Enfermedad
presidencial, policía,
justicia y la prensa en la mira
Por
Carlos R. Capdevila
LA
PLATA, 22 ABR (Especial de AIBA). De más está mencionar
que una enfermedad presidencial provoca preocupación y esa
circunstancia fue vivida no hace muchos años cuando Carlos
Menem debió ser sometido a una intervención quirúrgica
por obstrucción de una de las dos arterias denominadas carótidas
y, más recientemente, cuando Fernando De la Rúa evidenció
otro tipo de dolencia, aunque menos preocupante.
Ahora
fue el turno de Néstor Kirchner, con un diagnóstico
de gastroduodenitis. El problema fue zanjado sin mayores dificultades
y –bien vale destacarlo- nunca estuvo en riesgo la vida del
presidente de la Nación. La sorpresa mayúscula derivó
de las declaraciones de uno de los médicos que lo asisten,
quien muy suelto de cuerpo manifestó que su enfermedad no encierra
riesgos porque el único problema es el estrés. En alguna
forma reiteró esas palabras que tan mal suenan cuando un facultativo
nos dice a modo de receta magistral: "no tenés que hacerte
problemas y todo va a andar bien".
Y
las preguntas que desconciertan son: ¿puede un presidente de
la Nación "no hacerse problemas"? ¿puede un
presidente de la Nación no presentar estados de tensión
extrema? ¿puede un presidente de la Nación tomarse un
vaso de agua con un antiácido diluido en él y seguir
adelante?
Las
respuestas quedan a criterio de cada lector. Esta enfermedad no es
poca cosa.
Policía
vs. policía
Sin pretender desentrañar intrigas, grandes o chicas, nadie
ignora hoy que algo falló en uno de los objetivos presidenciales.
El error quedó en evidencia cuando oficiales de la Policía
Federal fueron detenidos por haberse comprobado que habían
mantenido conversaciones telefónicas con secuestradores, aunque
–aparentemente- por "cuestiones comerciales" derivadas
de la venta y/o reducción de automóviles robados.
Néstor
Kirchner nos recordaba a Catón el Viejo, quien en la antigua
Roma comenzaba y culminaba cada discurso que pronunciaba con esta
frase: Delenda est Cartago, delenda est (Cartago debe ser destruida).
Lo mismo ocurría con el presidente ya que en cada oportunidad
en que rozaba apenas la cuestión de la seguridad, indefectiblemente
atacaba a la Policía Bonaerense, acusándola de ser "el
mal de todos los males".
Pero
con forma de boomerang, sin mencionar la forzada renuncia de nada
menos que el jefe de la Federal cuando se comprobó que había
beneficiado con contrataciones directas a empresas de su propiedad
y/o familiares, surge otra vez la vinculación de algunos oficiales
con "actividades non sanctas".
Pasando
en limpio, todo indica que si bien la corrupción es un hecho
frecuente en la fuerza de seguridad provincial, la pandemia parece
haber cruzado la General Paz y haber encontrado terreno fértil
en su par nacional.
Periodistas
Otro tema que conmocionó y lo sigue haciendo en este país
en el que los políticos han comenzado a correr de un lado a
otro, acumulando proyectos de modificación de las leyes para
satisfacer la demanda del preclaro Blumberg, es el de los sorprendentes
ataques a medios periodísticos.
Pese
a que algunos funcionarios dieron "nombre y apellido" ya
que acusaron a Joaquín Morales Solá y al matutino "La
Nación", otros se subieron al caballo y comenzaron a dar
palos de ciego, a diestra y siniestra. Podría decirse, con
gran alivio, que desde el gabinete se encontró la causa de
todos los problemas: el periodismo. Y así se sucedieron amenazas
directas o veladas, condicionamientos, etcétera.
Veamos:
Aníbal Fernández cargó fuerte, aunque luego se
retractó en parte. El secretario de Energía, Daniel
Cameron, opinó que los títulos de los diarios "definen
la realidad" y que en ocasiones, tres o cuatro palabras sacadas
de contexto (deliberadamente) disfrazan los hechos.
Miguel
Bonasso habló de golpe de Estado promovido por la derecha y
recordó el "derrocamiento de Raúl Alfonsín"
y las posteriores movilizaciones y saqueos de los días 20 y
21 de diciembre de 2001, que provocaron la caída de De la Rúa.
Roberto Lavagna puso lo suyo al sostener que "la prensa no es
una vaca sagrada" y que "tiene las mismas lacras y virtudes
que otros sectores.
Eduardo
Duhalde, político astuto y con mucha calle, envió un
metamensaje claro: defendió a Carlos Menem a quien le atribuyó
el derecho a ser reporteado y a decir lo que siente, desarticuló
las denuncias golpistas de Bonasso y se alineó junto a los
medios de prensa.
Demasiados
antecedentes hay en el país y el mundo sobre los gobiernos
que se exasperan cuando se critican algunos de sus actos, como para
que se recreen algunos tristes pasajes de la vida pública de
los funcionarios y representantes.
Pero
el presidente volvió el martes a atacar "a los medios",
aunque sin precisiones, con lo que todos quedan en la mira. Más
allá de estas desacertadas cuestiones, nadie ignora que los
gobernantes no fueron elegidos para polemizar con la prensa, sino
para gobernar. No deben, además, enojarse cuando se critican
sus actos. Así son las reglas de la democracia y pobres de
aquellos pueblos cuyos gobernantes consideran que las opiniones deben
ser unánimemente elogiosas para con su función.
Convengamos
también que luego del terrible desenlace de la movilización
de diciembre del 2001, con cacerolazos incluidos, todo el mundo se
sintió en falta por aquello que ya se sabe: en gobiernos radicales
se puede decir y hacer de todo, pero a veces se exagera y se va la
mano. Esa circunstancia hizo que todos fuesen extremadamente contemplativos
con Néstor Kirchner. Y ahora, cuando aparecen algunas críticas,
la exasperación hace su aparición y enturbia aún
más la situación general.
La
justicia
La tendencia ha sido -y continúa siendo- destacar focos concretos
de corrupción policial tales como la connivencia con delincuentes,
establecimiento de zonas liberadas, desatención de llamados
telefónicos de vecinos, "permiso" a detenidos en
comisarías para que salgan a robar, involucramiento en delitos
(piratería del asfalto, por ejemplo) y también crímenes
en forma directa, coacción y cohecho, facilitación de
datos y elementos para la comisión de hechos diversos, etcétera.
Pero
queda semisumergida y apenas esbozada la tremenda corrupción
en la justicia. Bastará con recordar los innumerables casos
de violadores que volvieron a someter y asesinar mujeres y niñas,
pese a que cumplieron condenas por el mismo delito. La sociedad tiembla
cuando se advierte que la vieja frase de "entrar por una puerta
y salir por la otra" tiene hoy más vigencia que nunca.
¿Cuántas
vidas se hubiesen salvado si esos depravados no hubiesen salido en
libertad? ¿Cuántas mujeres, jóvenes, niñas
y niños no hubiesen sido salvajemente ultrajados si la justicia
hubiese actuado conforme a la justicia misma, a la ética, al
sentido común, a la decencia y a la preservación de
la sociedad como tal?
Juan
Carlos Blumberg ofreció un ejemplo claro: uno de los asesinos
de su hijo tiene abiertas cuatro causas penales diversas en cuatro
años. ¿Cómo es posible entonces que haya estado
en libertad? ¿quiénes le concedieron la excarcelación?
¿Nadie va juzgar jamás a estos delincuentes judiciales?
Y
si algún ejemplo extremo hiciera falta, bastará con
el inexplicable caso del asesinato de María Martha García
Belsunce, ultimada de seis balazos, cuyos impactos fueron ocultados
y su cuerpo velado como si hubiese muerto por accidente. Toda la familia
está gravemente comprometida; o al menos todos los que supieron
de la verdadera causa de su fallecimiento. Y, sin embargo, nada. Nada
de nada.
Entonces
se agiganta la siguiente visión de un policía retirado,
quien reflexionaba así: "Reconozco que muchos policías
equivocan el camino y deshonran el uniforme y lo que es peor, la confianza
tan necesaria de la gente; pero también quiero que se pongan
en el lugar de los buenos policías cuando se juegan la vida
para detener a un delincuente y luego en cuestión de horas
o de uno o dos días queda en libertad. Por un lado, el temor
a la represalia, que es un hecho bastante común; por el otro,
la triste comprobación de que su esfuerzo no vale un pucho.
El malviviente tiene luz verde y el policía pone en juego su
vida y su carrera. Y es inevitable que piense que con su escaso salario
es un estúpido Quijote si no cruza la raya de la honestidad".
Muchos
magistrados y funcionarios judiciales parecen no advertir la profundidad
del daño que deriva de dejar en libertad a un ladrón,
a un violador o a un asesino. Convengamos que una de las fallas garrafales
fue la metodología utilizada para la designación de
estos miembros de la justicia, pero eso no deslinda la responsabilidad
de estos señores porque una vez asumido el cargo, deben hacer
honor a ello, por sucia que esté su foja de servicios y su
alma.
Demasiadas
cosas por solucionar, tal vez. (AIBA)