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1ª parte - El harén

En el centro de la habitación, una fuente. Una habitación inmensa hecha lecho, con un ingenioso acolchado de suelo. Inundada de pretensiones arabescas, en la música suave y empalagosa que tocaba ningún músico, y en decoración abusando de los cojines, las cachimbas, las sedas prendidas del techo, el pavo real y los eunucos. Antes había dos pavos reales, pero uno de ellos había muerto. SIDA. Una desasosegada sensación de inquietud inundaba a los eunucos desde que el veterinario hubiera pronosticado el terrible mal a tan exótica -y quizás por ello tan atractiva- ave. También desde aquél día, el otro pavo exhibía con más ímpetu los vivos coloridos del plumaje de su cola. Nuevamente reafirmado en su virilidad al verse libre de las codiciosas voluptuosidades de los eunucos.

Una treintena de jóvenes cuerpos femeninos desnudos, algunos tendidos sobre la hiperbólica cama; otros entretenidos en hacer que las más insospechadas partes de sus anatomías se deslizaran al ritmo de la insidiosa música moruna. Un par de ellas, ocupadas en observar las evoluciones del altivo pavo real a través de la habitación, comentando con extrañeza el singular andar de pato que el hiperdesarrollado ano del pavo le obligaba a adoptar. Los eunucos se cubrían la cara, ruborizados.

Y en el centro del corro formado por aquellas nínfulas, cual jeque árabe libidinoso, acariciado (no siempre con las manos) por aquellas, se encontraba un hombre de cuerpo correoso, dijérase que dibujado por el Greco. Si el Greco se hubiese molestado alguna vez en ilustrar un tratado sobre sifilíticos, claro. El tipejo aquel, Eduardo Sánchez, babeaba a diestro y siniestro , de arriba abajo a todas aquellas chicas, haciéndoles una casaca de saliva. Al ver su miembro en estado creciente , corrió hacia una de las chicas, que sarkásticamente rechazó su proposición "se me abre demasiado el apetito cuando lo hago, y no creo que tengas lo que de macho ha de tener un hombre para satisfacerme".

Fin de la 1ª parte

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