Igualar
para abajo
Por
Armando García Rey
LA
PLATA, 10 MAY (AIBA). Hace tiempo, no tanto, era corriente escuchar
de los progresistas de entonces sostener que había que "igualar
para arriba". Eso, mientras el Viejo General proponía"
igual remuneración para el mismo trabajo". Ambas ideas
coincidían con el sentido de justicia. Y la justicia no admite
más que una definición, la de Tomás de Aquino:
es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo. Cosa
cada vez más infrecuente en una sociedad cercada por una tremenda
crisis de la economía y de los valores.
Lo
cierto es que en lugar de igualar hacia arriba, como corresponde,
se iguala hacia abajo, como no corresponde. Tanto que hasta la achatada
clase media se licuó, en gran parte, en la anterior, en la
clase pobre, la única en crecimiento en un país que
alguna vez fue una vaca lechera y ahora se quedó sin vaca.
Aunque no sin riquezas. Nada de eso. Sin embargo no puede disponer
de ellas. Es como poseer una bolsa, o muchas, llenas de piedras preciosas
en el medio de un interminable desierto. Y padecer una sed que no
se puede saciar con riquezas sin valor de cambio allí, en el
desierto.
Nos
dicen y repiten que hay aumentos, de sueldos se entiende. Son falsos
aumentos. Del tipo de los que trepan por las escaleras mientras los
malditos precios lo hacen por el ascensor.
Falsos
y engañosos son. Encima, antes de percibirlos, se anuncia oficialmente
que los elementos y alimentos de la canasta familiar aumentaron en
un mes casi el uno por ciento, un porcentaje nunca registrado en los
últimos quince meses de una crisis de más edad.
Los
famosos aumentos a los empleados estatales no alcanzan a todos. Hay
una barrera los mil. Como si los que ganan mil doscientos fueran representantes
de una clase superior y no tuvieran los mismos derechos. A horas extras
o viáticos, por caso, que sirven, a veces injustamente, para
conformar magros sueldos. Y confirman, en otros casos, la existencia
de sobresueldos o cosa por el estilo, hipócritamente negados,
tres veces o más, como Pedro negó a Jesús,
Están,
también, los que consideran inoportunos esos insignificantes
aumentos. Mucho más si son para los estatales. Al fin, ya sabe
el Estado es culpable de todos los males porque no tiene un dueño
concreto. En realidad el Estado es de todos y no de unos pocos. Así
la mayoría lo trate como ajeno o como del enemigo. Igual que
muchos consorcistas de edificios de propiedad horizontal tratan a
los patios de los pulmones de manzana, las azoteas y otros espacios
comunes.
En
la Administración Pública, además, hay de todo
como en botica. Buenos, malos y peores, capaces e incapaces, inteligentes
y cultos, torpes e ignorantes. Y están los que quieren progresar
y echar vuelo y los que se quieren morir ahí, inadvertidos,
respondiendo sin sobresaltos al patrón de turno.
El
Estado no es bueno. Tampoco malo. Buenos y malos son los que circulan
por sus arterias.
Los
que califican a veces no están capacitados. Pero califican.
Y hay quienes creen sus calificaciones.
Los
que igualan para abajo se autocalifican. A los que se empeñan
en igualar para arriba los califica la sociedad.
En
tanto, la miseria se derrama hacia abajo. Se extiende como una mancha
de aceite que la ceguera de los injustos con cargo no alcanza a observar
y tampoco quiere.
A
igual trabajo igual remuneración. Es como decía el Viejo
General. Lástima que haya tan poco trabajo injustamente remunerado.
Y se iguale para abajo.
Mientras
tanto, en este tema y muchos otros, reina y gobierna la hipocresía.
Tanto que luego de tanto hablar y predicar se anuncia la duplicación
del tope salarial de los funcionarios, que seguramente corresponde.
Aunque también corresponde que los que tienen sus sueldos estancados
desde hace meses se sientan como el trasero. Al fin, para ellos, no
hay aumento pero aumenta todo, empezando por frutas y verduras, la
expensas, el GNC y cientos de cosas más.
Se
iguala para abajo. ¿Qué puerta hay que golpear para
que no nos dejen -como siempre- afuera? (AIBA)