Carlos H. von der Becke

Fuera de la Nada - 13

cambios en tecnologías de gestión

Holding - Pequeñas y Medianas Empresas - Año 3, Nº13 - 1993

Doña Rosa le está pasando el plumero a los cuadros de las paredes. Llega a uno que enmarca el título de Perfoverificadora de su hija. El día de la entrega de ese diploma, ella se sentía como si estuviera tocando el cielo con las manos. ¡Mi hija, con su título tan moderno! Pero ¡qué poco duró esto de la perfoverificación! Solamente aparece hoy en algunas tarjetas para apostar al resultado del fútbol. Ella pensaba que su hija sí que tenía una profesión actualizada y de porvenir, no como las vecinas. Pero las profesiones modernas también tienen su dinámica de nacimiento y muerte. ¿Cuáles otras, entre las profesiones mo­dernas, desaparecerá en forma compa­rativamente importante? Lo que ha pasa­do en el trabajo de perfoverificadoras y telefonistas, ¿serán casos excepcionales?

Según los expertos, una de las primeras especialidades "modernas" que deberá cambiar es la de Analista de Sistemas. Años más, años menos, surgi­rán disquettes "amigables" con toda la profesión incorporada a un sistema ex­perto refinado y actual. Propondrá en forma eficaz y simplificada una colec­ción de preguntas. Las contestaciones permitirán identificar el sistema al cual se aplican, analizarlo y proponerle al usuario varias alternativas acabadas has­ta en sus pequeños detalles.Ese destino de las profesiones relacionadas con la gestión de los nego­cios será compartida por otras que cuen­ten con gran mercado, lo suficientemen­te importante como para que seduzca a los programadores de sistemas exper­tos, los cuales, a su vez, ya tienen muy sistematizada su propia tarea. Muchas otras especialidades estarán en esa mis­ma línea de desarrollo y muerte como actividad promisoria y de gran status social. Crecerá la cantidad de proyectos de sistemas expertos que reemplacen algunas funciones de Gerente por disquettes que tengan una agenda nutri­da de habilidades para la gestión.

Una de las tareas más específicas y complicadas de los Gerentes de Plan­ta, es la fijación de los valores de consig­na (set points) con los cuales debe funcionar el proceso. Con el avance progresivo de los sistemas expertos adaptivos e inteligentes esas tareas las ejecutarán disquettes informáticos. Ellos se incorporarán en forma modular a los modernos sistemas informáticos de ges­tión y cubrirán esas tareas tanto de día como de noche, tanto en los días hábiles como en los feriados, tanto en las oca­siones productivas como durante los paros por vacaciones. En muchas plan­tas la ejecución de las tareas de instru­mentación y control está ya muy avanza­da y es dominable como una especiali­dad unificada. Se puede ser programa­dor de sistemas avanzados donde la denominada lógica de control para ma­nipular equipos se puede hilvanar con inteligencia y precisión.

Desde hace años se puede complementar con un análisis de fallas posibles en toda la instalación, fallas que se pueden estu­diar continuamente y hacer aparecer en la pantalla de los monitores con sus diversos diagnósticos alternativos. "Si no está pasando esto que aviso, es porque está pasando esto otro. Márque­me el nuevo síntoma que yo (el sistema experto) no he podido detectar por ser demasiado caro instalarlo automática­mente y le digo cuál es el diagnóstico definitivo de la anormalidad." Quizás un único gerente general, con un entrena­miento razonable, podrá asumir en el futuro muchas responsabilidades dele­gadas ahora a subgerentes. Será capaz de una moderna administración de su propia gestión, con mínima ayuda hu­mana.

¿Cuáles son los límites del cambio de esta tecnología de la gestión y su incidencia sobre el "reemplazo" de pro­fesiones y especialidades? Nos referi­mos a sistemas expertos y a conjuntos integrados de sistemas expertos.

La contestación es doble. Por un lado hay un límite que establece diferen­cias entre el cerebro electrónico y el cerebro que pensamos imitar: el del ser humano con su enorme y aún misteriosa complejidad y capacidad. Por otro lado lado está el límite de competir entre un cerebro artificial, expuesto a los enga­ños y falsificaciones, y un cerebro natu­ral que no descarta cierto ánimo de engañar y falsificar, disposición que no es infrecuente que surja cuando hay desocupación o cuando hay intereses económicos de por medio.

Siempre habrá quienes se esfuer­cen en falsificar y torcer artificialmente la ta­rea un poco in­genua de la electrónica aplicada. Un siste­ma tradicional, para ser corrompido, requie­re tiempo, sobornos, ame­nazas o mujeres hermosas. Un "cerebro" electrónico, desprevenido, requiere mu­cho menos para enloque­cer. El análisis que una com­putadora programada puede hacer de las informaciones co­rruptoras que recibe, por ejemplo, por teléfono, escapa a sus aptitudes silves­tres. Abrir el paraguas para todas las agresiones posibles, provocadas por víc­timas que han pasado a ser engañadores y falsificadores de su trabajo, es difícil de entrada. Los contestatarios de la electró­nica seguirán practicando cada vez más un nuevo luddismo. El Ned Ludd de la década de 1780, dirigía a sus compañe­os en la tarea de destruir los telares que es quitaban su trabajo y su sustento.

Los nuevos discípulos de Ned Ludd de la infor­mática de la década de 1990, son los “hackers”. Con este término se describe a los jóvenes genios de la computación que conciben nuevos trucos de la elec­trónica para trabar a los tontos dispositivos de silicio. La facilidad con que los impulsos electrónicos pueden ser manipula­dos, bo­rrados y reemplaza­dos, es hostil a un sistema de registro seguro y confiable. Los recove­cos de la computación son tan especiales, que un falsificador en­cuentra muchas maneras de provocar daño. El si­licio "inteligente", muestra las cicatri­ces que le dejó la ac­ción contestataria del hacker, moderno luddísta, que quiere corromperlo en defensa propia y con sus propias armas.

 Además hay un indudable suici­dio en toda técnica falsificatoria: desen­cadena una seguidilla de falsificaciones acerca de cómo se falsifica y de nuevas técnicas a prueba de engaños que al final estas acciones traban los intentos de sacar beneficio de los daños intencionales.

El resultado es que el hombre, con su ingenio abierto a todas las posibilida­des, no es reemplazable del todo por una máquina robotizada ni por una máquina inteligente. No lo es del todo, pero la parte que es reemplazable es notablemente importante en sí misma.

Y así asistimos a la continua evo­lución de la tecnología de gestión. ¿Cuál será la siguiente astucia del ser humano, contestatario de la electró­nica? Sin duda, los crecientes costos en la prevención de esas astucias serán facturadas, a la postre, a los usuarios del sistema afectado. Esto sucede con la fotocopia de textos de estudio. Sus pre­cios de venta ya están modificados por la posibilidad de que el mercado los fotocopie. Además, por precaución, el editor les paga menos a los autores con el argumento que sus textos solamente los van a adquirir las bibliotecas de instituciones de bien público. Con ello también hay un limite al daño.

Típicamente se puede dividir la historia de la tecnología de la gestión de empresas en tres épocas diferentes. Se trata de las épocas preindustrial, indus­trial y postindustrial.

En la era de la informática, el espacio para la oficina donde se realiza­ba antes la gestión de una empresa pasa a tener un papel más cerca de lo virtual que de lo real. El "trabajo" está allí donde va el empleado, provisto de medios para comunicarse a una red y del auxilio del soporte lógico ("software") que viaja con él, ya sea en un avión, en un hotel o en la oficina del cliente. Con esto aumenta el número de lugares donde se pueden generar nuevos datos para el sistema. Surge la pregunta de si con eso desaparece la oficina real, suplantada por la oficina virtual extendida: por ejemplo, llevada a casa. Seguramente seguirá mostrando ventajas tener una sede a los efectos jurídicos, lejos del hogar, pero la frecuencia de concurren­cia a ella puede sufrir grandes cambios. Un gerente tradicional conoce a quienes dirige y dirige a quienes conoce. Un gerente de la era informática y de la coordinación ya no lo hace tanto como antes. Es habitual que no lo conozca físicamente, aunque lo conoce a través de la red. Está buscando mejorar la coordinación, facilitada por las redes como nunca antes. En lugar de una organización jerárquica, la organización de esta era es la "ad-hoc-cracia" donde cada empleado es un líbero coordinado ad-hoc. Estas ideas las explica Alvin Toffler en su libro Future Shock.

El cambio más importante para nuestro líbero, en cualquier sitio de trabajo que le toque en suerte, es el de acostumbrarse a valorarla existencia de información apta para el aumento de la productividad. Habrá presumiblemente un mercado cada vez más amplio de productos y de servicios de informa­ción, así como de soporte lógico (soft­ware) especializado para las tareas de cada empleado en cada ocasión.

Conforme se ensancha el merca­do de puestos de trabajo para la alta tecnología de gestión, resulta más renta­ble invertir dinero en el desarrollo de soporte lógico, de comunicaciones, de electrónica, de sistemas de mecaniza­ción de oficinas y de "cerebros" artificia­les que reemplacen algunas de las fun­ciones del gerente tradicional.

Cada uno de estos aspectos tiene novedades y requiere sus explicaciones. En lo que queda de este artículo sola­mente nos dedicaremos al último aspec­to.

Corresponde en primer término señalar de nuevo que el cerebro artificial puede hacer con alta eficiencia la tarea de fijar los valores de consigna de una planta continua en operación. Antes se estimaba que esto era de incumbencia

exclusiva del gerente, debidamente ase­sorado por un grupo de especialistas y consultores en instrumentación y con­trol. Esto ya no es así y lo será cada vez menos.

Para operar una planta, la tecno­logía de gestión moderna pide que se tenga un modelo matemático de la diná­mica del proceso industrial. Ese modelo debe ser aproximado, y debe tener pa­rámetros numéricos que no necesitan ser correctos. Perder tiempo en fijarlos no resulta rentable, porque el cerebro se dedica sistemáticamente, en una prime­ra época de su actividad, a identificar a la planta a la cual quiere simular con un modelo y sus parámetros. Se trata de la etapa de identificación. Durante su transcurso, que ocurre durante un perio­do que se denomina el transitorio del proceso continuo, la máquina compara los resultados del proceso real con, digamos, cuatro modelos parecidos a los iniciales y que modificó ordenada­mente según una lógica de búsqueda especialmente programada. Esos cuatro modelos de la dinámica se contrastan con los datos emergentes de la realidad. Quizás uno o dos resulten mejores. Basta eso para desencadenar un apasionante proceso de identificación, por el cual la máquina busca y busca valores para los parámetros y formas para el modelo matemático que poco a poco reproduzcan lo que surgió en la realidad industrial, pese a la incidencia del ruido (o errores) que continuamente disfrazan a la información de esa reali­dad. Supongamos que la tarea termina con que tengamos un modelo y paráme­tros algo mejores que los suministrados inicialmente.

Mientras la fábrica sigue su mar­cha, la máquina despeja del modelo identificado las condiciones óptimas de su operación. Esta segunda etapa se denomina de optimización y su meta es encontrar los valores de consigna, que alimentados a los instrumentos de control, garanticen la mejor operación del conjunto real. Esos valores de con­signa, aunque parezca mentira, ya están ocultos en los modelos matemáticos identificados v la tarea de desentrañar­los, de darlos vuelta para despejarlos, es trivial una vez que uno aprende a hacer­lo la primera vez. Además, es fácil de programar. La nueva tarea reemplaza a la que los gerentes de planta y sus asesores tratan de hacer para satisfacer sus urgencias por mejorar la productivi­dad. Ahora lo hace la máquina, usando toda la información

disponible. Lo eje­cuta mejor, incluso, que lo que podría haber hecho con el primer modelo su­ministrado, que ya fue mejorado.

La etapa siguiente es bastante es­pecializada pero la idea es muy sencilla. Por un lado funciona la planta real con sus valores de consigna recién calcula­dos por la etapa de optimización. Por otro lado la computadora corre su pro­pio modelo y, digamos, otro número de modelos alternativos. Momento a mo­mento recibe señales (con error experi­mental) de la planta y predice con sus modelos tentativos qué es lo que debe­ría estar emitiendo la planta, según sus cálculos propios. Ahora el lector debe darse cuenta que el razonamiento prin­cipal ya no deriva de la planta en sí, sino de la diferencia entre la planta real y las predicciones. El estudio sistemático de esa diferencia puede llevar a consecuen­cias muy trascendentes. Se puede llegar a saber, por adelantado, qué incidencia tiene el cambio de partida de materia prima introducida a la línea, el error de los instrumentos, la manera como los distintos capataces manipulan la planta. A medida que la máquina electrónica va aprendiendo, no solamente se corregirá espontáneamente (autorregulación de los parámetros de control y autoaprendizaje de los síntomas que modifican al diagnóstico) sino que ade­más empezarán a aparecer en pantalla sugerencias acerca de qué está pasando en la planta real. Con el tiempo y a través de sistemáticos ciclos de identificación, de optimización y de autoaprendizaje, empezarán a aparecer en pantalla nota­bles diagnósticos de lo que está pasando en planta, interpretados a través de diversas alternativas. Aparecerán eva­luaciones de las fallas de diferentes instrumentos de control y sugerencias de complementación de la información acerca de variables cuyo control es one­roso. A veces convendrá verificarlo fue­ra de la línea de producción, en un laboratorio de la firma o externo a ella. La habilidad para programar esto no necesita estar en manos del gerente de planta o de sus asesores, sino que se puede solicitar que el aprendizaje lo haga el silicio por su propia cuenta.

Si el lector entendió esta descrip­ción técnica, se puede imaginar que algo similar -cambiando lo que hay que cambiar- sigue siendo válido para las tareas de un gerente de gestión. Así como en la era informática cada uno de los empleados es un pequeño gerente, también cada "cerebro" electrónico es otro pequeño gerente, que pasa tam­bién él por las tareas de identificación, optimización y puesta en pantalla del diagnóstico asociado con los datos de productividad reales (calidad del servi­cio), comparados con los datos de productividad predichos por el modelo matemático.

Queda claro que proveer calidad de servicio implica comunicarse, deci­dir, administrar recursos y aparecer en el sitio correcto a la hora correcta. Todo "trabajo" se caracteriza por ser una acti­vidad regida por la coordinación de una red.

La computación reduce dramáti­camente el costo de coordinar y acelera la velocidad con que se logra esa coor­dinación. El resultado es poner en mar­cha un nuevo sistema realmente "coor­dinación-intensivo". En ese sentido, el cerebro humano es el gran coordinador y es el agente más apto para las tareas de organización. Su imitación es la mejor vía para el ingreso a la nueva era.

¿Cómo podría ser esto? Vamos a explicar uno solo de los múltiples "cere­bros" electrónicos sujetos a una larga experimentación de treinta años, por parte del grupo (casi del club) Soar, establecido por el recientemente falleci­do Alan Newell, autor junto con el premio Nobel Herbert Simon, del texto Human Problem Solving. Ese "cerebro" Soar ha sido dedicado a resolver cente­nares y centenares de problemas. Los tiene que abordar siguiendo una sistematización casi siempre igual. Tie­ne que identificar el problema por sus características que permiten encasillarlo en variados tipos. Identificado el pro­blema, la diferencia crucial entre el estado inicial y el estado meta debe ser reducido a una diferencia menor usando diferentes operadores. Consultando una tabla de diferencias debidas a operado­res, tabla bastante satisfactoria para muchas situaciones problemáticas, se seleccionan los operadores más promisorios por haber resultado buenos para ello en situaciones previas. Un dado operador no ofrece garantía abso­luta de reducir la diferencia frente a todas las circunstancias. La máquina ha marcado la condición inicial de la cual se parte y la meta a la cual se tiende. Entre la condición inicial y la condición meta, la trayectoria a recorrer para resol­ver el problema planteado consiste en usar sistemáticamente todas las posibilidades de acciones diferentes ("operado­res") que se pueden aplicar para salir de la condición inicial y avanzar fuera de ese estado inicial. Aplicando todos los operadores que recuerda haber usado en condiciones similares, el cerebro Soar vuelve a aplicarlos prolijamente, salvo que haya aprendido desde antes otra regla o metarregla más astuta. Metarregla es una regla que abstrae varias reglas en una sola. La valiosa metarregla es una regla acerca de las reglas de trabajo. A fuerza de ensayar en todas las direccio­nes posibles y eliminando la posibilidad de recorrer dos veces un camino ya experimentado, palpa a ciegas el espa­cio de problema virtual para reconocer si ya llegó a la meta o no, por una vía muy tonta que se llama "variación ciega" (obtenida al usar todos los operadores que la máquina ha podido imaginar para llegar a la meta) y "supervivencia de la solución más apta", que es una solución intermedia que ofrezca esperanzas de llegar a través de ella a la meta.

El método procede ahora a una búsqueda que repite esta secuencia: elegir una diferencia entre el estado inicial y una submeta intermedia en el camino hacia la meta, aplicarle un ope­rador, mirar el nuevo estado actual y el estado meta, mirar cuál es la diferencia y así siguiendo hasta lograr la meta. El desafio es dejar marcas convenientes de los estados, de los operadores y de las diferencias para extraer de ellos una buena senda, una buena trayectoria, o sea, una secuencia de operadores relati­vamente económicos que van a servir de agentes para la transformación deseada. Las marcas convenientes se denominan símbolos. Cada estado está representa­do por una pequeña estructura de sím­bolos. Cada operador se reinterpreta como agente capaz de cambiar una estructura de símbolos (un estado) en otra estructura de símbolos (otro estado, presumiblemente más cercano a la meta). Soar consulta una memoria de largo alcance llena de reglas del tipo: "si su problema es X, intente su solución me­diante Y". En la memoria de trabajo está identificado el estado actual, el estado meta y la información acerca de cuáles recursos ya se han recorrido. Recién hemos explicado que se busca reducir la diferencia entre estado actual y estado meta. Los desarrollos en la técnica de resolución de problemas han refinado esta etapa. Vale la pena señalar que las tablas inicialmente usadas por los ante­cesores de Soar han sido reemplazadas por espacios virtuales de problema que generalizan el papel de la primitiva tabla. Cada espacio de problema tiene un conjunto de herramientas u operado­res aptos para llegar con ellos a la meta. En lugar de usar un operador para redu­cir la diferencia, Soar reconoce que para lograr una dada resolución de proble­mas hacen falta operadores específicos, relacionados con un determinado espa­cio de problema. Pero en el fondo, es una tabla mucho más elaborada, que ayuda a llegar a una submeta en el camino correcto.

Pero el momento crucial es el asociado con el aprendizaje. Hasta aho­ra todo fue muy trivial y nada astuto ha resultado. Soar ofrece un mecanismo de aprendizaje de un resumen exitoso de la tarea cumplida. Un resumen exitoso es un protocolo o receta de resolución, protocolo o receta lleno de marcas identificatorias (técnicamente símbo­los). En el camino a la meta, Soar se propone lograr subsubmetas y submetas. Finalmente traza una trayectoria desde el estado inicial hasta el estado meta, pasando por dichas submetas. Los sím­bolos de esa trayectoria se llaman "resu­men exitoso". En el casillero (memoria de largo alcance) correspondiente al tipo de problema, Soar guarda sus resú­menes exitosos. Juega el mismo papel de las sencillas tablas usadas antes. Toda vez que en el futuro se presente un problema de parecidos símbolos, Soar apela al resumen exitoso que ya le sirvió previamente.

Pero en casi todos los problemas reales con objetivos múltiples hay em­pate en lo que se puede hacer para llegar a la meta. Ese empate es bendito y Newell lo denomina llegar a una impasse. Como Soar sabe armar espa­cios de problemas virtúales, le toca frente a una impasse hacer eso que sabe hacer. Trae entonces a colación todo lo que sabe sobre el nuevo tipo de proble­ma (conflicto de objetivos) que enfrenta y que la ha hecho postergar y dejar tentativamente de lado al problema pri­mitivo. Todo lo que sabe es mucho, porque son treinta años y un centenar de miembros del club Soar que contribuyen con nuevos problemas, con sus múltiples impasses, a darle experiencia al sistema que autoaprende.

Abstracción- El método planifi­cado de Soar se basa en la búsqueda de un espacio de estados abstractos. Des­pués que los operadores se han abstraí­do, la maquinaria deductiva de Soar se usa para resolver el problema abstraído del real. Esa solución se usa a continua­ción para guiar la solución del problema original, sin abstraer.

Búsqueda- Resolver un proble­ma es esencialmente controlar una bús­queda. Resolver un problema es admi­nistrar un espacio de estados, algunos son estados iniciales (fotografía instan­tánea de la condición inicial), son esta­dos submetas y subsubmetas (fotogra­fías instantáneas al terminar una etapa intermedía) y son estados metas (foto­grafía instantánea al lograr el buen éxi­to). Imita "ir a una tabla", armando un espacio de problema (un espacio virtual sin realidad física) destinado a encarar la solución y con ese espacio aparecen las herramientas u operadores que se pue­den usar. Se comienza por una mala senda o trayectoria y se va enderezando esa senda equivocada merced a que el sistema Soar es un sistema experto en enderezar malas sendas para lograr que pasen a ser mejores y mejores. El proble­ma principal del control es el de ser muy perseverante en aprovechar toda la in­fomiación aprendida para mejorar la búsqueda de la solución. En esto mejora sin duda a casi todos los humanos, que prefieren quedarse con la primera solu­ción adecuada. La astucia y la perseve­rancia es la de reconocer los símbolos que caracterizan al problema e ir al conjunto de casilleros de los resúmenes exitosos ya probados antes. Frente a un nuevo problema, hay que reconocer qué símbolos lo caracterizan y buscar sus adecuados resúmenes exitosos. A veces se agotan los operadores factibles ser usados y aún no se legó a la meta. términos de Newell hemos accedido una impasse, momento de aprendiza­. El sistema Soar, experto en armar espacios virtuales de problema, posterga

sus tareas pendientes y arma un espacio de problema para el problema que consiste en haber llegado a una impasse lejos de la meta. Los operadores existentes no sirven, según lo dicho. No hay herramientas. En base a la experiencia ­previa, Soar trae a colación todo lo que conoce, mucho o poco, para aprender, comparando, de esta situación. Se podrá decir que lo que trae a colación ya estaba sabido, pero los símbolos no lo señalaban así. No estaba sabido porque estaba en un casillero hasta ese momento inútil para la tarea emprendida.

Ahora viene la conclusión impor­tante para la tecnología de gestión. La máquina es inteligente porque aunque sea poco lo que tiene almacenado en la memoria de largo alcance, pretende usar todo lo que tiene. Ser inteligente es estar dispuesto a usar todo lo que se sabe, sea mucho o poco. Se puede saber poco, pero ser inteligente. Es el caso del inteligente e ignorante al mismo tiempo. También se puede dar el otro caso, saber mucho y no reflejar la capacidad de usar lo que se sabe, saber mucho pero no ser inteligente. La inteligencia, así, se mide por las ganas de usar lo que se sabe. Exagerando, la suma inteligencia es la capacidad de traer a colación todo lo que se sabe frente a la resolución de un problema. Sucede, entonces, que lo que se sabe, poco o mucho, se ejercita con ánimo y sin dejarse llevar por la natural condición de aceptar como bueno lo primero que se nos ocurre para evitar el esfuerzo.

Parafraseando a San Gregorio Ni­ceno, con la razón no se puede comprender todo, sino que todo se lo comprende con la fe. Las capacidades humanas son en buena parte un miste­rio. Pero la fe no está en desacuerdo con la razón y nos podemos dar el lujo de razonar y de construir un razonador artificial que imite las posibilidades deductivas humanas. Incluso que sea más perseverante en el empleo sistemá­tico de esas capacidades. Como noso­tros, tiene que examinar hechos y opi­niones para poder decidir y resolver las contradicciones. Y hacerlo aún mejor que noso­tros, esto es, sin ocultarlas, tratando de conciliarlas a plena luz. Fe no le pode­mos enseñar a tener, ya que es privativa del hombre. Pero lo que puede llegar a entender, a partir de tenerle fe a los axiomas que le demos como base de construcción, nos puede ayudar a re­construir lo que sabíamos y que resulta­mos demasiado perezosos para utilizar plena.