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Evangelistas de Santo Domingo



Esta es una historia que habla de hombres y mujeres que desempeñan un curioso oficio: se encargan de mecanografiar aquello que sus clientes les solicitan.




    Buenos días, soy estudiante de la UNAM y estoy haciendo un trabajo sobre los escribanos de Santo Domingo. ¿Puede ayudarme?
    En la ciudad de México, donde la modernidad más absoluta y las antiguas costumbres conviven con envidiable armonía, podemos encontrar aún a personas como doña Angelina Salas, heredera de una noble profesión cuyos servicios todavía siguen siendo requeridos por algun@s ciudadan@s.
Debo confesar que "le tenía ganas" a la plaza de Santo Domingo. La primera ocasión que recalé en este lugar me fascinó esa fila de "maquinistas", que sentad@s en la mera calle, atendían a sus clientes sin importarles la presencia de l@s curios@s que por allá deambulábamos. La escena me transportó a épocas pasadas y me pareció de una candidez extraordinaria. Es por ello que nuevamente acudí a ese lugar con la intención de escribir algo. Y sobre lo que allí pude observar y escuchar versa este acontecido.
    Con el nombre de escritorios públicos hay muchos locales en la ciudad de México. Los podrán encontrar fundamentalmente en las inmediaciones de dependencias gubernamentales, pues muchas de estas instancias, además de obligar a formar (guardar cola) a l@s pacientes ciudadan@s que precisan realizar algún trámite oficial y soportar el tortuguismo exasperante del que hacen gala l@s burócratas, exigen que los escritos y formas a ellos dirigidos estén cumplimentados a máquina. Aquí, al parecer, eso de la letra clara y legible no lo aceptan.
    A pesar de que, como dije anteriormente, sean muchos los escritorios públicos que se disputan teclear y redactar los pensamientos de l@s capitalin@s, existe un lugar en la ciudad donde trabajan los más primeros de este curioso oficio.
    A unas pocas cuadras del Zócalo, donde las Repúblicas de Brasil y de Cuba se dan la mano, se encuentra la Plaza de Santo Domingo, donde se estableció hacia 1854 don Manuel Rivera Cambas, a quien llamaban el evangelista o memoralista. Tras el pionero don Manuel han sido muchos (las damas apenas se incorporaron en la época actual) los que, al cobijo de los soportales de un edificio cuyo esplendor con el tiempo vino a menos, han plasmado durante décadas escritos de amor, de pleitos, de billete y de gabinete.
    Todas las mañanas, como a las 10 o las 11, sin necesidad de madrugar pues éste es oficio tranquilo, se sientan l@s escriban@s a esperar pacientemente la llegada de sus primer@s clientes. Su mobiliario es austero: una mesa, dos sillas y una máquna de escribir. Si bien la mesa y las sillas han sido objetos insustituíbles a lo largo de los años, la herramienta del escribano sí ha sufrido algunas modificaciones. Al tintero y la pluma de ave con que se defendían don Manuel y sus coetáneos a mediados del siglo XIX, le siguieron las primeras máquinas mecánicas, auténticos armatostes difícilmente transportables. A continuación llegó el turno de las máquinas portátiles, que con sus ligeros diseños desempeñaban la misma función que sus hermanas mayores, y finalmente las máquinas eléctricas, detrás de las cuales podemos encontrar hoy a l@s escriban@s del siglo XXI.
    Tod@s ell@s coinciden en afirmar que lo que más les gusta redactar son las cartas de amor. Claro que, sus potenciales clientes en este terreno, los jovencitos y jovencitas, ya no hacen uso de sus servicios, pues "ahora se envían los recaditos por e-mail". Es por ello que formularios y escritos oficiales son los que les ayudan a sobrevivir, pues según confiesan no es mucho el dinero que obtienen al terminar la jornada, aunque yo creo que este es uno de esos oficios que llegan a enganchar de tal modo a quienes lo desempeñan, que much@s de ell@s no serían igual de felices si dejaran de aguardar cada mañana detrás de su escritorio las sorpresas que ese día les pueda deparar.
    ¿Cuál será el siguiente paso en la evolución tecnológica de est@s artesan@s de las palabras prestadas? ¿Sucumbirán l@s escriban@s al encanto del señor Bill Gates y sus computadoras? ¿Tendremos oportunidad de ver a don Salvador, el decano de l@s escriban@s, a sus 78 años echando pestes porque "se le colgó" su ordenador? No, me temo que antes de que eso ocurra, al igual que los viejos dinosaurios, los reyes y las reinas del teclado también se extinguirán. Es por eso que les aconsejo que antes de que eso ocurra, si visitan la ciudad de México, se acerquen hasta la plaza de Santo Domingo y disfruten como yo lo hice del sabor añejo que allí se esconde.