Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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CAMINANDO POR CALLES ARENOSAS

Recuerdo a la señora de trencitas y sombrero de fibra, bien campesina, como de unos 60 años o más, que caminaba por la calle principal en compañía de su esposo.  También a aquella joven de ropa ajustada, peinada a la moda, a veces con anteojos oscuros, paseándose en moto con su novio.  Los llaneros saludaban "¿Qué-hay-que-hacer?" así como nosotros saludamos "quihubo", los chocoanos golpeaban la mesa con las fichas del domino, discutiendo ruidosamente cuando alguien hacía trampa.  Las niñas paisas vestían muy a la moda, vivían con sus familias en casas grandes, con parientes en Medellín que las visitaban de vez en cuando y por ahí derecho armaban su negocito.  Todo en el mismo camino, en el mismo barrio.

Las arenas de las calles se metían por todas partes, se pegaban en los zapatos, en las medias, en cualquier cosa que se te cayera en la calle.  Las lluvias torrenciales de invierno, las chispitas pasajeras del verano y el sol, siempre el sol, inclemente sobre las cabezas, las nucas, las caras, los sombreros.  El mismo que vaciaba las calles al mediodía.  Obligaba a todos a guardarse en su casa o quedarse en el restaurante, para no tostarse y soportar la modorra.

Todos los que llegan por aire pasan por Bogotá o Villavicencio.  Los que pasamos por el frío bogotano sentimos los primeros días el sopor pegado al cuerpo y la humedad del ambiente, persiguiéndonos aún debajo de la sombra.  Tocaba bañarse dos veces al día, hasta acostumbrarse.  Hay quien nunca lo hace y sigue bañándose dos veces y hasta más.  Los niños pequeños de los colonos se enferman más fácilmente de la piel y de los pulmones que los de los indígenas.  Por lo menos eso fue lo que vi; las estadísticas médicas son escasas y permanecieron fuera de mi alcance.

El polvo se levanta con cada carro que pasa y se ve como niebla en la noche.   Cada vez que alguien quema basura se liberan humos de sustancias desconocidas, quién sabe en que pulmón vayan a parar.  Con la humedad no sólo salen plantas.  ¡Hay 7 u 8 especies de insectos peleándose por la sangre de uno! El toldillo es indispensable para poder dormir en la zona del Guaviare, pero en las de los demás ríos hay tantos zancudos como en las zonas secas de Cali.  En el Inírida, sólo a escasos centímetros de la orilla se siente la cantidad de mosquitos, mosquitas y jejenes picándole a uno en la espalda.  ¡Ah, insectos hábiles! Parece que supieran para donde uno mira, pues pican justo donde no se les puede ver.  Los habitantes se quejan de los nacidos, que le salen donde menos esperan.  La humedad vuelve muy propensa la piel a las infecciones y "rascarse una roncha mal rascada" es cosa seria.  Más de uno vi caminando raro por esa causa.

En el mestizo bogotano conocí el racismo, expresado en ironías hacia el negro o llamándolos sucios o bullosos, siempre en su ausencia.  En todos los demás, sólo vi un afán de burla, con chistes de pastusos y del negro chambimbe, pero de una manera que podría cambiar de dirección y burlarse de cualquiera, como de algún "santo cachón" que apareciera por ahí.

Chismes van, chismes vienen y entre ellos se me dijo que había muchos infieles en Inírida.  Casi todo el mundo está casado por unión libre y el colombiano no se distingue justamente por su fidelidad.  La Iglesia es muy respetada, el matrimonio no.  En las comunidades indígenas son muy raras las madres solteras, en Inírida ya son frecuentes.

El crecimiento de la población ha traído las mismas patologías sociales de la gran ciudad.  Ya se hablaba de jóvenes que se reunían todas las noches en los sitios de baile sólo a poner problema.  Dos o tres, muy dotados para las artes gráficas, consumían marihuana de forma discreta y todo el mundo sabía quiénes eran.  Se distinguían por su barba y su aspecto desaliñado.  Oí, entre murmullos, que algunos pensaban "darles un susto" para desanimarlos.  Las raíces de la limpieza social llegan lejos, muy lejos.

Uno de los peludos, Humberto Amaya, escribe "El Cronista", el diario "chévere y querido" de los iniridenses.  El es su dueño, fundador, redactor, diagramador y único vendedor.  Desataba ironías sutiles y descaradas en hojas con membrete, cada una de diferente institución.  Se encargaba de hacer leer su estilo jocoso y popular en todas y cada una de las oficinas.  Vino desde Arauca a puro remo, escribió en publicaciones nacionales, fue alabado por críticos alemanes y últimamente quería promocionar una canción de su autoría.  ¡Hasta terminó en la cárcel por decirle la verdad en la cara al procurador regional!

Pasa lo mismo que en Cali, donde los recicladores pueden perder la vida por hacer lo que todo el mundo debería hacer.  Aquel que torna la basura en mercancía, que ve en lo que tú botas una esperanza, recibe sólo tu desprecio o tu indiferencia.  Tal vez en Inírida el tesoro es bien visible.

También está "el bacán", un moreno alto y delgado.  Le dicen así porque él llama a todo el mundo «¡hey, bacán!».  Se le ve en los bebederos, en las calles, en las reuniones.  Todos lo conocen por lo confianzudo y por su vozarrón.  Una vez surgió el rumor de que llevaba tres días sin aparecer y algunos ya lo daban por muerto.  Pero de pronto salió como si nada, con una perra de tres días, tal y como lo contó "El Cronista".  Ojalá el pueblo no pierda nunca el valor de la vida, grandiosa y bullanguera, que nosotros ya perdimos.

 

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.