimbo blanco, se le pone dentro dos gramos de Valium, se hace una bola compacta. Luego se lanza a la azotea cochambrosa en cuyo centro ladra o aúlla el perro para mostrar que la está cuidando. Esos dos gramos de Valium garantizan que el perro dormirá un promedio de tres o cuatro días, según tamaņo. Luego se toma nota en una lista ad hoc: "El perro que parece pelo de futbolista colombiano: dos gramos, lunes, 2:47 horas" F., que ama a los perros (a los que se empeña en llamar tutús), se enoja conmigo. Le explico que, con una sola bomba, logro que los tutús ya no tengan hambre, dejen de aullar y disfruten de un merecido descanso. Además, se ha calmado desde que le expliqué que la eficacia del método ha sido probada con anterioridad, y éxito, en algunos humanos.
    En efecto, la garantía de esa eficacia se debe a que antes dejé Tecates cargadas de Valium afuera de la casa de los Valdós y soul food (Cornfléis con crema de cacahuate y mango) cargada de lo mismo afuera de la disco. El único al que no he podido ayudar a dormir es al gallo, pues es difícil meter un Valium dentro de un grano de maíz, por lo que sigue sonando a horas en que ni las campanas, mi querido Chateaubriand, lo harían"
Guillermo Sheridan
Lugar a dudas
Tusquets Editores
México 2000