Juan López. Biólogo, miembro MOUNTAIN FORUM
Todos somos gente de montaña
Ya sea que vivamos al nivel del mar o en las zonas más elevadas, estamos ligados a las
montañas y éstas influyen en nuestra vida mucho más de lo que podamos imaginar. Las
montañas proporcionan la mayor parte del agua dulce del mundo, tienen una biodiversidad
más abundante que cualquier otra parte y en ellas vive por lo menos una de cada diez
personas. Sin embargo, la guerra, la pobreza, el hambre, el cambio climático y la
degradación ambiental ponen en peligro toda la vida de las montañas. El Año
Internacional de las Montañas es una oportunidad para tomar medidas de protección
destinadas a los ecosistemas montañosos, promover la paz y la estabilidad en las regiones
de montañas y ayudar a los pobladores de éstas a alcanzar sus objetivos y realizar sus
aspiraciones. Al cuidar las montañas del mundo contribuimos a mantener la seguridad y
supervivencia a largo plazo de todo lo relacionado con las montañas, inclusive nosotros
mismos.
Biodiversidad de las montañas
Las montañas parecen impenetrables monolitos de roca, pero, en realidad, son una de las
principales fuentes de biodiversidad del mundo, que acogen a incontables especies de
plantas y Animales. Muchas de estas especies ya han desaparecido de las tierras bajas,
invadidas por la actividad humana. Muchas otras no existen sino en las montañas. Todos
nosotros, donde quiera que vivamos, tenemos la obligación de proteger la biodiversidad de
las montañas, pero los pobladores de estas zonas son los principales guardianes de estos
insustituibles recursos planetarios. A través de las generaciones, los pueblos de las
montañas han adquirido un conocimiento único y detallado de sus ecosistemas. Hasta el
presente, los gobiernos y las organizaciones internacionales han desatendido en general el
conocimiento de estos pueblos y la importante función de las montañas en la
conservación de gran parte de la biodiversidad del mundo.
Una montaña de vida
Se ha descrito a las montañas como islas de biodiversidad, rodeadas por un mar de
monocultivos y paisajes modificados por el hombre. En efecto, muchas plantas y animales de
los hábitat montañosos han desaparecido de las regiones de las tierras bajas, donde es
muy intensa la actividad humana.
El aislamiento y la relativa inaccesibilidad han contribuido a proteger y conservar las
especies en las montañas, desde los venados, las águilas y las llamas, hasta variedades
silvestres de mostaza, cardamomo, grosellas y calabaza. En los Andes, por ejemplo, los
campesinos conocen hasta 200 variedades distintas de patatas locales. En las montañas de
Nepal, cultivan unas 2 000 variedades de arroz. En la cima de una montaña de la sierra
mexicana de Manantlán, sigue produciéndose la única variedad conocida del pariente
silvestre más primitivo del maíz.
Estas preciosas reservas de diversidad genética son nuestro seguro para el futuro, en
particular conforme la economía global sigue convirtiendo los hábitat de las tierras
bajas al cultivo de variedades alimentarias de alto rendimiento, monocultivos que nutren a
gran parte de la población mundial, pero expuestos a plagas y patógenos.
Sin el conocimiento adquirido a través de generaciones por los pueblos de las montañas,
gran parte de la biodiversidad de estas zonas prácticamente no se conocería. Por
ejemplo, sólo se ha investigado la aplicación medicinal del 1 por ciento de las plantas
tropicales. Pero así como en todo el mundo está comenzando a reconocerse el valor de
este enorme recurso, están en duda el futuro de los ecosistemas de las montañas y la
supervivencia de las especies locales.
Los gorilas de las montañas de África Oriental, los osos con antifaz de los Andes y los
quetzales de América Central se aferran a porciones cada vez más reducidas de bosques
nubosos. Al mismo tiempo, el comercio de plantas y animales raros de las montañas,
comprendidas algunas especies de orquídeas, aves y anfibios, sigue agotando las
poblaciones de las mismas. La pobreza de las comunidades de las montañas es una de las
razones de la destrucción de los hábitat. La minería comercial, la tala forestal, el
turismo y el cambio climático mundial también cobran una fuerte cuota a la biodiversidad
de las montañas.
Los Andes: colección de
biodiversidad
Entre todas las cordilleras del mundo, las situadas en un medio ambiente tropical tienen
la biodiversidad más grande. De éstas, se piensa que las laderas orientales de los Andes
tienen la mayor biodiversidad. Precipitándose desde las cumbres de las cordilleras que
recorren Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, las vertientes
orientales de los Andes poseen un impresionante conjunto de ecosistemas, desde bosques
lluviosos tropicales, bosques subalpinos, páramos montañosos y bosques nubosos, hasta
pastizales montañosos, tundra, nieve y bancos de hielo. Cada una de estas zonas,
comprendidos los bancos de hielo, tiene su propio hábitat y su flora y su fauna.
Protección de la
biodiversidad
Los montañeses son los principales guardianes de la biodiversidad local. A través de
milenios, han llegado a entender la importancia de rotar los cultivos, de la agricultura
en terrazas, de conocer las posibilidades curativas de las plantas y de la cosecha
sostenible de los alimentos, forrajes y leña de los bosques. Pero las comunidades ajenas
a las montañas a menudo no aprecian o no toman en cuenta este extraordinario
conocimiento.
Lejos de los centros del comercio y el poder, los pobladores de las montañas influyen
poco en las políticas que orientan el curso de sus vidas y contribuyen a la degradación
de las montañas donde viven. En efecto, hasta el presente, los ecosistemas de las
montañas y la población local han sido objeto de poca atención en general de los
gobiernos y organizaciones en todo el mundo, desigualdad que no sólo es peligrosa para la
vida de las montañas, sino para la plenitud de la vida en cualquier parte.
Lo puntos en común de los
ecosistemas montañosos
No todos los ecosistemas de las montañas son iguales, pero todos, ya sea los bosques
nubosos, los pastizales de las tierras altas o a lo largo de las corrientes de agua
alimentadas por los glaciares, tienen dos cosas en común: la altura y la diversidad. Los
rápidos cambios de altura, la pendiente y la orientación respecto al sol influyen
enormemente en la temperatura, el viento, la humedad y la composición del suelo en
distancias muy cortas. Estos sutiles cambios crean focos de vida únicos de esa elevación
y montaña o cordillera en particular.
Las condiciones extremas del clima presionan todavía más los límites de la adaptación
biológica y humana. A grandes alturas, las plantas y los animales locales desarrollan
mecanismos de subsistencia especiales. Algunas flores silvestres alpinas, por ejemplo,
están adaptadas para vivir en el microhábitat creado por la sombra de una sola roca.
Para las personas que luchan por sobrevivir en estos difíciles medios, es decisivo
entender y respetar este delicado equilibrio. Los campesinos de las montañas de Burundi y
Rwanda, por ejemplo, cultivan de seis a 30 diferentes tipos de frijoles para aprovechar
las sutiles diferencias de altura, clima y suelos.
La singularidad de las condiciones, a la vez que dan lugar a una gran variedad de
especies, hacen en extremo frágiles los ecosistemas montañosos. Cambios leves de la
temperatura, las lluvias o la estabilidad del suelo pueden causar la pérdida de
comunidades enteras de plantas y animales.
Invasores extraños
Como los hábitat de las islas, los ecosistemas de las zonas de montañas no han
desarrollado defensas contra las especies invasoras. A menudo, personas que van de visita
llevan estos invasores extraños, o llegan para sembrar cultivos o plantas de ornato que
no son originarios del lugar.
Como suelen llegar sin los depredadores o las plagas con que han evolucionado, estas
especies invasoras dominan fácilmente a la fauna y la flora locales. Entre los ejemplos
de algunas de las especies extrañas más nocivas están los cerdos salvajes en Costa Rica
y en Hawaii, en los Estados Unidos, las cabras en Venezuela, los pastos extranjeros en
Puerto Rico y las truchas de otros lugares en el parque nacional de Yellowstone, en los
Estados Unidos. A menudo los métodos para erradicar las especies extrañas son
experimentales, pero siempre toman mucho tiempo y son costosos.
Necesidad de una ciencia de
las montañas
Nunca ha habido una «ciencia» de las montañas. El conocimiento que tenemos de éstas -
en comparación con el de los océanos o de los bosques lluviosos de las tierras bajas-
procede de una variedad de disciplinas científicas que pocas veces se comunican. En
consecuencia, nunca se han entendido las decisivas relaciones entre las cuencas
hidrográficas de río arriba y río abajo, los bosques de las montañas y los pastizales
de montaña, los pueblos de las montañas y la población urbana de las tierras bajas. La
integración de las muchas formas en que se estudian los ecosistemas de las montañas -
desdibujando la separación entre geología, meteorología, hidrología, biología,
antropología y economía- no sólo enriquecerá el conocimiento, sino que ayudará a la
creación de prácticas sostenibles que contribuyan a proteger los ecosistemas de las
montañas y la biodiversidad que acogen.
Las presiones de una
economía de mercado
Los agricultores de las montañas cultivan miles de variedades de plantas, muchas que
sólo prosperan a determinada altura y en ciertos climas. A menudo, promueven el
cruzamiento de variedades silvestres y cultivadas. En los Himalaya, por ejemplo, las
variedades cultivadas y silvestres de árboles de limón, naranja y mango se cultivan unos
al lado de los otros. En México, los campesinos siembran teocinte, un antepasado lejano
del maíz, cerca del maíz cultivado.
Sembrar muchas variedades de un sólo cultivo, e incluir variedades silvestres, facilita
el desarrollo de nuevas características a la vez que fortalece la diversidad genética de
la especie y su capacidad de adaptación. Muchos agricultores de las montañas dicen que
también mejora el rendimiento y elimina la necesidad de plaguicidas, herbicidas y
fertilizantes.
Sin embargo, últimamente, cada vez más agricultores de las zonas de montaña se han
sentido presionados a abandonar las antiguas prácticas por las técnicas agrícolas
modernas de alto rendimiento, que no sólo exigen sembrar menos variedades de semillas,
depender más del riego y aplicar más plaguicidas, herbicidas y fertilizantes, sino
escoger cultivos específicos de frutas y hortalizas porque rinden más ganancias en la
economía de mercado. Si bien algunas comunidades se benefician económicamente, para
otras estos cambios representan enormes pérdidas. Algunas comunidades de las montañas,
por ejemplo, han abandonado la cría tradicional de ovejas y cabras por la ganadería. En
consecuencia, se han eliminado bosques enteros para convertir las tierras al cultivo
agrícola y la actividad pecuaria.
Los bosques de las montañas
El buen estado de los bosques es decisivo para el equilibrio ecológico del mundo. Los
bosques protegen las cuencas hidrográficas que proporcionan el agua dulce que consume
más de la mitad de la población del planeta. También acogen a una variedad innumerable
de vida silvestre, proporcionan alimentos y forrajes a las comunidades de las montañas, y
son importantes fuentes de madera y productos no madereros. Pero en muchas partes del
mundo los bosques de las montañas corren más peligro que nunca. Proteger estos bosques y
asegurarles una atención adecuada constituye una medida importante para el desarrollo
sostenible de las montañas.
Deforestación, crecimiento
demográfico y pobreza
En el último decenio, los bosques tropicales de las montañas han venido desapareciendo a
una velocidad impresionante. A pesar de ser un fenómeno complejo, la deforestación suele
ser favorecida por el crecimiento demográfico y por la falta de instituciones sólidas y
estables. Por ejemplo, en el sudeste de Asia y en China, los pobladores que huían de las
ciudades hacinadas de las tierras bajas solían mudarse montaña arriba, empujando a los
campesinos de las montañas -para quienes la tenencia de la tierra ya es insegura- a
trasladarse a mayor altitud. Asimismo, los nuevos pobladores desbrozaban los bosques,
poniendo en peligro los medios de sustento de los habitantes de las montañas. En las
zonas altas de los Andes y de África, la situación es un poco distinta, aunque las
causas originales se parecen mucho. Después de siglos de crecimiento demográfico y
explotación intensiva de la tierra, los bosques de las montañas se han reducido a
parcelas verdes. En este caso, las personas de las montañas huyen "montaña
abajo", en donde enfrentan dificultades todavía mayores para tratar de sobrevivir en
tierras menos productivas.
Algunas prácticas forestales y agrícolas insostenibles contribuyen a la deforestación
al incrementar la erosión de las laderas, lo cual pone en peligro la biodiversidad de las
montañas, rompiendo el equilibrio de los procesos naturales de los ecosistemas de los
bosques. En efecto, al perderse la estabilidad de los bosques se produce una espiral de
destrucción cada vez más intensa. Por ejemplo, cuando se talan demasiados árboles, los
escurrimientos y la erosión del suelo aumentan a índices de 20 a 40 veces mayores
respecto a la velocidad con que puede formarse el suelo de nuevo, lo cual repercute
negativamente en la calidad del agua de los arroyos y los ríos, y constituye un peligro
para los peces y otras especies acuáticas. Conforme se degrada una superficie mayor,
también aumenta la probabilidad de peligros naturales, como avalanchas, desprendimientos
e inundaciones.
Los bosques nubosos, viven
en las nubes
Los bosques nubosos figuran entre los sistemas más singulares del mundo. Envueltos en
niebla, alimentan y abrigan a miles de personas y a incalculables cantidades de plantas y
animales. Sin embargo, en apenas 10 años, casi todos los bosques nubosos podrían
desaparecer, siendo desbrozados para criar ganado, talados o explotados para extraer sus
recursos mineros, o secos por los efectos del calentamiento del planeta y la
deforestación de las zonas bajas. Ya ha desaparecido el 90 por ciento de los bosques
nubosos de los Andes.
Los bosques nubosos son producto de nubes persistentes, temporales o frecuentes,
impulsadas hacia las montañas por el viento. Estas nubes dan a los bosques una humedad
muy superior a la de las lluvias. En algunos casos, la humedad adicional puede ascender a
casi el 20 por ciento de la lluvia normal, equivalente a cientos de milímetros de agua.
Al desbrozar los bosques nubosos, se pierde el agua adicional tomada de la atmósfera,
junto con todas las importantes funciones que los cursos superiores de agua desempeñan en
la calidad del agua, en la estabilización de las corrientes y para evitar la erosión de
las laderas.
Apenas hace 30 años, los bosques nubosos abarcaban una superficie superior a 50 millones
de hectáreas que se extendían en estrechas franjas montañosas. Estos bosques se
encuentran en las zonas tropicales y subtropicales del planeta, desde 500 metros sobre el
nivel del mar, hasta 3 000 metros de altitud. En 1999, diversas organizaciones de
conservación, tales como el el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la
Unión Mundial para la Naturaleza y el Fondo Mundial para la Naturaleza, pusieron en
marcha un programa de sensibilización del público a fin de promover la conservación de
los bosques nubosos.
Los últimos grandes
bosques lluviosos de las costas
No existe otro ecosistema terrestre capaz de producir tal cantidad de materia viva como
los bosques lluviosos templados de las costas. Presentes en climas húmedos y frescos,
donde el aire marino choca contra las montañas de las costas y produce grandes cantidades
de lluvia, estos gigantescos bosques producen de 500 a 2 000 toneladas métricas de
madera, follaje, hojarasca, musgo, flora y suelo, por hectárea. Pero lejos de ser
desechos, esta enorme producción orgánica proporciona alimento y cobijo a innumerables
especies de insectos, reptiles, aves y mamíferos, y contribuye directamente a la
prosperidad de los cercanos habitat costeros.
El desarrollo es una de las causas de desaparición de estos característicos ecosistemas
forestales.
Los bosques lluviosos de las costas, anteriormente presentes en todo el mundo, ya sólo
existen en dos de los cinco continentes. Hoy sólo quedan de 30 a 40 millones de
hectáreas de bosques lluviosos templados de las costas, la mayor parte a lo largo de los
8 000 kilómetros de litoral de Chile y de la costa noroeste del Pacífico, en los Estados
Unidos.
Gozan de protección sólo el 16 por ciento de los bosques lluviosos templados de las
costas que aún quedan. Más de dos tercios de la zona protegida se sitúan en Alaska.
Los bosques de las
montañas para el futuro
A medida que los bosques de las montañas y gran parte de la vida que abrigan desaparece
en todo el mundo, cobra mayor importancia el papel que los gobiernos pueden desempeñar a
fin de establecer el equilibrio necesario entre la utilidad productiva y la conservación
de los bosques.
Con este fin, sería importante reconocer y apoyar a los pobladores de las zonas de
montaña, en su misión de principales guardianes de los bosques montañosos. En la
economía globalizada, muy a menudo la parte más valiosa de los bosques es la madera. En
las comunidades de las montañas, la madera suele ser menos importante que el ecosistema
que produce agua para beber, para el riego y para cultivar plantas destinadas a la
alimentación, la cría de animales o la producción de medicinas.
Los pobladores de las montañas ven al bosque, no sólo a los árboles. Como todos los
seres que lo habitan, viven del ecosistema completo del bosque. Las políticas que rigen
los bosques de las montañas deberían reconocer primero las necesidades de las
comunidades locales, antes de tomar en cuenta los intereses de otras partes, como la
silvicultura comercial y el turismo.
El cambio climático
Las actividades humanas están repercutiendo profundamente en el clima del mundo, y las
montañas son un barómetro de ese efecto. Todos los días, las tecnologías que consumen
combustibles fósiles producen gases de invernadero que refuerzan la capacidad de retener
el calor de la atmósfera de la Tierra, con lo que se eleva la temperatura del planeta.
Por su altura, inclinación y según la orientación del sol, las variaciones de la
temperatura repercuten fácilmente en los ecosistemas de las montañas. Conforme se
calienta la atmósfera, los glaciares están derritiéndose a una velocidad sin
precedente, y algunas especies raras de plantas Y animales luchan por sobrevivir en
espacios cada vez más reducidos, a la vez que los pobladores de las montañas, forman
parte de los ciudadanos más pobres del planeta Y afrontan dificultades mayores para
vivir. Entender la forma en que el cambio climático repercute en las montañas es vital
para que los gobiernos y las organizaciones internacionales elaboren estrategias para
invertir las tendencias actuales de calentamiento del planeta.
Causas del cambio
climático
Muchas de las cosas que hacemos contribuyen al cambio climático. Los procesos
industriales y las actividades agrícolas, así como el entusiasmo desbordante por los
automóviles, generan gases que atrapan los rayos del sol en la atmósfera. Estos gases -
entre ellos el metano, el óxido nitroso y el bióxido de carbano- propician el efecto «
invernadero» que se da naturalmente en el medio ambiente.
Conforme el sol calienta la superficie de la Tierra, ésta refleja la energía al espacio.
Los gases de invernadero, como el vapor del agua y el bióxido de carbono, atrapan y
absorben naturalmente una parte de esta energía radiante. Sin este efecto natural de
invernadero, las temperaturas serían muy inferiores y no existiría la vida que
conocemos. Los problemas se presentan cuando aumentan las concentraciones atmosféricas de
los gases de invernadero y queda atrapada más energía, que mantiene más caliente la
superficie de la tierra de lo que estaría en otras condiciones.
Algunos modelos climáticos predicen que las temperaturas mundiales aumentarán entre 1°
y 3,5° centígrados para el año 2100. Aunque pudieran parecer insignificantes esos pocos
grados, un incremento de este tipo es mucho mayor que cualquier cambio climático que se
haya dado desde la última glaciación, hace 10 000 años. Entre las consecuencias
previstas, el nivel del mar subiría de 15 a 95 centímetros, causando inundaciones y
daños inconcebibles a los países isleños y a las comunidades costeras. Ya 10 000
pobladores de Tuvalu han tenido que abandonar su país isleño por el ascenso del nivel
del mar.
Los glaciares de las
montañas se derriten
Los glaciares de las montañas están derritiéndose a una velocidad nunca vista. En el
último siglo, los glaciares de los Alpes europeos y de los montes del Cáucaso se han
reducido a la mitad de su volumen anterior, y en África sólo se conserva el 8 por ciento
del glaciar más grande del Monte Kenya. De seguir estas tendencias, a finales del siglo
habrán desaparecido por completo muchos de los glaciares de las montañas del mundo,
comprendidos todos los del Parque Nacional de los Glaciares, en los Estados Unidos.
Las modificaciones de la profundidad de los glaciares de las montañas y de sus pautas
estacionales de derretimiento repercutirán con gran fuerza en los recursos de aguas de
muchas partes del mundo.
En Perú, por ejemplo, alrededor de 10 millones de habitantes de Lima viven del agua dulce
procedente del glaciar de Quelcaya. En otras partes del mundo, se anticipa que el
acelerado derretimiento de los glaciares perjudique la agricultura y cause inundaciones.
Por ejemplo en Nepal, un lago de un glaciar se desbordó en 1985 derramando un muro de
agua de 15 metros que ahogó a muchas personas y arrasó viviendas. Muchos climatólogos
consideran que la disminución de los glaciares es uno de los primeros indicios
observables del calentamiento del planeta causado por el hombre.
Las especies más raras
corren mayor peligro
Debido a su forma y tamaño, en las montañas coexisten variadas condiciones climáticas.
Con ascender apenas 100 metros por una ladera, por ejemplo, se puede presenciar una
diversidad climática equivalente a recorrer 100 kilómetros de territorio plano. Los
climas de las montañas son como estrechas franjas superpuestas. Cada incremento de la
altura produce condiciones distintas y ecosistemas únicos, a menudo aislados, donde
prospera una gran variedad de vida vegetal y animal.
Sin embargo, conforme se calienta el planeta se modifican las condiciones de cada una de
esas franjas. Los científicos ya han presenciado casos de especies que ascienden en busca
de un hábitat más adecuado. Los climatólogos consideran que el aumento previsto de la
temperatura mundial de 3°C equivaldría a un ascenso ecológico de unos 500 metros en
altitud. No todas las especies podrán trasladarse. Las especies confinadas a las cimas o
las que están bajo barreras imposibles de atravesar, pueden afrontar la extinción
conforme se achica su hábitat.
Las especies más raras son las que más corren peligro de extinción, entre ellas: la
comadreja pigmea de las montañas de Australia, la perdiz blanca y el pinzón de las
nieves de la Gran Bretaña, los mandriles gelada de Etiopía y la mariposa monarca de
México.
El cambio climático y los
pobladores de las montañas
Para los pobladores de las montañas, que habitan paisajes alpinos en lugares extremos del
mundo cada día es una prueba de supervivencia. Pero hoy, que el cambio climático mundial
amenaza con modificar el medio ambiente de las zonas de montaña, la vida se hará aún
más difícil para la mayoría de esas personas. Por ejemplo, así como el calentamiento
obliga a muchas especies animales a migrar montaña arriba en busca de un hábitat
adecuado, los pobladores de las montañas también tendrán que adaptarse a los cambios o
abandonar sus hogares al escasear sus fuentes tradicionales de alimentos y combustible. A
la vez, las montañas serán más peligrosas al acelerarse la erosión del suelo cuando se
vaya derritiendo la capa de hielo que lo cubre permanentemente y con el escurrimiento de
los glaciares, además habrá más derrumbes, deslaves, inundaciones y avalanchas. El
calentamiento también repercutirá en la irrigación, primero por las inundaciones, pero
luego por la sequía, lo que hará más difícil la vida de los campesinos de subsistencia
y de los que producen cultivos comerciales. Es probable que disminuyan casi todas las
actividades comerciales, como la producción maderera y el turismo por el cambio
irrevocable de los ecosistemas.
Una de las consecuencias indirectas del calentamiento del planeta en las zonas de montaña
es el peligro de que proliferen las enfermedades infecciosas. Los científicos han
informado que los mosquitos que transmiten la malaria, el dengue y la fiebre amarilla
están invadiendo zonas más altas de acuerdo al aumento de las temperaturas. Los
pobladores de las montañas son de los ciudadanos más pobres del planeta, tienen pocos
recursos para protegerse de las enfermedades infecciosas y por lo tanto es probable que
serían las principales víctimas del calentamiento del planeta, si no se cambian
rápidamente las actividades humanas que contribuyen a este fenómeno.
Vigilancia de las montañas
Las montañas son un barómetro del cambio climático del planeta. No sólo estos
frágiles ecosistemas son muy sensibles a los cambios de la temperatura, sino que están
en todos los continentes. En efecto, muchos climatólogos consideran que las montañas
ofrecen un panorama anticipado de lo que podría suceder en otras regiones. Por este
motivo, es vital que los elementos biológicos y físicos de las montañas se sometan a
una rigurosa vigilancia y estudio. La información del estado de los ambientes montañosos
sin duda ayudará a los gobiernos y a las organizaciones internacionales en la
elaboración de estrategias de gestión y a organizar vigorosas campañas para invertir
las actuales tendencias del cambio climático.
Fuente http://www.montanas2002.org/home.html