INICIO


INTRODUCCIÓN

Atenco
Rematote
Mariachi
Estadio Azteca
La Doña
Cabaret
Tributo
Evangelistas
Banda
Lluvia
De la calle
Revolución
Tenayuca
Limpia
Independencia



La revolución de los bigotes



Cuando visité por primera vez el Museo Nacional de la Revolución senti un enorme interés por continuar leyendo cosas acerca de una de las épocas más importantes en la historia reciente de México.
De modo que, después de esta primera visita, pasé varios días en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria investigando sobre el tema.
Llegué a dos conclusiones: la primera, que a medida que iba profundizando en él, este suceso histórico seguía resultándome apasionante y la segunda, que había suficiente material como para dedicarse durante años a su estudio.
Como mi intención no era convertirme en un erudito en el tema, intenté por lo menos captar la esencia de este episodio que tanto ha influido en el posterior desarrollo de México. Este relato es el fruto de esos días de investigación.





General Emiliano Zapata     Si en Portugal hubo una revolución a la que denominaron "la de los claveles", aquí en México, hace casi cien años, tuvo lugar otra a la que la historia le negó un nombre pero a la que a mí me gustaría recordar como "la revolución de los bigotes". Hombres con enormes mostachos fueron los protagonistas de aquel hecho histórico. Bigotes estilizados, bigotes dignos de ser cepillados cuidadosamente, bigotes que acogían amablemente en sus entrañas porciones de los alimentos que no llegaban hasta la boca de sus dueños. No tengan ninguna duda, esta fue una revolución de bigotes.
    México 1910. Un país de 15 millones de habitantes. Un país joven (el 42% menor de 15 años). Un país rural (el 71% vivía en el campo). Un país de analfabetos (el 72%). Un país de hacendados y peones. Un país con su industria en manos de empresarios extranjeros. Un país de obreros esclavos que realizaban jornadas de trabajo de entre 12 y 16 horas a cambio de jornales miserables. Un país más cerca de la muerte que de la vida (esperanza de vida 30 años). Pero, ¿quién gobernaba en aquel entonces este país?
    Porfirio Díaz, un malo muy malo. Despiadado, somete a la nación y cultiva su poder durante décadas. La personificación de la autoridad, amante de la espada más que de la pluma, don Porfirio es de esa clase de dictadores que se considera a sí mismo imprescindible para regir los destinos de su pueblo. Apela a la inmadurez del pueblo mexicano para perpetuarse una y otra vez en su cargo. Su máxima: progreso material, paz y orden. La mano firme del general no tiembla en la represión de las revueltas indígenas de yaquis y mayos, la huelga de los mineros de Cananea y la de los obreros textiles de Río Blanco. Su idea de progreso material consiste en extender la red de ferrocarril y atraer la inversión extranjera en el país. Pero, ¿qué ocurría en la ciudad de México en el fatídico año de 1910?
    Septiembre de 1910. La ciudad de México se mira en el espejo parisino e intenta imitar a la ciudad de la luz, la capital del mundo moderno. El dictador está inmerso en los preparativos para celebrar el centenario de la Independencia de México de la dominación española. La aristocracia de esta ciudad de 400000 habitantes asiste a ostentosas inauguraciones de palacios y monumentos. La columna del Ángel de la Independencia, el hemiciclo a Juárez, la Universidad Nacional... Es tal el afán inaugurador del dictador y su deseo de ofrecer a los gobernantes extranjeros invitados una imagen idílica de la ciudad, que hasta el Palacio de Bellas Artes, todavía en construcción, es inaugurado. Desfiles militares, honores a la bandera, los carros alegóricos desfilando por el Paseo de la Reforma. Sin embargo, el largo concierto porfirista tocaba sus últimos acordes. Pero, ¿quién turbó el descanso del dictador tras sus agotadoras jornadas de inauguraciones y desfiles?
    Francisco I. Madero, rico hacendado del estado de Coahuila. Intelectual y demócrata convencido, consciente de la imposibilidad de luchar políticamente contra el dictador, quien lo ha encarcelado, escapa de la cárcel de San Luis Potosí y, desde Estados Unidos, realiza un llamamiento al pueblo de México para que se subleve contra la dictadura de Porfirio Díaz. El 20 de noviembre de 1910, respondiendo al llamado de Madero, la revolución estalla en diferentes puntos del país, fundamentalmente en el norte. Don Porfirio dirige personalmente la guerra contra los alzados. Las batallas y los muertos se multiplican. Seis meses de luchas incruentas son necesarios para que el 25 de mayo de 1911 Don Porfirio firme su renuncia y se marche a Francia. Se siente herido y traicionado por su pueblo, ese pueblo por el que él se ha "desvivido" durante tantos años. El 7 de junio Madero entra triunfalmente en la ciudad de México en medio de la aclamación popular de una multitud enardecida. Pero, ¿significa el exilio del dictador el fin de la revolución mexicana?
    No, ni mucho menos. La revolución mexicana duró cerca de una década. Fueron años de duras luchas por el poder, de gobiernos provisionales, de pólvora, de manifiestos políticos y de convulsión. El país era un verdadero hervor de pasiones políticas y la ciudad de México, las calles por las que hoy yo paseo tranquilamente, vivieron en aquella época la llegada triunfal de diferentes ejércitos. Que si los maderistas, que si los villistas, que si los zapatistas, que si los carrancistas... Era tan difícil la convivencia entre las diferentes facciones revolucionarias que a menudo se hostigaban entre ellas. La revolución generó hábiles políticos (Madero, Pino Suárez, Carranza) y hombres de acción (Orozco, Villa, Zapata).
    De todos ellos el que más interés despierta en mí es este último, don Emiliano Zapata. Hombre de pocas palabras, lacónico, excelente caballista, grato con las damas, este morelense fue capaz de reunir en las filas de su ejército a indígenas, mestizos y criollos. Formó un ejército de hombres vestidos con ropa de manta, calzados con huaraches y tocados con grandes sombreros derrengados. Su lema: Justicia y Ley, Tierra y Libertad. Los zapatistas comenzaron su lucha apoyando a Madero para derrocar al dictador pero combatieron contra todos los gobiernos "revolucionarios" porque ninguno de ellos quiso entrarle de verdad al reparto de las tierras entre los campesinos. Zapata fue hombre de una única palabra que luchó hasta el final de sus días. "Yo estoy dispuesto a luchar contra todo y contra todos, sin más baluarte que la confianza, el cariño y el apoyo de mi pueblo"
    El escritor Octavio Paz dijo de él que "Zapata murió como había vivido: abrazado a la tierra. Como ella, está hecho de paciencia y fecundidad, de silencio y esperanza, de muerte y resurrección"
    Sin embargo, algunos dicen que Zapata no murió en Chinameca, que en las noches todavía se le puede ver por las montañas del sur cabalgando a lomos de un caballo blanco. Dicen que Zapata no dejará de cabalgar hasta que la verdad se haga justicia, hasta que se cumplan los ideales de la revolución de los bigotes.