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Un gran despliegue para proteger al Negro Durazo



Negro Durazo es el apodo que recibía Arturo Durazo Moreno, director de la Dirección General de Policía y Tránsito durante el mandato de José López Portillo, en los años setenta.
El autor del relato, José González, quien fuera jefe de ayudantes del Negro Durazo, nos describe el dispositivo con que contaba aquel modelo de presunción y prepotencia que representaba el Negro Durazo.





    "Posiblemente todos los ciudadanos resintieron el gran despliegue de fuerza destinado a cubrir la seguridad del Negro Durazo. Muy contados automovilistas y peatones, de los millones que hay en el DF, lograron salvarse de tal caos vial. Pero para ilustrarlos mejor voy a hacer una pequeña descripción de este tremendo aparato, modelo de presunción y prepotencia.
    Desde las siete de la mañana, diariamente, se instalaba la seguridad de la siguiente manera: dos patrullas en el kilómetro 23.5 de la carretera federal México-Cuernavaca, para detener la circulación en ambos sentidos cuando el convoy que trasladaba al Negro entrara a la cinta asfáltica; y desde ahí, hasta la plaza de Tlaxcoaque (donde se inicia la avenida 20 de noviembre), se colocaban dos policías en cada crucero para impedir el tránsito de vehículos hasta que pasara la comitiva.
    Había dos policías más en cada paso a desnivel de peatones, desde la calzada de Tlalpan y a lo largo de todo el viaducto del mismo nombre, hasta el edificio de la Dirección General de Policía y Tránsito (DGPT); también se cubrían todas las azoteas de los edificios que se encuentran frente a la entrada del sótano de dicha Dirección; se mandaba, con un margen de tres a cuatro minutos, una patrulla disfrazada de taxi, para que en caso de que notara alguna irregularidad, lo comunicara por radio de inmediato.
    Tres motociclistas iban de punteros, abriendo la circulación al vehículo del Negro; dos patrullas más cada una con cuatro elementos, también armados con muchas ametralladoras, aparecían como escoltas inmediatamente atrás del automóvil de Durazo; y más atrás, a una distancia razonable (la correspondiente a seis o siete carros), iba otra patrulla también disfrazada de taxi con cuatro elementos, invariable y perfectamente armados con ametralladoras; por último, cerraban el despliegue otras cuatro motocicletas con personal también muy bien armado, cuya misión era impedir que algún coche rebasara el convoy.
    En el carro principal, siempre junto al chofer, se sentaba el Negro Durazo. Yo iba en la parte de atrás, con una metralleta alemana de alto poder, calibre 2.23, con silenciador integrado de fábrica y con adaptación de rayos láser. Aquí podemos recordar aquella frase de Obregón: "El arma está de acuerdo al tamaño del miedo"
    Tal despliegue de fuerza, acorde a su prepotencia, desgraciadamente lo teníamos que realizar incluso cuando íbamos a los más lujosos restaurantes de la ciudad, a los que el Negro asistía casi a diario. En estos casos, yo tenía que estar ubicado en el lugar más próximo a él, pero de manera que no le diera la espalda a ninguno de sus asistentes, para que al mismo tiempo tuviera oportunidad de observar a la gente que entraba. Además, Durazo contaba con otros dos ayudantes, que se cambiaban muy seguido por motivos de seguridad, pero que siempre eran escogidos entre el personal más selecto, es decir, de la mejor brigada con que cuenta la DGPT; y a cuyos sufridos elementos nunca se les ha hecho justicia: la Brigada de Granaderos.
    Un elemento más debía permanecer en la puerta de los sanitarios, en espera de mi señal; ésta la daba yo cuando el Negro me indicaba que iba a requerir ese servicio. Entonces, este elemento se metía en el baño para asegurarse de que no hubiera nadie; luego entraba Durazo acompañado por mí y en ese instante, dos elementos de la seguridad se paraban en la puerta e impedían el acceso a cualquier otra persona. Nadie podía entrar hasta que el Negro, después de darse su pase de cocaína, lavarse la cara o hacer sus necesidades, salía; este hecho, lógicamente, entrañaba una gran arbitrariedad, y quienes contribuíamos a llevarlo a cabo lo hacíamos con disgusto. No se trata de justificar a los que servimos en este tipo de trabajos, pero lamentablemente, órdenes son órdenes y el que paga manda"
José González G.
Lo negro del Negro Durazo
Editorial Posada
Máxico 1983