En esta nueva sección de Eltránsito hemos pensado incluir aquellos versos que nos conmueven y que tienen cabida en el espíritu combativo de la página. Proponemos unos pocos poemas y esperamos que la sección vaya creciendo con vuestras aportaciones, así que ya sabéis, a mandarnos esos poemas favoritos. Sé todos los cuentos y Como tu... (León Felipe) En el principio (Blas de Otero). Masa.(César Vallejo). La gente dice y se suicidó la estatua del dictador ...(Gloria Fuertes). Millones de gentes, ovaciones y banderas de alegría en Manhattan... (Allen Ginsberg). Romance de la guardia civil española. (Federico García Lorca). Vientos del pueblo me llevan...(Miguel Hernandez).
Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra.
Blas de Otero.
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar...
César Vallejo, noviembre de 1930
«Pobres tiene que haber siempre» y se quedan tan anchos tan estrechos de miras, tan vacíos de espíritu, tan llenos de comodidad.
Yo aseguro con emoción que en un próximo futuro sólo habrá pobres de vocación.
Se suicidó la estatua del dictador. La estatua vivía en el centro del estanque. Una noche de viento la estatua se lanzó al agua. La estatua del dictador murió ahogada.
Sólo las gaviotas la echaron de menos.
Gloria Fuertes.
Millones de gentes, ovaciones y banderas de alegría en Manhattan
Ayer, hoy martes han vuelto a sus trabajos y su artritis
Qué les hizo desear tanta pasión final, tanto deleite en común
¿Volverán a vivir otra vez estas horas de arrebato y confeti?
¿Han olvidado que los Corredores de la Muerte dieron esta victoria?
¿Acaso otras 200 mil muertes en un desierto del fin del mundo provocarán
su júbilo?
Allen Ginsberg.
Romance de la Guardia civil española. Los caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera. Jorobados y nocturnos, por donde animan ordenan silencios de goma oscura y miedos de fina arena. Pasan, si quieren pasar, y ocultan en la cabeza una vaga astronomía de pistolas inconcretas. ¡Oh ciudad de los gitanos! En las esquinas, banderas. La luna y la calabaza con las guindas en conserva. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Ciudad de dolor y almizcle, con las torres de canela.
Cuando llegaba la noche, noche que noche nochera, los gitanos en sus fraguas forjaban soles y flechas. Un caballo malherido llamaba a todas las puertas. Gallos de vidrio cantaban por Jerez de la Frontera. El viento vuelve desnudo la esquina de la sorpresa, en la noche platinoche, noche que noche nochera.
La virgen y San José perdieron sus castañuelas, y buscan a los gitanos para ver si las encuentran. La virgen viene vestida con un traje de alcaldesa, de papel de chocolate con los collares de almendras. San José mueve los brazos bajo una capa de seda. Detrás va Pedro Domecq con tes sultanes de Persia. La media luna soñaba un éxtasis de cigüeña. Estandartes y faroles invaden las azoteas. Por los espejos sollozan bailarinas sin caderas. Agua y sombra, sombra y agua por Jerez de la Frontera.
¡Oh, ciudad de los gitanos! En las esquinas, banderas. Apaga tus verdes luces que viene la benemérita. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Dejadla lejos del mar, sin peines para sus crenchas.
Avanzan de dos en fondo a la ciudad de la fiesta. Un rumor de siemprevivas invade las cartucheras. Avanzan de dos on fondo. Doble nocturno de tela. El cielo se les antoja una vitrina de espuelas.
La ciudad, libre de miedo, multiplicaba sus puertas. Cuarenta guardias civiles entran a saco por ellas. Los relojes se pararon, y el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos se levantó en las veletas. Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan. Por las calles de penumbra buyen las gitanas viejas con los caballos dormidos y las orzas de monedas. Por las calles empinadas suben las capas siniestras, dejando detrás fugaces remolinos de tijeras.
En el portal de Belén los gitanos se congregan. San José, lleno de heridas, amortaja a una doncella. Tercos fusiles agudos por toda la noche suenan. La Virgen cura a los niños con salivilla de estrella. Pero la Guardia Civil avanza sembrando hogueras, donde joven y desnuda la imaginación se quema. Rosa la de los Camborois gime sentada en su puerta con sus dos pechos cortados puestos en una bandeja. Y otras muchachas corrían perseguidas por sus trenzas, en, un aire donde estallan rosas de pólvora negra. Cuando todos los tejados eran surcos en la tierra. el alba meció sus hombros en largo perfil de piedra.
¡Oh, ciudad de los gitanos! La Guardia Civil se aleja por un túnel de silencio mientras las llamas te cercan.
¡Oh, ciudad de los gitanos! ¿Quien te vio y no te recuerda? Que te busquen en mi frente. Juego de luna y arena. Federico García Lorca.
Vientos del pueblos me llevan...
Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me avientan la garganta.
Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién el rayo detuvo prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como alas; andaluces de relámpago, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra: las águilas, los leones y los tors, de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni de enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.
Miguel Hernandez. Poesía beligerante (1936-39).
Yo no sé muchas cosas, es verdad. Como tu. Así es mi vida, Piedra, Como tú. Como tú, piedra pequeña; como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras; como tú, que en días de tormenta te hundes en el cieno de la tierra y luego centelleas bajo los cascos y bajo las ruedas; como tú, que no has servido para ser ni piedra de una lonja, ni piedra de una audiencia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una iglesia; como tú, piedra aventurera; como tú, que tal vez estás hecha sólo para una honda, piedra pequeña y ligera...
Leon Felipe.
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