Entonces te hice muchas preguntas y tú respondiste con silencio. Y yo, quieta, desde adentro, no lo escuché por mi propio lamento. Luego vino la calma. Me llené de palabras calladas y se me quedó muda el alma, pero de repente escuché tu silencio fuerte, que como un bramido inerte, no me dejó escuchar más. Y entendí que ya estaba junto a ti; que no hacían falta preguntas ni suerte, que no era tan triste la vida ni alegre la muerte, que tan sólo sabe quien entiende, que cuando entiende, no hay ya más remedio que quedarse callado y viendo cómo le pasa la vida sin miedo, y descubre que ser feliz no es difícil, que hasta es feliz quien sufre y no lo quiere admitir, quizá para no poder sentir que la gloria le sigue, y tú has estado siempre llamándome insistente, como yo pensé llamarte a ti, con mis preguntas y enredos, hasta que respondiste en silencio. Vino la calma y me llené de palabras calladas...
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