Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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La selva

He visto desde el aire la selva inmensa, como un colchón verde, grande y desconocido.  Cerca a Inírida la busqué y la encontré acorralada, en los retazos que quedan.  No la conocí virgen.  Siempre estaba tocada, diezmada, empobrecida.  La selva virgen siempre estaba allá, cómo un espejismo que ves al pie pero nunca puedes tocar.  Pero la que vi sigue siendo única: Mientras en el pueblo nadie se aguantaba el calor, ella estaba fresca.  Las plantas grandes se peleaban entre sí por la luz y la llenaban de sombra.  A su vez, una maraña de chiquitas se les cuelgan, se les atraviesan, se les pegan al tronco y se estiran para agarrar la más mínima lucecita.  Y el agua está ahí, en goticas sobre las telarañas y las plantas de abajo, en el piso blando de hojas húmedas y podridas, dentro de cada mata.  Allí no sentí tanto calor, aún al mediodía.

Conocí plantas rarísimas, de florecitas de colores y flores grandes duras como ellas solas.  Oía animales pequeños correr asustados, a los pájaros cantar, pero no veía ninguno.  Unos mosquitos diminutos parecían querer meterse por en medio de mis poros.  Otros cogían mis ojos de piscina, se paraban en mis pestañas y hacían clavados.  Comí fruticas extrañas, con el temor de que fueran venenosas, pero eran dulcecitas y tan chiquitas que parecían de juguete.  Caminaba y parecía que todas las matas no quisieran dejarme pasar, me agarraban de la camisa, me metían zancadilla.  Tenía que hacer maromas para llegar donde quería, cuando llegaba no podía distinguir por dónde había venido.  No era mi territorio, mis piernas sólo estaban acostumbradas a sentarse frente al computador y caminar trechitos pequeños.

No sé con claridad a quién pertenece la selva.  Tal vez a todos, tal vez a los que la habitan, que la conocen mejor que nadie y la han sufrido y gozado.  No estoy de acuerdo con que se la considere "baldío".  La tierra más allá de la "frontera agrícola" se mira como un lugar para ser ocupado, ¡como si no hubiera nada en ella o fuera un desperdicio dejarla como está!

Casi no la conocemos.  De la riqueza que oculta sólo saben los especialistas, y la mayoría de ellos está en los países poderosos.  Los mismos que destruyeron las que tenían en sus tierras, que sólo conocen los bosques artificiales y se inventaron la lluvia ácida.  Los mismos que patentaron un ratón que nace propenso al cáncer, que consumen el 80% de la energía que produce el ser humano y llevan años peleando para que sus industrias no los envenenen.  Como vamos, el rico el día de mañana sólo comprará terrenos para dedicárselos a la selva, y el pobre seguirá igual en otra parte, tal vez un peladero.

 

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.