Mensajes
desde Cuba:
De: Natalia
R.
Asunto: Entrevista a RAMÓN ALEJANDRO (I)
Programa: La Noche Se Mueve.
Director Edmundo García.
Fecha: jueves 5 de junio, 2008.
EG: Edmundo García
RA: Ramón Alejandro
El programa La noche se mueve se puede escuchar en internet, en la siguiente dirección electrónica:
http://www.lanochesemueve.us/
Para comunicarse con La Noche se mueve, escribanos a:
contacto@lanochesemueve.com/
EG: Amigos, muy buenas noches, les saluda Edmundo García. Esta es La noche Se
Mueve. Hoy tengo un programa muy peculiar. Primero, porque se trata de alguien que yo respeto y admiro, como intelectual, como
creador y hombre de su tiempo. Segundo, porque es mi amigo. Y tercero, porque esta oportunidad que se da hoy hacía mucho
tiempo que yo la esperaba. El público que lleva más tiempo escuchando este programa, desde que estaba en la otra emisora,
recuerda que el invitado de hoy fue uno de los que más reacciones provocó y que los oyentes más disfrutaban. Se marchó.
Regresó a lo que, sin ser su lugar de nacimiento, es de alguna manera su lugar de origen: la ciudad de París. Importantísimo
pintor, importantísimo intelectual. Un hombre que ha demostrado una tremenda garra como escritor, novelista y ensayista. Un ser
raro para estos tiempos, porque mezcla dentro de sí, como si fuera una licorera, el pensamiento antiguo y aquellos de las
diversas vanguardias de diferentes eran: la post-modernidad y la trasgresión. Pero, por sobre todo, es un creador. Un humanista y
es un hombre lleno de laberintos. Esta va a ser una entrevista para un libro futuro. Cuando se publique lo que ha sucedido en
este programa y cómo trabajamos en eso, esta persona no podrá faltar. Bienvenido Ramón Alejandro.
RA: Después de eso, me has dejado completamente inhibido. No puedo siquiera darte las gracias.
EG: Pero tú sabes que todo lo que dije es verdad, que lo siento en lo más profundo de mi corazón.
RA: Me encantaría que lo fuera. Está por probar.
EG: Quiero Ramón, hacer esta entrevista de cara a un lector del futuro. También de frente a los oyentes que te recuerdan, cuando
hace unos 5 años participabas en este programa. Esos, que te recuerdan, revivirán memorias e historias. Vamos a comenzar. Ya
eres un hombre de 65 años de edad. Esa es la edad en la que muchas personas deciden jubilarse, atender a los nietos,
cultivar las flores de su jardín y hacer recorridos en los cruceros de vacaciones. Eso es, si se tiene algún dinerito. Pero
yo sé que tú lo tienes.
RA: Prefiero gastármelo en otra cosa.
EG: ¿Cómo qué?
RA: Publicar libros. No me trates de involucrar en tus marañas.
EG: ¿En qué estás pensando?
RA: Estoy pensando en la publicación de libros, que es lo que tengo en mente.
EG: Esta edad a la que tú has llegado, que es casi la edad de una persona honorable, ¿no te convoca al descanso y la
contemplación?
RA: No, qué va.
EG: ¿Tú estás en la edad contemplativa de la vida?
RA: No, yo cada vez estoy más disparado. Estoy por la acción inmediata.
EG: ¿ A tu edad, Ramón?
RA: Sí, tengo como 6 proyectos en curso.
EG: Ramón Alejandro, tú eres un hombre que nace en Cuba, en la ciudad de La Habana y el reparto la Víbora. Podríamos decir que
de una familia de clase media alta.
RA: Media, media.
EG: Y abandonas el país. Entre los primeros jóvenes intelectuales y artistas con vocación, que se van del país,
estás tú.
RA: Era un muchachito de la Víbora, que quería ser pintor. Porque su abuelo lo había sido, su tío lo había sido y su
bisabuelo también. Pero que no tenía mucha idea. Que no pudo ir a San Alejandro por los prejuicios de mi padre.
EG: ¿Cuáles eran los prejuicios de tu padre?
RA: Los mismos de siempre, sobre la escuela de Bellas Artes. Primero, desde el punto de vista más importante, que era el
argumento materialista, porque la pintura no daba para ganarse la vida en aquella época. En segundo lugar estaba el aspecto que
podríamos llamar moral, donde se consideraba que las artes estaban vinculadas con una especie de conducta desviada,
respecto a la función supuestamente natural del amor.
EG: ¿A la sexualidad?
RA: Claro. Ser artista era una desviación moral, insoportable para cierta pequeña burguesía.
EG: Y al final del juego, eres un artista.
RA: Es como aquel muchacho, que se quedó sin saber tocar piano, pero se volvió maricón de todas formas. (Risas) En mi caso, yo
logré ser pintor, casi por prodigio. Y lo otro viene sólo. No hay que hacer ningún esfuerzo ni ir a la escuela. (Risas)
EG: Ramón Alejandro, ¿cómo fue esa etapa? ¿En qué año te vas de Cuba?
RA: En 1960.
EG: Prácticamente unos meses después del triunfo de la revolución.
RA: Digamos unos meses antes de Bahía de Cochinos.
EG: ¿Por qué tú, un joven que de cierta manera tenía una vocación humanista y social, abandona un proyecto incipiente
como la revolución cubana? En aquel entonces ya existían detractores, en su mayoría los batistianos, pero el pueblo
apoyaba la revolución. Sin embargo, tú te vas precisamente en ese momento. ¿Por qué lo haces?
RA: Primero que todo, estaba esa relación difícil con mi padre. Yo empecé a fugarme de mi casa a los 15 años.
EG: Vamos a puntualizar. Entonces, tu salida del país no es política, sino personal.
RA: Fue personal. Yo me fui de Cuba, digamos siendo revolucionario. Siempre fui muy nacionalista y apegado mucho a
la independencia nacional. Claro, tenía que estar con la revolución. Lo que pasa que luego a la larga. Bueno, si me meto
a contar todo eso no vamos a terminar nunca. Me di cuenta que había una incoherencia. La incoherencia vino por este hecho. Yo
fui alumno de la Dra. García Tuduri, en el Instituto de la Víbora. Ella empezó a darnos Lógica y Filosofía. Yo quería
estudiar Agronomía, para ayudar a la Reforma Agraria e irme a la alfabetización de los guajiros, etc., y eso era la parte ética.
Pero luego estaba la parte estética. Y dentro de la estética estaba englobada la pintura de mi familia materna y lo que
empezaba a conocer de la cultura habanera. Porque como me fugaba de mi casa, caía en medios más cultivados que el mío, y ahí
empezaban a llevarme al teatro, a conciertos, a leer. Vi que había unos horizontes enormes y que en los museos estaba la
pintura que a mí me gustaba. Mi abuelo hacía copias de Velásquez, Tiziano y Tintoreto. Estas copias estaban en su casa.
Pero yo me moría por ir a El Prado, ir a los Uffizi, ir a El Louvre. Esa era la estética. En cierto momento, hice crisis. Era
miliciano, fui a Oriente, al segundo aniversario de la revolución, un 26 de julio, cuando creo que Fidel declaró la ley
de Reforma Agraria, una de esas grandes reformas que llevó a cabo Cuba. Vi el estado real del país. Yo no salía de La Habana,
ni siquiera de la Víbora, y de repente conocí el estado en que se encontraba el campesinado. Vi a la gente sin dientes, en
harapos. Un día apareció una muchacha muerta en el lecho de un río. De repente me sobrecogió lo que era la Cuba profunda. Y me
dije: Si yo me quedo en este país, esto es muy violento para mí. Yo lo que quiero es ir a ver El Prado, El Louvre, los Uffizi.
¿Entiendes? Una noche de estas de farra, que me había quedado hasta las 3 de la mañana bebiendo, en un lugar que se llamaba
Saint Michelle. En aquella época cantaban: "Triana, ay Triana morena, que buena, que buena". Y todas las locas daban una
palmada y decían: ¡Síiii! Luego salí caminando para L y 23, a coger un transporte para ir hasta la Víbora, y subiendo la loma
de La Rampa me preguntaba si iba a vivir adoptando la ética o la estética. En cierto momento, de adentro de mí salió un grito
diciendo: ¡Estética! Yo escogí el egoísmo. El irme a gozar de Europa y olvidarme de que había nacido en un país que tenía esos
problemas, que estaba en esa convulsión, que en realidad me aterraba. Porque yo no tenía ninguna formación política. Me
había leído El Manual de Materialismo Histórico, del Dr. Konstantinov, de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.
Me acuerdo que me había convencido absolutamente. Todavía me sigue pareciendo que el análisis que Marx hace de la sociedad es
absolutamente correcto. Las conclusiones que sacaron de eso son más contestables, pero el análisis de Marx es impecable. Y me
había leído eso. Pero también me había leído el testimonio de un anarquista, que conoció la guerra de España y escribió un libro
maravilloso: Rebelión en la granja, de George Orwell.
EG: ¿Quién era el grupo intelectual, que de alguna manera te acogió a esa temprana edad en La Habana? ¿A qué círculos de
intelectuales importantes tú tenías acceso?
RA: A ninguno. Ninguno. A los intelectuales importantes los conocí en París.
EG: Todo eso que había en La Habana, en ese momento, ¿no te era cercano en esa época?
RA: No. para serte sincero. Porque a estas alturas ya no tengo porque decir mentira. Eran las locas habaneras, que eran cultas
pero muy frívolas. Era una cultura muy superficial, pero muy divertida.
EG: No tuviste en esa época acceso a Lezama o a Virgilio.
RA: No, porque yo era un guajirito de la Víbora. Tú dijiste que era urbana. La Víbora es casi campo. En aquella época había un
guajiro que tenía un conuco y andaba a caballo por el barrio, con un machete a la cintura. La Víbora era semi campo.
EG: Te marchas de Cuba, en el 60. ¿Y te vas a dónde?
RA: A Buenos Aires.
EG: ¿Por qué vas a Buenos Aires?
RA: Bueno, todo esto es muy largo de contar. Constituye el material de esos libros que estoy por publicar. Me voy a Buenos
Aires porque mi hermana se había casado con un argentino. Cuando mi mamá murió, yo tenía 9 años, y mi padre se casó con una
alemana. Esta alemana cambió toda la casa. El mundo de mi madre desapareció. La criada se fue. Mis hermanas se casaron. A mi
hermano lo mandaron al norte, a estudiar.
EG: Tu hermano viene a los Estados Unidos.
RA: Sí, lo mandan a estudiar y se convierte en un gran economista, profesor de Yale, con una cátedra de por vida antes
de los 30 años. Papá no se podía deshacer de mí, porque yo era muy joven. En el momento que le confesé que me quería ir de
Cuba, no le dije que quería salir de su casa. Lo que quería era deshacerse de mí. Me preguntó que si quería irme con mi hermana
a Buenos Aires, y le dije que sí. Pero ella no me podía entender y enseguida nos peleamos. Además caí preso, porque me enamoré de
un anarquista.
EG: ¿Dónde? ¿En Buenos Aires?
RA: En Buenos Aires, en la Escuela de Bellas Artes.
EG: ¿Fuiste a estudiar pintura a Buenos Aires?
RA: Bueno, no. Fui a Buenos Aires y me puse a estudiar pintura, que era lo que quería hacer. Yo era una papa caliente. En la
escuela a la que fui conocí a ese anarquista. Yo nunca había visto gente de origen italiano, y aquellos ojos florentinos me
encandilaron, porque en Cuba no existe emigración italiana. Los cubanos tienen los ojos redondos, como los españoles, pero los
italianos no. Los italianos tienen esos ojos increíbles. Y resulta que el muchacho era anarquista. Me llevó a una reunión y
caímos presos inocentemente. Y aquello fue un bu-ru-ru enorme. Hasta el cónsul cubano se tuvo que exilar. En la prensa salió
que yo estaba montando guerrillas, un cubanito que cogieron con unos anarquistas en el barrio Avellaneda.
EG: ¿Qué tiempo viviste en Buenos Aires?
RA: En Buenos Aires mi hermana me botó de la casa y me fui a Uruguay. Ella me dijo: Te tienes que ir del país, porque ella
era mi tutora, ya que yo era menor. Entonces me fui a Uruguay, y de ahí a los carnavales de Río, donde me divertí muchísimo,
conocí a tanta gente.
EG: ¿Qué tiempo duró este periplo sudamericano?
RA: Dos años y medio maravillosos.
EG: ¿Y de qué vivías? ¿De qué comías?
RA: De mi cinturita de mimbre.
EG: Oh, my God.
RA: Yo era muy bonito y tenía labia.
EG: ¿Tú sientes que en algún momento fuiste prostituto?
RA: No, yo nunca pedía, no tenía necesidad, la gente me protegía.
EG: Pero de alguna manera...
RA: Suscitaba el instinto maternal y paternal de la gente. Hasta que pasé los Pirineos no conocí la necesidad, porque subvenían
mis necesidades espontáneamente, por suscripción popular.
EG: Y tú para corresponder a eso, ¿qué tenías que hacer?
RA: Me dejaba querer. Y leía y hacía grabados, etc.
EG: ¿Cuándo llegaste a Europa?
RA: A los 20 años.
EG: ¿Adónde llegas?
RA: Cumplí 20 años en los carnavales de Bahía y me embarqué en Río en un barco de una travesía de 15 días, atravesando el
Ecuador, con unas tormentas increíbles, y la isla de Madeira. Llegué a Barcelona y ahí me fui directo a Madrid y a El Prado.
Fue maravilloso descubrir Europa.
EG: ¿Cuándo pasas a París?
RA: Ahí tuve otra vez que tomar una gran decisión. Resulta que papá había desertado del ejército español, cuando la guerra de
Marruecos. Pero de todas maneras, siendo yo hijo de español, tenía derecho, a la ciudadanía española. Pero era la época de
Franco, y tenía que hacer el servicio militar. Si me quedaba en España, tenía que hacer el servicio militar, en un país donde no
conocía a nadie. Mis primos estaban en Asturias, y papá no quiso que entrara en contacto con ellos, porque se avergonzaba mucho
de mi manera de ser. Me di cuenta, que no quería vivir en España. Había dos o tres cosas que me molestaban, y decidí irme
para Francia. Cuando me iba a ir, la policía me paró, diciendo que no me podía ir, porque tenía 20 años y derecho a la
ciudadanía española, un derecho que no quería y tenía que renunciar formalmente ante la policía. ¿Dónde hay que renunciar?
¿Díganme lo que tengo que decir? Déme el texto que yo lo firmo. Les dije, renuncié a la ciudadanía española y me dejaron ir para
Francia.
EG: Y llegas a Francia y te recibe alguien.
RA: Nadie. Yo llevaba 25 dólares y no hablaba francés.
EG: Ahí comienza tu vida de extranjero en Francia.
RA: Ahí fue más difícil, pero mira, aquí estoy y tengo un apartamento maravilloso. La vida provee. Los cristianos llaman a
eso La Divina Providencia.
EG: En Francia, tú te reúnes, vas encontrando poco a poco, un grupo de intelectuales que estaban allí, como Severo Sarduy.
RA: Severo Sarduy había salido con una beca, para estudiar periodismo en Italia. Pero conoció a un turista, en la sala de
la Capilla Sixtina, viendo la pintura de Miguel Angel, que era el director de las Ediciones Seuil. Se lo llevó para París y
Severo se abrió camino allí.
EG: ¿Qué grupo? Néstor Almendros, Severo Sarduy.
RA: Estaban Jorge Camacho, Roberto García York, Gina Pellón y Joaquín Ferrer.
EG: ¿Se trata de un grupo de intelectuales cubanos, que se constituye en París?
RA: Estaba la Casa Cuba. Era una institución, regalo de una de las Abreu, que habían hecho un edificio maravilloso. Y ahí se
reunían espontáneamente los cubanos.
EG: ¿Tú llegaste a vivir ahí?
RA: Ahí yo iba. Yo conocía a García York, quien me llevaba allí. Es en ese lugar donde conocí a Néstor.
EG. Ese conjunto de intelectuales cubanos, que coinciden en esa época en Francia, ¿qué legado tú crees que dejan a la cultura
cubana?
RA: Muy diferente cada uno de ellos.
EG: ¿Hay un denominador común?
RA: El mismo que guió a Amelia Pelaez, Lydia Cabrera, Carlos Enríquez y Víctor Manuel. ¿Qué intelectual cubano no ha llegado
hasta allí? Los que no llegaban era porque no podían. Pero todos tenían la ambición. Julián del Casal soñó con llegar a Francia,
y tenía aquella carta de Verlaine. La capital cultural latinoamericana era París, por defecto de la península. La
península española no podía asumir el liderazgo cultural. Y fue Francia quien nos lo dio, fue la madre.
EG: ¿Tú tomas conciencia de Cuba estando en París? ¿Te vuelves cubano en París?
RA: No, yo siempre la tuve. Yo siempre sentí a Cuba muy fuerte. Y siempre le tuve mucho miedo. Porque Cuba es un país al cual es
legítimo tenerle miedo. Es un país muy fuerte.
EG: ¿Cuál es tu reacción cuando te comienzan a llegar las noticias de que en la isla se están produciendo cambios muy
radicales, muy fuertes?
RA: Bueno, yo vi los primeros.
EG: Sí. pero lo que viene después. ¿Cómo tu vas canalizando y asimilando eso?
RA: Tuve que resolver primero esa dicotomía, que existía en mi, de mi apego afectivo a la revolución, por una parte, y mi
egoísmo por la otra, que me hacía preferir andar en libertad, culipandeando, para utilizar una palabra popular. Después que
estuve preso en Argentina, me di cuenta que resultaba peligroso. Pero tampoco yo sentía ningún resentimiento contra la
revolución, porque nunca sufrí en lo absoluto. Luego, me fui enterando de los errores, los llamados errores de la revolución,
y creo que el más grande fue la nacionalización de las empresas pequeñas.
EG: En 1968. La ofensiva revolucionaria.
RA: Y coincidió en el plano internacional con el apoyo de La Habana a la Unión Soviética durante la invasión de Praga por las
tropas del Pacto de Varsovia. Entonces ahí ya me enfrié un poco, sin que mi amor por Cuba se terminase. Me di cuenta que la
revolución era problemática. Después vino el Caso Padilla y mis amigos, Néstor Almendros, etc., se opusieron al sistema. Severo
no, Severo nunca estuvo contra la revolución.
EG: Tampoco visitó Cuba nunca.
RA: Severo tenía mucho miedo. Estaba bajo la férula de su amigo, François Wahl, que lo moldeaba mucho. Néstor sí era muy opuesto
a la revolución. Tuvo problemas con Alfredo Guevara.
EG: Por PM.
RA: Sí, por muchas cosas. También está Guillermo Cabrera Infante, después que abandonó Cuba, porque murió la madre y dejó
el puesto en la Embajada de Bélgica.
EG: ¿Llega a vivir en París Cabrera Infante?
RA: No. A él nunca le gustó Francia, pero pasó por París. Hubo momentos en que Néstor quedó muy herido, porque Guillermo no lo
quería ver. Cuando Guillermo estaba con el régimen.
EG: Pero después poco a poco se unieron, ¿no?
RA: Pero mucha gente en Cuba le hizo la guerra. Luego se hicieron amigos de él. Néstor era bastante generoso.
EG: En esa época, ¿tú coincides en la Embajada cubana en París, con el agregado cultural, Alejo Carpentier?
RA: Sí, sí. Incluso, yo asistí a una fiesta en la embajada.
EG: ¿Conociste a Carpentier? ¿Hablaste con él?
RA: Le di la mano, estaba ahí en su trono.
EG: ¿Tenía un peso específico en la cultura francesa?
RA: Era muy respetado
EG: ¿Por la gran intelectualidad francesa?
RA: Por la calidad de su literatura.
EG: Estamos hablando de figuras de gran peso, como Sartre, Simone de Beauvoir.
RA: Para mí, Carpentier tiene más peso que ellos.
EG: ¿Tú crees?
RA: Sí, sí.
EG: Esto es interesante, y él lo decía. El mismo Alejo lo decía. Un intelectual francés sabe de Francia y de la cultura
occidental. Un intelectual latinoamericano tiene que tener ese mismo nivel de conocimiento sobre esos temas, pero además debe
conocer a profundidad su cultura de origen.
RA: La madurez, digamos, de la sensibilidad de Carpentier, es muy superior, que la de los otros, podríamos decir, por ejemplo,
Sartre. Era un escritor también, pero la obra de Sartre no tiene esa calidad.
EG: A pesar de esa vida que tú has llevado, libertina, díscola, con hipérboles y llena de matices, conoces a una muchacha. De la
cual te enamoras y te casas, y con la que tienes 2 hijos.
RA: Eso fue más tarde. Cuando mi pintura empezó a tener éxito, en parte por un texto escrito por Roland Barthes.
EG: ¿Qué determina el éxito de tu pintura? ¿El texto de Roland Barthes?
RA: Creo que eso ayudó mucho. Era la novedad. Nadie pintaba así en esa época. Mi pintura es muy diferente a todo. En aquel
momento llamó la atención, porque era el momento de la abstracción.
EG: Yo me siento un privilegiado, por tener varias obras tuyas.
RA: Bueno, no sé. Me parece normal.
EG: Me sigo sintiendo un privilegiado.
RA: Es que el gusto por la pintura hoy es una cosa muy cómica. Es ridícula. Es decir, muy poca gente tiene una sensibilidad
directa con la pintura. Necesitan pasar por un discurso. Yo nunca me tragué eso. Yo viví todo ese teque de vanguardia, un
poco paranoicamente, como una conspiración para quitarme el gusto de dibujar y pintar. No me dejé quitar el juguete. Eso
está muy bien, bla, bla, bla. Inclusive el texto de Roland Barthes, yo no lo tomé en serio. Me lo hizo porque era amigo
suyo, y porque le vio interés a mi pintura, porque era muy novedosa. Y Barthes sabía distinguir la novedad. Sucedieron
muchas cosas. Yo nunca he planificado nada, todo me sale.
EG: Tú terminas siendo un autodidacta.
RA: Yo no pude ir a la escuela. En Buenos Aires se interrumpió a los pocos meses, por unos cuentos que son un poco penosos de
contar. Me dieron una patada en el fondillo. Me sacaron de la escuela. Pero todo eso es muy largo. Imagínate, de digresión en
digresión, me puedo pasar una semana aquí hablando. Fundo el micrófono.
EG: ¿Cuándo conoces a la que sería tu esposa?
RA: Mi mujer, sí. De repente, fui a una fiesta de cumpleaños. Ella cumplía 23 años, me abrió la puerta y desde ese día no nos
separamos. Los 18 años que vivimos juntos, hasta que murió.
EG: Tú enviudas. Y te quedas con 2 hijos.
RA: Y me quedo con dos chiquitos, sí. Eso fue lo que me decidió venir a Miami, porque yo tenía muchas ganas de venir a Miami,
por curiosidad. Para conocer a Cuba, hay que conocer a Miami. La quinceava provincia, ¿no?
EG: Vienes a Miami.
RA: Vine aquí.
(Continúa.......)
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