Ética de los Medios de Comunicación .

 

 

 ¿Hay noticia más relevante que la muerte de un niño por hambre? Noticias para la raza humana en una sección llamada “Humanidad”. Eso de humanidad suele ser más un recurrente apoyo verborreico que una categoría solemne. Me doy cuenta que leo el periódico más pendiente de lo que sucede en mi cabeza que en el mundo (Mal negocio éste de visualizar el mundo como si fuese un periódico).

 

Damos por hecho que todas las secciones del periódico ya asumen esa humanidad; todos somos un poco humanos al final. Seguimos suponiendo: ya, las injusticias sociales de detalles infrahumanos están implícitas en la conciencia colectiva. Sin embargo, una portada es opinión pública, porque da testimonio de lo que importa. Lo hemos desterrado del campo informativo al publicitario. Los niños de las mosca sirven para vender y ponerse guapo. Cualesquier relaciones públicas, en las principales multinacionales, os contará cómo contribuye a vender una marca la publicidad basada en los planes SOS al Tercer Mundo (Así que, aprovechando que están dejándose los dedos con las costuras de las deportivas, ya les echan la foto: patata).

 

Relegar al ostracismo la muerte diaria por hambruna sería explícitamente condenable. Nuestro modo de vida logra, como en muchos otros aspectos y en éste como portavoz de todos, cerrar su círculo de ética para el homo inerte: no damos la espalda al sufrimiento -éso sería inhumano-, lo asimilamos como una faceta de nuestra rutina. No de nuestra rutina de actividades diarias, sino de nuestra rutina moral: miedos y congojas populares. Nuestra percepción del “de dónde venimos y a dónde vamos”, que ya lleva incorporada nuestra percepción de “los que tienen que sufrir”.

 

¿Dejamos aquí el análisis sociológico? O me imagino portadas diarias, con las listas de nombres y apellidos de todos los menores fallecidos durante el día anterior por hambruna (Como aquellas listas de los implicados en casos de corrupción, por ejemplo). Portadas desarrolladas diariamente en páginas interiores, matizadas en columnas de opinión, debatidas en tribunas abiertas e incluso orientadas con implacables razonamientos en los editoriales de nuestros periódicos.

 

Imagino suplementos semanales repletos del trabajo de corresponsales, fotógrafos en la zona, dispuestos a escuchar a los allegados a las víctima. Contarían el drama personal y familiar de la pérdida de parientes directos, de cómo se sobrepone el ser humano a este tipo de trances. Recuerdo las trágicas historias personales que han quedado en Nueva York, las familias truncadas, el sin sentido de la violencia, el duro golpe de la vida en sus peores apariciones.

 

Imagino los reality-shows televisivos sentando en sus butacas y sillones a estas personas excepcionales a las que les ha tocado sentir la cara más amarga de la vida:

 

Presentadora: usted perdió a su marido el año pasado, ¿verdad?

 

Invitada: sí.

 

Presentadora: falleció de sida, ¿un duro golpe?

 

Invitada: sí.

 

Presentadora (dirigiéndose al público): pero ahí no acabó todo. Hace tres meses murió su hija por malnutrición, ¿no es así?

 

Invitada:sí, así es

 

.

Presentadora: pues créanme si les digo que las desgracias nunca vienen solas, porque esta mujer ha perdido apenas hace una semana a su otro hijo, debido a que la leche que producen sus mamas... no tiene propiedades alimenticias. Un terrible testimonio como pueden comprobar.

 

Dejando a un lado la televisión, que se ha convertido en una droga -dura- más (inyecta placer compulsivamente si te dejas llevar por sus reglas, suprimiendo toda conciencia de uno mismo), los que hacen las agendas de actualidad e incluso los libros de estilo en los que figuran códigos éticos, criterios de lo inaceptable. Sólo desde la ingenuidad total de mi imaginación, les preguntaría si la muerte de un solo niño por hambruna el día anterior no es noticia. Sería noticia si fuera sólo un niño.

 

Me doy cuenta que no me dirijo a ellos, porque estoy eludiendo hablar de los intereses políticos y económicos -los beneficios de la hambruna-. Desde el punto de vista rigurosamente ético, me dirijo al lector, nunca mejor dicho, por si le apetece filosofar un rato -pero, vamos, que ya acabo-.

 

Dani