EL
FUTURO DE EUROPA: EL TEMOR DE LOS FRANCESES AL DESEMPLEO Y LA INMIGRACION
DEL ESTE
El
"síndrome del plomero polaco", el trasfondo del No
PARIS.
CORRESPONSAL
El
carpintero polaco Svenn Bogvdan ama leer libros de historia de la arquitectura.
El reciclamiento de departamentos parisinos es su gran especialidad, a
precios razonables, mucho más baratos que los de un "entrepeneur"
francés y, sobre todo, terminados en el tiempo prometido. Han pasado
siete años desde que este campesino de ojos azules llegó
clandestino a Francia desde Europa del Este y dormía en el Bois
de Boulogne a la intemperie. Hoy tiene su empresa en París, con
su hermano y su cuñado. Todos polacos y europeos plenos, desde
que la Unión Europea se amplió y Polonia paso a ser uno
de los países más poblados de la Unión.
Ellos
son el enemigo público número 1 de la Francia del No prereferendum.
Sintetizan al diabolizado "plomero polaco", protagonista insustituible
de la campaña del No en el tratado constitucional. Representan
el ejemplo del "dumping social", que llega a bajos precios de
los países del Este para reemplazar la mano de obra francesa. Estereotipan
"la deslocalización de empresas francesas" hacia la Nueva
Europa, en busca de menores salarios, mejor mano de obra y baja presión
impositiva, que el actual proyecto de Constitución Europea no frena
y deberá frenar, según gran parte de los electores.
Bogvdan
votará por el Sí en en el referendum francés porque
está convencido de que "los obreros franceses no quieren trabajar".
Sólo la competencia que la Constitución propone, "los
sacará del letargo" y de un estado socialmente hiperprotegido
que los contribuyentes —como él— no quieren seguir
financiando.
"Polsky
Go Home", se lee en algunos barrios obreros de los suburbios de París.
Es la reacción de los trabajadores franceses al fantasma polaco,
portugués o estonio, dispuestos a trabajar por salarios muchos
más bajos que los franceses y al que ellos temen como una amenaza
a su estado de bienestar, al seguro de desempleo, a sus beneficios sociales.
Una bandera antes agitada por el Frente Nacional y hoy en boca de la clase
obrera del país.
Los
"polsky"—sinónimo de letones, polacos, estonios—
son la nueva fobia y el miedo de los franceses a "los inmigrantes",
como muchos llaman a los llegados desde la Nueva Europa. La encarnación
de la Directiva Bolkstein, hecha por el comisario europeo de la Comisión
en Bruselas y derogada por el Parlamento porque llamaba liberalmente a
la alta competencia de servicios en Europa. En esa directiva había
una frase que permitía contratar a un trabajador o una empresa
europea bajo la legislación laboral de "su país de
origen", en cualquier país de la Unión. En los países
del Este se paga 2 euros por hora contra 12 en Francia.
Bolkestein
nunca logró implementarla porque fue anulada por pedido del presidente
Jacques Chirac. Pero algunos empleadores franceses comenzaron a aplicarla
de facto: contratan a estonios y polacos a un cuarto de un salario francés
y reducen sus gastos en un 30 por ciento.
Este
es el famoso "dumping social" o "Bolkestenización",
acelerador del No en el referendum, que en las encuestas del jueves se
impone por el 54 por ciento contra el 45 por ciento del Sí, según
sondeos de Le Monde-Rtl.
Cualquier
portugués, estonio o letonio que trabaje en este país bajo
condiciones laborales del suyo esta haciéndolo ilegalmente. Pero
una cosa es la ley y otra la sensación de "inseguridad laboral
y de precarización de sus condiciones de trabajo" que los
electores franceses sienten que se juega en la aprobación o no
del tratado constitucional europeo.
¿Renacimiento
del nacionalismo xenófobo? "Debemos prestar atención",
admite el socialista Henri Emmanuelli, uno de los principales líderes
del conglomerado del No. "Yo no estoy contra el plomero polaco pero
sí contra su patrón, que quiere pagar 120 euros al mes y
pagar impuestos ridículos. A esa Europa hay que frenarla porque
no es Europa".
Esa
es la discusión profunda del No. Ellos no votan contra Europa sino
contra "esta Europa de la competencia salvaje", como sintetiza
Patrick Di Lucca, el administrador de un restaurante en la Bastilla. "Yo
me siento más europeo que nadie. Pero yo no quiero esta Europa
de los grandes, de las empresas, de los que se aprovechan de la vulnerabilidad
de los que trabajamos y cobramos un salario digno".
Patrick,
un marsellés con padre italiano, tiene diez empleados a su cargo
en un restaurante a la moda y con diversidad cultural entre su personal.
"Este tratado constitucional es una ambigüedad completa, de
la que se aprovecharán los grandes para privar de derechos a los
más chicos. Por eso voto No. Francia va a frenar esta Europa a
la deriva porque nosotros, con los alemanes, somos los padres de Europa.
Si quieren competir salvajemente, que los británicos, los polacos,
los estonios se adhieran al estado de Ohio, no a Europa. Somos otra cosa",
sostiene.
Esa
es la idea de los defensores del No.Un voto profundamente europeo para
frenar una Europa de tinte anglosajón y de mercado, que no es lo
que soñaron los que la construyeron. Sus intenciones explican que
la campaña del No sea un "melange" imposible de discriminar
ideológicamente: el ex premier socialista y problairista Laurent
Fabius, el antiglobalizador campesino Jose Bové, el xenófobo
líder del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen, los comunistas, los
trotskistas, los ecologistas y diputados del partido de Jacques Chirac.
La
crispación mutua de los votantes del Sí y No es tal que
ya no comparten una mesa común. En los últimos 15 días,
las comidas con invitados en París son de "identidad uniforme"
frente al referéndum, para evitar que nadie se indigeste con las
violentas discusiones de los partidarios de uno y otro voto.
"Es
un problema", admite un embajador latinoamericano. "El otro
día dos de mis invitados se pelearon de tal forma por el referéndum
que se fueron de la mesa".
El
Mercosur, "inquieto"
El Mercosur expresó ayer a la Unión Europea su "inquietud"
por la inclusión de las islas Malvinas en un anexo de la Constitución
Europea, dijo la canciller de Paraguay, Leila Rachid, tras reunirse ambos
bloques en Luxemburgo.
Clarin, 27 de mayo de 2005
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