Anomia
Por
Juan Alberto Yaría (*)
"Todas
las normas de conducta y reglas morales forman un mundo imaginario
alrededor de la persona; si en algún momento esa barrera se
resquebraja, los impulsos se liberan a borbotones y sin control".
E. Durkheim sobre la anomia (La Educación Moral, 1925)
LA
PLATA, 5 MAR (Especial de AIBA). La anomia es una "anemia"
normativa. En las últimas semanas distintos hechos lo delatan:
personajes del llamado mundo del espectáculo culminan trágicamente
sus vidas, otros existen vegetando de puerta en puerta; futbolistas,
algunos reincidentes por consumo de droga, son sancionados atacando
las reglas del "fair play"; al mismo tiempo una cadena de
violaciones seguidas de muerte muestran otro rostro de esta "anemia"
social.
Mientras
tanto, el "Nene" Sánchez, asesino y violador de Mariela,
su esposa confiesa que en realidad era un drogadicto en estado crónico.
En todos los sucesos aparecen, desde las tragedias de los miembros
del jet-set criollo hasta los violadores furtivos de los distintos
conurbanos marginales, los consumos de sustancias prohibidas y de
alcohol como elementos centrales. Pero las drogas (incluido el alcohol)
es la punta del iceberg. Es síntoma de un mal mayor.
Mientras
tanto, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes
recalca en la Argentina el aumento de las intoxicaciones por drogas
en los hospitales públicos y del consumo en la escolaridad
secundaria.
Las
drogas tienen mucho que ver con el aumento de las violaciones, los
suicidios y los trastornos psiquiátricos. Todas alteran la
estructura psicológica de una persona tanto en su estado de
ánimo (trastornos del estado de ánimo que pueden fluctuar
desde la omnipotencia eufórica hasta la caída depresiva-melancólica)
como el sistema perceptivo y cognitivo (desde leves estados confusionales
de la conciencia hasta el coma y además las percepciones distorsionadas
por el delirio y las alucinaciones). Son además inductoras
por doble vía de trastornos antisociales (violaciones, actos
crueles) ya que el consumo abusivo, especialmente de estimulantes
tipo cocaína, altera los controles morales y genera daños
cerebrales que eliminan la posibilidad de control de los impulsos.
Singularmente
la anomia, que produce en tropel discapacitados sociales, agota también
los presupuestos públicos al generar en masa criminalidad,
enfermos crónicos, atemoriza las relaciones sociales en ciertos
barrios que funcionan como ghettos marginales y va creando una subclase
de "mutantes" que obsesionará a la sociedad durante
décadas.
Si
el sistema normativo se rebalsó ¿qué pasó?,
porque, como decía Durkheim, cuando esto sucede los impulsos
más primitivos se desatan sin control. Es indudable que esto
surge cuando necesidades esenciales de la persona no se pueden realizar:
autoestima, supervivencia, realización, proyectos; a su vez,
el contexto institucional pierde eficacia: familias productoras de
hijos pero no protectoras de hijos, escuela que no forma para la vida,
espiritualidad popular ausente o en déficit, instituciones
de seguridad y judiciales en crisis, en algunos casos infiltradas
por el delito y en otros denostadas para sacar un rédito político,
y la pérdida de la cultura del trabajo en donde si bien éste
escasea triunfa el apriete, la coima y el arreglo como lo peor de
la cultura marginal del porteño.
Muchos,
incapaces de alcanzar una vida personal gratificante, optan por una
existencia imaginaria: la droga se los facilita; otros son vengadores
(matan, violan). Unos viven mundos ilusorios y otros asesinan sin
culpa. Albert Camus en su novela "El Extraño" describe
la historia de hombres que matan sin sentir, víctimas y victimarios
de la anomia social. Es una verdadera demencia semántica en
donde lo que se hace y dice no tiene ninguna connotación afectiva.
Robots humanos éstos, sujetos imaginarios (mientras dure la
dosis) los otros.
Pero,
desde mi punto de vista, la anomia es también la apatía
comunitaria ante el default humanístico que vivimos. Hoy, viendo
las consecuencias de un consumo indiscriminado de sustancias en todos
los sectores sociales, no existe en las organizaciones una respuesta
acorde con la magnitud de la crisis. Escuelas, instituciones espirituales,
medios de comunicación, familias; asistimos a una inercia anómica.
Durante años padecimos una escalada comunicacional desde distintos
sectores que amparaban y promovían la aceptación social
del consumo de estupefacientes. Hoy se recogen los frutos. Una subclase
de mutantes nos esperará y ya se avizora.
La
anomia transforma todo en indiferenciado porque se pierde toda referencia
de valores. La tolerancia a lo marginal como si fuera una norma de
conducta es algo que se da en nuestra comunidad; aumentan las cegueras
de los ciudadanos ante lo antisocial, se difuminan las fronteras entre
lo que hace bien y lo que hace mal. Se propagandiza algo que daña
como algo bueno y se denigra a todos aquéllos que tienen otros
valores (se los llama "panchos" o "caretas", incluso
adquiriendo términos típicos de lo marginal).
Lewis
Monford, sociólogo e historiador brillante, refiriéndose
a ciclos históricos en donde la anomia parecía reinar,
decía que de esto nos podemos recuperar para que la ciudad
sea la fuerza vital de la civilización: "el centro del
cuidado y cultivo de los hombres y mujeres que la habitan". Pero
primero debemos aceptar el problema que tenemos; y por lo menos una
elite dirigente que pueda promover un nuevo discurso preventivo de
la anomia. (AIBA)
(*)
Director del Instituto de Prevención de la Drogadependencia
de la Universidad del Salvador. e-mail: uds-drog@salvador.edu.ar