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"Tiene
los años del siglo y una vitalidad tan importante como su curriculum. El segundo
milagro es que Enrique Cadícamo habla del futuro como de una noción que todavía
le compete. Conserva intacta gran parte de su vieja pinta, humilla al calendario
con un andar firme, cabello por todos lados, voz pesada y levemente autoritaria,
ropa de buen corte, colores a la moda. También él está de moda. Su única deserción
es haber abandonado la nocturnidad: su vida activa transcurre, hoy, bajo el
sol de la mañana, en una adivinable presencia en los cafés de Lavalle. Cadícamo
no se instaló en el cajón de los recuerdos muertos, no se ha corrido del lugar
de poder que le confiere su obra monumental y compacta, una enciclopedia de
sabiduría barrial, un andamio imprescindible para descifrar a Buenos Aires
y para reconocer a sus fantasmas.
Está
rotundamente vivo, convertido en leyenda a pesar de él. Propietario de algunas
saludables transgresiones, Cadícamo fue testigo y leyenda de un pago imposible.
Un personaje capaz de atravesar la noche de Nueva York, en los tiempos de
la Ley Seca, vestido de esmoquin, desde el East al West Side, conocero de
los códigos para desentornar puertas y combinar el último whisky de la noche
con las primeras toses de la mañana. Con capacidad para penetrar a París con
su talento y con sus tangos. Hasta que decidió el regreso, cansado de no reconocer
sus propias sábanas, hastiado de hoteles lujosos e idénticos. En esos tramos
edifició su obra. Hoy, esos tangos, a veces musitados y malaprendidos, corren
la suerte de su propio propietario: gozan de buena salud porque son, en sí
mismos, una metáfora sobre la dignidad de ciertas derrotas. No presumen de
hombría, acaso porque hay lenguaje para presumir de mujería. En esta Argentina
precaria y sospechosa, la creencia parece reducirse, cada vez más, a verdades
de tango. Quizás, en este registro, esté la clave de la vigencia del personaje
y de su herencia.
Por
Jorge Gottling, de la redacción de Clarín, miércoles 16 de julio de 1997
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