Grégor Díaz

Soy shilico[1]. Nací en la provincia de Celendín el año 33. Fue un 21 de Abril: “Oscurana, ya...”

Yo sólo sé de amor de madre. Mi padre murió cuando tuve dieciocho meses. Mi madre me dejó a los dieciséis años. De lo poco habido, hay mucho que recordar.

El cariño ha sido una palabra en mí. Mi infancia la pasé en Surquillo, barrio de honradez, simple y alegrón, donde en los años 40 dormían los que se ganaban la vida en el aristocrático distrito de Miraflores: “los manuales”.

Eramos pobres. Las insuficiencias las colmaron con holgura los cariños de nuestros mayores y esa fraternidad de sangre de los desposeídos. Mas la pobreza nunca alcanzó la magnitud de la ignominia. Había trabajo y, a nosotros —incluyen­do a los niños— nos gustaba.

El trabajo era bueno, nos daba un dinero para ayudar a nuestras madres que, sonreían al vernos “hombres”, con nuestros pantalones cortos y, orgullosas, nos daban un sitio especial en la mesa, diciendo: “Sírvanle su comida al trabajador”. Nuestros padres fueron los más grandes comediantes del más pequeño auditorio de la vida: el hogar.

Hoy que borroneo el recuerdo, llegan a mi alma los cantos viejos de las “viejas” —viejas de mi niñez: el olor a cirio de las procesiones y los “Ave, ave, ave María” que, a coro, cantaron por las calles de tierra: me estremezco, y, yo que vi morir pobres a quienes nacieron pobres, declaro: Tenemos que crear un Dios para los desposeídos.

Dicen en mi tierra que, “antes de morir, uno recoge sus pasos”. Si así fuera, ¡Qué muerte más hermosa me aguarda!. Pues, entonces, mi alma se llenaría, paso a paso, de la inconmensurable fragancia de los jazmines y madreselvas que colgaban de las paredes de las casas del viejo Miraflores, que siempre nos recibió con el gesto de la fragancia: un suspiro a flor de boca.

Detenido allí, en ese entonces, provoca decir como el poeta Jorge Manrique:

(...) Cuán presto se va el placer,

Cómo después de acordado

Da dolor,

Cómo a nuestro parecer

Cualquiera tiempo pasado

Fue mejor. (...)

De Celendín (Lugar donde pernocta el peregrino) a Surquillo (surco peque­ño), todo y nada. Y hoy, esta furtiva entrevista a quien por nombre pusieron Grégor José Díaz Díaz, me hace decir, colmado con los versos de Quevedo:

(...) Nace el hombre sujeto a la fortuna

y en naciendo comienza la jornada

desde la tierna cuna

a la tumba enlutada;

y las más veces suele un breve paso

distar aqueste oriente de su ocaso (...).

¿Qué cómo, desde cuándo, y por qué escribo?, se me pregunta. Empecé a escribir cuando me hicieron sentir ajeno al teatro. Como en “Abuse usted de las cholas”, de Hernando Cortés, diré: “A mí me han hecho una cosa bien para reír”...

En los años cincuenta, para ser ponderado artista, había que haber viajado a Europa —Francia— París. Mi osadía sólo extendió sus brazos heroicamente hasta Chile, aceptando una beca “de estudios” del gran maestro y mi amigo, don Pedro de la Barra, de quien fui, a su decir: “su hijo putativo”, “su negro propio” (que descanse en paz).

Soy pues creación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, donde destaqué como actor al lado de brillantes artistas: Víctor Jara (actor—director y canta-autor folklórico, asesinado en el Estadio Nacional de Santiago), Alejandro Sieveking (dramaturgo de fama internacional), Franklin Caicedo (actor que triunfa en Argentina), Jaime Silva (autor de “La Princesa Panchita”), Lucho Barahona (actor radicado en Centro América), Tomás Vidiella (dueño de un teatro en Santiago), y Sergio Urrutia (famoso en telenovelas y comedias cómicas).

Resumiendo, me eduqué, tanto en la recordada Escuela Nacional de Arte Escénico (ENAE—año y medio), cuanto en el Club de Teatro (un año), amén de los tres de Chile, para ser actor: sólo eso, actor.

Para expresar mejor mi sentir, tomaré como ejemplo dos frases que, siendo parecidas, son distintas en mi pueblo. “Has venido” y “Has llegado”. Si ahora me presento en mi tierra sin más ni más —sin previo aviso—, mis parientes y amigos dirán: “¡Ah... has venido! Paséate, paséate”. No tendrán para conmigo ninguna obligación. Sin embargo, si anteladamenté escribo dando cuenta que llegaré “a esa”, “tal día” ellos, concordando, programarán mi muy grata estada en Celendín, e irán a recibirme a la “agencia” porque “Va a llegar!”, ¡Ha llegado!, ¡He llegado!

Para mi gremio, mí generación actoral, al retornar de Chile, “Vine” “No llegué”. Y quedé más solo que el soldado desconocido en el Morro Solar,

Las cosas humanas, fuera de su tiempo, no son fáciles de comprender. A lo mejor, un hecho ajeno, ayude más. El muy buen actor de teatro y radio don Carlos Ego Aguirre, al instalarse en Lima la televisión se dijo: “aquí está el trabajo. La televisión es imagen. Hay que prepararse” Y se hizo la cirujía plástica. El hombre del Canal —no vale la pena mencionarlo— ordenó: ¡Dénle papeles de viejo, para que se pinte las arrugas que se quitó!”.

Hasta hace algunos años, los actores decían que era escritor; los escritores, que era actor. Hoy, ¡bendita sea la armonía de mí!, escritores y actores, dicen que soy profesor.

Entonces, soy escritor por eso, por lo otro y qué sé yo.

A casi cuatro décadas, esta entrevista, me hace reparar en algo que mi mente no alcanzó: la importancia del curso de Técnica literaria del drama. Hasta donde estoy enterado, tres obras se escribieron siendo nosotros alumnos, en ese curso, dictado por el insigne actor-director y profesor don Agustín Siré (ya fallecido). A saber: Alejandro Sieveking (Mi hermano Cristián —se escenificó siendo alumno); Jaime Silva (La Princesa Panchita— con igual suerte, ese mismo año); Grégor Díaz (La Huelga. Al leerla a un amigo en Lima, se me recomendó romperla. La rompí). El otro autor de mi promoción TEUCH es Raúl Rivera, a quien no he mencionado líneas arriba.

Entonces, lo pertinaz del toro, que me viene del zodíaco; la incomprensión, el azar y lo veleidoso del éxito, han hecho de mí un autor.

Dije que rompí La Huelga. Al volver a Santiago, Alejandro Sievekíng me dijo: “Oye peruanito, ¿qué fue de esa obra de obreros que escribiste, era buena, la terminaste? Y la terminé, sin sospechar que, a 8 de Octubre de 1971, La huelga se estrenaría en el teatro La Cabaña como nunca otra obra lo hizo, a teatro lleno. Con público de pié a los costados de la sala y sentados en los pasajes centrales: suelo.

Era la época del General Velasco, reciencito nomás, cuando no se avisoraba rumbo. Un camión de policía (“El Caimán”), el “Rochabús” (carro rompe mani­festaciones a chorros de agua) y un patrullero, se estacionaron a la puerta del teatro. El público se enardeció. La policía desapareció ante la silbatina del público. Fácil es decir ahora — y con soberbia— las cosas que se dice, en democracia.

Ya que de confesiones se trata, ante los requerimientos de mis amigos Alejandro Busalleu y Femando Samillán (especialmente Alejandro, que hasta en actos públicos lo expresa), declararé que mi primera obra fue “Apuntes para un drama”. De Ripley: estrenada en 1954, por el Teatro Experimental Arlequín (TEA) en la YMCA, de Lima. Esta obra mereció los magnánimos comentarios de Sebastián Salazar Bondy en su crítica de La Prensa. La cortina negra para la escenografía la prestó la funeraria Crespo; la obra trata del “más allá”. Siendo actor, director y escenógrafo de la obra Apuntes para un drama se estrenó con el único seudónimo que he usado en mi vida y por única vez: Díaz Marañón. El 50% de los intérpretes conocen ahora que es mentira lo que hablamos en los años 54 del “más allá”. Parte de esta obra —cuanto menos la idea— nació en la ENAE. Era el año 52 y Sebastián Salazar Bondy logró, por intermedio de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, que trajeran desde Argentina al profesor Reynaldo D’Amore para la Escuela Nacional de Arte Escénico que dirigía el doctor Guiller­mo Ugarte Chamorro. D’Amore, entre otras cosas, introdujo, como parte de la pedagogía teatral, “las improvisaciones”. Allí empezamos a borronear nuestros primeros “diálogos”; le ocurrió lo mismo a Edgardo Pérez Luna(+).

Corrían los años 66. Trabajaba en el Club de Teatro y , debía dar informa­ciones personales y telefónicas sobre el curso del “Arte de Hablar en Público”, que habíamos inaugurado bajo la dirección de D’Amore, el ingeniero Jean Rottman, Gloria Zegarra y yo. Entre llamada y llamada leía, teatro naturalmente. Estaba con Pirandello. De pronto descubrí que él, como todo genio, lo hacía tan fácil que uno decía: “yo también puedo escribir”. Y, sin saber qué, esa mañana terminé un acto de lo que sería Los del 4. Dos días después, corregido ya, se la entregué a D’Amore. El la leyó inmediatamente y me dijo: “Termínela, que el club la monta”, y la programó. La apertura del Concurso Nacional de Teatro Hebráica pospuso el montaje, pues las creaciones debían ser inéditas. Los del 4 obtuvo el primer premio y se publicó en España.

Como se desprende por lo expuesto, nunca supe, al sentarme a la máquina, qué es lo que quería escribir. Por lo tanto, pertenezco a ese grupo de escritores que escriben para pensar. De lo que se deduce que soy visual; o que lo visual es el detonador para que emerjan las imágenes auditivas, pues mi alma está llena de vidas sonoras. Esto se comprende si definimos al sonido como lo que es: un gesto.

De mis otras obras.... ¡Siempre el azar! Mayor ya y con responsabilidades (mujer e hijo), hube de aprender la burocracia (el teatro no nos da para vivir). Caí en la Casa de la Cultura y, horror de horrores, yo que nunca tuve ortografía, fui nombrado “corrector de prensa”, al lado de mi muy grande amigo y escritor (descansa en paz), don Francisco Izquierdo Ríos.

Compré un libro de reglas ortográficas. Estaba en lo de la “j”: “Todas las palabras que terminan en “aje” se escriben con j, menos ambage ni enálage. Ejemplo: “Coraje”. Repetía y no retenía. Abrumado, como quien no quiere la cosa, tomé la máquina y me puse a escribir varias veces esta regla. De pronto, en otro papel, no sé por qué, puse: Ella, mientras come, repasando mecánicamente, repite (la regla). La puerta se abre, entra él: “Hola”. Había empezado la trilogía Cercados y Cercadores.

Saliendo de la Sala Alzedo de ver “Orquesta de señoritas”, vi pelear a golpes a dos jóvenes, ¿Por qué?, no sé. Esa noche empecé Sitio al Sitio, que es sobre cuidadores de carros. Escenario: La Plazuela del Teatro.

Después de un desgraciado y doloroso accidente perdí mi capacidad de escribir. No hablamos de calidad, pero, lo que escribía, parecía hijo de otro padre. Perdido, un día llegué a Histrión: estaban ensayando Cercados y Cercadores. Solo, lloré de alegría, pues al ver en escena lo que había escrito, recuperé el alma mía. Me fui a casa (estaba recién divorciado) y, al pasar por el Hotel Bolívar, vi a un par de haraposos mendigos. Toda esa noche escribí a lápiz, pues no tenía máquina. Al otro día, en el trabajo, lo pasé a máquina y se la leí a Ernesto Ráez. Esa obra obtuvo el primer premio de la Universidad de San Marcos: Cuento delhombre que vendía globos.

Muchas son las obras que he escrito. La fortuna ha querido que en varias oportunidades obtuviera premios de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Los del 4 ha sido traducida al neerlandes (Jef Tinnerman); y, mi artículo “30 años de dramaturgia en el Perú” al alemán (Entré— N2 4— 1983). La mayoría de mis obras han sido publicadas en Perú y representadas en varias provincias. Cuento del hombre que vendía globos recorrió escenarios de Ecuador, México, Costa Rica y Nicaragua (Juan Arcos y Femando Zevallos). Homero Rivera (radica en Europa) me informó haber visto Los del 4 traducido al portugues. Sólo doy cuenta de las ediciones y montajes que puedo certificar.

Entre otros títulos tengo: La huelga, Los del 4, El círculo de barro, Valsecito del 4O, Cercados y cercadores (compuesta por tres obras: Cercados, Los cercado­res y Con los pies en el agua), Sitio al sitio, Cuento del hombre que vendía globos, Clave “2”, manan, Réquién para “Siete Plagas’ Sin ton ni son (monólogo), 20 deAbril, Uno más uno, La pandorga, Espumante en el sótano, (versión teatral del cuento del mismo nombre del narrador Julio Ramón Ribeyro), El mudo de la ventana, El buzón y el aire, EL anacoreta, Me quiero casar (monólogo), Harina Mundo, etc., amén de ensayos sobre teatro, cuentos y un pequeño diccionario teatral escolar.

Y, así y asá, aquí y ahora, ya pintando canas, hablando a su corazón, pregunto por preguntar:

¿He venido...? o

¿He llegado...?

  Grégor Díaz — 87

Dos años después de escribir estas notas (con las que me solidarizo), a este hombre llamado Grégor José, que vivió con los piés en los sueños, lo enfrentan a otro símbolo: el Premio Nacional en Dramaturgia 1988 “Manuel A. Segura”, que me halaga, reta y desconsuela.

Lo primero porque es reconocimiento a una jornada: aprecio que si bien valúa en una sola área, se fundamenta y estima todos los varios campos del quehacer teatral: festeja la trayectoria.

Y es reto, porque un premio nacional de esta magnitud debilita la generosi­dad del miramiento con que se califica a un creador, antes de esta magna reputación. Un premio nacional estimula y apabulla.

Desconsuela, porque siendo los Premios Nacionales de Teatro pares de los Premios Nacionales de Cultura, quien rige la cartera de Educación de nuestro país, prefirió festinar trámites a entregarlos a nombre de la nación. Un reconocimiento de esta dimensión, sólo se confía una vez en la vida.

Hace treintaisiete años dejé de ser el hombre que hicieron de mí: hace treintaisiete años que busco al hombre que creo ser. Entre los dos, he descaminado la vida. Sé que nadie se halla.

Morituri Te Salutant

 Grégor Díaz -88

[1] Shilico: afectivo reservado para los nacidos en la provincia de Celendfn. Se interpreta como: trabajador, comerciante, ahorrativo, herrabundo. ¡Ah, los shilicos!